Elvira se encontraba en la plataforma elevada del salón de exposiciones, frente a más de veinte inversores sentados en un arreglo estilo teatro. Vestidos con elegancia, sus ojos transmitían la arrogancia y el desdén característicos de quienes tienen el poder. A la derecha de Elvira había un cadáver, atado a una mesa de disección que se inclinaba a 45 grados hacia el público para asegurar una vista clara. A su izquierda yacía una hilera de escalpelos afilados, cuyas hojas brillaban débilmente con una luz fría.
En ese momento, Elvira estaba vestido con una bata de laboratorio, con un micrófono de diadema posicionado cerca de su boca para capturar cada palabra con claridad.
Elvira no pudo evitar tomar una respiración profunda, su mente se quedó en blanco, incierto de qué decir. ¿Quién lo rescataría ahora? ¿Cómo había llegado a convertirse de repente en un científico loco, un papel que no deseaba interpretar? Con un sentimiento de resignación, sacudió su cabeza.
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