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Capítulo 11: Las cinco vías de Santo Tomás de Aquino

—¿Qué quieren ser cuando sean mayores? —cuestionó el padre Flavio al tiempo que hacía rodar la esfera de madera del mapamundis que había en su salón de clases.

Delilah alzó su brazo.

—Yo quiero ser científica, como usted.

—Yo también —le siguió Gisela.

—Yo igual —se incluyó Mestiere.

Pia se cruzó de brazos.

—¡Eso es ridículo! Las mujeres debemos cantar, bordar, tocar instrumentos, ser madres y amas de casa. ¡Nadie nos permitiría ser científicas!

El sacerdote se dio cuenta que las niñas más pequeñas habían sido influenciadas por sus métodos de estudio, mientras que las más grandes tomaban como referencia la educación que habían recibido antes de que él fuese su profesor.

—Yo sólo quiero vivir en una granja con muchos animales —gruñó Massimo, casi con amargura—. No soy capaz de entender matemáticas, ni ciencias, ni siquiera letras. ¡Soy un bueno para nada! Es lo único que me queda.

El padre se recostó ligeramente sobre su escritorio.

—Y si fueses capaz de comprender todo eso, ¿qué te gustaría ser?

El pequeño meditó un largo momento, como si se tratase de la primera vez que lo pensaba.

—No estoy seguro —hizo una pausa—. Pero quisiera entenderlo todo, comprender todo lo que existe y lo que somos, de dónde venimos, por qué estamos aquí. Y quisiera ayudar a los demás. A los niños sin hogar, sin padres, sin alimentos, o esos que viven en lugares donde son tratados como basura.

—Eso es muy noble de tu parte, Massimo —le hizo ver Flavio—. ¿Qué crees que deberías aprender para lograr hacer todo eso?

El padre dominaba excelentemente la mayéutica. Sabía hacer las preguntas correctas para estimular la reflexión en sus estudiantes.

—¡Todo! —suspiró el niño con frustración—. Ni siquiera sé leer, ¿cómo lograré leer libros completos? Tienen tantas letras y son tan pequeñas. No logro entender cómo usted puede hacerlo.

—La Madre Superiora lee libros enteros en un día —señaló Delilah—. Yo creo que es posible. Ella me dijo que debía empezar leyendo libros pequeños para después leer los más gruesos, como la Biblia.

—Y tiene razón, Delilah —continuó el sacerdote—. Debes empezar por algo sencillo, antes de pasar a lo más complejo. Así que tu primera misión, Massimo, es aprender a leer. ¿Qué te parece? —el pequeño asintió con la cabeza, sus mejillas estaban sonrosadas de vergüenza—. Massimo acaba de plantearnos preguntas muy interesantes. ¿De dónde venimos? ¿Por qué estamos aquí? ¿Alguien sabe?

Fátima levantó su mano para hablar.

—Dios lo creó todo en siete días.

—¿Siete días es mucho o poco tiempo para la creación de un universo como el nuestro?

Las pequeñas vacilaron antes de responder.

—¿Poco? —preguntó con inseguridad Beatrice, en voz baja.

—Conozco a alguien que va ayudarles con este tema —el padre escribió un nombre con tiza en la pizarra—. Santo Tomás de Aquino y sus cinco vías —se detuvo para girarse hacia sus estudiantes antes de explicarles— La primera vía: "El movimiento". Los sentidos nos muestran que en el mundo hay cosas que cambian. Todo lo que se mueve es movido por algo. Nada se mueve a sí mismo. Por tanto, si todo lo que vemos se mueve, como es evidente, y todo ha sido movido por otra fuerza, tiene que haber un Primer Motor. Algo que sea el primer movimiento, que haya hecho que todo lo demás se mueva. ¿Cuál creen que sea ese primer motor? ¿Tienen alguna idea?

Las niñas permanecieron enmudecidas y tímidas mientras pensaban en la respuesta.

—¿Nadie sabe? —insistió Flavio—. Entonces díganme qué les parece la segunda vía. La de "Las causas eficientes". Pasa lo mismo que con la primera vía. Si todo tiene una causa, ¿cuál fue la primera causa? Esa que no fue causada por nada o que se causó a sí misma.

Todas las pequeñas se vieron las caras con confusión.

—Les pongo un ejemplo —siguió el maestro—. Si estoy aquí ahora dándoles esta clase, es porque mis padres me crearon. Y mis padres están ahí porque alguien los creó. Si comes una manzana, es porque un árbol la creó. A su vez, ese árbol existe porque una semilla lo creó. Entonces, si buscamos las causas de cada cosa, podríamos seguir así hasta el infinito, ¿o no? ¿Ustedes han visto algo que se haya causado a sí mismo?

—¡Noo! —murmuraron algunas niñas al unísono.

—Nada es causa de sí mismo. No me he autocreado, y no encuentro nada en nuestro mundo que sea su propia causa. Así que, existe la necesidad de que haya una primera causa. ¿Cómo creen que se llama esa primera causa?

Nuevamente, silencio.

—La tercera vía nos habla de "La Contingencia". Esta explica que nosotros no somos necesarios, porque alguna vez no existimos. Pero debe haber algo absolutamente necesario, que existiera siempre, cuya causa de su existencia y necesidad no esté en otro sino en sí mismo, y que sea causa de la existencia de los demás. ¿Ahora comprenden de lo que les hablo? —el padre esperó un instante antes de seguir—. Seguramente la cuarta vía les hará entender un poco más. "La perfección". En la naturaleza hay seres que son buenos y malos, dependiendo de cada uno. Unos son más nobles que otros, mientras otros nunca alcanzan la perfección. Así, el fuego es el calor máximo, entonces es la causa de todas las cosas calientes. Por lo tanto, debe existir algo que contenga toda la bondad máxima de todos los seres, siendo además la causa de todos ellos y de todo el bien.

—Creo que empiezo a entenderlo —argumentó Massimo después de haber reflexionado durante toda la clase en mutismo absoluto.

—Creo que lo tienes —le animó el sacerdote—. Seguro que con la quinta vía terminas de entender. "La finalidad". ¿Han notado que incluso los seres sin inteligencia se mueven y obran con un fin? Como, por ejemplo, el sol, que calienta a nuestro planeta para que exista la vida. La semilla, que germina para convertirse en un árbol. El árbol que utiliza el sol y el agua para crecer y dar frutos. No hace falta ser un gran científico para ver el orden que existe en la naturaleza y el universo. El mundo se rige por una serie de leyes y no puede haber leyes sin un legislador. Tiene que haber un ser inteligente que ha puesto orden en el mundo y que dirige las cosas naturales que carecen de conciencia.

—Entonces —Spaguetti se enderezó en su silla—. Santo Tomás de Aquino quiso decir que la gran causa detrás de todas las vías… Es Dios. Él trataba de demostrar su existencia.

Al padre se le iluminaron los ojos.

—¡Así es! Ésa era la visión de Santo Tomás. Su filosofía es un punto de partida para preguntarse sobre el origen de todo lo que vemos, para descubrir qué tan lejos podemos llegar con nuestro pensamiento. Y ahora que saben cómo reflexionar sobre este tipo de cuestiones, quiero que para la próxima clase escriban un ensayo sobre su propia visión acerca de la creación del mundo. ¿Están de acuerdo con Tomás de Aquino? ¿O son capaces de pensar en una nueva teoría? —el hombre cerró sus libros y recogió sus cosas. Seguidamente, le arrojó una mirada de orgullo a Massimo—. ¿Te das cuenta de lo inteligente que eres, pequeño?

Massimo se levantó rápidamente de su asiento para ir al escritorio de su amiga Delilah y susurrarle algo al oído.

—¿Me enseñas a leer, Patata?

*****

Mestiere arrastró la leña desde el jardín a la cocina, dejando un rastro de acículas de madera sobre el suelo. Posteriormente, encendió una cerilla y la arrojó a la chimenea para preparar la leche tibia de cabra que le había pedido Gaudenzia.

La hermana le había prometido que si le servía y hacía juiciosamente cada mandado, le ayudaría a subir sus calificaciones en muchas de las asignaturas que enseñaba. Como bordado, religión, moral cristiana, modales y sociedad. Esto con el fin de que cuando los señores que querían adoptarla regresaran por ella, vieran cuán educada estaba.

Una vez que la leche se calentó, la pequeña retiró la tetera metálica del fuego, sirvió un poco en una taza y corrió a llevársela a la monja en plena madrugada.

Un instante después de que la chiquilla hubiese abandonado el lugar, chispas ardientes saltaron fuera la chimenea.

El fuego se avivó de manera veloz, consumiendo el rastro de hojas de pino que Mestiere había dejado en el suelo de la cocina.

Las llamas danzaron por el suelo repleto de acículas hasta tomar la puerta de madera que daba hacia el jardín. Se elevaron hacia las ventanas y engulleron las pesadas cortinas.

Mestiere se escurrió fuera de la habitación de las monjas y se dirigió escaleras arriba hacia la de las niñas. Delilah, que dormía en la cama contigua a la suya, escuchó cuando se metía bajo sus sábanas a mitad de la noche.