—Estoy emocionada de que nos hayan aceptado calurosamente en esta manada. Vamos a tener nuestra propia casa sin siquiera sudarla. ¿No es maravilloso eso? —dijo Lily y se rió. Era el día en que se mudaban a su nueva casa. La alegría en sus rostros era tan grande.
—Sí. ¡Tan maravilloso! Voy a poder respirar bien cuando tenga mi propia habitación y algo de privacidad —afirmó Irene, mirando a su hermano con desprecio.
—Ni sueñes con privacidad ilimitada, querida hermana. Seguiré entrando a tu habitación siempre que quiera. Necesito vigilarte, especialmente cuando estés con ese Beta. No confío en él —le informó Jay a su hermana molesta.
—Ese Beta es mi compañero, y en adelante siempre va a estar conmigo, así que deberías acostumbrarte. Ya sea que confíes en él o no, es tu maldito problema —replicó Irene.
—Nadie está discutiendo que es tu compañero, pero necesito asegurarme de que se mantenga en sus pantalones por ahora, ya que todavía tienes dieciséis años —dijo Jay, firmemente.
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