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Capítulo 13

Para: GobDes%Shakespeare@M¡nCol.gob/viaje

De: GobLey%Shakespeare@MinCol.gob

Re: Lo recibirás cuando haya muerto

Estimado Ender:

Lo he puesto claramente en el asunto. No hay necesidad de andarse por las ramas. Escribo este mensaje cuando siento en mí las semillas de la muerte. Dispondré su envío para cuando hayan acabado conmigo.

Espero que mi sucesor sea Sel Menach. No quiere el puesto, pero es muy apreciado y la confianza en él es generalizada, lo que resulta vital. A tu llegada no intentará aferrarse al puesto. Pero entonces estarás solo y te deseo suerte.

Sabes lo difícil que será para mi pequeña comunidad. Durante treinta y seis años hemos estado viviendo y casándonos. La nueva generación ya ha restaurado el equilibrio de sexos; hay nietos que casi han llegado a la edad de casarse. Luego llegará tu nave y, de pronto, tendremos cinco veces la población anterior, y sólo uno de cada cinco pertenecerá al grupo original. Será duro. Lo cambiará todo. Pero creo que ahora te conozco y, si tengo razón, entonces mi gente no tiene nada que temer. Ayudarás a los nuevos colonos a adoptarse a nuestras costumbres, siempre que nuestras costumbres tengan sentido aquí. Ayudarás a mi gente a adaptarse a los nuevos colonos, siempre que deban hacerlo porque la forma de hacer las cosas en la Tierra tenga sentido.

En cierta forma, Ender, tenemos la misma edad, o al menos nos encontramos en la misma fase de la vida. Hace mucho tiempo dejamos atrás a nuestra familia. En lo que al mundo respecta, bajamos a una tumba abierta y desaparecimos. Para mí esto ha sido la otra vida, la carrera tras el final de mi carrera, la vida tras el final de mi vida. Y ha estado bien. Ha sido el paraíso. Atareada, aterradora, triunfante y finalmente pacífica. Que sea igual para ti, amigo mío. Dure lo que dure, que te satisfaga cada día.

Jamás he olvidado que debo nuestra victoria, y esta segunda vida, a ti y a los otros niños que nos comandaron en la guerra. Una vez más, desde esta mi tumba, te doy las gracias.

Con amor y respeto,

VlTALY DENISOVITCH KOIAAOGOROV

—No me gusta lo que haces con Alessandra —dijo Valentine. Ender apartó la vista de lo que leía.

—¿Y qué es?

—Sabes muy bien que has hecho que se enamore de ti.

—¿Lo he hecho?

—¡No finjas no haberte dado cuenta! Te mira como un cachorrillo hambriento.

—Nunca he tenido perro. No permitían mascotas en la Escuela de Batalla y no había ninguno vagabundo.

—Y lo has hecho deliberadamente.

—Si yo puedo hacer que una mujer se enamore de mí sólo con quererlo, debería embotellarlo, venderlo en la Tierra y hacerme rico.

—No has hecho que una mujer se enamore de ti, has hecho que una niña emocionalmente dependiente, tímida y protegida se enamore de ti, y eso es patéticamente fácil. Te ha bastado con ser extraordinariamente agradable con ella.

—Tienes razón. De no haber sido tan egoísta, le habría dado un par de bofetadas.

—Ender, habla conmigo. ¿Crees que no te he estado observando? Buscas oportunidades para alabarla. Para pedirle consejo sobre los detalles más nimios. Para darle las gracias por nada. Y le sonríes. ¿Alguien te ha dicho que tu sonrisa podría fundir el acero?

—No está bien en una nave espacial. Sonreiré menos.

—¡La activas como... un impulsor estelar! Esa sonrisa... con toda tu cara, como si estuvieses sacándote el alma y poniéndola en sus manos.

—Val —dijo Ender—. Esta carta es más bien importante. ¿Qué quieres decirme?

—¿Qué planeas hacer con ella ahora que es tuya?

—Nadie es mío —dijo Ender—. No le he puesto la mano encima... literalmente. Ni en las manos temblorosas, ni en el hombro, nada. No ha habido contacto físico. Tampoco he flirteado con ella. No ha habido insinuaciones sexuales ni bromas entre nosotros. Tampoco he estado a solas con ella. Mes tras mes, mientras su madre conspiraba para dejarnos solos, yo no lo he permitido. Incluso si para ello he tenido que salir con descortesía de una estancia. Dime, ¿qué de todo esto consiste en hacer que se enamore de mí?

—Ender, no me gusta que me mientas.

—Valentine, si quieres una respuesta sincera, escríbeme una carta sincera. Valentine suspiró y se tendió en la cama.

—Me muero porque acabe este viaje.

—Quedan poco más de dos meses. Casi ha terminado. Y has terminado tu libro.

—Sí, y es muy bueno —dijo Valentine—. Sobre todo considerando que apenas conocía a ninguno de ellos y tú casi no me ayudaste.

—Respondí a todas tus preguntas.

—Excepto para evaluar a las personas, para evaluar la escuela. Para...

—Mis opiniones no son historia. Se suponía que el libro no iba a ser Los días de escuela de Ender Wiggin contados por su hermana.

—No me uní a este viaje para pelearme contigo.

Ender la miró con un asombro tan histriónico que ella le lanzó una almohada.

—Por lo que pueda valer —dijo Valentine—, nunca he sido tan desagradable contigo como lo era continuamente con Peter.

—En ese caso, en el mundo todo va bien.

—Pero estoy enfadada contigo, Ender. No deberías jugar con los sentimientos de una chica. A menos que planees casarte con ella...

—No —dijo Ender.

—Entonces no deberías darle alas.

—No lo he hecho —dijo Ender.

—Y yo digo lo contrario.

—No, Valentine —dijo Ender—. Lo que he hecho es exactamente lo que ella necesita para que pueda tener lo que más desea.

—Es decir, a ti.

—Que definitivamente no soy yo. —Ender se sentó a su lado, en la cama—. Me ayudarías mucho más estudiando a otra persona.

—Yo los estudio a todos —dijo Val—. Los juzgo a todos. Pero tú eres mi hermano.

Te puedo controlar.

—Y tú eres mi hermana. Puedo hacerte cosquillas hasta que te hagas pis o grites. O ambas cosas. —Y lo intentó, aunque no llegó tan lejos. O al menos Valentine sólo se hizo un poco de pis y luego le dio a Ender un golpe fuerte en el brazo y le obligó a quejarse de una forma arrogante y sarcástica, de tal modo que supo que Ender fingía que no le había hecho daño pero sí que le había dolido. Cosa que se merecía. Lo cierto era que se estaba portando fatal con Alessandra y a Ender ni siquiera le importaba, y peor aún, creía poder negarlo. Lamentable.

* * *

Ender pasó toda la tarde pensando en lo que le había dicho Valentine. Él conocía bien sus propios planes, y realmente lo hacía por el bien de Alessandra, pero se estaba equivocando si realmente la chica se estaba enamorando de él. Se suponía que lo suyo debía ser amistad, confianza, quizá gratitud. Como hermano y hermana. Sólo que Alessandra no era Valentine. No podía estar a la altura. No llegaba igual de rápido a las conclusiones que Val... o al menos, no llegaba a las mismas conclusiones. La verdad era que no podía cumplir con su parte.

¿Dónde voy a encontrar a una mujer con la que pueda casarme? Se preguntó Ender. En ningún lugar y nunca, si las comparo a todas con Valentine.

Vale, sí, sabía que estaba haciendo que Alessandra sintiese algo por mí. Me gusta cuando me mira de esa forma. Petra jamás me miró de esa forma. Nadie lo hacía. Las hormonas se despiertan y se excitan. Es divertido. Tengo quince años. No he dicho nada para engañarla sobre mis intenciones, y no he hecho nada, jamás, para indicar cualquier tipo de atracción física. Así que disparadme por gustarme que le guste y hacer lo que la hace sentirse de esa forma. ¿Cuál es la regla? ¿Pasar de ella completamente y restregarle por la cara su pequeñez o casarme con ella aquí mismo?

¿Son las únicas posibilidades?

Pero reconcomiéndole en el fondo había una pregunta: ¿Soy Peter? ¿Estoy aprovechándome de los demás para mis planes? ¿Importa algo que mi intención sea lograr un resultado que le ofrezca a Alessandra una oportunidad de ser feliz? No se lo he preguntado, no le estoy dejando elegir, la estoy manipulando. Dando forma a su mundo de tal modo que ella escoja ciertas cosas y ejecute ciertas acciones que hagan que otras personas hagan lo que yo quiero que hagan y...

¿Y qué? ¿Cuál es la otra opción? ¿Dejar pasivamente que pasen las cosas y luego decir «Vaya, vaya, qué desastre»? ¿No manipulamos siempre a la gente? Incluso si les pedimos abiertamente que escojan, ¿no lo expresamos de forma que escojan lo que creemos que deberían elegir?

Si le cuento a Alessandra lo que estoy tramando, probablemente me siga la corriente. Lo haría voluntariamente.

Pero ¿es lo suficientemente buena actriz para evitar que su madre sepa que tramamos algo? ¿La obligaría a contárselo? Alessandra seguía siendo todavía bastante una criatura de Dorabella como para que Ender la creyese capaz de ocultarle un secreto a su madre. Y si lo cuenta todo, el coste para Alessandra sería nulo (estaría justo como ahora) mientras que yo lo perdería todo. ¿No tengo derecho a considerar en la balanza mi propia felicidad, mi propio futuro? Y, teniendo en cuenta la posibilidad de que yo sea mejor gobernador que el almirante Morgan, ¿no les debo a los colonos el asegurarme de que yo acabe siendo gobernador en lugar de él?

Sigue siendo la guerra, aunque no haya armas sino sonrisas y palabras. Debo emplear las fuerzas de las que dispongo, aprovechar las ventajas del terreno e

intentar enfrentarme a un enemigo más poderoso en circunstancias que neutralicen sus ventajas. Alessandra es una persona, sí... también lo es cada soldado, cada peón del gran juego. A mí me utilizaron para ganar Una guerra. Ahora yo utilizaré a otra persona. Todo por «el bien mayor».

Pero había algo más bajo todos esos razonamientos morales. Lo sentía. Un escozor, un ansia, un anhelo. Era su chimpancé interior, como lo llamaban Valentine y él. El animal que olía la femineidad en Alessandra. ¿Escogí este plan, estas herramientas, porque eran los mejores? ¿O lo hice porque me ponían cerca de una chica bonita que desea mi afecto?

Por tanto, era posible que Valentine tuviese toda la razón.

Y si así era... ¿qué? No puedo borrar todas las atenciones que he dedicado a Alessandra. ¿De pronto me pongo frío con ella, sin ninguna razón? ¿Sería menos manipulador?

¿No puedo desactivar mi cerebro a veces y ser el chimpancé desnudo con ojos sólo para una hembra disponible?

No.

* * *

—¿Hasta cuándo vas a seguir con ese jueguecito con Ender Wiggin? —preguntó Dorabella.

—¿Juego? —preguntó Alessandra.

—Está claro que le interesas —dijo Dorabella—. Siempre va directo a ti. Le he visto sonreírte. Le gustas.

—Como una hermana —suspiró Alessandra.

—Es tímido —dijo Dorabella. Alessandra suspiró.

—No me suspires —dijo Dorabella.

—Oh, ¿cuando estoy contigo no se me permite exhalar?

—No me obligues a cerrarte la nariz y llenarte la boca de galletas.

—Madre, no puedo controlar lo que hace Ender.

—Pero puedes controlar lo que haces tú.

—Ender no es el almirante Morgan.

—No, no lo es. Es un niño. Sin experiencia. A un niño se le puede guiar, se le puede ayudar, se le puede enseñar.

—¿Enseñar qué, madre? ¿Estás proponiéndome algo físico?

—Dulce y feérica hija mía —dijo Dorabella—, no es por ti ni es por mí. Es por el bien del propio Ender Wiggin.

Alessandra puso los ojos en blanco. Era tan... infantil.

—Esa expresión no es una respuesta, mi querida, dulce y feérica hija.

—Madre, la gente que hace lo más horrible siempre dice que es por el bien de otra persona.

—Pero en este caso, tengo toda la razón. Verás, el almirante Morgan y yo nos hemos vuelto íntimos. Muy, muy íntimos.

—¿Te acuestas con él?

La mano de Dorabella salió disparada, dispuesta a golpear, antes de darse cuenta de lo que hacía. Pero se controló a tiempo.

—Oh, mira —dijo—. Mi mano cree que es la de tu abuela. La voz de Alessandra temblaba un poco.

—Cuando has dicho que la relación era muy, muy íntima, me he preguntado si estabas dando a entender que...

—Quincy Morgan y yo mantenemos una relación adulta —dijo Dorabella—. Nos comprendemos. Yo ilumino su vida como nadie ha hecho y él me ofrece una estabilidad masculina que tu padre, bendito sea, nunca tuvo. También existe atracción física, pero somos adultos maduros, amos de nuestra libido, y no, no le he dejado tocarme.

—Entonces, ¿a qué te refieres? —preguntó Alessandra.

—A lo que yo no sabía cuando tenía tu edad —dijo Dorabella—: Que entre la fría castidad y hacer lo que produce bebés hay una amplia variedad de pasos y fases que pueden indicarle a un joven que sus intenciones, hasta cierto punto, son bien recibidas.

—De eso soy más que consciente, madre. Veía a las otras chicas del colegio vistiéndose como putas y enseñándolo todo. Vi los toqueteos, los pellizcos. Somos italianas, yo iba a una escuela italiana y todos los chicos planeaban convertirse en hombres italianos.

—No intentes distraerme enfureciéndome con tu estereotipo étnico —dijo Dorabella—. Sólo faltan unas cuantas semanas para nuestra llegada...

—Dos meses no son «unas cuantas semanas».

—Ocho son pocas. Cuando lleguemos a Shakespeare, una cosa es segura: el almirante Morgan no le va a entregar la colonia a un chico de quince años. Eso sería una irresponsabilidad. Le cae bien Ender, le cae bien a todo el mundo, pero en la

Escuela de Batalla lo único que hacía era jugar todo el día. Para gobernar una colonia hace falta alguien con experiencia en el liderazgo. Es decir, no es que lo haya expresado tan claramente, pero lo he deducido sobreentendiendo cosas o por cosas casi explícitas u... oídas sin querer.

—Has estado espiando.

—He estado presente y los oídos humanos no se cierran. Lo que quiero decir es que lo mejor que podría pasar sería que Ender Wiggin fuese gobernador, pero aceptando el consejo del almirante Morgan.

—Su consejo en todo.

—Es mejor que poner a Ender en estasis y enviarlo a casa.

—¡No! ¡Eso no lo haría!

—Ya se le ha amenazado y ha habido señales de que podría ser necesario. Bien, ahora míralo de esta forma: Ender y una hermosa colona se enamoran. Se prometen en matrimonio. Ahora él está prometido. Resulta que su suegra...

—Es una loca que cree ser un hada y la madre de un hada.

—Está casada o se va a casar con el almirante que definitivamente será el poder en la sombra, digamos... a menos que Ender le dé problemas, en cuyo caso se hará con el trono abiertamente. Pero Ender no le dará problemas, porque no le hará falta. Su joven y hermosa esposa cuidará de sus intereses discutiéndolo todo con su madre, quien a su vez se lo comentará a su marido, y todo les irá bien a todos.

—En otras palabras, me casaría con él para convertirme en espía.

—Habría un par de amorosas y amadas intermediarias que se asegurarían de resolver todos los conflictos entre los almirantes de esta nave.

—Anulando a Ender y haciéndolo bailar al son de Quincy.

—Hasta que tenga más edad y experiencia —dijo Dorabella.

—Lo que nunca sucederá, a menos no a ojos de Quincy —dijo Alessandra—. Madre, no soy estúpida ni tampoco lo es ninguno de los implicados. Tú apuestas que el almirante Morgan obtendrá el poder. Casándote con él serás la esposa del gobernador de la colonia. Pero, como no puedes estar segura de que Ender Wiggin no prevalezca, quieres que me case con él. De esa forma, pase lo que pase, nosotras nos quedamos con el dinero. ¿Tengo razón?

Alessandra había dicho «dinero». Dorabella lo aprovechó.

—En la colonia Shakespeare todavía no hay dinero, querida —dijo—. Todo se hace mediante trueque y cuotas. No has estado estudiando tus lecciones.

—Madre —dijo Alessandra—. Ése es tu plan, ¿me equivoco?

—Claro que no lo es —dijo Dorabella—. Soy una mujer enamorada. Tú también.

¡No lo niegues!

—Pienso continuamente en él —dijo Alessandra—. Todas las noches sueño con él.

Si eso es estar enamorada, entonces nos hace falta una pastilla curativa.

—Sólo piensas eso porque el chico al que amas no es tan consciente de sus sentimientos como para dejar las cosas claras. Eso es lo que intento decirte.

—No, madre —dijo Alessandra—. Lo has intentado todo excepto decírmelo. Lo que quieres que haga, pero te niegas a expresarlo, es que le seduzca.

—No.

—¡Madre!

—Ya te lo he dicho. Hay un amplio margen entre suspirar por él y seducirlo. Hay pequeños toques.

—No le gusta que le toquen.

—Él cree que no le gusta que le toquen porque no comprende que está enamorado de ti.

—Guau —dijo Alessandra—. Todo eso sin título de psicología.

—Un hada no necesita estudiar psicología, ya nace así.

—¡Madre!

—No dejas de repetir esa palabra. Como si yo no estuviese segura de saber quien soy. Sí, querida, soy tu madre.

—Por una vez en tu vida, ¿no puedes hablar claramente?

Dorabella cerró los ojos. Nunca le había ido bien diciendo las cosas a las claras. Pero sí, Alessandra tenía razón. La chica era tan ingenua que de verdad no sabía a qué se refería Dorabella. No comprendía la necesidad, la urgencia... y no comprendía lo que tenía que hacer en ese caso.

Probablemente el candor fuese inevitable. Superarlo tal vez también.

—Siéntate, querida—dijo Dorabella.

—Así que va a ser un autoengaño más complejo —dijo Alessandra—. Uno que requiere descanso.

—Si sigues así te borraré del testamento.

—Amenaza que no servirá de nada hasta que no tengas algo que yo desee.

—Siéntate, mocosa —dijo Dorabella, usando una juguetona voz seria. Alessandra se tendió en su cama.

—Te escucho.

—Nunca puedes hacer justo lo que te pido, ¿eh?

—Te escucho y tú no me has pedido nada, me lo has ordenado. Dorabella respiró hondo y soltó el aire.

—Si no tienes a Ender Wiggin atado en una relación durante las próximas cuatro semanas, casi con toda seguridad se quedará en la nave, ya sea retenido o en estasis, cuando el almirante Morgan baje a ver cómo le va a la colonia. Pero si Ender Wiggin es el yerno del almirante Morgan, entonces es muy probable que llegue a Shakespeare para ser el nuevo gobernador. Así que, o te prometes con el gobernador titular y héroe de la especie humana, o estarás permanentemente separada de él y, cuando llegue el momento de casarte, tendrás que escoger a uno de los payasos locales.

Alessandra mantuvo los ojos cerrados tanto tiempo que Dorabella consideró si echarle un vaso de agua a la cara para despertarla.

—Gracias —dijo Alessandra.

—¿Por qué?

—Por decirme lo que realmente piensas —dijo Alessandra—. Cuál es el plan. Comprendo que lo que haga será por el bien de Ender. Pero tengo quince años, madre, y sólo conozco el comportamiento de las peores chicas del colegio. No creo que eso dé buenos resultados con Ender Wiggin. Por tanto, aunque me gustaría hacer lo que dices, no tengo ni idea de cómo.

Dorabella se acercó a la cama de Alessandra, se arrodilló a su lado y besó la mejilla de su hija.

—Mi querida hija, no tenías más que preguntar.