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17 Barcos

De: Champi%T'it'u@Runa.gov.qu

A: WallabyWannabe%ChicoGenio@stratplan/mil.gov.au Sobre: «Buena idea»

Pues claro que la «oferta» de Graff te pareció una buena idea. Tú vives en Australia.

Dumper

* * *

De: WallabyWannabe%ChicoGenio@stratplan/mil.gov.au A: Champi%T'it'u@Runa.gov.qu

Sobre: Ja ja

La gente que vive en la luna (perdón, los Andes) no debería hacer bromas sobre Australia.

De: Champi%T'it'u@Runa.gov.qu

* * *

Carn

A: WallabyWannabe%ChicoGenio@stratplan/mil.gov.au Sobre: «¿Quién bromeaba?»

He visto Australia y he vivido en un asteroide y me quedo con el asteroide.

Dumper

* * *

De: WallabyWannabe%ChicoGenio@stratplan/mil.gov.au A: Champi%T'it'u@Runa.gov.qu

Sobre: Asteroide

Australia no necesita sistemas de soporte vital como los asteroides ni coca como los Andes para ser habitable. Además, sólo te gustaba el

asteroide porque se llamaba Eros y eso es lo más cerca del sexo que has estado jamás.

De: Champi%T'it'u@Runa.gov.qu

* * *

Carn

A: WallabyWannabe%ChicoGenio@stratplan/mil.gov.au Sobre: Al menos

Al menos yo tengo sexo. Masculino, por cierto. Ábrete la bragueta y mira a ver qué eres (se sujeta la presilla de la cremallera y se tira hacia abajo). (Oh, espera, estás en Australia. Hacia arriba, entonces.)

* * *

De: WallabyWannabe%ChicoGenio@stratplan/mil.gov.au A: Champi%T'it'u@Runa.gov.qu

Sobre: Veamos... bragueta... cremallera... tirar...

Dumper

¡Ay! ¡Aaaag! ¡Auuuuu!

* * *

Carn.

Los marineros estaban tan nerviosos por tener a la Señora a bordo de su dhow que fue una suerte que no embarrancaran el bote nada más zarpar. Y la navegación fue lenta, con montones de maniobras: cada viraje del barco parecía requerir tanto trabajo como la reinvención de la navegación. Sin embargo, Virlomi no mostró ninguna impaciencia.

Era el momento de dar el siguiente paso, de que la India buscara la escena mundial. Ella necesitaba un aliado para liberar a su nación de los ocupantes extranjeros. Aunque las atrocidades habían terminado (ahora no había nada que filmar), Alai insistía en mantener sus tropas musulmanas por toda la India. Esperaba provocaciones hindúes. Sabía que Virlomi no podría controlar a su pueblo tan férreamente como Alai controlaba ya a sus tropas.

Pero ella no iba a meter a Han Tzu en el asunto. Había luchado demasiado duro para sacar a los chinos de la India como para invitarlos a volver. Además, aunque no tuvieran ninguna religión con la que obligar a la gente como los musulmanes de Alai, los chinos eran igual de arrogantes, se creían igualmente con derecho a gobernar el mundo.

Y esos chicos del grupo de Ender, todos estaban seguros de que podían ser sus amos. ¿No comprendían que toda la vida de Virlomi era un rechazo a su complejo de superioridad? A ellos los habían escogido para que libraran la guerra contra los

alienígenas. Los dioses habían luchado de su parte en aquella guerra. Pero en aquel momento luchaban de parte de Virlomi.

No era creyente en sus inicios. Había explotado su conocimiento de la religión de su pueblo. Pero a lo largo de las semanas y los meses y los años de su campaña contra China y luego contra los musulmanes había visto cómo todo se doblegaba y encajaba en sus planes. Todo lo que se le ocurría funcionaba y, como había pruebas que demostraban que Alai y Han Tzu eran más inteligentes que ella, debía ser que entidades más sabias que ellos le estaban suministrando a ella ideas.

Sólo había una persona que pudiera darle la ayuda que necesitaba, y sólo un hombre en el mundo cuyo matrimonio no la humillaría. Después de todo, cuando ella se casara sería toda la India quien se casara, y los hijos que engendrara serían los hijos de una diosa, al menos a los ojos del pueblo. Como la partenogénesis estaba fuera de toda cuestión, necesitaba un marido. Y por eso había llamado a Peter Wiggin.

Wiggin, el hermano del gran Ender. El hermano mayor. ¿Quién pondría entonces en duda que sus hijos llevarían los mejores genes disponibles en la Tierra? Fundarían una dinastía que podría unir al mundo y gobernar para siempre. Casándose con ella, Peter podría añadir la India a su PTL y transformarlo de la fachada que era en la unión de más de la mitad de la población del mundo. Y ella (y la India) se elevarían por encima de cualquier otra nación. En vez de ser líder de una sola nación, como China, o jefe de una religión brutal y retrógrada, como Alai, ella sería la esposa del iluminado Locke, el Hegemón de la Tierra, el hombre cuya visión traería por fin la paz a todo el mundo.

El barco de Peter no era grande: estaba claro que no era un hombre manirroto, Pero tampoco era el primitivo dhow de un pescador: el barco de Peter tenía líneas modernas y parecía haber sido diseñado para alzarse y volar sobre las olas. Velocidad. No había tiempo que perder en el mundo de Peter Wiggin.

En otro tiempo ella había pertenecido a ese mundo. Ya llevaba años siguiendo el ritmo de vida de la India. Había caminado despacio cuando la gente la miraba. Había tenido que comportarse con la sencilla gracia que se esperaba de alguien de su posición. Y había tenido que guardar silencio cuando los hombres discutían y hablar sólo cuando era adecuado. No podía permitirse hacer nada que la rebajara ante sus ojos.

Pero se había perdido la velocidad de las cosas. Las lanzaderas que la llevaban de la Escuela de Batalla a la Escuela Táctica. Las claras superficies pulidas. La rapidez de los juegos en la sala de batalla. Incluso la intensidad de la vida en Hiderabad, entre los otros miembros de la Escuela de Batalla, antes de que escapara para informar a Bean de dónde estaba Petra. Eso estaba más cerca de sus verdaderas inclinaciones que aquella pose de primitivismo.

Se hace lo que requiere la victoria. Los que tienen ejércitos, entrenan ejércitos. Pero cuando Virlomi había empezado sólo se tenía a sí misma. Así que se entrenó y se disciplinó para parecer lo que necesitaba parecer.

En el proceso, se había convertido en lo que necesitaba ser.

Pero eso no significaba que hubiera perdido la habilidad para admirar el estilizado y veloz navío que Peter le había traído.

Los pescadores la ayudaron a bajar del dhow y subir al bote de remos que la llevaría de una nave a la otra. En el golfo de Mannar, había indudablemente olas mucho más grandes, pero las pequeñas islas del Puente de Adán servían de protección, así que sólo había una leve mar picada.

Lo cual era bueno. Un leve mareo la había acompañado desde su subida abordo. No le apetecía que los marineros la viesen vomitar. No esperaba marearse. ¿Cómo iba a saber que tenía tendencia a hacerlo? Los helicópteros no le causaban problemas, ni los coches cu las carreteras serpenteantes, ni siquiera la gravedad cero, ¿Por qué habría tenido que marearla un poco de agitación en el agua?

El bote de remos fue mejor que el dhow. Más terrorífico pero menos mareante. Ella sabía controlar el miedo. El miedo no le daba ganas de vomitar. Sólo la hacía estar más decidida a ganar.

Peter estaba en la borda de su barco y fue su mano la que tomó para ayudarse a subir a bordo. Eso era una buena señal. Él no estaba intentando ninguna jugada que la obligara a acudir a él.

Peter hizo que sus hombres ataran el bote a su barco y luego los llevó a bordo a descansar en la relativa comodidad de la cubierta mientras ella entraba con él en el camarote principal.

Era hermoso y estaba decorado con mobiliario cómodo, pero no era demasiado grande ni pretencioso. Tenía la nota justa de opulencia contenida. Un hombre de gusto.

—El barco no es mío, naturalmente —dijo Peter—. ¿Por qué iba yo a malgastar dinero del PLT en un barco? Es un préstamo.

Ella no dijo nada: después de todo, no decir nada era parte de lo que era ahora. Pero se sintió un poco decepcionada. Una cosa era la modestia, pero ¿por qué se sentía él obligado a decirle que no era el dueño del barco, que era frugal? Porque pensaba que ella creía verdaderamente en la imagen que daba, de alguien que buscaba la tradicional sencillez india (no la pobreza), y que esa imagen no era algo orquestado para apoderarse de los corazones del pueblo indio.

Bueno, no podía esperar que fuese tan perspicaz como yo. A él no lo admitieron en la Escuela de Batalla, después de todo.

—Siéntate —dijo Peter—. ¿Tienes hambre?

—No, gracias —respondió ella en voz baja. ¡Si él supiera lo que le sucedería a cualquier comida que ella intentara tomar en el mar!

—¿Té?

—Nada.

El se encogió de hombros... ¿con turbación? ¿Porque ella lo había rechazado?

¿Realmente era un niño en ese aspecto? ¿Se lo tomaba como algo personal?

Bueno, se suponía que debía tomárselo como algo personal. Es que no comprendía el cómo ni el porqué.

Claro que no. ¿Cómo podía imaginar lo que ella iba a ofrecerle?

Hora de ser Virlomi. Hora de hacerle saber de qué iba aquella reunión.

Él estaba de pie cerca de un bar con frigorífico. Parecía estar intentando decidirse entre invitarla a sentarse con él a la mesa o en los suaves sillones atornillados al suelo.

Ella dio dos pasos y lo alcanzó, apretujó su cuerpo contra el suyo, pasó los brazos de la India bajo los suyos y alrededor de su cuello. Se alzó de puntillas y lo besó en los labios. No con vigor, sino suave y cálidamente. No fue el beso casto de una niña; fue una promesa de amor, lo mejor que sabía mostrar. No había tenido mucha experiencia antes de que Aquiles llegara e hiciera de Hiderabad un lugar de trabajo casto y aterrador. Unos cuantos besos con muchachitos que conocía. Pero había aprendido algo de lo que los excitaba y Peter era, después de todo, poco más que un muchachito, ¿no?

Y pareció funcionar. Él desde luego devolvió el beso.

Las cosas salían tal como esperaba. Los dioses la acompañaban.

—Sentémonos —dijo Peter.

Pero para su sorpresa, lo que él indicó fue la mesa, no los suaves sillones. No el asiento ancho, donde podrían haberse sentado juntos.

La mesa, donde habría una plancha de madera (algo frío y liso, de todas formas) entre ellos.

Cuando estuvieron sentados, Peter la miró dubitativo.

—¿Realmente has venido para esto?

—¿Para qué pensabas?

—Esperaba que tuviera algo que ver con que la India ratificaría la Constitución del PLT.

—No la he leído —dijo ella—. Pero debes saber que la India no renuncia fácilmente a su soberanía.

—Será bastante fácil, si le pides al pueblo indio que vote por ello.

—Pero, verás, necesito saber qué obtiene la India a cambio.

—Lo que reciben todas las naciones del PLT. Paz. Protección. Comercio libre.

Derechos humanos y elecciones.

—Eso es lo que le dais a Nigeria —dijo Virlomi.

—Eso es lo que le damos a Vanuatu y Kiribati también. Y a Estados Unidos y Rusia y China y, sí, a la India, cuando decida unirse a nosotros.

—La India es la nación más poblada de la Tierra. Y se ha pasado los tres últimos años luchando por sobrevivir. Necesita más que mera protección. Necesita un lugar especial cerca del centro del poder.

—Pero yo no soy el centro del poder —dijo Peter . No soy ningún rey.

—Sé lo que eres.

—¿Qué soy? —Él parecía divertido

—Eres Gengis. Washington. Bismarek. Un constructor de imperios. Un unidor de pueblos. Un forjador de naciones.

—Soy un rompedor de naciones, Virlomi —dijo Peter—. Conservaremos la palabra nación, pero llegará a significar lo que significa estado en América. Una unidad administrativa, pero poco más. La India tendrá una gran historia, pero a partir de ahora, tendremos una historia humana.

—Qué noble —dijo Virlomi. Aquello no estaba saliendo como ella pretendía—.

Creo que no comprendes lo que te estoy ofreciendo.

—Me estás ofreciendo algo que quiero mucho: la India en el PLT. Pero el precio que me pides que pague es demasiado alto.

—¡Precio! —Era estúpido de verdad—. Tenerme no es un precio que tú pagas. Es un sacrificio que yo hago.

—Y hay quien dice que el romanticismo ha muerto —dijo Peter—. Virlomi, eres una veterana de la Escuela de Batalla. Sin duda te darás cuenta de que es imposible que yo me case para que la India esté en el PLT.

Sólo entonces, en el momento de su desafío, quedó claro todo el asunto. No el mundo como ella lo veía, centrado en la India, sino el mundo como lo veía él, consigo mismo en el centro de todo.

—Así que se trata de ti —dijo Virlomi—. No puedes compartir el poder con nadie.

—Puedo compartir el poder con todo el mundo —dijo Peter—, y ya lo hago. Sólo un necio cree que puede gobernar solo. Sólo se puede gobernar con la obediencia voluntaria y la cooperación de aquellos a los que supuestamente gobiernas. Ellos tienen que querer que los líderes. Y si yo me casara contigo (por atractiva que sea la oferta en todos los aspectos), ya no me verían como un agente sincero. En vez de

confiar en mí para que dirija la política exterior y militar del PLT para beneficio del mundo entero, considerarían que lo desvío todo hacia la India.

—No todo.

—Más que todo. Me verían como la herramienta de la India. Puedes estar segura de que el califa Alai declararía inmediatamente la guerra, no solo a la India, donde ya tiene a sus tropas, sino al PLT. Me las tendría que ver con una guerra sangrienta en Sudán y Nubia, cosa que no quiero.

—¿Por qué habrías de temerla?

—¿Por qué no?

—Tienes a Bean —dijo ella—. ¿Cómo puede Alai alzarse contra ti?

—Bueno, si Bean es tan poderoso e irresistible, ¿por qué te necesito a ti?

—Porque nunca podrás confiar en Bean como esposa. Y Bean no te proporciona mil millones de personas.

—Virlomi, sería tonto si confiara en ti, esposa o no. Tú no traerías a la India al PLT, llevarías el PLT a la India.

—¿Por qué no una sociedad?

—Porque los dioses no necesitan socios mortales —dijo Peter—. Has sido diosa demasiado tiempo. No habrá ningún hombre con quien puedas casarte mientras pienses que lo estás elevando sólo con dejar que te toque.

—No digas algo de lo que no puedas retractarte —dijo Virlomi.

—No me hagas decir lo que es tan duro de escuchar —contestó Peter—. No voy a comprometer mi liderazgo de todo el PLT sólo por conseguir que se una a él un país.

Lo decía en serio. Creía de verdad que su posición estaba por encima de la suya.

¡Se consideraba más grande que la India! ¡Más grande que un dios! Creía que se

rebajaría al tomar lo que ella ofrecía.

Pero ya no había nada más que decirle. No perdería el tiempo con amenazas vanas. Le demostraría lo que podía hacerles a aquellos que querían a la India como enemiga.

El se puso en pie.

—Lamento no haber previsto tu oferta —dijo Peter—. No te habría hecho perder el tiempo. No tenía ningún deseo de avergonzarte. Creía que habrías comprendido mejor mi situación.

—Yo soy sólo una mujer. La India es sólo un país.

Él dio un pequeño respingo. No le gustó que le arrojaran a la cara sus arrogantes palabras. Bueno, recibirás más de lo que has lanzado, hermano de Ender.

—He traído a otras dos personas a verte —dijo Peter—. Si estás dispuesta.

Abrió una puerta y el coronel Graff y un hombre a quien ella no conocía entraron en la habitación.

—Virlomi, creo que conoces al ministro Graff. Y éste es Mazer Rackham. Ella inclinó la cabeza, sin demostrar ninguna sorpresa.

Se sentaron y le explicaron su oferta.

—Ya tengo el amor y la fidelidad de la nación más grande de la Tierra —dijo Virlomi—. Y no he sido derrotada por los enemigos más terribles que China y el mundo musulmán pudieron lanzar contra mí. ¿Por qué debería huir y esconderme en una colonia en alguna parte?

—Es un trabajo noble —dijo Graff—. No es esconderse, sino construir.

—Las termitas construyen.

—Y las hienas desgarran —dijo Graff.

—No tengo ninguna necesidad ni ningún interés en lo que me ofrecen —dijo Virlomi.

—No, simplemente no ves aún la necesidad. Siempre te costó trabajo cambiar tu manera de ver las cosas. Eso es lo que te detuvo en la Escuela de Batalla, Virlomi.

—Usted ya no es mi maestro.

—Bueno, desde luego te equivocas en una cosa, sea yo tu maestro o no —dijo Graff.

Ella esperó.

—Aún no te has enfrentado a los enemigos más terribles que China y el mundo musulmán pueden lanzar contra ti.

—¿Cree que Han Tzu puede volver a entrar en la India? Yo no soy Tikal Chapekar.

—Y él no es el Politburó ni el Tigre de las Nieves.

—Es miembro del grupo de Ender —dijo ella, con burlona reverencia.

—No está atrapado en su propia mística —dijo Rackham, que no había hablado hasta ese momento—. Por tu propio bien, Virlomi, echa un buen vistazo al espejo. Eres lo que es la megalomanía en las primeras etapas.

—No tengo ninguna ambición para mí misma —dijo Virlomi.

—Si defines la India como lo que tú puedes concebir que sea, te despertarás alguna terrible mañana y descubrirás que no es lo que tú necesitas que sea.

—Y me dice esto por su enorme experiencia gobernando... ¿qué país era, señor Rackham?

Rackham se limitó a sonreír.

—El orgullo, cuando se pincha, se desinfla.

—¿Eso es un proverbio? —preguntó Virlomi—. ¿O debería anotarlo?

—La oferta sigue en pie —dijo Graff—. Es irrevocable mientras vivas.

—¿Por qué no le hace la misma oferta a Peter? Él es quien necesita hacer un largo viaje.

Decidió que no iba a haber una frase de despedida mejor que ésa, así que se dirigió lenta, graciosamente hacia la puerta. Nadie habló cuando se marchó.

Sus marineros la ayudaron a volver al bote de remos y zarparon. Peter no se asomó por la borda para despedirla; otra descortesía más, aunque ella no se habría despedido de él aunque lo hubiera hecho. En cuanto a Graff y Rackham, pronto irían a verla para pedirle fondos... no, permiso para dirigir su pequeño ministerio colonial.

El dhow no la llevó a la misma aldea de pescadores de la que había zarpado: no tenía sentido ponerle las cosas fáciles a Alai, si había descubierto su partida de Hiderabad y la había seguido.

Regresó en tren a Hiderabad, haciéndose pasar por una ciudadana corriente... por si algún soldado musulmán era lo bastante osado para registrar el tren. Pero la gente sabía quién era. ¿Qué rostro era mejor conocido en toda la India? Y, como no era musulmana, no tenía que cubrirse la cara.

Lo primero que haré, cuando gobierne la India, será cambiar el nombre de Hiderabad. No volverá a llamarse Bhagnagar: aunque llevaba el nombre de una mujer india, el nombre que le había puesto el príncipe musulmán que destruyó la aldea india original para construir el Charminar, un monumento a su propio poder, supuestamente en honor a su amada esposa hindú.

La India nunca volverá a ser aniquilada para complacer el ansia de poder de los musulmanes. El nuevo nombre de Hiderabad será el nombre original de la aldea: Chichlam.

Desde la estación de tren fue a un piso franco en la ciudad y, desde ahí, sus ayudantes la llevaron de vuelta a la choza donde supuestamente había estado meditando y rezando por la India durante los tres días que había permanecido fuera. Allí durmió unas cuantas horas.

Cuando se despertó mandó a un ayudante que le trajera un sari sencillo pero elegante, uno que sabia que podría llevar con gracia y belleza, y que realzaría su esbelto cuerpo de la mejor manera. Cuando se lo hubo colocado a su satisfacción y su pelo estuvo arreglado convenientemente, salió de su choza y se acercó a la verja de Hiderabad.

Los soldados del puesto de guardia se la quedaron mirando, boquiabiertos. Nadie esperaba que intentara entrar, y no tenían ni idea de qué hacer.

Mientras ellos corrían a preguntar a sus superiores de la ciudad, Virlomi simplemente entró. No se atrevieron a detenerla ni a desafiarla: no querían ser responsables de iniciar una guerra.

Ella conocía aquel sitio tan bien como cualquiera y sabía qué edificio albergaba el cuartel general del califa Alai. Aunque caminó con gracia, sin prisas, tardó un ratito en llegar hasta allí.

Una vez más, no prestó atención a los guardias ni empleados ni secretarios ni oficiales musulmanes importantes. No eran nada para ella. A esas alturas ya debían de estar al corriente de la decisión de Alai, y su decisión obviamente era dejarla pasar, pues nadie le puso objeciones.

Sabia decisión.

Un joven oficial incluso trotó ante ella, abriéndole puertas e indicando qué camino seguir.

La condujo a una gran sala donde Alai la esperaba, con una docena de altos oficiales de pie junto a las paredes.

Ella se situó en el centro de la habitación.

—¿Por qué tienes miedo de una mujer solitaria, califa Alai?

Antes de que él tuviera tiempo de responder la obvia verdad (que, lejos de tener miedo, la había dejado pasar sin molestarla y sin haberla cacheado por el complejo de su cuartel general hasta su presencia), Virlomi empezó a desenrollar su sari. Sólo tardó un instante en hallarse desnuda ante él. Entonces alzó la mano y se soltó el largo cabello, y luego lo agitó y lo peinó con sus dedos.

—Ves que no traigo ningún arma oculta. La India se alza ante ti, desnuda e indefensa. ¿Por qué la temes?

Alai había apartado la mirada en cuanto quedó claro que ella iba a desnudarse. Lo mismo habían hecho los más piadosos de sus oficiales. Pero algunos al parecer pensaron que era su responsabilidad asegurarse de que ella, en efecto, no llevaba armas. Virlomi disfrutó de su consternación, su rubor... y, sospechó, su deseo. Vinisteis aquí a saquear la India, ¿no? Y sin embargo estoy fuera de vuestro alcance. Porque no estoy aquí para vosotros, sirvientes menores. Estoy aquí para vuestro amo.

—Dejadnos —dijo Alai a los otros hombres.

Incluso el más modesto de ellos no pudo evitar mirarla mientras salían por la puerta, dejándolos a los dos solos.

La puerta se cerró tras ellos. Alai y Virlomi quedaron a solas.

—Muy simbólico, Virlomi —dijo Alai, todavía negándose a mirarla—. Se hablará mucho de esto.

—La oferta que te hago es a la vez simbólica y tangible. Ese advenedizo de Peter Wiggin ha llegado demasiado lejos. ¿Por qué deberían musulmanes e hindúes ser enemigos, cuando juntos tenemos el poder para aplastar su ambición desnuda?

—Su ambición no está tan desnuda como estás tu —respondió Alai—. Por favor, vístete para que pueda mirarte.

—¿No puede un hombre mirar a su esposa? Alai se echó a reír.

—¿Un matrimonio dinástico? Creía que ya le habías dicho a Han Tzu lo que podía hacer con esa idea.

—Han Tzu no tenía nada que ofrecerme. Tú eres el líder de los musulmanes de la India. Una gran porción de mi pueblo arrancada de la madre India con infructuosa hostilidad. ¿Y por qué? Mírame, Alai.

O la fuerza de su voz tuvo ese poder sobre él, o no pudo resistir su deseo, o tal vez simplemente decidió que, puesto que estaban a solas, no tenía que mantener la pretensión de perfecta rectitud.

La miró de arriba abajo, como si tal cosa, sin reacción. Mientras lo hacía, ella alzó los brazos por encima de la cabeza y se dio media vuelta.

—Aquí está la India —dijo—, sin resistirse a ti, sin huir de ti, sino dándote la bienvenida, casada contigo, suelo fértil donde plantar una nueva civilización de musulmanes e hindúes unidos.

Se volvió a mirarlo.

Él siguió contemplándola, sin molestarse en mantener sus ojos fijos sólo en su rostro.

—Me intrigas —dijo.

Eso pensaba, respondió ella en silencio. Los musulmanes nunca tienen la virtud que pretenden tener.

—Debo considerar esto.

—No —dijo ella.

—¿Crees que decidiré en un instante?

No me importa. Pero saldré de esta habitación en unos instantes. O lo hago vestida con ese sari, como tu esposa, o lo haré desnuda, dejando atrás mis ropas. Atravesaré desnuda tu complejo y desnuda regresaré con mi pueblo. Que ellos decidan lo que creen que se me ha hecho dentro de estos muros.

—¿Provocarías una guerra de esa manera? —dijo Alai.

—Tu presencia en la India es la provocación, califa. Te ofrezco paz y unidad entre nuestros pueblos. Te ofrezco la alianza permanente que nos permitirá, juntos, a la

India y el islam, unir el mundo en un solo Gobierno y, de paso, hacer a un lado a Peter Wiggin. Nunca fue digno del apellido de su hermano: ha desperdiciado el tiempo y la atención del mundo.

Se acercó a él, hasta que sus rodillas tocaron las suyas.

—Tendrás que tratar con él tarde o temprano, califa Alai. ¿Lo harás con la India en tu cama y a tu lado, o lo harás mientras la mayor parte de tus fuerzas tienen que quedarse aquí para impedirnos destruirte por la espalda? Porque es lo que haré. Seremos amantes o enemigos, y el momento para decidir es ahora.

El no hizo ninguna vana amenaza de detenerla o matarla: sabía que no podía hacer eso, como no podía dejarla salir desnuda del complejo. La verdadera cuestión era si sería un marido reticente o entusiasta.

Extendió la mano y tomó la de ella.

—Has elegido sabiamente, califa Alai —dijo ella. Se inclinó y lo besó. El mismo beso que le había dado a Peter Wiggin, y que él había tratado como si no fuera nada.

Alai se lo devolvió cálidamente. Sus manos se movieron sobre su cuerpo.

—Primero la boda —dijo ella.

—Déjame adivinar—contestó él—. Quieres casarte ahora.

—En esta habitación.

—¿Te vestirás para que podamos mostrar el vídeo de la ceremonia? Ella se rió y le besó la mejilla.

—Para la publicidad, me vestiré.

Empezó a retirarse, pero él la tomó de la mano, la atrajo y la volvió a besar, apasionadamente esta vez.

—Es una buena idea le dijo—. Una idea atrevida. Una idea peligrosa. Pero buena.

—Permaneceré a tu lado en todo.

—No por delante —dijo él—. No por detrás, ni por encima, ni por debajo.

Ella lo abrazó y besó su turbante. Luego se lo quitó de la cabeza y le besó el cabello.

—Ahora tendré que volver a tomarme la molestia de ponérmelo —dijo él.

Tendrás que tomarte todas las molestias que yo quiera, pensó Virlomi. Acabo de lograr una victoria aquí, hoy, en esta habitación, califa Alai. Tú y tu Alá tal vez no os deis cuenta, pero los dioses de la India gobiernan en este lugar y ellos me han concedido la victoria sin que otro soldado muera en una guerra inútil.

Así de necios eran en la Escuela de Batalla por dejar entrar a tan pocas chicas. Los muchachos quedaban indefensos ante las mujeres cuando regresaban a la Tierra.