Abi tomó un par de alientos antes de salir de la ducha. Sus ojos buscaron inmediatamente a Alex y lo vieron, ya sentado en la piscina, sumergido hasta la cintura en el agua caliente y con los brazos apoyados en el borde, mirándola fijamente. Alex, se dio cuenta, seguía siendo tan sexy y guapo como siempre, pero desde que él le confesó, algo parecía haber cambiado en él en comparación con esa noche cuando lo vio desnudo por primera vez. Ya no era ese hombre perfecto y peligrosamente sexy que siempre parecía una bestia lista para devorar a su presa. En ese momento, era como una criatura divina seductora, donde su presa era la que se iba a arrojar voluntariamente hacia él.
—Ven, Abigail. No te quedes ahí parada —dijo él.
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