El carguero llegaba a puerto. Robert esperaba pacientemente que se acercara lo más posible a un muelle, o una playa, cuando estaba llegando al mismo abrió la ventanilla y salto allí, con pocas fuerzas corrió antes de que alguien pudiese notar su presencia para poder llegar a aduanas y allí se detuvo.
Había una ventana cerca de aduanas, podía ver su reflejo en ella, era un hombre alto y flaco, de nariz grande y aguileña, de rostro largo, la miseria en la que estaba le hacía ver veinte años más de los que tenia, la barba que poseía no había crecido mucho; pero estaba a nada de parecer uno de sus ancestros del desierto, la gorrita que llevaba le daba un aspecto desolador; pero la peor parte era su abrigo, sucio, casi rotoso de color negro, podía ser que también oliese mal, él estaba demasiado destruido externamente y la expresión de sorpresa como también indignación en su rostro le indicaban que internamente estaba peor, bajo la cabeza mientras unas lagrimas corrían por sus mejillas.
¿Qué diablos iba a hacer en la Aduana? ¿Pediría protección política? ¿De qué? si no era un político era un pobre mecánico que pudo mejorar el motor del coche de su padre para que los coches de la Gestapo no lo atrapasen ¿entonces que iba a decir allí? si no poseía un pasaporte
Tranquilamente se retiró de allí y buscó un modo alternativo para poder entrar a Nueva York sin que alguien notase su presencia. Vio el agua que le rodeaba y tuvo una idea.
No tenía fuerzas y, posiblemente, moriría en el intento; pero era mil veces mejor eso a volver a un lugar donde lo matarían sin lugar a dudas. Se metió en el mar y nadó muchas distancias, más de las que podría creer o recordar, una gran cantidad de millas. Algunas personas lo veían; pero creían que era un pobre vagabundo. Él siguió así hasta llegar a una playa desierta. Pudo salir del agua y caminar hasta la calle, una vez dentro de la Gran Manzana vio que lo había conseguido, estaba en la ciudad, de forma ilegal; pero estaba en Nueva York. Después de eso continúo caminando por las calles temblando de frío pero sintiéndose tranquilo mientras las personas continuaban con sus vidas sin problema alguno.
La primera noche la pasó en un callejón oscuro y mal oliente, al igual que él en ese momento, pensando en cómo sobrevivir, en cómo refugiarse del frio y, lo más importante, en cómo conseguir cumplir su sueño de tener un taller mecánico propio. Esa noche sintió el frío seguido de la desesperación. No tenia futuro eso le era claro, moriría en las calles de Nueva York de eso no había dudas, quizás la policía lo encontrase y lo llevase a un albergue de vagabundos. Allí descubrirían quien es y lo deportarían de nuevo a Alemania, comenzó a llorar pensando en que quizás debería quitarse la vida antes de que todo aquello ocurriese, no tenía sentido soñar si no había como poder realizar ese sueño. Furioso, se maldijo por sobrevivir y se preparó para dormir un poco cuando escucho un pequeño gruñido de protesta. Robert se dio vuelta para ver a un pequeño perrito de pelaje negro mirándolo con curiosidad y temor. No era un perro de raza, era un callejero como él, esbozando una sonrisa, Robert, le dijo:
- Hola pequeño ¿Cómo te llamas?
El perro ladró en señal de saludo a lo que él dijo, casi de inmediato:
- Tú no puedes hablar cierto, lo siento pequeñín; pero no tengo nada que darte, estoy como tu
El perro se acercó a donde él estaba apoyándose a su lado, Robert sonrió y lo abrazó diciéndole:
- Quizás no debamos estar solos, te llamaré Compañero, porque me acompañaras durante estos días, hasta que uno de los dos parta ¿Qué dices Compañero? ¿Te gusta la idea?
El perro ladró en respuesta mientras movía la cola y Robert rió al ver aquello mientras continuaba abrazándolo sintiendo como, aun en la desesperación, habían cosas que valían la pena defender. Quizás como sus sueños, sonrió ante tal idea. Valía la pena, nunca rendirse y continuar hasta adelante, así pasaron toda la noche ambos amigos.