El silencio se asentó en la sala subterránea de reuniones, interrumpido solo por el sutil eco de los murmullos que aún permanecían en el aire.
Vorian, con su capa negra y ojos penetrantes, caminó confiado hacia la mesa de los magos encapuchados, su presencia demandando respeto y una ligera sensación de aprensión. Era calvo y medía tres metros de altura, lo que lo hacía naturalmente imponente.
—Vorian, no esperábamos verte aquí tan pronto. ¿Qué te trae a nuestra reunión? —preguntó uno de los magos, intentando disimular la sorpresa en su voz. Los otros seis permanecieron callados, observando al Gran Mago Anciano con una mezcla de curiosidad y cautela.
Vorian respondió con una sonrisa enigmática, sus ojos brillando con una luz peculiar. —Ya saben, me gustan las fiestas, pero hay asuntos urgentes que deben ser discutidos. No podía quedarme al margen mientras la orden que se supone debe proteger esta ciudad está aquí, trabajando arduamente.
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