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Capítulo 7: El disparo nunca sonó.

—Soy patético…

Fue lo único y último que me dije en voz alta, al parecer caí dormido. Seguía en la misma posición, estaba tan agotado que necesitaba descansar, aunque sea otro poco. El descansar me hizo cambiar de aires, me encontraba un poco mejor. Por lo mismo prefería continuar durmiendo, quité una almohada y el cubrecama para quedarme en el piso, no me permití acostarme en su cama. Apenas cerré los ojos para reiterar el sueño escuché unas voces, alguien debía estar pasando por afuera de la casa o quizás solo lo imaginé, no importaba.

Un alboroto escandalizado se alcanzó a oír antes de volver a dormirme. Me despertó por completo, el susto me levantó en un instante. Estaba claro de donde vino el ruido, no era un sueño. Intentando escuchar, evadí todo, menos mi oído. Me comencé a marear. Los latidos y mi respiración agitada en un intento de contenerse no ayudaban. Salí de la pieza y al estar cerca de las escaleras, bajé con cuidado de no hacer ningún ruido. Seguía disminuyendo escalones por instinto.

—Cállate, si te digo que no es porque es no.

—Guarden silencio los dos.

—¿Por qué? ¿No me quieres decir quién te mandó el dato?

Sin terminar de bajar alcancé a oír lo que claramente eran tres voces, estas eran de personas adultas. Me bloqueé. Sin saber qué hacer, estuve en silencio, mientras ellos revisaban la cocina. Ya no podía escuchar lo que decían, mi respiración se aceleraba y mi corazón latía con intensidad. Abstraído de lo que estaba sucediendo traté de calmar mi respiración. Me contuve lo máximo que me era posible, aun así, no era suficiente, estaban robando mi casa y estaba completamente solo, tenía miedo de morir después de... De todo lo que acabo de pasar.

—Mierda —dijo alguien en frente mío.

Mierda.

Se me congeló el cuerpo y me recorrió un escalofrío que me dejó inmóvil.

Apareció de la nada. ¿Qué hago ahora?

Llevaba un pasamontaña para cubrir su identidad.

Un pasamontaña.

Todo se comenzó a acelerar y por miedo a lo que me podía suceder, corrí por las escaleras hacia la habitación de mi hermano.

—Dijiste que no había gente.

Como si no le importara mucho que estuviera escapando le dirigió la palabra al que parecía ser el que controlaba al grupo.

—¡Joder, te dije que no viniéramos! —reclamó otra voz.

—¡Cierra el pico! Jean encárgate. No me importa lo que hagas, pero que no interfiera.

—Está bien.

—¡Y tú! Deja de lloriquear y ayúdame a buscar.

—¡Joder les dije! ¿O no? ¡Lo sabía, siempre lo mismo!

—¡Maldición! Solo apresurémonos y ya.

Pude escucharlos con total claridad. Traté de cerrar la puerta de la pieza de mi hermano. Estaba nervioso, mis manos no respondían a mis necesidades. Tardé demasiado en acerrojar la puerta. Escuchaba cada paso más pesado que el anterior, bajo la certeza de que llegaría, desesperado busqué algo con que defenderme. No encontré nada útil, terminé tomando una mancuerna. Cuando la manecilla de la puerta cayó al piso y la puerta se abrió, caí en cuenta de que era demasiado grande. En sus manos tenía un mazo, debieron usar eso para derribar la puerta. Pensaba tirarle la mancuerna, pero al ver a alguien encapuchado, del tamaño de la puerta, de gran peso y con un mazo, me entumecí. Como si me hubiera rendido, solté mi supuesta arma al suelo. Mientras se acercaba, yo me alejaba de espaldas para rodear la cama. Me enredé con una parte del cubrecama solo para caerme, quedando entre esta y la pared que me separaba del exterior. Siempre imaginé lo que haría en un caso similar, en donde tuviera que enfrentarme a un ladrón que entraba en mi casa. Con miedo a morir. Pensaba que haría todo lo posible para sobrevivir incluso si esto significaba pedir lamentosamente mi salvación o pelear por mi supervivencia con valentía. En el estado que me encontraba no podía imaginar nada, solo me encontraba en el piso sin atreverme a hablar o siquiera moverme.

—Perdón chico —habló la grave voz del encapuchado.

¡¡Si lo lamentas porque lo haces!!

 Solo logré acurrucarme para recibir el golpe, al hacer esto me encogí mirando hacia la cama. Podía escuchar como recogía el pesado mazo para lanzármelo, no quería sentir dolor físico, este era terrible, ya estaba harto de sufrir. Apunto de cerrar mis ojos empañados, la respuesta de mi salvación se encontraba frente a mí. Un arma de fuego debajo de la cama de mi hermano. No tenía idea de si era real. Incluso entre los altos cargos de la PDI era complicado tener una, la mayoría era de balines o eléctricas. En caso de que no lo fuera, debería ser suficiente para intimidarlos y lograr que se vayan. La intenté sacar de la cama, pero estaba demasiado complicada de tomar, no sabía si había que apretar algo o hacer algún movimiento raro ya que estaba colgada en la parte superior debajo del somier. Tratando de forzarla me di cuenta de que esta tenía que girarse, pero ya era demasiado tarde. Con la mano a punto de sacarlo, el golpe del mazo me llegó. El dolor era rígido y me dejó asustado, creyendo que me rompieron los huesos. El mazo por milagro pasó entre mi estómago, mis piernas y mis brazos por la posición en la que estaba. Recibí parte del golpe, pero al caer por el pequeño orificio que se generaba, la mayor parte de la fuerza terminó en el piso, mis piernas se llevaron la peor parte al haber hecho contacto con el palo del mazo. Aun así, no era nada comparado con el dolor que soporté hasta el momento. Una de mis manos seguía tratando de conseguir el arma, no la encontraba. Seguí intentando conseguir el arma, ahora desesperado al darme cuenta de que si volvía a intentarlo no fallaría. El parecía confundido por haber errado, puede que su subconsciente lo hiciera dudar lo suficiente para no darme un golpe súbito.

—Mierda que me pasa —me contempló como si sintiera lastima por mí—. Perdón no quiero tomar una vida, puedes ocultarte debajo de la cama o en el armario hasta que nos vayamos.

Una serie de sentimientos se empezaron a acumular. Sentía agradecimiento por su compasión y a la vez ira, por haber irrumpido. El odio que tenía al pasamontaña y a mí mismo por ser tan patético. Tanto por impotencia como por pena, unas cuantas lagrimas salieron de mí. Esto me irritaba, estaba harto de no poder hacer nada, enojado con el mundo. Todo es demasiado injusto. Antes de rendirme, un reflejo se proyectó a mi visión periférica, el arma cayó cando recibí el golpe.

—Solo no hagas ruido, ni molestes, mientras sigamos aquí. Puede que ellos no piensen igual.

Sus palabras me dolían como si fueran latigazos, lo único que entendía era que incluso bajo su vista solo era alguien patético. Esa palabra seguía rondando en mi cabeza, sabía mejor que nadie que soy lamentable. Estoy harto, no tengo nada que perder, solo mi vida, y si muero es únicamente porque no pude hacer nada para evitarlo. Quería dejar de ser patético.

—¡Jódete!

Las palabras salieron de mi boca. Él estaba saliendo de la habitación cuando lo verbalicé. Estaba enfurecido y esta misma rabia opacó mis quejas.

—¿Qué dijiste?

Activé su ira, ya no hay vuelta atrás, esa fue mi decisión, ahora tenía que enfrentarla. No podía quedarme quieto como la última vez. Tomé la pistola con firmeza y le apunté. Se sorprendió por un momento, pero al creer que era falsa continuó. Era ilógico que alguien tuviera un arma de fuego real luego de que las prohibieran y estaba confiando en que un niño no podía ser portador de una. Así que para curiosidad de ambos, liberé el supuesto seguro y disparé.

¡Bang!

El sonido fue ensordecedor, al abrir los ojos, todas mis dudas se fueron. Vi caer al gigantón, el agujero en su cabeza lo hizo desplomarse, ahora estaba a mis pies sin indicios de vida. Como si desde el momento que nació, nada en su vida hubiera importado.

Pensar que algo tan simple como apretar un gatillo podía decidir quién vive y quien muere era algo que te hacía sentir poderoso. Ese objeto que hace menos de cinco minutos odiaba por arrebatarme todo tan fácilmente, ahora me presagiaba alguien capaz de todo.

Se sintió demasiado bien.

Mientras me decía eso a mí mismo me acerqué al sujeto, la bala le atravesó el cráneo, era más poderosa de lo que pensaba, era imposible que siguiera vivo después de eso.

—¿¡Qué mierda hiciste pendejo!?

Los dos ladrones estaban mirando desde la puerta como su compañero estaba derramando sangre debajo mía.

—¿No van a hacer nada por su amigo? —dije como si estuviera por encima de todo lo que estaba sucediendo.

—¡¡Hijo de puta!!

El chico de voz aguda que parecía ser el último de la cadena en jerarquía perdió el control y se dirigió a mí con un cuchillo en mano. Esto se sentía tan bien que no lo quería acabar pronto. Apunté a su cara con el arma, se detuvo en seco. Quedamos tan cerca que mi brazo extendido y el arma estaban a centímetros de él, justo entre los ojos.

—¿¡Qué!? —alcanzó a decir con abatimiento.

Él no sabía si era real o no, pero el solo hecho de ser apuntado, es suficiente para detener a alguien en súbito. No se necesitó mucho para que sus ojos se perturbaran y entendiera la razón de que su amigo estuviera votado a mis pies.

—Si te mueves, te mueres.

Podía ver la desesperación y el terror que tenía en su cara, era una vista que anhelaba recordar por siempre. No sé si sus intenciones eran escapar o apuñalarme, o si simplemente fue un movimiento involuntario por el miedo, pero el brazo en el que tenía la cuchilla se tambaleó. Disparé a su mano y su arma cayó empujada por el impacto, en mi mente no pasó ni por un segundo la idea de que podía fallar, estaba tan seguro que no me reconocía. Tal efecto, luego de lo que pasé, era lo único a lo que me quería aferrar.

—¡Por favor, no quería! ¡Déjame vivir por favor! —dijo con angustia mientras se retorcía encogido de dolor.

 El otro, que parecía ser líder del trio, se encontraba inmóvil. Supongo que todos tenemos miedo a morir.

Me acerqué al que estaba tirado en el piso protegiendo su mano destrozada mientras se acurrucaba como un niño. Verlo así me hizo sonreír, una sonrisa cruel, que disfrutaba verlo así. Al agacharme para analizarlo de cerca su expresión, logré reconocerla. La situación de vida o muerte. Así me veía yo.

Que ser tan patético.

 Lo odiaba. Apunté a su rodilla con el arma colgando entre mis dedos, me sentía completamente imperioso.

—Lo lamento… No sé si llegue a matarte, pero hacerles daño a los malos se siente fantástico.

¡Bang!

Nuevamente le disparé. Esta vez justo en la rodilla. Mientras se retorcía en dolor, gritando y maldiciéndolo todo, el que parecía ser el líder finalmente se movió. No se movió mucho, solo pareciera que hubiera salido del trance, al dejarse caer un paso hacia atrás.

—Ni se te ocurra venir ayudarlo —apunté hacia él.

—Lo siento.

No me lo dijo a mí, sus palabras iban dirigidas a su compañero, que seguía retorcijándose en el suelo. Dio un paso hacia atrás, saliendo por completo de la habitación, aún a la vista. Trató de moverse con cuidado hacia las escaleras. Sabiendo su intención apenas se dio vuelta un cuarto de grado para correr, presioné el gatillo.

¡Bang! ¡Bang!

El ensordecedor ruido era asombroso.

Alcancé a darle en el muslo, me sorprendí a mí mismo. Como el otro que seguía quejándose por su rodilla y brazo, sabía no realizaría nada que lo haga seguir sufriendo. Salí de la habitación para encontrarme al líder arrastrándose, desesperado por alcanzar la escalera. Para no tener que recogerlo antes de que se lancé por el barandal, lo golpeé en la pierna herida. Fue sencillo derrumbarlo. Era pequeño y liviano, contrario a lo que suponía un líder. Ya que no podía usar los dos brazos por el dolor, con mi brazo diestro lo arrastré por la habitación, su instinto pedía golpearme para correr, antes de que lo intentara lo arrojé donde el cuerpo ya frío de su compañero.

—Quédate quieto y en silencio. Antes de ver que hago contigo, déjame terminar con este otro.

Me giré donde el encapuchado número dos, el número uno que era el líder y el tres, el que se encuentra muerto. Al parecer se calmó un poco, puede ser por la sangre perdida. Miró el cuchillo y trató de alcanzarlo. Era obvio que no intentaría nada contra mí, lo probable es que intentara suicidarse para detener el dolor. Dejé que lo tomara para ver su proceder, como inferí, apuntó a su propio cuello. Tardó bastante en decidir. Terminó por soltar su tensión. No tenía la fortaleza para suicidarse.

—¿Tienes miedo de morir? —le pregunté.

—Sí, sí, sí, demasiado —dijo con esperanzas.

—Me siento igual. Es lamentable.

Disparé a la mano que dejó el cuchillo a un lado. Justo en el blanco, le destrozó los dedos. Antes de que se quejara volví a disparar, esta vez en la única extremidad que tenía intacta, su pierna izquierda. El gesto que provocó el dolor lo hizo inclinarse exageradamente hacia adelante, como si tratara de auto protegerse con su cuerpo. Esto me facilitó el acercarme, el tronido inundó la habitación. El ultimo impacto fue directo a su cabeza.

No sentí culpa ni resentimiento. Jamás me hubiera creído capaz de hacer algo similar a lo de ahora. Ya no era por ira, ni por miedo, era porque podía hacerlo. La sensación era similar a ver un billete en la calle, casi por obligación y sin pensarlo mucho uno lo recoge, después ve que hacer con este, pero en el momento en el que se encuentra frente a uno, la tentación te guía sola, evitando razonamientos y lógicas. Puede que sea un poco cruel comparar tomar un billete y la vida de alguien, pero son similares a la forma en la que los vemos. Le damos valor a un billete, que es solo un trozo de papel, tal como le damos importancia a una vida pasajera en el cuerpo de alguien.

 La adrenalina y el oscuro placer que se iba internando en cada parte de mi ser, me hacían sentir vivo, deseaba repetirlo una y otra vez, probar hasta saturarme.

—¡¡¡Maldito!!! —gritó el ultimó intruso antes de comenzar a sollozar.

Mi necesidad de continuar probando tal sensación vibró a mis oídos.

—No te dije que no hablaras.

El silencio era notorio.

—¿Eran cercanos?

—Tranquilo puedes hablar si quieres.

Antes de hablar, sus ojos que apenas se notaban, comenzaron a soltar lágrimas.

—Sí, era como mi hermano menor, yo lo metí en esto —desesperó entre sollozos—. Todo es mi culpa.

Verlo lamentándose me evocó un sentimiento de empatía. Este fue opacado con una bulliciosa ráfaga de tres disparos dirigidos al cuerpo de su difunto hermano hecha, inconscientemente, por mi mano.

—Tranquilo, a ti no te haré sufrir tanto.

Me acerqué lo suficiente para estar a casi un metro de él. Apunté con la pistola a su cabeza. Me miró como si le pareciera bien, lo sentía merecido. Admitiendo la derrota cerró los ojos y bajó la cabeza esperando a la muerte, que tenía su guadaña girando por su cuello.

Entonces presioné el gatillo.

 

El disparo nunca sonó…

 

Solo se escuchó el gatillo moviéndose, sin tener efecto alguno. El cargador se vació. No me preocupé, diría que incluso sentí una extraña impaciencia.

—Parece que si vas a tener que sufrir.

Sin darle tiempo para darse cuenta, lo golpeé con una patada en la cara. Viendo que no trató de forcejear, comencé a golpearlo con la culata del arma. A pesar de que debió sentir dolor, no hubo quejido en ningún momento. Solté el arma y me puse encima de él para experimentar lo que sería molerlo a puños. Su cara estaba roja al igual que mis puños. Sus facciones se hincharon y logré sacarle sangre en las zonas sensibles. Ya no tenía fuerza en mis brazos, estaba cansado. La adrenalina y la emoción se estaba decayendo. Al darme cuenta de que se encontraba inconsciente me levanté. Al casi caerme por la debilidad de mis piernas, vi el borde del mazo con el que intentaron golpearme. Lo agarré con ambas manos, estaba demasiado pesado, mi fuerza no era la suficiente. Lo subí hasta la cama, de ahí, con un solo impulso lo levanté tan alto como pude, aprovechando que estaba en su clímax y estaba a punto de caer por la gravedad, apliqué toda mi fuerza para bajarlo. El golpe fue extremadamente violento. Me hizo sentir desagradable, crucé una línea que mi cuerpo no pudo soportar. Su cráneo estaba aplastado. La sangre escurría por casi toda la habitación. Muchas sensaciones me marearon. Intenté llegar al baño. Antes de siquiera salir de la habitación, terminé vomitando.

De a poco mi cordura retornó. Me calmé, pero seguía tirado en el piso…

Esperé un buen rato inmerso en la nada.

Debían ser cerca de las 4:00 A.M. Como si me hubiera despertado, comprendí que lo que acababa de hacer era algo demasiado despiadado incluso para unos ladrones. La preocupación solo crecía al ponerme en el peor de todos los casos posibles, incluso imposibles, que podían llegar a suceder. Tenía que deshacerme de todo, tanto para ocultarlo de otros como ocultarlo de mi propia salud mental. Puede que ya haya enloquecido. No creo, si lo estuviera, no podría razonar sobre si lo estoy, o eso espero.

Comencé por mover los cuerpos. Intentando evitar el asco, a duras penas los dejé dentro de unas bolsas de basura. A los dos primeros los desplacé a la tina. Al último lo dejé ahí mismo, ya que estaba demasiado pesado. Comencé a limpiar la sangre que estaba en el piso. Busqué por internet a través de mi computadora. Tal como instruían, primero derramé agua fría, en un molde para hornear que saqué de la cocina. Para que esta estuviera congelada le inserté cubos de hielo. Luego, vertí todo el jabón líquido del baño que compartía con mis hermanos. Esperando que saliera, froté el piso alfombrado como loco. El piso quedo cubierto de espuma. Luego eché gel y champú en las zonas que la sangre ya se secó. Nuevamente fregué un buen rato. Estaba listo para volver a lanzar el agua fría para sacar lo faltante, cuando el timbre sonó. Me mantuve inmóvil, un hielo subió por mi espalda. De inmediato el timbre se volvió a escuchar, esta vez, acompañado de un golpeteo de la reja. Antes de bajar, me asomé por una orilla de las cortinas de mi hermana. Frente mi casa se detuvo una patrulla y esperando a que alguien abra, dos policías volvían a tocar el timbre.

¡Mierda!

No pasa nada. Sé lo que debo hacer.

¿Por qué están acá? La respuesta era obvia, los disparos no son nada silenciosos, alguien debió dar aviso. Aun así, ¿qué debería decirles para que no entren? Ya no tenía tiempo para ocultar los cuerpos. En este momento tengo dos posibilidades claras. La primera sería decir la verdad, es probable que el caso llegue a juicio por asesinato con un arma de fuego, pero podría decir que el arma la traían los ladrones, que además irrumpieron en una casa privada y se verá como defensa personal, agregando que aun soy menor de edad, ganar el caso no debería ser difícil. Como punición me darían una multa de dinero y algún tipo de tratamiento psicológico.

Estaba llegando a la puerta. La otra opción sería ocultarlo todo y ahorrarme el tedioso caso.

—No creo que alguien se preocupe por unos cuerpos —me dije a mí mismo.

 El hecho de guardar un secreto siempre me gustó, me hacía sentir privilegiado. Esta vez, me guardaría mi propio gran secreto. No pude evitar sentir una extraña emoción. Si me mirara de otra perspectiva me figuraría como un psicópata, no era el caso mío, aunque no sé si debería sentir placer en ocultar un asesinato.

Al abrir la puerta dispuse cara de sueño y preocupación, me convencí de que era la existencia más inocente del mundo. Frente a mí los policías seguían detrás de la reja. Uno se veía de unos cuarenta años y el otro se notaba joven, aproximaba que debía cumplir los veinticinco este año. Aun así, el mayor tenía un gran físico y buena postura, se notaba un arduo entrenamiento detrás.

—¿Qué sucede? —me sorprendió ver a unos policías tocando el timbre en plena madrugada.

—Disculpe las horas, hemos venido a investigar. Recibimos un reporte de que, dentro de alguna de estas casas, procedían ruidos extraños como gritos y disparos —el policía que se veía viejo por su barba, me dirigió la palabra.

No pude evitar bostezar por el cansancio que tenía. Me sentí seguro al tener cerca dos personas afiliadas a la justicia, por lo que me despreocupé.

—Si los escuché, incluso estaba aterrado por lo cercano que se escuchaban. Pero… Los oí venir desde el bosque.

—Ya veo. Disculpe que lo haga sentir desconfiado, pero como deber, tenemos que revisar su casa para asegurarnos de que todo se encuentre en orden. ¿Nos podría abrir?

—Lo siento, pero no puedo.

—¿Se puede saber por qué?

—Aunque confíe en la justicia, no puedo dejar entrar a dos desconocidos.

Me sentía como un chico indefenso. Tengo miedo de que alguien me pueda hacer daño.

—Mira niño, ¿podemos hablar con alguno de tus padres?

—Ellos no están.

Al decirlo no pude evitar ponerme triste, pues ellos fueron de viaje con mi hermano y hermana. Me dejaron cuidando la casa.

—Entonces déjanos hablar con algún adulto —dijo el joven en un tono exasperado.

—Solo estoy yo.

—Puedes comunicarnos con tus padres o encargado de cuidarte, por favor —pidió el policía a cargo.

Le dije el número de celular de mi madre, no hubo respuesta. Luego le di el de mi padre, este tampoco contestó, debían de estar demasiado ocupados.

—¿Estás seguro que es el número de tus padres? —preguntó el novato.

—Sí, están correctos.

—Aun así, tenemos que entrar para revisar si está todo en orden, puedes abrir y darnos permiso —solicitó el veterano sin dejar esa calma.

—Lo lamento, pero no —respondí en seco. Al escucharme tomar una actitud dura, el joven se exaltó.

—¿¡No!?

—Tengo entendido que mientras no tengan autorización mía o de algún fiscal no pueden entrar, así que no es obligatorio que los deje pasar —cambié por completo mi posición.

—El que nos diga que no, nos hace sospechar que algo puede estar ocultado en la casa.

Lo tenía en cuenta, pero la actitud con la que hablé hasta el momento parecía no funcionar, me aburrió actuar. Tarde comprendí que, si no te alzas sobre los que tienes frente a ti, te hundes. Tenía un poco de conocimiento sobre el reglamento, las leyes y las cosas que podían o no hacer los distintos funcionarios como policías, militares y agentes de la PDI (Policía De Investigaciones) gracias a la obligada enseñanza de mi hermano y mi curiosidad al trabajo de abogada de mi madre.

—¡Tch! Todos creen saber con eso del internet.

—Podemos hacer una llamada para que nos autoricen. Aun así, es más rápido pedirlo —consideró el veterano.

—Está bien, pueden llamar.

Tomó el teléfono de unos de sus bolsillos interiores de la chaqueta que traía. Marcó el número mientras de reojo me miraba. Seguramente esperaba que me arrepintiera y los dejara pasar, pero estoy seguro de lo que iba a suceder.

—"Hola buenas, disculpe que lo moleste a estas horas."

Tal como dijo, pidió un permiso para poder entrar por sospechas. Continuó hablando sobre los detalles e incluso preguntó por mi nombre completo y edad, a lo que respondí mintiendo sobre mi edad, dije que tenía diecinueve años, que era mayor de edad. Mentí sabiendo que decir esto me daba un momentáneo tipo de autorización sobre la casa. Si hubiera mencionado que soy menor de edad y que mis padres están muertos, tendrían que intervenir y llevarme para contáctame con algún familiar en caso de que quiera. Si no, irme a algún tipo de hogar para personas en situaciones similares como el HNM (Hogar Nacional de Menores).

—"Está bien, muchas gracias por su tiempo y perdón las molestias."

Finalizada la llamada me observó, no pude evitar sonreír interiormente, su cara lo decía todo.

—Entonces, nos retiramos. Perdón por molestarlo a estas horas, tenga buenas noches.

Como imaginé a estas horas el fiscal no tendría manera de realizar una afirmación, por la poca información y al ser una sospecha que no fue especificada por quien avisó. Al parecer quien llamó a los oficiales, no dio información personal, generando desconfianza en el aviso. Supongo tuve suerte.

Con educación se despidió de mí y volvió al coche. El que debía tener veinticuatro años no dejó de observarme amenazante, esperando a que su compañero diera la vuelta para entrar al vehículo. No dije nada, solo le dirigí una última mirada de superioridad.

Desde que las armas se volvieron casi por completo ilegales se implementó un sistema en el que se necesita practicar un arte marcial eficaz dentro de los catálogos de ingreso, debido a esto, la mayor parte de los nuevos reclutas tienen una gran habilidad física, pero como consecuencia algunos descuidaron su habilidad social, su labia y la monografía sobre leyes y procedimientos, aprendiendo únicamente lo básico.

Un problema menos por ahora, tengo que encargarme del otro lo antes posible.