Wang Tao la acompañó en silencio. La cena era lujosa, y había muchas damas y caballeros caminando, vestidos con sus mejores atuendos, mostrando el alcance de la riqueza y la autoridad del nivel superior de la sociedad. De vez en cuando, algunos los miraban a los dos sentados en la esquina, pero su mirada no se detenía en ellos, como si fueran tan discretos como el polvo en el suelo.
La noche se hizo tarde. Los invitados comenzaron a abandonar la fiesta uno tras otro. Sin embargo, Li Lei todavía no regresaba. Xia Ling lo llamó dos veces en su teléfono móvil, pero no respondió sus llamadas.
Wang Tao le ofreció su mano y dijo: —Ven, vámonos, te enviaré a casa.
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