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Confusión.

Al parecer he despertado de un coma generado por un golpe rotundo a mi cabeza, concretamente, un automóvil me arrollo. Lo gracioso es que no recuerdo nada con respecto a ello. Pero, ¿y si el estruendo que escucho tan seguido en mis sueños es lo único que recuerdo de aquel accidente que tuve? En todo caso… ¿Tendría que tener familiares preocupados no es así? Pues en estos cuatro días que me he encontrado internado no he recibido visita alguna. Recuerdo bastante que hace unos días las enfermeras murmuraban un cierto rumor que la policía se encargó de informarle al doctor que me atendía. Al parecer… Soy huérfano… ¡Viva! ¡Qué felicidad! ¿Acaso no me podría pasar algo peor? ¿Morir? No, no creo. Eso sería lo mejor que me podría pasar en este momento.

Todo esto me está matando lenta y dolorosamente. No hablo de un dolor de cabeza (Que los tengo, pero con el medicamento se han calmado esos dolores tan infernales) o el mal funcionamiento de mis órganos post al accidente. Hablo de la tristeza y soledad que me arrullan por las noches. Oh gran soledad, mi única amiga.

No olvidemos a la ansiedad que también es encargada de recalcarme lo caro que saldrán mis medicamentos, la encargada de hacerme recordar ese sentimiento tan espantoso que surgía dentro de mi a la hora de estar en ese infinito blanco, silencioso y frio. También ella es la responsable de hacerme sentir insignificante… Qué lo soy ¿no es verdad? Pues en cuatro días nadie se ha preocupado por mí, nadie me ha traído flores como en las películas o tan si quiera nadie me ha preguntado ¿Cómo te sientes? ¡Oh! Disculpe usted señor Doctor y señora enfermera, es verdad que ustedes si se han preocupado por mi salud ¿Pero sabe algo? Se preocupan acerca de mi salud corporal, no mental. Mentalmente, me estoy muriendo ¡Mejor dicho!... Necesito morir.

- ¡Buenos días Angel! – Exclamo Galilea abriendo la puerta de mi habitación.

Les presento a Galilea. Una joven de, al parecer, veinticinco años. Ella es una de las enfermeras que me han estado cuidando estos días. Su estatura no supera el metro con sesenta centímetros, es bastante bajita y de complexión delgada. Su cabello es completamente negro y rizado. Sus ojos son bastante bonitos, los colores cafés claros de sus pupilas podrían enamorar a cualquiera, no a mí por su puesto. No estaba interesado en sembrar tan si quiera una relación de amistad con alguien, pues una vez dado de alta, buscaría la forma más fácil de acabar con todo esto.

- Buenos días. – Respondí a secas.

- ¿Por qué tan serio el día de hoy Angel? – Contestó mientras se dirigía a una especie de buró para acomodar las batas que usaría el día de hoy y preparar los medicamentos que tendría que tomar. A pesar de ello siempre se le veía muy feliz, como si de verdad le gustase su trabajo. ¿A quién rayos le gustaría cuidar de un ser tan nefasto y repudiado por la vida como yo? ... Al parecer a ella.

- ¿Cómo querías que me encontrase? ¿Feliz? ¿Feliz por no saber quién mierda soy, que hago aquí o por no tener ni un familiar que me viniera a visitar? – Me cruce de brazos tirándome en el respaldo de la cama que ya hacía acolchonado con almohadas para que las usase para recargar mi espalda. Intente esconder mis lagrimas bajando la mirada. De verdad me odiaba y odiaba a la vida que me había puesto en este camino tan nefasto.

–Me gustaría verte sonreír ¿Sabes? – Dijo mientras se notaba como lentamente la felicidad se le iba en un suspiro denso y deprimente. – A veces es la forma más fácil de burlarte de la vida y demostrarle que eres fuerte. – Volvió a tomar la misma sonrisa que tenía hace tan solo unos minutos. Comienzo a dudar acerca de su sonrisa, pareciera que la está fingiendo. Pero ¿Por qué ella ha de hacer eso? ¿Tiene problemas?

–Solo me burlaría de mi desgracia. – Ella se acercó a la cama sentándose a mi lado. Poso su mano sobre mi mejilla haciendo que alzase la mirada hacia ella. Sonrió ladeando su mejilla un poco demostrando una especie de compasión. Tome su mano para alejarla de mi mejilla. – No necesito de tu compasión ¿Entiendes? Mi destino ya lo decidió la vida y al parecer es morir solo. – Seque mis lágrimas con las sabanas de la cama.

–Nunca estuviste solo.

–¡¿Qué sabes tú?! – Respondí rompiendo en llanto y mirándole con ira, la habitación se quedó en silencio durante unos segundos que parecieron eternos.

–Lo siento… Yo que he de saber, ¿verdad? – Dijo con tristeza y bajo la mirada. Ahora me sentía culpable por arruinarle la mañana a una chica que solo cumplía con su trabajo.

Ella se levantó de la cama y tomo las medicinas dejándolas en el buró para que yo las tomase. Tomo la ropa sucia doblándola y se dispuso a salir. Tomo el picaporte y se detuvo unos segundos para después voltear su mirada a mi. En su rostro notaba tristeza e impotencia. – Lo único que se Angel, es que te ayudare a recuperar tu memoria. Ten una bonita mañana. – Regreso la mirada y salió de la habitación.

–¿Ayudarme? Para que. – Susurré mientras me levanté a tomar el medicamento y pensando en todo lo que había pasado hace apenas unos minutos. – ¿Qué se ha creído?.

Las horas pasaron, como era costumbre, el doctor entraba a chequear mis signos vitales y preguntarme acerca de los dolores en la cabeza, todo normal, hasta llegar la noche. A esta hora, pasadas las veinte horas, comenzaba a librar en mi cabeza una guerra conmigo mismo, luchar para conciliar el sueño.

Luces apagadas, silencio estremecedor acompañado por el hermoso canto del reloj, marcando el inicio de la batalla.

–Tranquilo.– Susurré – Solo cuenta ovejas, eso te hará dormir.

Poco a poco el sentimiento de tristeza comenzaba a apoderarse de mi pecho haciéndolo sentir frío y vacío.

–No...No otra vez...– Cerré con fuerza los ojos obligándome a centrar mis pensamientos en las ovejas saltando una valla de madera. Cada vez se me hacía más difícil controlar el sentimiento, tenía que controlarlo, ya que dejándome invadir por la tristeza podría desencadenar a la misma pesadilla que he tenido estos días, el infinito blanco.

–Ochenta y ocho, Ochenta y nueve... No por favor... Noventa, Noventa y uno...–

Pronto mis mejillas se llenaron de lágrimas, lleve mis manos a mis ojos cubriendolos con mis palmas rompiendo en llanto.

–Noventa y cinco, Noventa y seis, Nov...–

El sonido de la puerta interrumpió mi sufrimiento, volteé a la puerta de golpe mirando una silueta a orilla de la puerta, parecía ser una mujer, su silueta me era familiar.

–Quien... Eres...–

Dije tapando la luz con mi mano en busca de saber quién era aquella persona que había entrado en mi habitación, mi respiración estaba agitada y mi vista nublada por mis lagrimas.