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Una cita con nuestro destino

Resuenan por el largo pasillo en penumbras unos ruidosos pasos. La tenue luz al frente proviene de una única lámpara sobre la blanca puerta al final del camino. Las fornidas manos de Caleb, que anteriormente habían sostenido un fusil durante la guerra con solo dieciocho años, giran el picaporte, dando paso a un refulgente brillo.

Es una habitación blanca, sin ventanas ni adornos. Al centro hay una larga mesa, en cuyos costados están sentados unos diez veteranos con sus impecables uniformes militares. Al fondo, casi imperceptible, hay una puerta, de la que salen de vez en cuando unos leves gemidos. Toma asiento en el extremo más alejado, cruza los dedos apoyando los codos en la fría madera, y suspira viendo como inicia la reunión.

— Como todos saben — se pone en pie un comandante de avanzada edad — La guerra ha tenido muchas repercusiones sobre la humanidad, pero nuestro país ha sido el que menos problemas ha tenido. Sé que existe entre nosotros la duda acerca de cómo fue posible evitar que los destrozos de esta nos afectaran, así como la razón por la que nuestro desarrollo es superior y se mantiene hasta el presente. La respuesta les será entregada hoy.

La tensión surge entre los presentes, nadie comenta, salvo el joven de cabellos castaños.

— ¿Por qué revelar algo que, según lo que nos ha dicho, podría considerarse el secreto del gobierno guardo con más recelo? — pregunta Caleb sin abandonar su postura.

— Muy buena pregunta teniente — arquea el hombre la comisura de sus labios con orgullo de aquel que, a los veinte años se convirtió en teniente del ejército irlandés. — Para responder a su pregunta, antes tengo que terminar de explicarle de que se trata dicho secreto.

«Hace unos años, mientras que la Tercera Gran Guerra Mundial apenas comenzaba con aisladas agresiones en lo que fue Siria, Irán e Irak, uno de los laboratorios gubernamentales irlandeses descubrió algo que sería el primer paso hacia lo que hoy somos. Los científicos de dicho lugar hallaron una forma segura y efectiva de crear materia orgánica, mezclando células humanas con otros organismos encontrados en las investigaciones realizadas en varios planetas. A partir de esto nació el primer ser artificial llamado K-016 Alpha. El espécimen fue criado bajo supervisión y al cumplir los catorce años nos fue revelado algo inimaginable.

Al principio dibujaba sus terribles y violentas pesadillas, dibujos que relataban el horror de las balas y las bombas. Lo más curioso es que una a una, estas pesadillas se fueron cumpliendo, y llegó el momento en el que no era solo dormida, tenía estas visiones a cualquier hora. Gracias a estas premoniciones, si prefieren llamarlo así, pudimos tomar acciones preventivas y trazar estrategias que nos mantuvieron a salvo.»

— Aun no entiendo el motivo de esta asamblea ¿Qué es lo que hay que discutir? — interrumpe uno de los militares

— No hay nada que discutir, estamos aquí porque se ha emitido una orden para trasladar al sujeto a un refugio creado en lo que anteriormente se conocía como Irlanda del Norte — responde de inmediato — La pregunta es, queridos compañeros ¿Quién será el responsable de dicha misión?

El silencio reina una vez más, nadie está dispuesto a arriesgar su vida transportando a un ser creado en un laboratorio. Salir de la base está fuera de consideración.

— ¡Yo lo haré! — alega firmemente Caleb levantándose se su silla y quitándose de los ojos el pelo.

— Cuento contigo entonces, teniente — los ojos asombrados se clavaron en su piel morena y sin volver la mirada abandona la habitación.

Camina hacia las sombras, con su gorra de plato bajo el brazo, erguido y con una lenta respiración. Se detiene junto a una ventanilla de cristal a mirar hacia el gran vacío que se extiende en las afueras de la base militar, cubierto por una espesa niebla.

— Deben estar ahí a estas horas — susurra para si

El mundo, o lo que queda de este, atraviesa el año 2106, sumido en devastación y caos. La radiación de las bombas nucleares y el sol, que en la actualidad afecta directamente a los supervivientes de la Tierra, trajeron como consecuencia la deformación de la raza humana, convertidos ahora en temibles monstruos que devoran todo rastro de carne que se cruce en su campo de visión. Obviamente esta base ya no es segura, el armamento ya no es eficaz contra estas masas de órganos que desarrollan inmunidad con mucha facilidad. La naturaleza no creó zombies de películas de horror, ni mutantes súper héroes como en los comics, sino que había amasado a la humanidad, transformándola en una entidad inteligente y peligrosa, capaz de soportar las más potentes armas de fuego.

Muy al norte se encuentra una hermosa ciudad de la que Caleb solo ha oído en conferencias, un refugio en el que se concentraron las personas importantes del país, díganse miembros del gobierno y familias burguesas. En su imaginación, el joven militar ilustra un paisaje de colores fríos, con paredes de cristal en las casas flotantes, pequeñas naves que se deslizan por un carril holográfico con función de avenida, y una avanzada tecnología que se ocupa de las tareas más sencillas como abrir una puerta, sujetar un bolso, o cambiarse de ropa. Sus ojos emanan un intenso brillo cada vez que se transporta hacia aquella ciudad de encanto, y no es para menos, pues ninguna de sus visiones es errónea, y es que, aprovechando el poder de clarividencia que posee Irlanda, ha negociado con otras naciones devastadas en todos los campos de la economía y la sociedad, a cambio de una fiable predicción.

Un destello leve lo hace volver a la realidad que se encuentra pisando, un leve tintineo le avisa que está recibiendo una video llamada, y presionando el cristal que lleva incrustado en su manilla blanca, hace aparecer la figura virtual de su superior.

— Teniente Jansen ¿está preparado para partir? — le pregunta la silueta de color verdoso distorsionada por la estática.

— Si, no es como si tuviera mucho que hacer antes — confirma y con un saludo militar se despide.

Suspira, mira las manecillas de su reloj, las cuales giran a toda prisa saludándose una y otra vez al pasar una frente a la otra. El magnetismo en el planeta esta descontrolado, las agujas de las brújulas no marcan un norte, ni un sur, ni un este, ni un oeste, no existe ubicación.

De regreso en la habitación luminosa, siente un descenso de la temperatura, su aliento se escapa de sus labios en forma de humo, y su piel se eriza ligeramente. De espaldas a él está el comandante, junto a la puerta del costado de la que salen ruidos más fuertes que antes.

— Te voy a presentar al sujeto K-016 Alpha, teniente — le dice el hombre canoso sin darse la vuelta.

La puerta se abre, dejando ver como una delgada línea oscura aumenta su grosor, por la que salen gemidos aún más fuertes que antes. Cruza el umbral una mujer vestida toda de blanco, una enfermera posiblemente. Detrás de esta, un hombre se acerca, arriando una camilla, sobre la cual hay en vuelto en una sábana un cuerpo inquieto, apresado con cintas negras de al menos cinco centímetros de ancho.

Ambas personas sujetan la camilla por debajo y empleando un poco de fuerza, la colocan de forma vertical. Al retirarle la pulcra tela de la cabeza caen unos largos y lacios cabellos plateados que adornan el inocente e iluminado rostro de una chica de no más de dieciséis años.

— Partirás al instante — deja escapar su imponente voz el comandante.

Caleb demoró en reaccionar, analiza cada fracción de la expresión melancólica que tiene en frente. Sus ojos están cubiertos con un antifaz, aun así, sus delgados y rosados labios muestran el dolor que estos apresan.

— Si señor — responde luego de unos segundos.

La camilla, puesta nuevamente de forma horizontal, se retira de la sala, y más atrás la sigue el joven. Fuera de la base el viento es imposible de enfrentar, levanta tormentas de polvo y esconde a los enemigos que acechan anhelantes de algún ser humano que se les cruce.

Les espera un batallón, todos bien armados. La artillería va dividida en tres camiones blindados con una capacidad de cien hombres, mientras que al centro de la caravana irían el teniente y el sujeto experimental. Cargados de todo lo necesario para un viaje de, si no se presentan complicaciones, dos semanas, partieron antes del crepúsculo, intentado aprovechar al máximo el calor del sol.

Seis horas hicieron falta para que les azotara el frío de la noche, siendo vigilados por la luna, tan inmensa que pareciera que está sobre ellos, y es que según los estudios que se fueron realizando luego de la destrucción casi total del planeta, se reveló que dicho astro se había acercado unos doscientos mil kilómetros a la Tierra.

La chica de cabellos relucientes permanece erguida, sin poder ver nada, pero silenciosa, tiritando de frío y con las manos esposadas. Percatándose de esto, Caleb se despoja de su chaqueta de cuero color verde oscuro, y se la acomoda encima.

— ¿Mejor? — pregunta y ella asiente con la mayor indiferencia posible.

De pronto se escucha un fuerte ruido a lo lejos, y tras esto se desata una balacera. Caleb abre la puerta del vehículo, la niebla es tan espesa que solo alcanza a ver los destellos de los disparos. Carga su pistola y cierra la puerta del camión. Se dispone a apoyar a los demás soldados cuando lo ensordece un gruñido y su costado queda completamente salpicado de sangre. Permanece inmóvil, paralizado, su respiración agitada lo delata ante el monstruo de color marrón que lo olfatea con su lisa piel carente de un rostro o algún rasgo de humanidad. Con el rabillo del ojo ve una corpulenta forma con los vasos sanguíneos latiendo al ritmo de su intrincado corazón, que, a pesar de estar a simple vista, es resguardado por carne y sangre.

Resopla junto a su oído, y muestra sus enormes dientes como lanzas, húmedos por la saliva amarillenta. El aliento gélido de la criatura quema la mejilla del chico, y a punto de ser devorado, es salvado por la línea de fuego aliada.

— Teniente ¿Está bien? — pregunta un soldado.

— Si, gracias. — se lleva la mano al pecho — ¡Vamos! Tenemos que sobrevivir hasta el amanecer.

La visión nublada de Caleb solo percibe rápidos movimientos y las salpicaduras rojas que manchan el entorno. Aprieta el puño y armándose de valor se adentra en el campo de batalla. Hacia él corren dos bestias, apunta y dispara dos veces, cuyas balas atraviesan el centro de sus cabezas haciéndolas estallar. Los gritos envenenan el ambiente, no están del todo perdidos, sin embargo, las bestias son cada vez más. Junto a él, uno de los oficiales es despedazado, y más de cinco criaturas corren a devorar los restos de este.

Una horda se aproxima, cuanto más oscura es la noche, menos probabilidades tienen de salir con vida. Caleb Jansen da la orden de retirarse, todos regresan a los camiones blindados con la esperanza de que estos sean lo suficientemente fuertes como para resistir, y con esto en mente, continúan el viaje.

— Ellos vienen — susurra la chica.

— ¿Qué has dicho? — da un respingo el militar

No hubo respuesta, ella se limitó a apoyar la cabeza en el metal, y al parecer queda dormida al instante.

Abre los ojos bruscamente Caleb. Una pesadilla. La chica se mantiene inmóvil observándolo, conserva la venda en los ojos, pero él tiene la sensación de que lo está observando. El sol ya salió, abre una bolsa y toma un trozo de pan y agua, se sienta junto a la pálida joven y le descubre los ojos, unos brillantes ojos rojos tan profundos como el mar al ocaso.

— Debes tener hambre — le ofrece alimento y le quita las esposas — Me ordenaron no liberarte, pero este será nuestro secreto.

Al principio desconfiada se aleja, sin embargo, después de ver la sincera sonrisa de Caleb acepta la comida.

— ¿Cuál es tu nombre? Yo soy Caleb Jansen, teniente de la primera división militar — se presenta.

— Yo… no tengo nombre — se abren sus labios lentamente para dejar escapar estas palabras.

— En ese caso ¿Te molestaría que te llamara Alpha? Te quedaría muy bonito — se le queda mirando fijamente esperando una respuesta, a lo que ella niega con la cabeza. — Muy bien, Alpha.

— ¡Teniente! — se asoma uno de los oficiales — Tiene que ver esto.

Caleb sigue al hombre de pocos cabellos hasta el último vehículo, donde, rodeado de sus compañeros, se percata de que solo queda la mitad de este, y todos los que iban aquí no son más que piezas de un rompecabezas sangriento.

— Pero ¿qué…? — se lleva las manos a la boca cuando Alpha lo empuja.

Debajo del segundo camión observa con tranquilidad una de las criaturas que, estresada por la cantidad de personas reunidas, y dejándose llevar por su instinto carnívoro, salta hacia donde debía estar parado Caleb. Sin darle tiempo a ponerse sobre dos patas, lo atestan de tiros, mas, esto no funciona ya que se ha adaptado a los disparos en la pelea de la noche anterior. Jansen toma un cuchillo que lleva a la cadera y se lo clava unas diez veces en el pecho hasta que deja al descubierto su corazón, el cual le amputa.

El pánico invade como una droga el sistema nervioso, han llegado al punto en el que esas cosas sin nombre que los esperan en grupos durante la noche, se vuelven inmunes a las armas que llevan. Nadie está dispuesto a dar su vida, a morir de la manera más espantosa posible: ser comido. La caravana no es segura, no tienen a donde huir en medio de la nada, y las probabilidades de que cada noche haya numerosas bajas son muy altas. ¡Es un viaje de dos semanas!

— Los guía… el ruido — comenta débilmente Alpha señalando los camiones — El ruido… no podemos hacer ruido.

— ¿Pretendes que vayamos hasta el refugio a pie? Demoraríamos más y nos despedazarían sin duda — comienzan a cuestionarse las palabras de Alpha

— Como quiera que sea vas a morir ¿Qué más da antes o después? — espeta con crudeza Alpha hacia uno canoso.

— ¡¿Qué dices niña?! — el sujeto más incrédulo, de cabellos veteados se lanza contra la chica y le da una bofetada, cayéndose esta al suelo con una sonrisa.

— No te atrevas a pegarle otra vez — le da un puñetazo Caleb — Si el comandante se entera de esto no solo perderás tu rango, sino tu vida. ¡Vuelvan todos a los camiones y sigamos!

El viaje transcurre calmado, como viajar por un desierto donde abundan tormentas de polvo. Alpha se mantiene en un rincón, mirándolo todo, escuchándolo todo, y sin decir nada. La noche augura terror, la temperatura desciende de golpe, y la luna los vigila desde muy cerca. Los gruñidos inician pronto, como si estuvieran esperando nada más que se asomara la negrura para atacar, devorar, masacrar.

Alpha sale fuera esta vez, aunque Caleb le pidió que no lo hiciera, que se mantuviera a salvo dentro. El juego de luces de los fusiles y ametralladoras le permiten ver con claridad como desmiembran a los débiles, y como se traicionan entre ellos, buscando salvación.

— Patética la raza humana — susurra cuando siente detrás tres disparos y el estruendoso ruido de una de las bestias cayendo.

— Ser vidente no te hace inmortal — le dice un chico de quizás diecisiete años que sostiene una ametralladora. — Podrías ayudar si quisieras.

Alpha gira la cabeza a ambos lados, escaneando la zona como una cámara de vigilancia, se queda perdida al frente y toma la mano del muchacho para salir corriendo.

— ¿Qué haces? — le pregunta él siendo arrastrado

— Dijiste que ayudara.

Ya a unos metros de los camiones se detiene, mira fijamente el lugar y como si estuviera predestinado, toda la hilera de vehículos explota junto a varias criaturas que habían dentro. La luz que emanan las llamas alejan a los monstruos y los soldados se refugian alrededor de esta.

— ¡¿Alpha, estas bien?! — se avecina Caleb

— ¿Tuviste… una visión? — le pregunta el chico de diecisiete años — Tu sabías que iba a explotar

— Deberían preocuparse por otras cosas, como por ejemplo todo lo que perdieron — esquiva la pregunta Alpha escondiéndose detrás de Caleb y sujetando con fuerza su pulóver blanco, ahora rojo de la sangre y sucio por la tierra.

— Tendremos que aguantar hasta que amanezca — Caleb toma el madero del interior de uno de los asientos y extiende el fuego en las penumbras haciendo retroceder a las criaturas que están concentradas en torno a ellos.

La noche resultó ser más larga que nunca, sin agua ni comida, sobre el suelo, iluminados por el fuego que al menos espantaba el frígido ambiente y las bestias. Una de las criaturas deformes, de salientes venas latentes, se aventura por un segundo a la claridad, clavando sus dientes en la pierna de un soldado que reposa lejos de los demás. No bastaron los disparos y los cuchillos para matarlo, el único modo viable fue cortar la pierna.

Los nervios fallan nuevamente entre la tropa, o lo queda de ella, si se logran adaptar a la luz no habría escapatoria, pero de lo que sí están seguros es que una llamarada no es suficiente para alejar a esos engendros que la naturaleza envió para castigar a la sociedad por sus crímenes. ¿Castigo de Dios? Lo más probable.

Lo cierto que estas mutaciones poseen un increíble desarrollo intelectual para no ser más que una malformación genética que de alguna manera se reproduce masivamente. Haciendo uso de esta inteligencia, quizás restos de humanidad en el fondo de su ser, comienzan a escarbar en la tierra. La estrategia que las milicias supusieron que sería atacar desde abajo, los cogió por sorpresa cuando la oscuridad reinó otra vez. Apagaron el fuego.

El alba llega unas horas después, los sobrevivientes, tumbados entre los cadáveres, aun sostienen las armas contra el pecho, presas de un terrible trauma del cual solo ellos son conscientes.

— Esto es ridículo — se pone de pie Alpha de un brinco — Vamos a morir todos antes de llegar a la ciudad del norte de Irlanda.

— ¡Cállate! — se alza uno de los heridos, faltante de una pierna y un brazo — ¡Tú no has sufrido ninguna herida! ¿Dices que es ridículo luchar? ¡¿Qué dices de mí y de todos los que fallecieron?!

— Todo esto es tu culpa, ni siquiera eres humana — se levantan otros con cuchillos y pistolas en mano — Eres una cosa, solo eso.

Caleb se pone en pie, pero otros detrás de este lo inmovilizan y golpean hasta que cae de rodillas. El sujeto canoso al que antes le había pronosticado Alpha la muerte, se quita el cinto y la fustiga en las piernas, los brazos y el abdomen, haciendo que desfallezca en el suelo.

— Entonces ¿Cuál de nuestros apetitos saciamos primero contigo? — la sujeta por la barbilla mientras pasa el cuchillo por su cara dejándole una leve cortada.

Jansen, a punto de explotar, se libera utilizando todo su entrenamiento militar. Dispara a las piernas y los hombros, da patadas y puñetazos hasta lograr escapar con la chica.

— ¿Estas bien?

— Si, gracias.

— Lo siento por ellos, están sumidos por la desesperación, ya no tienen esperanzas — se disculpa Caleb.

— ¿Acaso tú las tienes? — lo mira Alpha con una seriedad que jamás le había visto

El horizonte es una desolada llanura, no hay rastro de esplendorosa ciudad de encanto, y su velocidad para andar está disminuida por los golpes. Se recuestan a descansar en medio de la nada, Alpha se queda dormida, mas, Caleb no puede pegar el ojo debido al hambre y la preocupación.

— ¡No! — despierta gritando Alpha. El sol se está ocultando

— Tranquila, fue una pesadilla — la calma peinando sus largos cabellos blancos — Debemos avanzar, el crepúsculo no nos puede coger aquí.

El cielo se opaca lentamente, Caleb recuerda su manilla y presiona el cristal, emitiendo esta una luz bastante tenue.

— Es lo mejor que tengo — sonríe Caleb siendo optimista

Advierten la presencia de las criaturas a unos kilómetros, y contando solamente con el cuchillo y las pistolas de Caleb, la única salida que encuentran es correr evitando los enfrentamientos. Se terminan las municiones, todo explotó junto a los camiones. El arma blanca de Jansen no es suficiente, y unos dientes enormes agujerean una de sus piernas y su costado. La sangre sale como un caudaloso río, se quita el pulóver y lo usa como vendaje, medida provisional hasta que amanezca.

Alpha se encuentra perdida en medio de la lobreguez, solo escucha la respiración de las criaturas, los gruñidos y de vez en cuando ve como cae al suelo la saliva amarillenta. Rodeándola están las bestias cuando se lanzan a engullirla. Dan varios mordiscos mortales al aire, que ella logra esquivar forcejeando. De un empujón se quita a uno de encima, pero levantarse le es imposible ya que otro le pisa los cabellos. Aprovechando hunden sus dientes en su piel varias veces, y no la dejan sino es porque Caleb los mata con sus pocas fuerzas, llevándose nuevos mordiscos que empeoran su condición.

Cojeando malamente consiguen avanzar bajo el negro cielo. Afortunadamente no tienen más percances en su trayecto, lo que hace pensar a Caleb que podrían estar demasiado ocupados asesinando a lo que fue su tropa.

El nuevo día arriba, ellos no lo perciben por el dolor y el cansancio que soportan sus cuerpos, a tal punto que caen derrotados.

— Todavía no, Alpha — se apoya en sus débiles brazos Caleb — Todavía tengo que llevarte a la ciudad.

— No llegaremos Caleb, es imposible — se niega a levantarse Alpha, incapaz de mover el brazo derecho.

— Si podemos, yo lo voy a conseguir. Vamos, no seas vaga — se pone en pie y la sujeta ahogando el dolor que esto le provoca.

— Para.

— No, yo no dejaré que mueras aquí. Cuando estemos allá si quieres te matas, aquí no — aprieta los dientes y la alza.

Tropiezan y caen innumerables veces, no tienen fuerzas debido al hambre, la sed y las heridas. Pronto Caleb, casi completamente desangrado comienza a desvanecerse.

— Descansemos, estas muy mal — le ofrece Alpha

— No, tenemos que llegar — se suelta de ella apurando un poco el paso

— ¡Entiende que así corramos no vamos a llegar! Es inútil — le grita oprimiéndose la lesión del hombro

— No me importa, daré lo mejor de mí — se voltea — Al final ¿Qué más puedo hacer? No puedo regresar.

Los rojos ojos de Alpha se agrandan ante tanta determinación. Es cierto, es lo que pueden hacer, continuar, morir con la satisfacción de haberlo intentado.

Cae la tarde, Caleb ya no se puede mover, tal vez por hambre, por sed o por pérdida de sangre, lo cierto es que no falta mucho para que Alpha quede sola.

— ¿Ya es aquí? — pregunta forzando su garganta con la vista borrosa

— Si, llegaste — le tiembla la voz mientras observa irse a Caleb

— Que bien, me siento muy feliz, siempre quise venir a la ciudad — sonríe como puede atacado por la tos — Estas a salvo Alpha.

— Caleb, por favor no hables, estas muy mal — un nudo se forma en la garganta de la chica y no le salen las palabras.

— ¿Tienes sed? Dile a alguien que te de agua ¡Alguien!¡Agua! — vuelve con la tos y su garganta empieza a arder

— No te esfuerces, ya viene el agua — sonríe como puede disfrazando su sufrimiento — Ahora duerme Caleb, mañana exploraremos la ciudad.

Caleb acaricia la mejilla de Alpha y cierra los ojos, su mano cae y la vida del teniente termina.

La puesta del sol cubre a Alpha de luto por la pérdida de la primera persona que se mostraba amable con ella. Con pasos rápidos, se escabullen las criaturas que ya vienen con la noche, a las cuales la joven recibe con los brazos abiertos, siendo las fauces de una lo último que ve…

Una luz le incomoda, intenta abrir los ojos, pero no lo consigue, los tiene vendados. Se encuentra en movimiento, de un momento a otro se detiene, adopta una posición vertical sin poder moverse, está atada.

— Te voy a presentar al sujeto K-016 Alpha, teniente — escucha muy cerca y sus sentidos se alertan.

¿Teniente? ¿Caleb? Lo que cubre su cabeza es retirado, aún tiene la venda que no le permite ver, pero no es necesario.

— Partirás al instante — escucha nuevamente la voz grave.

Las lágrimas ruedan por sus mejillas, y esboza una sonrisa que deja confundidos a los presentes en la sala.

— Hola Caleb ¿Alguna vez has visto una muerte? Yo acabo de ver la nuestra.