—Alfa, ella está durmiendo —dijo Kynes educadamente, aún temblaba al ver al alfa. Los dos aún recordaban cuán cerca habían estado de perder sus vidas y ver a Helecho todos los días les recordaba qué tipo de destino tendrían si enfadaban al alfa.
Cenit dejó vivir a Helecho, pero ella servía como un recordatorio ambulante para los demás de por qué no deberían dar por sentado su silencio.
—Ella dijo que le dolía todo el cuerpo y me pidió que la masajeara —informó Pyllo con voz baja.
Cenit escuchó el informe, pero no dijo nada cuando entró en la habitación y vio a Amanecer durmiendo, acurrucándose bajo la manta.
Al principio, no entendió por qué ella dormía de esa manera, pero más tarde, se enteró de que estaba acostumbrada a abrazarse a sí misma para dormir porque nadie la consolaba cuando se sentía mal.
Cenit se sentó al borde de su cama y acarició su frente. Pasó su pulgar contra la arruga entre sus cejas. Al parecer, sus pesadillas habían invadido su sueño otra vez.
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