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Capítulo 3

Eyra

"Tu decides"

Me apoyo en el fierro de mi costado para relajar mis nervios ante la situación. Mis manos ya funcionan, pero no del todo.

El gül parece piedra, intacto en su posición, pero a la vez posee esa mirada inquieta. Como si estuviera buscando algo.

Miro tras de él y veo en el estado en que dejó a esas personas, como si una bestia hubiese separado su piel con los huesos de las ansias que tienen para saciar su hambre. Pero en este caso, esta bestia solo mata por diversión y pura satisfacción.

Sonrío y me centro en la embarazada, la cual me mira con tristeza.

—No hay porque estar triste —digo en voz alta. El gül parece recobrar la cabeza y la sacude—. De tantos encuentros con bestias como tú —prosigo y me posiciono al medio del pasillo. Recuperando la compostura-. Su mayor peligro, soy yo.

"■ Flashback ■"

—Madre, lo que he aprendido hoy te va a emocionar —dije, saltando por todo el lugar.

—¿Que has aprendido hoy, hija? —pregunta mientras arma su closet.

—Bueno, en realidad, me lo enseñó mi amigo. Me dijo que si pongo duro mi estomago, levanto una pierna y doy una patada con todas mis fuerzas. Podría ser más fuerte que cualquier persona.

—De seguro que serás más fuerte que cualquiera —respondió despreocupada.

—Entrenaré todos los días con mis piernas. Así cuando sea grande, te podré proteger.

"■ Fin del Flashback ■"

En un acto totalmente desprevenido, pego un grito a lo cielos como si estuviese en la peor situación y necesitase ayuda, la cual no es mentira, puede que no sobreviva a esto, pero debo intentarlo.

El gül se desgarra las orejas y devuelve mi grito, indicando que saltaría hacia mi y eso fue lo que hizo. Con unos pocos pasos suyos llegó rápidamente hacia mi, pero como sólo se concentró en atacarme, no pudo prevenir la patada que le di en su estómago.

Con el impacto, retrocedió unos pasos atrás para recuperar el aire, me dio el tiempo suficiente para hablar con el resto:

—¡Larguense, ya! —grito y, al instante, el gül se levanta y viene corriendo con la misma intensidad que antes.

Salta directo hacia mi rostro y me hago hacia un lado en cuestión de segundos. Sin caer, levanto una pierna y giro sobre la otra para proporcionarle una patada directamente en su rostro con el talón de mi pie.

Este cae al suelo y yo aprovecho ese momento para tocar el botón que abría la puerta principal para cerrarla. Me alejo de él justo unos segundos antes de que sus enredaderas me alcanzase.

Le arrebato un fierro a uno de los integrantes del grupo de Fred y lo apunto hacia el gül.

—¿Que hacen aquí parados como idiotas? —digo, sin perder de vista al monstruo—. ¡Váyanse!

—Vamonos —escuché de parte de la mayoría, menos de Fred.

—Vamonos, cariño. No hagamos las cosas incorrectas —dijo la mujer embarazada la cual, al parecer, es su mujer.

—No puedo dejarla sola. Es una adolescente, una niña —responde y, tras largos segundos, fue lo que le basto a su mujer para que finalmente se marchase.

El gül se abalanza conta mí, sin darme tiempo a respirar. Levanto el fierro, utilizándolo como protector, pero mis manos no podrán soportarlo por mucho.

En eso se mete Fred, sosteniendo el fierro y empujándolo con toda sus fuerzas. El gül va retrocediendo hasta que se queda arrinconado en la parte principal del bus, en el vidrio principal.

—El plan —dice con dificultad—. ¿Cuál es tu plan para salir de aquí con vida?

—¿Plan? —respondo con indiferencia al precenciarsemejante fuerza de ambas partes.

—Por algo te querías quedar a solas con este bicho —dice y presiona más sobre él—. Realmente me gustaría poder acabar con el así de sencillo, pero como ves —me muestra su costado inferior, cubierto de sangre—. No nos queda mucho tiempo.

Miro la parte de atrás y veo como se encuentra todo abierto. Si retrocedemos, el gül podría salir y atacar a los de afuera.

—Está bien —respondo, agitada—. Tengo un plan, pero necesitaré que llames por ayuda en cuanto bajes.

—¿Que dices niña?

—Estaré bien —dije, rápidamente, para tratar de calmarme—. Estaré bien —repito—. Al menos, gracias a ti podré salir con vida.

Eso fue lo que dije, pero al ver como se mueve con desesperación aquel gül, no cabía dudas de lo atemorizada que estaba. Pero a mi no me va bien que otros mueran por mí.

Las enredaderas iban trepando por las piernas de Fred, era mi señal para entrar en acción.

Busque cualquier cosa que pudiese emitir una vibración lo suficientemente fuerte para que me préstame atención a mi y nada más que a mí, ya que odian eso.

Tome un celular que estaba en el piso y corrí hacia atrás, luego me acerco a unos fierros que estaban por la parte de al medio y comienzo a destrozarlo allí mismo. Golpeó una tras otra vez, haciendo que baje sus enredaderas.

—¡Suéltalo y sal! —grito sobre la bulla que estoy haciendo.

—¡Te matará! —grita, jadeante.

—¡Ve por tu hija, yo puedo con esto! —termino la conversa y comienzo a golpear aun más fuerte.

Fred suelta al gül y este viene corriendo hacia mi. No me da tiempo de reacción cuando ya esta frente de mí. Dejo caer mi cuerpo al suelo, siendo mi cabello quien recibe el daño de sus enredaderas, contando las puntas.

Me costo 4 años que me creciera hasta la cintura.

Comienzo a correr hasta la cabina, esquivando al gül, pero sus manos atraparon mi otra mitad de cabello, haciendo que me detenga de golpe.

En ese momento pensé en que mi madre tenía razón, debí ser más precavida y debí traer un cuchillo en vez de un tenedor, el cuál, está en mi mochila. Al otro lado del bus.

Sus enredaderas enrollan mi cuello y me ahorca, levantándome del suelo para voltearme. Estando cara a cara.

Intento safarme de sus hojas, jalando de ellas o enterando mis uñas, pero nada, no sienten dolor.

En cuanto me estoy quedando sin aire observo su rostro con mucha atención. Sus ojos rojos, llenos de sangre como personaje en un mundo de fantasía, apenas reflejan sus pupilas. Da miedo.

Me hierve la sangre al verlo y recordar a mi tio, sus actitudes son iguales, solo que a él si pude controlarlo a tiempo.

El gül comienza a reír a carcajadas, como si fuese lo más chistoso y agraciado del mundo matar a otros.

De sus enredaderas, con un leve chasquido de su lengua, sacó espinas y me enterró muchas en el cuello. Aunque son pequeñas, se siente como el infierno y se siente peor al estar casi al borde de mi aguante, pero, por obras del destino, el gül tubo una mala reacción después de hacerlo.

Me suelta de inmediato y comienza a gritar de dolor.

Caigo recuperando el oxígeno y aprecio la escena misteriosa frente a mis ojos: el gül cae al suelo también, pero entra en un ataque epiléptico, una espuma roja salía por su boca hasta que dejó de convulsionar.

Intento levantarme para alejarme de él, pero me sostiene del pie y veo parte de su humanidad en los ojos.

—Ayuda —balbucea—. Ayúdame.

Quedo impactada ante este repentino cambio, ¿a caso él no era un completo gül? Pero vuelve a entrar en una convulsión, descartando toda mi incertidumbre en el momento.

Sin terminar de convulsionar, se levanta para abalanzarse sobre mí hasta que una fuerte y pequeña ráfaga de viento, con olor a quemado, atraviesa su cabeza. Terminando con su vida.

Mi corazón se acelera y mi cuerpo tiembla al ver el resultado de todo esto.

Sigo con vida.

—¿Estas bien, chica? —pregunta una mujer vestida de morado oscuro y con un arma bastante pesada.

—Lo estoy —respondo enseguida y me levanto.

Salto por la puerta y la chica ne sostiene del brazo.

—Vienes conmigo —responde con frialdad al ver mis heridas sobre el cuello.

Por los nervios y miedo que sentía con ella, no lo pensé y le di una patada en el estómago. Me considero especializada en el tema. Salgo corriendo de allí, dejando todo atrás, para llegar a una zona conocida.

En cuanto me doy cuenta de que conozco el camino, solo me queda correr hasta casa para estar a salvo.

En cuanto llego, golpeo con prisa para que me abran la puerta, luego de escuchar abrirse todos los seguros, entro corriendo a mi casa y voy directo a la cocina.

—¿Que sucede? —pregunta mi hermana tras cerrar la puerta.

—Llama a mamá —digo con apuro mientras saco una vacuna.

Si me infecte gracias a ese gül, prefiero morir de otra forma.

Salgo hacia el patio trasero en donde están las demás casas vacías.

Espero a que mi madre llegue para indicarle lo que debe hacer. Ella, en cuanto me ve, noto su rostro de dolor.

—Me inyectaré esto —le muestro la vacuna—. Si me caigo o si comienzo a convulsionar de cualquier forma, dispara.

—¿Que fue lo que sucedió? —pregunta con algunas lágrimas en su rostro.

—Solo haz lo que te digo, mamá.

Toma un respiro bastante largo y toma la pistola que tenemos para emergencias como esta.

No espero un segundo más y me entierro la aguja en mi hombro. Se siente horrible, como siempre, pero no logro sentir nada más.

Levanto mi rostro para mirar al suyo y luego de varios segundos sin tener respuesta, se me caen las lagrimas.

—No soy uno de ellos.