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EL OASIS DE LA VIDA

El Oasis de la Vida

La vida era un desierto. Caminabas hacia lo desconocido mientras eras quemado por el

sol, con el sudor bajando a través de tu rostro, y la garganta seca. Algunas personas escogían

ni siquiera empezar ese viaje y simplemente abrazaban sus rodillas en el lugar y morían.

Sin embargo, cada desierto tenía un oasis, el cual quería decir felicidad. En efecto, la

vida se trataba sobre perseguir la felicidad.

Yo estaba en mi oasis. Era muy, muy suave y placentero al tacto, e irradiaba una gentil

calidez contra mi piel. El dulce aroma que exudaba le traía dicha a la humanidad. Dos

montañas, dos cimas, y un solitario valle que dividía el paraíso.

Yo estaba pegado a ese lugar, siendo esclavo de sus encantos. Este será mi hogar de

ahora en adelante, pensé.

Sin embargo, justo en ese momento se escuchó una voz desde arriba.

"Ah, Rudeus, eres un travieso."

Esa voz divina sonaba feliz, aunque un poco exasperada.

Los cielos me habían concedido este oasis. Yo adoraría este hermoso cielo con cada fibra

de mi ser.

Pero entonces… ¡un giro inesperado!

"¡Ah! Lilia, ¿podrías ayudarme un poco?"

¡Inconcebible! Los cielos estaban tratando de apartarme de mi santuario. Al separarme

de mi cálido y suave oasis y arrojarme de regreso al árido desierto, estos de seguro estaban

tratando de probarme. No podía permitir que eso ocurriera.

Pegué mi boca y mis brazos al oasis de forma obstinada, ya que claramente había nacido

para estar aquí. Sin embargo, por mucho que grité y me resistí a mi destino, lo impensable

ocurrió. Mis débiles brazos fueron incapaces de mantenerme pegado a mi felicidad —fui

alejado de ella.

Ante mí yacía el desierto sin fin llamado: madurar. Mi satisfecho corazón

instantáneamente se marchitó y se partió en dos. ¿Por qué los cielos me harían pasar por una

prueba tan terrible?

No podía con esto.

Este era mi fin.

Me marchitaría y moriría.

Justo cuando me resignaba a lo peor, pude ver una pequeña luz de esperanza. "Entendido,

Señora."

¡Inconcebible! Una vez más apareció un oasis ante mis ojos. Los cielos no se habían

olvidado de mí. Era un oasis diferente, aunque casi del mismo tamaño. Cálido, suave,

generoso.

Aah. Esta vez sí me quedaría a vivir aquí por siempre.

"Disculpe, Señora. Debo decir que, Rudeus es… Bueno, ¿cómo lo digo…?"

"¿Mm? ¿Qué sucede, Lilia?"

"No, no es nada."

"Ah, Lilia, en ocasiones sí que eres rara. Muy bien, ya has hecho suficiente."

"Sí, Señora."

Otra prueba cayó sobre mí —una explosión devastadora. Mi resistencia probó ser inútil

contra la onda de choque. Así como así, yo una vez más fui apartado del oasis y arrojado

dentro del desierto. Los duros alrededores me azotaban sin misericordia. Con ese dolor llegó

la certeza de que todo era inútil.

No podía hacerlo. Nada me salvaría esta vez. Mi vida estaba acabada.

"Muy bien, Rudy. ¡Mami está aquí!"

Justo cuando las cosas se veían sin esperanza… ¡pude verlo de nuevo! La explosión me

trajo de regreso al oasis de antes. ¡Al final los cielos no me habían abandonado!

"Santo cielo. Este niño sí que da trabajo."

La calidez y suavidad del oasis me envolvió una vez más. Ah… pero sabía que de seguro

sería separado de él en el futuro. Los cielos eran así de crueles, infligiendo el desierto sobre

nosotros. Por lo tanto, me decidí a disfrutar ese oasis lo mejor posible.

"Oye, Lilia."

"¿Qué sucede, Señora?"

"Me lo he estado preguntando por un tiempo… ¿es normal que un niño sobe tanto los pechos de una mujer?"

"No," dijo Lilia después de una pausa poco natural. "Diría que no así."

"Aun así, él lo hace como alguien que conozco."

Yo sobé los enormes melones de Zenith y Lilia mientras me sumergía en mi propio

mundo.