El equipo se movía rápidamente hacia el nido de los mutantes. La tensión en el aire era palpable, y aunque Jonás sabía que su equipo estaba bien preparado, la magnitud de la amenaza que representaban los mutantes élite era preocupante. El dron de reconocimiento continuaba enviando imágenes del área, mostrando las posiciones de los mutantes en las entradas del nido.
Obviamente cogió un arma de un guardia imperial, aunque fuera la más débil del universo del Warhammer, seguía siendo un arma láser, que no se sobrecalienta y es muy durable. Le hará algo a los mutantes.
—Llegamos en 5 minutos, maestro, —informó uno de los Astartes tácticos desde el frente del transporte blindado.
Jonás revisó la interfaz del sistema por última vez antes de llegar. Sabía que necesitaría todos los recursos disponibles para asegurar la victoria. Con 190 puntos restantes, todavía tenía margen para reforzar su equipo si lo necesitaba.
La llegada al nido fue rápida, y en cuanto se detuvieron, el Astartes de Asalto fue el primero en bajar del vehículo, impulsándose con sus retroreactores hacia las primeras defensas mutantes. El combate comenzó de inmediato.
Los Astartes tácticos, desde la retaguardia, abrieron fuego, eliminando a los mutantes más cercanos a la entrada del nido. El baluarte, con su escudo y espada en alto, avanzó hacia las líneas enemigas, protegiendo a Jonás y a los Guardias Imperiales que lo seguían de cerca.
—¡Eliminad a esos mutantes élite! —gritó Jonás mientras observaba la brutalidad del combate. Los mutantes eran más grandes y rápidos de lo normal, y sus movimientos parecían coordinados por un líder que aún no había mostrado su rostro.
El Astartes de asalto era una máquina imparable, usando su agilidad y poder para abrirse paso entre los enemigos. Sus retroreactores lo impulsaban hacia adelante, cortando a los mutantes con precisión letal.
Jonás avanzó detrás del baluarte, dirigiéndose a sus tropas con confianza. Sabía que, si lograban desmantelar este nido, no solo eliminarían una amenaza importante, sino que también ganarían una gran cantidad de puntos que podrían invertir en la expansión del refugio.
—Astartes tácticos, —ordenó Jonás—, cubrid la retaguardia. El Astartes de Asalto y el baluarte irán al frente conmigo.
El nido subterráneo era una red compleja de túneles y cavernas. Mientras el equipo avanzaba, el dron de reconocimiento continuaba escaneando las áreas, proporcionando información crucial sobre las posiciones de los mutantes. Los enemigos no cesaban en sus ataques, pero la superioridad de los Astartes y su armamento avanzando rápidamente les permitía mantener el control.
Tras varios minutos de combate intenso, Jonás y su equipo alcanzaron una cámara más grande dentro del nido. En el centro de la cámara, rodeado por mutantes élite, estaba el líder mutante. Este mutante era mucho más grande y más intimidante que cualquiera de los que habían enfrentado antes, con una piel endurecida y una mirada feroz.
—Este es el origen de los ataques, —murmuró Jonás mientras observaba al mutante líder.
El Astartes de Asalto se lanzó hacia el líder mutante, mientras el baluarte cubría a Jonás. El combate fue feroz. El líder mutante era increíblemente fuerte, bloqueando los ataques del Astartes de Asalto con sus enormes brazos.
—¡Seguid presionando! —gritó Jonás.
El líder mutante rugió, lanzando un ataque devastador que empujó al Astartes de Asalto hacia atrás. Jonás no podía permitirse fallar ahora.
—Baluarte, conmigo, —dijo Jonás con determinación mientras avanzaba hacia el líder mutante.
El rugido del líder mutante resonó en la cámara subterránea como un trueno, su masivo cuerpo girándose con una velocidad y fuerza que desafiaban su tamaño. El baluarte avanzó con firmeza, su escudo levantado para bloquear el golpe del monstruo, pero incluso el impacto hizo que la tierra temblara bajo sus pies. El sonido metálico del choque entre el escudo del Astartes y las garras del mutante llenó el aire, un retumbar que retorcía el metal y estremecía a cualquiera que lo escuchara.
El baluarte mantuvo su postura. Aunque el líder mutante lo superaba en fuerza bruta, la precisión y la técnica del Astartes eran inigualables. Con un movimiento fluido, el baluarte desvió el siguiente golpe del líder, haciéndolo tambalearse por un breve instante. Pero no había descanso.
—¡A por él, ahora! —gritó Jonás.
El Astartes de Asalto, como un cometa furioso, se impulsó con sus retroreactores hacia el líder mutante. Su espada energética destellaba mientras la levantaba para dar el golpe mortal, pero el líder mutante, con reflejos brutales, giró a una velocidad alarmante.
Con un bramido de pura furia, el líder mutante lanzó un ataque devastador, sus garras cortando el aire. El Astartes de Asalto esquivó por poco el golpe, desviándose en el último segundo con un impulso de sus retroreactores, pero no escapó ileso. Las garras del mutante rasgaron su armadura, dejando una traza chisporroteante mientras el guerrero descendía para preparar otro ataque.
—¡Maestro, cuidado! —rugió el baluarte, justo cuando el líder mutante giró su atención hacia Jonás.
El mutante embistió hacia Jonás con una velocidad aterradora, su enorme cuerpo desplazando aire y escombros a su paso. Jonás apenas tuvo tiempo de reaccionar. Lanzó un grito de guerra y levantó su arma, pero el golpe del mutante fue imparable. La garra del líder rozó su rostro, cortando la piel con una precisión cruel.
La sangre corrió por la mejilla de Jonás, una línea roja que ardía con dolor. El baluarte, al ver la sangre de su maestro, entró en un frenesí controlado. Con un rugido inhumano, se lanzó hacia adelante con una velocidad que desmentía su tamaño. Sus golpes caían como martillos, cada uno de ellos impulsado por una furia implacable.
—¡Maestro herido! ¡Debemos aplastarlos! —rugió el baluarte, su voz más brutal que nunca.
Los Astartes tácticos, al escuchar la palabra "herido", se unieron a la carga con una agresividad renovada. Sus movimientos eran casi sobrenaturales, cada disparo y cada corte ejecutado con una precisión quirúrgica. Los mutantes élite, que habían estado ofreciendo resistencia, ahora caían ante el poder devastador de los Astartes.
Jonás, con la sangre corriendo por su rostro, se apartó apenas lo suficiente para recobrar el aliento, pero no retrocedió. Su mirada se volvió fría y calculadora. Sabía que un golpe así podría haber sido fatal, pero no cedería ante el miedo.
El baluarte, completamente enfurecido, bloqueó otro golpe brutal del líder mutante, y esta vez, no dejó que el monstruo recuperara su equilibrio. Con un giro rápido, el Astartes lanzó su espada hacia adelante, atravesando el costado del mutante con un sonido desgarrador.
El líder rugió, pero no cayó de inmediato. En un último intento desesperado, lanzó otro ataque, esta vez hacia Jonás, con una furia salvaje. Pero el Astartes de Asalto llegó antes. Con una precisión mortal, el guerrero de asalto se lanzó desde los cielos con sus retroreactores, su espada energética perforando el pecho del mutante.
El líder mutante lanzó un último rugido, su cuerpo temblando mientras la espada del Astartes de Asalto lo atravesaba. El baluarte, aún furioso, giró su espada y con un golpe final decapitó al monstruo, dejando que su cuerpo cayera al suelo con un estruendo que hizo eco en toda la caverna.
El silencio cayó sobre la cámara.
Los Astartes estaban cubiertos de sangre, y los mutantes élite yacían esparcidos por el suelo como muñecos rotos. Jonás respiraba pesadamente, la cicatriz en su rostro ardiendo, pero no era la herida lo que más le preocupaba.
—¡Maestro, estás herido! —dijo el baluarte, girando hacia Jonás con una expresión que solo podría describirse como preocupación contenida.
—Es solo un rasguño, —dijo Jonás con una leve sonrisa, aunque sentía la quemazón del corte—. No me detendrá.
El baluarte miró la sangre en el rostro de su líder y sus ojos se endurecieron.
—No volverá a ocurrir, maestro, —dijo con voz baja pero amenazante, como si prometiera que cualquier amenaza futura sería aplastada antes de que siquiera se acercara a Jonás.
Los otros Astartes, al ver la herida, apretaron sus puños, su brutalidad intensificándose en sus expresiones. Cualquier mutante que se atreviera a volver a desafiar a su maestro enfrentaría un destino aún más terrible.
Jonás abrió el sistema, apenas consciente del dolor mientras observaba el resultado de la batalla.
Líder mutante abatido: 1
Mutantes élite abatidos: 35
Puntos obtenidos: 500 puntos.
Bonificación por combate excepcional: 300 puntos adicionales.
Puntos totales: 1360 puntos.
Jonás sonrió al ver la cantidad de puntos que había acumulado. Había sido una batalla brutal, pero la recompensa era increíblemente alta. Sabía que con esto podría avanzar de manera significativa en la expansión de su poder.
Jonás respiraba con dificultad, su cuerpo entero palpitando con el ritmo frenético de la batalla que acababan de librar. El silencio en la caverna era ahora abrumador, solo roto por el sonido de los Astartes moviéndose con eficiencia militar, asegurando que ningún mutante sobreviviera. La luz tenue que entraba por las grietas en la roca apenas lograba iluminar el lugar, pero eso no era suficiente para ocultar lo repulsivo del entorno.
Alrededor del nido, los cadáveres de los mutantes élite estaban amontonados en charcos de sangre negra, su hedor asfixiante impregnaba el aire. Las paredes de la caverna estaban cubiertas de una sustancia viscosa, como si los mutantes hubieran intentado convertirla en una guarida grotesca. Las sombras danzaban en la penumbra, proyectadas por los cuerpos deformes y desmembrados, y el suelo estaba pegajoso bajo las botas de Jonás, saturado de fluidos oscuros y partes orgánicas de las bestias que habían combatido.
El olor era insoportable. Una mezcla de carne podrida, sudor ácido y podredumbre se entrelazaba con el frío aire subterráneo. Jonás miró alrededor mientras el eco de la batalla aún resonaba en su cabeza, intentando contener el impulso de retroceder ante lo asqueroso de la escena.
—Qué maldito infierno, —murmuró, frunciendo el ceño mientras levantaba su mano para tocar la herida en su rostro.
La adrenalina que lo había mantenido firme durante el combate comenzaba a desvanecerse. El dolor le golpeó de repente, una punzada ardiente que le recorrió la cara y bajó por el cuello. Aunque llevaba la armadura que había adquirido con el sistema, la sangre seguía fluyendo lentamente desde el corte que el líder mutante le había dejado. El escozor se volvió insoportable, la piel de su rostro palpitaba con el dolor, y cada respiración lo sentía como una brasa contra la piel herida.
Jonás apretó los dientes. A pesar de todo, no era invulnerable. Seguía siendo humano, con las debilidades que eso implicaba. El peso de la armadura era un recordatorio constante de la protección que había ganado, pero incluso con ella, un golpe bien dirigido lo había alcanzado. Eso lo enfurecía. No debía volver a pasar.
—Maldita sea, —murmuró con un tono de autocrítica, sacudiendo la cabeza—, la próxima vez estaré mejor preparado.
Miró a su alrededor nuevamente, asegurándose de que todo estuviera despejado. Los Astartes estaban tranquilos, pero la tensión en sus cuerpos, el frenesí que habían liberado en combate, aún vibraba en sus movimientos. El baluarte miraba a Jonás con preocupación.
—Maestro, —dijo el baluarte con voz grave—, es necesario que cuides esa herida. No podemos permitir que una amenaza vuelva a tocarte.
Jonás suspiró, sintiendo cómo la fatiga comenzaba a instalarse en sus músculos. Cada paso se volvía más pesado. La batalla había sido brutal, y aunque su espíritu seguía firme, su cuerpo empezaba a pasarle factura. A medida que la adrenalina abandonaba su sistema, la realidad de sus propias limitaciones se hacía más evidente. El escozor de la herida se extendía, y ahora que la adrenalina se había disipado, el dolor no lo abandonaba.
—Lo sé, baluarte, lo sé, —respondió Jonás, apretando los puños. Necesitaba algo más.
Abrió la interfaz del sistema y comenzó a revisar sus opciones. No podía permitirse ser golpeado de nuevo de esa forma. Un casco lo protegería mejor, y el Auspex integrado no solo le daría una visión mejorada, sino que le permitiría detectar amenazas antes de que lo alcanzaran. Era una inversión que no podía seguir postergando.
—La próxima vez tendré un casco con Auspex, —murmuró mientras navegaba entre las opciones. Esto no volverá a suceder. Podría haber evitado el golpe del líder si hubiera podido ver mejor, si hubiese detectado el movimiento antes de que ocurriera.
El cansancio lo envolvía ahora completamente. Su mente nublada por la fatiga intentaba mantenerse alerta, pero el dolor y el esfuerzo acumulado le pesaban en cada paso. No podía permitirse esto otra vez. Necesitaba estar en la cima, siempre listo para cualquier amenaza.
—Nos retiramos, —dijo Jonás con determinación, aunque su voz revelaba el cansancio que intentaba ocultar—. Hemos hecho lo que debíamos aquí.
Los Astartes asintieron en silencio, su lealtad inquebrantable era evidente en cada uno de sus movimientos. El baluarte, aunque preocupado por la herida de su maestro, sabía que Jonás no permitiría mostrar más debilidad ante ellos.
—No te preocupes, baluarte, —añadió Jonás, intentando suavizar la tensión que sentía en el aire—, esto no volverá a pasar. Pero cuando vuelva a enfrentarnos con algo así, estaré mejor preparado.
El baluarte no respondió, pero el sonido de su armadura moviéndose mientras tomaba posición a su lado le dio a Jonás la seguridad de que siempre estaría protegido. Los otros Astartes mantuvieron su vigilancia, asegurándose de que el camino de salida estuviera despejado.
Mientras se dirigían de vuelta al transporte, Jonás sentía el peso del dolor, pero también la fuerza de la victoria. Sabía que la próxima vez que se enfrentara a algo así, tendría la ventaja. Con un casco equipado con Auspex, no solo sería más difícil de alcanzar, sino que vería venir las amenazas mucho antes.
Cuando finalmente se retiraron del nido, Jonás se permitió un último vistazo al horror que habían dejado atrás. Un campo de batalla lleno de cadáveres deformes y pozos de fluidos oscuros, una visión repulsiva que sería difícil de olvidar. Pero a pesar del asco y el dolor, el objetivo se había cumplido.
Los mutantes habían caído.
—Nunca más, —murmuró Jonás mientras el transporte blindado comenzaba a moverse, alejándolos del horror del nido—. Nunca más volverán a golpearme sin que lo vea venir.
El camino de vuelta al refugio fue largo y silencioso, con solo el ruido del motor del transporte y el eco del combate reciente llenando el aire. Jonás estaba exhausto, pero el dolor de la cicatriz en su rostro le mantenía despierto, una constante quemazón que le recordaba que, aunque había ganado la batalla, seguía siendo vulnerable.
En medio del trayecto, el dron de reconocimiento captó movimiento cerca de una formación rocosa a unos metros de su posición. Los Astartes tácticos, sin dudarlo, activaron sus armas y se prepararon para cualquier posible amenaza.
—¡Mutantes! —gruñó uno de los Astartes al detectar las criaturas ocultas entre las rocas.
Los mutantes, aunque pocos, parecían haber escapado de la batalla del nido y estaban emboscados, buscando venganza por la destrucción de su líder. Los Astartes tácticos abrieron fuego rápidamente, sus disparos certeros acabando con los mutantes en cuestión de segundos. La brutal precisión con la que se movían en combate dejaba claro que, para ellos, eliminar amenazas como esta era solo rutina.
—Seguimos adelante, —dijo Jonás, sabiendo que, aunque el ataque había sido insignificante, no debían bajar la guardia.
Mutantes eliminados: 4
Puntos obtenidos: 8 puntos.
Puntos totales: 1368 puntos.
El refugio se vislumbraba en el horizonte, un respiro después del caos del combate. Cuando llegaron, los supervivientes que se encontraban en la entrada observaron con ojos abiertos y llenos de preocupación a Jonás. Era la primera vez que lo veían herido, y la cicatriz en su rostro, aunque no era mortal, resultaba impresionante.
—¡Maestro! —gritó uno de los supervivientes, corriendo hacia él—. ¿Está bien?
Jonás descendió del transporte, su rostro cansado pero firme. Sentía el escozor de la herida más intensamente ahora que el frío del aire lo golpeaba. Los Guardias Imperiales que estaban apostados en las entradas le dirigieron miradas de preocupación.
—Es solo una cicatriz, —dijo Jonás, sin perder la calma, aunque por dentro sentía el ardor expandirse.
Uno de los médicos del refugio y el Apotecario se acercaron rápidamente. El Apotecario, con su imponente figura, escaneó la herida de Jonás, asegurándose de que no hubiera ningún tipo de infección que pudiera poner en riesgo su vida.
—La herida es superficial, maestro, —dijo el Apotecario—, pero debemos asegurarnos de que no haya trazas de infección mutante. Será mejor que se siente.
Jonás, aunque no estaba acostumbrado a que le dijeran que debía parar, accedió. El cansancio le pesaba más que su orgullo. Se sentó en una de las plataformas cercanas, y el Apotecario comenzó el proceso de curación.
El médico limpió cuidadosamente la herida, mientras el Apotecario inyectaba un líquido brillante en la zona afectada. El líquido causó un ardor inmediato, pero Jonás no hizo ningún sonido de dolor. Sabía que, aunque el escozor era intenso, era un paso necesario para asegurar que no hubiera rastros de la infección mutante en su cuerpo.
—Esto sanará rápido, —dijo el Apotecario, su tono frío y eficiente—. Pero su rostro llevará esta cicatriz como recordatorio de la batalla. No hay forma de evitarlo.
Jonás asintió. Aceptaba la cicatriz como un símbolo de su liderazgo. Un recordatorio de que, aunque no era un Astartes, él también libraba batallas a su manera.
—Será parte de mi historia, —murmuró, más para sí mismo que para los demás.
Una vez que la herida estuvo cerrada, Jonás se levantó y agradeció a los médicos y al Apotecario. Pero sabía que necesitaba algo más. El casco.
Abrió la interfaz del sistema mientras se alejaba un poco del bullicio del refugio, navegando entre las opciones. No podía permitirse que algo así volviera a suceder. El casco que planeaba adquirir no solo lo protegería de futuros golpes, sino que también le permitiría ver y detectar amenazas con mayor antelación.
Casco con Auspex disponible: 200 puntos.
Descripción: Casco avanzado de combate, equipado con un sistema de visión mejorada, capaz de detectar amenazas a través de sensores y radares de largo alcance.
Costo: 200 puntos.
—Esto es lo que necesito, —dijo Jonás mientras seleccionaba la opción.
Puntos totales: 1168 puntos.
El casco se materializó ante él. Era una pieza de armadura impresionante, de diseño elegante pero robusto. El visor del casco estaba cubierto de líneas rojas de energía, y la estructura en sí parecía casi imposible de penetrar. El metal oscuro que lo recubría se integraba perfectamente con la armadura que ya llevaba Jonás, dándole una apariencia más intimidante y poderosa.
Se lo colocó sobre la cabeza, sintiendo cómo el peso de la tecnología y la protección envolvían su rostro. El Auspex se activó de inmediato, proyectando información y datos sobre el entorno, dándole una visión clara de todo lo que lo rodeaba. Podía ver mejor en la oscuridad, detectar movimientos en la distancia, tenía vox incluido para hablar con sus tropas y, lo más importante, sentir que ahora estaba un paso por delante de cualquier amenaza.
Jonás sonrió debajo del casco, una sonrisa que no podía verse, pero que reflejaba la confianza renovada que sentía en ese momento. Se giró hacia los Astartes, que lo observaban en silencio, esperando su siguiente orden.
Jonás levantó la cabeza, con la cicatriz aún visible, aunque ahora oculta bajo el casco recién adquirido. Sus ojos brillaban con una intensidad renovada , así que los reunió a todos los Astartes, Guardias Imperiales, Adeptus mecanicus y en la parte central de la base… Los supervivientes los siguieron con curiosidad, pues Jonas no iba a darles ordenes; quería darles libertad y no tratarlos como en Warhammer.
Jonás caminó entre ellos, sintiendo el poder de la responsabilidad sobre sus hombros. Era su deber guiarlos, liderarlos, y juntos conquistar a los mutantes que asolaba este mundo. Pero hoy no eran simplemente tropas o invocaciones; hoy, serían un capitulo de verdad.
—A partir de este momento, —dijo con una voz más profunda debido al casco— seremos un capítulo. Una fuerza unida, firme e inquebrantable.
Los Astartes, con sus armaduras gigantescas, dieron un paso adelante, inclinándose con una reverencia solemne. Sus rodillas golpearon el suelo con un estruendo metálico, y sus cabezas se inclinaron en señal de respeto absoluto hacia su maestro. Los Guardias Imperiales, con menos altura pero igual lealtad, siguieron el ejemplo de los Astartes, arrodillándose en perfecta sincronía. Incluso los Adeptus Mechanicus, siempre reservados y calculadores, inclinaron sus cuerpos en sumisión ante la decisión de Jonás.
Los supervivientes del refugio, al ver a estos gigantes de guerra arrodillarse ante Jonás, quedaron estupefactos. No sabían si arrodillarse también o simplemente observar con asombro. Jamás habían presenciado algo así, solo en películas.
La luz del refugio brillaba sobre su nuevo casco, que se ajustaba perfectamente a su armadura. El Auspex integrado le daba una visión más clara de todo.
—¡Seremos conocidos como el Capítulo de la Llama Eterna! —anunció Jonás, su voz reverberando por las paredes del refugio—. Como una llama que nunca se apaga, ¡así será nuestra voluntad, quemando todo a nuestro paso, y trayendo el orden donde está nuestra llama o donde pase nuestra llama!
El aire pareció detenerse un segundo, y en ese instante, los Astartes, Guardias Imperiales y Adeptus Mechanicus, aún arrodillados, esperaron la palabra final. Los supervivientes miraron atonitos.
—¡Fuego y orden!
Los Astartes levantaron la cabeza, y en un rugido unísono, repitieron la frase con fervor inquebrantable:
—¡Fuego y orden!
Los Guardias Imperiales, inspirados por la fuerza de los Astartes, se unieron al grito, y pronto todo el refugio retumbó con las voces de aquellos dispuestos a morir por su capítulo. Los supervivientes, todavía asombrados, finalmente entendieron que estaban ante un poder más grande que ellos mismos, y aunque no pronunciaron palabra alguna, sus miradas reflejaban devoción y respeto.
Desde ese día, el capítulo de la Llama Eterna, su propio capítulo, se levantaría, y jamás dejaría de arder.