Agatha miró a las demás sin poder creerlo, pero todas asentían como carneros.
No les importaba que solo un tercio de ellas fuera a graduarse como princesa.
Cada una estaba absolutamente convencida de que sería la elegida.
No, esas criaturas disecadas y colgadas en el museo no habían sido alumnas como ellas.
Eran simplemente animales.
Esclavos por un Bien Mayor.
Agatha no sabía qué pensar de este lugar.
Primero la maestra pierde un cuarto de clase entre chismes con las ardillas.
Cuando la clase por fin empieza les dice que no todas podrán ser princesas, pero que al menos servirán como sacrificio animal.
Y todas las chicas, menos ella, están conformes con el trato.
Después de eso, todas comienzan a pedir deseos muy felices a unos peces de colores.
Agatha se preguntó qué podrían desearlas almas de estas chicas.
¿Qué desearán las almas buenas?, se preguntó Agatha, mientras observaba cómo los peces de los deseos formaban la figura.
¿Paz para sus reinos?
¿Salud para sus familias?
¿Derrotar al mal?
No.
En cambio, los peces dibujaron el rostro de un chico.
—¡Tristán! —exclamó Kiko al reconocer el pelo rojizo del muchacho.
Agatha gruñó.
Debió habérselo imaginado.
Aun así, tomo nota por si en el futuro podía ayudar a un amigo.
Nunca se sabe.
Luego fue el turno de Reena; cuando hundió el dedo, los peces cambiaron de colores y formaron un mosaico de un chico corpulento de ojos grises poniendo una flecha en su arco.
—¡Es Chaddick! —indicó Reena, sonrojándose— Torre Honor, habitación diez.
Los peces de Giselle dibujaron al moreno Nicholas, el deseo de Flavia fue Oliver, los de Sahara pintaron al compañero de cuarto de Oliver, Bastian…
Al principio a Agatha le pareció una tontería, pero ahora le daba miedo.
¿Era esto lo que anhelaban las almas buenas?
¿Chicos a los que ni siquiera conocían?
¿Con qué fundamento?
—Amor a primera vista —exclamó Uma—. ¡Es la cosa más hermosa del mundo!
Agatha sintió arcadas.
Los peces estaban agotados de dibujar tantas mandíbulas cinceladas, pero Beatrix ofreció el espectáculo mayor cuando hizo dibujar a los peces de los deseos su casamiento de cuento de hadas con Tedros en un espectacular arcoíris, con castillo, coronas y fuegos artificiales.
Todas las alumnas tenían los ojos inundados de lágrimas, ya sea porque la escena era hermosa o porque sabían que nunca podrían competir con Beatrix.
Agatha tomo nota para preguntarle a Sophie si debía ser leal a su género o advertirle al chico que le gustaba a la loca.
Luego de media hora de ver a sus compañeras delirar sobre chicos a un nivel que dejaba a Sophie, en sus peores momentos, como una persona perfectamente razonable.
La profesora Uma estaba a punto de finalizar la clase.
—Uh. ¿Debo darles sus calificaciones? - dijo pensativa la maestra.
—Pero ella todavía no lo hizo —indicó Beatrix, señalando a Agatha.
Esta parpadeo sorprendida.
Que a Beatrix le preocupaba que Agatha aún no hubiese participado.
Quizá no era tan mala después de todo.
— Así Reena podrá tener su cuarto cuando ella repruebe. —Sonrió Beatrix.
Agatha retiró lo pensado.
—¡Ah! ¿Queda una? —preguntó Uma, mirando a Agatha.
Observó el lago, vacío de peces de los deseos, y luego a su preciada maleta rosa.
— Siempre me pasa lo mismo —se lamentó.
Con un suspiro, soltó la maleta en el lago, observó cómo se hundía y volvía a flotar bajo la forma de mil peces blancos.
Agatha se inclinó sobre el agua y vio a los peces que la observaban alicaídos.
Por un momento habían hallado el cielo en una maleta.
Pero aquí estaban otra vez, como genios fuera de su lámpara.
Poco les importaba que su vida estuviera en juego.
Solo deseaban que los dejaran tranquilos.
Agatha sintió compasión.
Mi deseo es fácil, reflexionó.
Deseo no aplazar.
Metió el dedo en el agua.
Los peces empezaron a temblar como tulipanes al viento.
Agatha pudo escuchar sus deseos, debatirse en su mente… No aplazar… En casa, en la cama… No aplazar… Sophie a salvo… No aplazar… Los peces se volvieron azules, luego amarillos, luego rojos. Los deseos se convirtieron en un ciclón… Cara nueva… Misma cara… Pelo rubio… ¡Detesto el pelo rubio!… Más amigas… Nada de amigas…
—No solo confundida —murmuró la princesa Uma—. ¡Completamente confusa!
Los peces, rojos como sangre, comenzaron a temblar, como si estuviesen a punto de explotar.
Asustada, Agatha intentó sacar el dedo, pero el agua lo apretó como un puño.
—¡Qué diabl…!
Los peces se volvieron negros como la noche y volaron hacia Agatha como imanes al metal, cubriendo su mano en una masa estremecedora. Las chicas huyeron de la orilla, horrorizadas; Uma quedó inmóvil en su lugar.
Desesperada, Agatha intentó arrancar el brazo del agua, pero su cabeza explotó de dolor…
Hogar, Escuela, Mamá, Papá, Bueno, Malo, Chicos, Chicas, Siempre, Nunca…
Sujetos con fuerza a la mano de Agatha, los peces temblaron cada vez más, cada vez más rápido, hasta que no pudo distinguirse uno de otro.
Los peces soltaron miles de gritos atormentados.
Agatha sintió que la cabeza se le partía en dos…
Aplazar, Ganar, Verdad, Mentiras, Perdido, Encontrado, Fuerte, Débil, Amigo, Enemigo…
Los peces se hincharon como un globo en una masa negra y subieron por su mano.
Agatha se sacudió para liberar su dedo hasta que oyó el hueso quebrarse y aulló desesperada, mientras los peces, que chillaban, engulleron todo su brazo en su capullo color ébano.
—¡Socorro! ¡Que alguien me ayude!
El capullo se infló hasta su cara y sofocó sus gritos.
Con un horrible grito, el vientre mortal la tragó.
Agatha se sacudió para poder respirar, intentó dar patadas para salir, pero el dolor perforó su cabeza y la obligó a agacharse en posición fetal.
Odio, Amor, Castigar, Recompensar, Cazador, Cazado, Vivir, Morir, Matar, Besar, Tomar…
Aullando vengativo, el capullo negro la absorbió aún más como una tumba gelatinosa, ahogando su último aliento, chupándole la última gota de vida hasta que no le quedó nada para…
Dar.
Los gritos cesaron.
El capullo se deshizo.
Agatha cayó, atónita.
En sus brazos había una niña, de no más de doce o trece años, con piel morena y una maraña de rizos oscuros.
Se despertó, abrió los ojos y le sonrió a Agatha como si fuera una vieja amiga.
—Cien años pasaron, y fuiste la primera que deseó liberarme. —Respiró entrecortadamente, como pez fuera del agua, y apoyó la mano en la mejilla de Agatha. — Gracias.
Cerró los ojos y su cuerpo se relajó en los brazos de Agatha.
Centímetro a centímetro, la niña comenzó a resplandecer de un color dorado brillante, y con una explosión de luz blanca se deshizo en rayos de sol y desapareció.
Agatha miró boquiabierta el lago, vacío de peces, y oyó los débiles latidos de su corazón.
Sintió que habían golpeado y arrancado sus entrañas.
Levantó el dedo, curado como nuevo.
—Ehh… ¿Todo eso fue… NORMAL? —Respiró profundamente y se dio vuelta.
La clase entera estaba dispersa detrás de los árboles, incluida la princesa Uma, cuya expresión respondía la pregunta.
Entonces todo se fue al infierno.
Agatha vio como una estampida de animales desesperados comenzó a precipitarse hacia ella.
Los animales estaban frenéticos.
Sus chillidos fueron cada vez más fuertes, hasta febriles…
Ellos también querían ser liberados.
Ardillas, ratas, perros, topos, ciervos, pájaros, gatos, conejos, la nutria inepta…
Todos los animales en el terreno de la escuela, todos los animales que podían deslizarse entre las puertas corrieron hacia su salvadora…
"¡Haznos humanos!" - exigieron.
Agatha palideció.
¿Desde cuándo podía ella entender a los animales?
"¡Sálvanos, princesa!" - gritaron.
¿Desde cuándo podía ella entender a animales delirantes?
—¿Qué hago? —vociferó Agatha.
Uma miró a los animales, sus fieles marionetas, sus amigos íntimos…
—¡HUYE!
Por primera vez alguien en esta escuela le daba a Agatha un consejo práctico.
Huyó hacia las torres mientras unas urracas le picoteaban las manos, ratones se colgaban de sus botas, ranas saltaban a su vestido.
Corrió colina arriba lo más rápido que pudo.
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DESTREZA
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Oyó gritar en su mente a al sistema.
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SI SUBES TUS PUNTOS DE DESTREZA AUMENTARAS TU VELOCIDAD.
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"Ponlos todos" – pidió desesperada.