—Ni hablar —dijo con firmeza.
—Carlos, no le hagamos caso.
—¿Cuántas veces quieres que te diga? No quiero verte más.
Como ella no soltó la puerta, Carlos contuvo su ira y sacó su teléfono para llamar a alguien:
—Ven a mi casa —colgó sin importarle si la persona del otro lado lo escuchaba o no.
—No la empujé —Micaela se secó las lágrimas de su rostro y explicó.
—No importa lo que hayas hecho o no, no quiero volver a verte, ¿lo entiendes?
Y luego, un hombre se apresuró a acercarse y en cuanto vio a Carlos, dijo inmediatamente con seriedad, —Presidente.
—Llévatela —Carlos señaló a Micaela y ordenó.
—Sí.
Cuando el hombre estaba a punto de arrastrarla, ella luchaba contra él:
—No me alejes, no...
Carlos dio unos pasos hacia delante y, con un empujón, ella fue arrastrada por el hombre.
Ni siquiera le dirigió una mirada adicional y cerró enérgicamente la puerta.
Micaela rodó, golpeándo la pueta:
—Carlos, déjame entrar. Somos pareja.