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Mi demonio Nicolás [VOLUMEN 1]

Los hermanos Beryclooth. Su historia comenzó el día que fueron separados. A Arthur, su propia sangre le cortó sus alas; Nicolás conoció la verdadera oscuridad habitable en su alma, olvidándose del cielo para adentrarse en el infierno, renaciendo como un hombre malvado y sin miedo a nada. En el bajo mundo, él es conocido como “El demonio”.

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32 Chs

Capítulo 27. Pequeño zorro

| | N I C O L Á S | |

Salí de la escuela de forma casual con intenciones de irme a casa y esperar a que Arthur. Al pobre le tomaría un rato alcanzarme.

Me reí para mis adentros al visualizarlo en el baño limpiándose el semen del culo con el papel de baño.

 Al poco rato, me percaté de que alguien me acechaba a unos cuantos pasos. Supe casi de inmediato que se trataba de Wendy tratando de averiguar donde vivo.

Me reí y decidí jugar con ella fingiendo no saber que me seguía, igual que siempre. Ese era mi juego: dejar que me siguiera un rato fingiendo no haberla visto, deambular un poco entre las calles y aumentar mi ritmo para que finalmente, me perdiera de vista.

Era un poco divertido. 

Pero después de un rato cuando seguí avanzando, ya no la sentí detrás de mí. ¿Se había ido? No… Mi instinto me indicó que algo había ocurrido. 

Retrocedí unas cuantas calles buscándola con la mirada, hasta que finalmente la encontré. Observé con detenimiento cómo el hombre que la capturó amenazaba con cortarle una oreja. Normalmente me hubiera quedado ahí parado un poco más de tiempo por mi fascinación de ver cómo transcurría la situación, pero gracias a que ese cabello rojizo se cruzó en mi línea de visión, reconocí casi de inmediato a quien tenía a mi compañera en custodia.

Si no intervenía, las cosas se saldrían un poco de control.

— ¿Wendy? —después de ordenarle a Wendy que se fuera, mi guardaespaldas y yo tuvimos una conversación al respecto.

— ¿Qué la hace tan especial como para que te importe? —una pregunta curiosa que realmente no era difícil de responder; sin embargo…

— Escucha: no persigas a Wendy, si lo haces, tendré que hacerte mucho daño —realmente, no tenía que darle explicaciones, él trabajaba para mí y sólo haría lo que yo le ordenara, eso él lo sabía perfectamente.

Se marchó ocultando su furia y frustración bajo esa capa de frialdad.

¿Qué tenía Wendy de especial? Era algo sencillo, pero complicado a la vez.

[ . . . ]

Desde el momento en que atravesé la puerta del aula por primera vez, las miradas que se clavaron en mí parecían las de un montón de corderos intrigados; algunos me observaron con temor, otros expresaban intriga, pero sobre todo, deseo.

Me molestó intentar imaginar lo que podría estar pasando por sus cabezas indigentes.

Como si fuera tan raro ver a un tipo abusivamente atractivo de 1.85. 

Pero entonces, me fijé en cada varón habitante de aquel pequeño y pestilente salón de clases y me di cuenta de que, sí, era raro conocer a un joven tan bien parecido como yo y eso que llevaba mis gafas oscuras.

Con razón me miraban como si fueran a comerme... Ugh.

La maestra me invitó a sentarme en uno de los asientos vacíos ubicados al centro del salón. Acepté fingiendo agrado y me dirigí a mi nuevo lugar caminando con soberbia como era mi costumbre, orgullosos de ser el centro de atención de un montón de corderos de corral.

Odiaba estar entre la plebe, pero al fin y al cabo, era por una buena causa.

Transcurrieron un par de días y durante ese tiempo, tanto chicos como chicas se me acercaron amigablemente en un intento de familiarizarse conmigo y hacerme sentir cómodo, lo que ocurría normalmente cuando alguien nuevo se integraba a ellos.

Me desagradaban todos ellos, pero no lo demostré; al contrario, debieron pensar que me había hecho amigo de todos ellos, lo sabía por su forma tan amigable de mirarme y no los culpo. Era fácil para mí aparentar genuina empatía, era sólo otro de mis talentos.

Me había hecho bastante popular en poco tiempo

De forma sutil, hice que mantuvieran su distancia. Aunque me gustaba ser admirado, no me gustaba que estuvieran rondando alrededor de mí como malditas moscas.

Cuando el bullicio de mi llegada se calmó, una estudiante que no había visto, ingresó al aula y se dirigió directamente a su lugar unos asientos detrás de mí dos filas a la izquierda.

Una pequeña chica de cabello corto color atardecer y unos electrizantes ojos verdes. 

Desde que la vi, percibí que emanaba un aura muy distinta de la de los demás, esa que normalmente se percibe en gente peligrosa: pesada y oscura.

Era solitaria y muy seria entre sus compañeros a pesar de ser tan atractiva. Lucía como una de las típicas chicas populares y bonitas de la escuela, pero era lo opuesto de todo eso, como si en ese salón ella no existiera para nadie.

Tanto chicas como chicos la ignoraban completamente.

Intrigado por esa atrayente sensación, giraba a verla de vez en cuando mientras fingía estar hablando con un grupo de chicos. Descubrí que al igual que yo, me observaba y en cuanto se percataba que mis ojos la veían, fingía escribir algo en su libreta.

[ . . . ]

Iba de regreso a casa bajo un cielo nublado que anunciaba una tormenta.

Caminaba tranquilamente por la acera, pasando por un callejón del que vi a dos chicos salir despeinados, las ropas desacomodadas y unos cuantos rasguños en los brazos.

Se alejaron con pasos rápidos entre murmullos y risas maliciosas que enseguida percibí como una expresión cómplice tras haber cometido un crimen.

Por mera curiosidad, me asomé al callejón para descubrir su hazaña. Siempre era bueno conocer el tipo de mierda que habitaba mi ciudad.

Era un poco profundo, así que me adentré observando las paredes con grafiti y la pintura descarapelada, los ladrillos agrietados junto con los rincones llenos de polvo y basura.

Mi vista captó a una chica al fondo tirada de rodillas en el piso y de espaldas a mí, apoyándose con ambas manos en la vieja pared mientras mantenía la cabeza agachada.

Me fijé en su ropa: era el uniforme escolar, el cual estaba a medio poner con el suéter caído hasta los codos, la camisa blanca arrugada y sucia que a juzgar por lo holgada que lucía estaba abierta de enfrente, dejando uno de los hombros al descubierto y el fino tirante de su brasier desacomodado.

Su falda había sido rasgada y la tenía más arriba de lo que debería, las calcetas que usaba hasta las rodillas estaban impresas de mugre, parecían sacadas de una maceta con tierra.

A su lado, había un montón de billetes arrugados tirados a su alrededor.

Cuando me escuchó, su cuerpo se sobresaltó y giró ligeramente la cabeza aunque no lo suficiente para permitirme ver su rostro, pues su cabello despeinado era como una cortina mal puesta.

— ¿Qué quieres? —habló con una débil y desanimada voz que pretendía sonar molesta—. Ya hiciste lo que querías, déjame en paz. Estoy cansada.

— No sé con quién te juntas, pero luces como la mierda—al voltearse, unos verdes ojos apagados y furiosos brillaron con impacto en cuanto me vieron.

Esos ojos… Me gustaban los ojos de las personas que reflejaban dolor y odio puro, poseían almas fuertes de esas que desbordan pasión y eran extremadamente intensas, eso los hacía fácil de manipular y resultaban ser muy útiles, pues el deseo de aliviar sus agobiantes emociones los hacía estar dispuestos a sacrificar cualquier cosa por un poco de paz.

Era exactamente la clase de persona que podía usar como peón en cualquier tablero de juego.

— ¿Chico nuevo? —di un paso hacia enfrente e inmediatamente cambió su postura poniendo su espalda contra la pared y alzó su brazo señalandome con un vidrio roto que había recogido del suelo.

— No te acerques —bueno, era hora de pasar a mi faceta de chico caballeroso y de buenas intenciones.

— A juzgar por el olor a tierra y semen, parece que has tenido un día del asco, querida.

— ¿Qué haces aquí?

— Vi a los tipos que te dejaron como un juguete roto, tirada al igual que un condón usado. No es forma de tratar a una dama.

— ¿Y eso a ti qué te importa?

— Se creen superiores a ti porque piensan que eres débil. No soporto ver a alguien ser tratado como basura, me gusta darles la oportunidad de defenderse —me agaché poniéndome en cuclillas para estar más o menos a su altura—. Me refiero a que puedo ayudarte, pero sólo si tú me lo pides.

— ¿Ayudarme? —me miró incrédula sin bajar la guardia.

— Los tipos de antes, odio a esa clase de mierda tanto como tú. 

— No sabes nada sobre mí —empuñó el vidrio con más fuerza al tenerme cerca.

Recogí uno de los billetes sosteniéndolo entre dos de mis dedos y lo puse frente a su rostro.

— Tienes razón, pero por lo que puedo ver, te sometes a una humillación una y otra vez por un poco de esto. Puedo darte mucho de esto sin que tengas que volver a hacerlo.

—Sí, he escuchado eso antes. Si algo suena demasiado conveniente es porque es una trampa para algo peor —sonreí ante su astucia, no era lo que esperaba.

Realmente me agradaba esa chica. 

Nada mejor que una persona inteligente que pudiera controlar. Sólo necesitaba esforzarme más.

— Lo único que pido a cambio es que seas mi amiga, ya sabes, porque soy el chico nuevo y eso —parpadeó con extrañeza.

— Eso es mierda, eres muy popular.

— Ser popular no significa estar rodeado de amigos. Sólo se dejan llevar por lo que ven en el exterior, pero realmente no me conocen. Pareces la clase de persona que lo entiende —sus ojos no se apartaron de mí, mostrando dudas—. Puedo demostrarte que tengo buenas intenciones y lo haré mañana a esta misma hora en el almacén abandonado junto a la fábrica. Si aceptas mi ayuda, te prometo que tu vida cambiará. ¿Qué estás dispuesta a hacer para tener felicidad y libertad? ¿No quieres vengarte de los hombres que te han hecho tanto daño a cuesta de unos cuantos billetes? —El agarre que ejercía en su simulada arma, flaqueó ligeramente, era una buena señal.

Abrí mi mochila, sacando una chaqueta lo suficientemente larga para cubrirla hasta los muslos y se la ofrecí esperando que la tomara.

— No puedes regresar a casa viéndote así, ¿verdad? —me analizó perpleja y desconfiada por largos segundos, mirando la prenda extendida hacia ella para luego mirarme de vuelta mientras aflojaba su agarre en el cristal. 

Con su otra mano temblorosa, aceptó la prenda tomándola de mis manos con precaución. Sonreí de forma reconfortante mientras la observaba colocársela sobre la espalda.

Me puse de pie y le ofrecí mi mano para ayudarla a incorporarse. 

— Puedes elegir tomar mi mano o tratar de apuñalarme, no te juzgaré —esperé pacientemente su respuesta con una ligera sonrisa.

Con una expresión desconcertada, finalmente soltó el pedazo de espejo y alzó su mano lentamente hacia la mía para tomarla. La ayudé a levantarse y me agaché a recoger el dinero para dárselo.

— Vas a necesitar esto para el taxi —me miró con cierta ilusión tomando el dinero, como si fuera la primera vez en su vida que la trataban con amabilidad.

Contemplé mi hazaña con satisfacción al completar el primer paso.

Me alejé y cuando estaba apunto de salir del callejón, su voz me detuvo.

— ¡Marshall! —me detuve por su llamado—. ¿Cómo me vas a ayudar? —Sonreí para mí mismo.

— Ven mañana y lo sabrás. Si lo haces, significa que quieres mi ayuda.

Alguien sin muchas alternativas ni apoyo, sin duda tomaría la primera oportunidad que tuviera para tener una mejora; después de todo, ¿qué podría ser peor que lo que estaba pasando?

Y como estaba seguro que iría, comencé a planear una satisfactoria venganza esa misma noche, el cual, con una sola llamada estaría listo al día siguiente.

[ . . . ] 

Tal como había dicho, después de la escuela me dirigí al almacén de contenedores a esperar por ella fuera de este. 

Observé discretamente mis alrededores, confirmando la presencia de mis secuaces armados que vigilaban el lugar.

Pasaron unos minutos antes de que mis ojos la encontraran aparecer entre las calles al otro lado del pavimento, caminando insegura y mirando de vez en cuando hacia los lados y hacia atrás como si estuviera en todo momento alerta de algún posible ataque o también de algún fisgón.

A diferencia de ayer, tenía una apariencia limpia y decente, a parte de su uniforme que se veía como nuevo e impecable.

Cruzó la calle precavidamente hasta llegar a cierta distancia de mí, como unos tres o cuatro metros.

Sonreí ladino al verla.

— Sabía que vendrías —dije, notando como bajo las manos con las que agarraba fuertemente la correa de su bolsa, llevaba una pequeña navaja oculta.

Precavida y astuta… Nada mal.

— Ten —se sacó mi suéter que llevaba sobre puesto en su espalda y se acercó a entregármelo.

— Quédatelo —contesté dándole la espalda dispuesto a retirar la gruesa cadena enredada alrededor de las manijas de la oxidada puerta.

— ¿Es broma? ¡Es demasiado grande para mí!

— Te protegerá del frío —enmudeció confusa.

— ¿Por qué querías que viniera? ¿Qué hay aquí? —pude ver que comenzaba a ponerse nerviosa por la clase de lugar en el que estábamos. 

— Te tengo una sorpresa —le informé justo en el instante en que la cadena cayó pesadamente y logré abrir la puerta.

Giré ligeramente la cabeza lo suficiente para alcanzar a verla con el rabillo del ojo.

— ¿Vienes? —me adentré en el oscuro recinto sin dejar que respondiera.

Tuve que entrar primero para que no pensara que iba a atacarla por detrás.

La puerta metálica rechinó sonoramente tras abrirla de par en par, dejando que la iluminación proveniente del exterior iluminara el lúgubre interior.

Algo dudosa y con los nervios a flor de piel, accedió con pasos lentos y pausados como si sus pies fueran pesadas piedras mientras sus ojos estudiaban minusiosamente los alrededores.

Se detuvo abruptamente al visualizar lo que había a unos pasos de ella, siendo iluminado por la claridad que había entrado al abrir la puerta, apreció en shock los cuerpos de dos adolescentes colgados boca abajo con cadenas enganchadas a sus pies, atados espalda con espalda con una gruesa cuerda y cinta sobre sus bocas.

Cuando nos vieron al notar la luz, ambos se agitaron escandalizados abriendo los ojos con sumo terror.

— ¿Qué…? ¿Qué es esto?

— Te dije que quería ayudar —aprecié divertido cómo Winter no daba crédito a lo que miraban sus ojos al encontrar a los dos chicos que había visto salir de ese callejón y que la trataban como a su puta personal.

— ¿Qué hiciste? 

— Los preparé para ti —caminé hacia la pared detrás de ellos para tomar un bate decorado con alambre de púas y fui de regreso con Winter para ofrecérselo.

Los chicos se agitaron con terror empezando a lloriquear.

— Haz lo que quieras con ellos, te prometo que nadie lo sabrá —le aseguré, esperando que tomara el bate cuando ella lo miraba con enorme impresión.

Levantó su vista hacia mí con ojos preocupados.

— ¿Cómo? ¿Cómo sabes que nadie lo sabrá?

— Tengo amigos, preciosa. Nada de lo que pase aquí, saldrá. Confía en mí.

— Pero ellos…

— No te respetarán. Puedo dejarlos libres bajo amenaza para que no digan nada, pero no siempre estaré cerca y tú tendrás que lidiar con ellos, ¿quieres eso? —se quedó pensando unos segundos, sin estar segura.

Parece que tendría que darle un pequeño empujón.

Fui hasta los chicos para retirarle bruscamente a uno de ellos la cinta sobre la boca.

— ¡Winter! ¡Ayúdanos, por favor! —suplicó con histeria. 

Ella no respondió, sólo se quedó mirando con ojos sombríos.

— ¡Oye, por favor! —volvió a gritar ante el silencio de la chica—. Sé… Sé que fuimos un poco malos contigo antes y nos pasamos, pero no vas a matarnos, ¿verdad? —En algún punto de su explicación, Winter pareció reaccionar.

Parpadeó un par de veces, enfocando su vista en sus agresores.

— ¿Un poco? —remarcó con un pesado resentimiento en su voz, adornada con una pizca de sorpresa—. Necesito dinero para pagar los medicamentos de mi tía, ustedes lo sabían y se aprovecharon de eso.

— S-sí y te pido perdón, pero por favor… —Winter le interrumpió, dando un paso al frente con una mirada tanto dolorosa como perturbada.

— Me tomaste fotos, las difundiste entre tus amigos, hiciste que entre todos me violaran en el baño de la escuela, se burlaron de mí, incluso me golpearon —dio otro paso, mostrando de cerca sus ojos extremadamente rojos intentando contener las lágrimas que caían silenciosamente—, ¿y dices que sólo fue "un poco"?

— ¡Te pagamos por eso y tú hiciste que este loco nos secuestrara! ¿Querías una disculpa? Ya te la dimos, ¡bájannos! —el otro chico se removió con pánico tras escuchar las palabras de su compañero.

La pelirroja estalló.

— Ni siquiera me trataron como a una persona, ¡Fui su maldito juguete! ¡¿Crees que esto es una broma?! —Winter me arrebató el bate de las manos y lo empuñó furiosa con manos temblorosas.

Ambos la miraron perturbados, pero al cabo de analizarla, el chico sin mordaza esbozó una sonrisa nerviosa que pretendía ser desafiante.

— No te atreverías… Nunca has matado a nadie —señaló, intercambiando una mirada desafiante con la pelirroja—. Sólo quieres asustarnos.

Esta situación me estaba divirtiendo mucho. Era lindo ver como dos personas se insultaban y desafiaban mutuamente hasta que la otra terminara de explotar.

Me posicioné detrás de ella para murmurarle al oído las cosas que estaba seguro sus demonios internos también le gritaban.

— Te está probando, ya no puedes echarte para atrás. Él no es el único que te ve como una basura, todos los demás también. Deja de ser la víctima y conviértete en el depredador —dije aquellas palabras con la mayor malicia que pude y funcionó.

El cuerpo de Winter se sacudió como si hubiera despertado algo en ella.

— Desearás no haber nacido, hijo de puta —con un rostro lleno de odio y rabia, se lanzó hacia él propinándole un golpe en los huevos que lo hizo soltar el grito que seguramente desgarró sus cuerdas vocales.

Se agitó con violencia, aterrorizando a su compañero quien empezó a sudar y derramar lágrimas sin la posibilidad de gritar por la cinta en su boca.

— ¡Perra! —bociferó con lágrimas en sus ojos.

Había sangre en su entrepierna y hasta yo me estremecí al presenciar aquello.

Sin querer dejarle tiempo para descansar, Winter empezó a repartir golpes en otros lugares apretando los dientes, no sólo al idiota que la había desafiado, sino al otro chico por igual, a pesar de que no podía gritar, me regocijé en la exquisita sinfonía de su agonía y el llanto de súplica de ambos mientras sangraban.

Winter los agarró a ambos cual piñata y con cada golpe, la sangre desprendida de sus cuerpos salpicaba su cara, sus ropas y se escurría en el piso, llevándose ocasionalmente trozos de piel entre las púas del alambre.

¿Quién diría que una chica con un cuerpo tan pequeño podría almacenar tanta fuerza y ser tan violenta?

Veía el placer y el enojo mezclados en su cara psicótica que parecía sacada de una película de terror y me encantó ver tan deliciosa expresión en un rostro con rasgos tan angelicales. 

Me pregunté a mí mismo mientras la sangre seguía decorando su rostro: ¿Arthur se vería igual de bello con sangre encima?

El rojo representaba tantas cosas… Amor, pasión, violencia, ira… Muerte. Arte.

Los alaridos de los chicos fueron haciéndose cada vez más débiles; sus voces se apagaban al igual que el brillo de sus ojos.

La pelirroja no paró de golpearlos por un largo rato, no fue hasta que sus brazos fueron martillados por el cansancio que se detuvo, cayendo jadeante de rodillas para recuperar el aliento, habiendo dejado dos sacos de carne molida bañados en sangre colgados como cerdos desangrándose.

Tenía que aplaudir después de presenciar tan satisfactoria escena.

Me acerqué nuevamente, plantándome a su lado.

— Me alegro, eres una chica muy fuerte —ella levantó nuevamente la cabeza para mirarme, ligeramente desorientada, como si su mente se hubiera perdido por un instante.

— Aún no entiendo que ganas tú con esto —divagó agitada.

— Ya te lo dije: una amiga —le extendí mi mano, ayudándola a ponerse de pie—. Y, ¿qué dices? ¿Estás satisfecha?

— Yo me siento… Me siento… —expresó con una mirada perdida mirándose las manos llenas de sangre, antes de que sus ojos comenzaran a brillar con un destello peculiar—, increíble —. Finalizó con una expresión relajada y liberadora. — ¿Eso me hace una mala persona? —No pude evitar reírme.

— Claro que no, ellos se lo merecían —sonreí.

— ¿Cómo… ? ¿Cómo puedo pagarte? —me dedicó una mirada destellante y decidida.

Ya tenía su confianza, sólo necesitaba conseguir su completa lealtad, establecer un vínculo.

— Acompáñame por un helado —sus ojos parpadearon con incredulidad, como si hubiese esperado algo más.

Me di la vuelta hacia la salida para demostrarle que hablaba en serio. Una mano en mi muñeca me detuvo.

Me giré por el contacto repentino, de mis menos favoritos.

— ¿Eso es todo? ¿En serio? —habló con la cabeza agachada, sin que entendiera por qué.

¿En qué estaría pensando?

Mi giré de nuevo hacia ella y contemplé con extrañeza como sus brazos se alzaban para rodear mi cuello. Se alzó de puntillas para murmurar sobre mis labios con una voz suave y seductora.

— ¿Seguro que no quieres otra cosa?

La miré intrigado y noté como su mirada había cambiado a una insinuante. La sangre decorando su blanca piel la hacía ver realmente hermosa.

Ciertamente, su proposición había sido inesperada.

— ¿Te me estás insinuando, nena? —levanté una ceja, sonriente.

— Los hombres siempre quieren algo a cambio. Tiene que haber algo más que quieras de mí, dímelo ahora y te lo daré.

Agarré sus brazos gentilmente y los separé de mi cuerpo, mirándola con serenidad.

— ¿A quién más tengo que matar para mostrarte que no quiero tu cuerpo? Si así fuera, te hubiera tomado en ese callejón sin pensármelo dos veces.

Su mirada hipnótica se disipó con incredulidad y le tomó unos segundos recapacitar y darse cuenta que estaba llena de sangre.

— Oh, cielos. Lo siento —se separó de mí, apenada—. Perdón, yo no quise… Lo volví a hacer.

No sabía exactamente de lo que estaba hablando, pero lucía bastante avergonzada. 

— Estoy cubierta de sangre y estoy sucia. Me ofreciste tu amistad a cambio de ayudarme y yo… —ignorando sus divagaciones, la agarré de los hombros e hice que me mirara.

— ¿Quieres besarme? —le pregunté mostrando caballerosidad. Si le mostraba que no la tocaría a menos que ella me lo concediera, ella confiaría plenamente en mí.

Sus ojos brillaron. Ninguna sílaba escapó de sus labios pero al entre abrirlos, me dio la señal para poder acercarme.

Estrellé mis labios contra los suyos en un hambriento beso. Aprovechando que su cavidad estaba abierta, introduje mi lengua mezclando mi saliva con la suya. Su boca era pequeña y suave.

Acostarme con ella no era algo que tuviera en mente, pero ¿cuánto tiempo había pasado desde la última vez que me había follado a una chica? ¿Seis meses? Tal vez un poco más.

Admito que extrañaba la suavidad y delicadeza de su piel, la fragilidad de su cuerpo, el aroma de su cabello. El toque femenino, pero sobre todo, un buen par de tetas.

Me separé formando un puente de saliva entre nuestras bocas. Ella lucía tan acalorada como sorprendida.

— Acepto tu propuesta —mencioné, dejando mi mochila en el suelo.

— ¿Qué? ¿Ahora? Pero estoy… 

— No importa —volví a besarla de forma mordaz.

Colé mis manos por debajo de su falda y la enganché de las nalgas haciéndola gemir, las cuales, eran como un par de almohadas suaves. La levanté en mis brazos y sus piernas abrazaron mi cintura. 

Tuvimos una batalla oral en la que se defendió bien a pesar de que logré dominarla finalmente. Caminé con ella llevándola a una mesa metálica y vieja en el lugar. La recosté dejándola bajo mi cuerpo y presioné mi pene contra su mojada vagina.

Nos separamos, jadeando acalorados.

— Mierda, besas increíble… —jadeó ruborizada y excitada.

— Tú tampoco lo haces mal —me desabroché la camisa dejando mi pecho al descubierto, ella me miró embobada y alzó sus manos hacia mi cara, retirándome mis lentes de sol.

En medio de la oscuridad, sus ojos se perdieron en los míos, como si acabara de ver algo que la hubiese asustado. Seguramente lucía como un depredador hambriento a punto de devorarla.

— ¿Qué?

— Nada —volvió a sonreír y me atrajo nuevamente hacía ella.

Apreté sus pechos proporcionales al resto de su delicado cuerpo, la escuché jadear nuevamente y desabotoné su camisa ensangrentada procediendo a besar sus senos abultados dentro de su sostén rosado; metí mis manos por debajo de estos acariciando sus pezones y automáticamente su voz se cargada de placer se hizo escuchar. 

Aunque me gustaría jugar más con su cuerpo, estaba impaciente. 

Repasó sus manos por cada centímetro de piel mío que tuvo a la vista mientras que yo aparté el intermedio de tela de su tanga blanca que se interponía entre mi pene y su orificio mojado.

Liberé mi dura erección y ella insistente e igual de ansiosa, abrió más las piernas y de una la metí de golpe, gracias a su basta experiencia, no hubo mucho problema. 

Se engachó a mi cuello y yo me aferré a sus caderas para embestirla con fuerza desde el comienzo. Estaba extremadamente caliente dentro y a pesar de lo "flojo" que estaba su coño, me estaba succionando hambrienta cada vez que la metía hasta el fondo. 

Sus gritos resonaron contra mi oído y mis gruñidos contra el suyo.

Repasé mis manos por los rastros de sangre, manchando mis palmas, disfrutando de ese exquisito placer que me estimulaba a hacérselo más rápido mientras sus manos se aferraban a mi espalda rasguñándola con desesperación.

— ¡Así… ! ¡Más rápido! —como lo pedía a gritos, lo hice con más velocidad y fuerza.

Sus gritos retumbaban en las paredes de aquel lugar abandonado mientras que yo disfrutaba de ver su imagen bañada en sangre, tan sexy y macabra.

[ . . . ]

Cuando terminamos, me sentía agotado. Era jodidamente buena para eso. Podría repetirlo si no tuviera otras cosas qué hacer.

— ¿Qué hacemos con ellos? —me preguntó cuando terminó de limpiarse la cara y colocarse el suéter encima para tapar las manchas de su uniforme.

— Le pediré ayuda a alguien para que me ayude a limpiar —respondí dándole la espalda mientras cerraba mi camisa.

— Eres todo un semental, Noé —mencionó con una risita, a lo cuál sonreí con egocentrismo—. Nunca había estado con un hombre como tú.

— Ja. Me lo dicen a menudo… ¿Qué dices? ¿Sigues teniendo ganas de un helado? —le pregunté.

— ¿Tú invitas? —me dedicó una mirada coqueta, levantando ambas cejas.

— Claro —me di la vuelta, dispuesto a salir y que ella me siguiera.

— Beryclooth… —me detuve en seco y me giré hacia ella con una mirada fija—. Te pareces mucho a ese niño que desapareció hace años.

— Ah, ¿en serio? Y, ¿tú cómo lo conoces? —quise saber en un tono casual, pero sin apartar mi mirada de ella. 

Acepto que su comentario me tomó totalmente por sorpresa.

— Vivía a lado de los Beryclooth y cuando desapareció el hermano mayor, por meses, vi carteles suyos con su foto por todo el vecindario—observé como llevaba una mano a su pecho mientras sus ojos se trasladaban hacia un recuerdo—. La mirada de ese niño… Siempre pensé que era escalofriante. Yo era muy pequeña, pero no he podido olvidarla desde que la vi…

Me quedé en silencio, procesando lo que acababa de decir… Cuando me quitó las gafas y se me quedó mirando así, ¿se había dado cuenta?

¿Acaso ella sabía que era yo? Lo dudaba bastante, a decir verdad. Aún así, estaba volviendo a reconsiderar lo que haría con ella; si la conservaba o… Acababa con ella.

— ¿Tú sabes algo de eso? —sus ojos se clavaron en mí, manteniéndose fijos en los míos.

— Para nada… —opté por ignorar su pregunta como si fuera una insinuación absurda.

— Bueno, sólo quería comentarte eso, no sé por qué lo recordé. Je, es tonto… —recogió su mochila viniendo hacia mí—. Entonces, ¿nos vamos… Noé? —Me dio un golpecito, dando por saldado el tema.

Era una chica perspicaz, pero no creo que se haya dado cuenta.

Fuimos al parque, compramos dos helados y nos sentamos en una banca. 

Wendy comenzó a hablar de quién sabe qué cosas y yo, como buen amigo, fingí que me interesaba o estaba escuchando cuando no prestaba atención a ni mierdas de lo que estaba diciendo. 

A las mujeres les encanta hablar de tonterías, complejos, inseguridades, chismes y ropa. Eran bonitas, sí, pero un jodido martirio escucharlas hablar de sus problemas, pero seguía siendo parte de mi estrategia ser atento con ella.

Seguí así por un largo rato, mirando al cielo desinteresadamente hasta que algo llamó mi atención.

— Cuando era niña, también perdí a mi mamá; murió de cáncer. Después de un mes, mi papá se suicidó y comencé a vivir con mis tíos y entonces... —respiró profundo después de la pequeña pausa—, eran muy cariñosos conmigo, especialmente mi tío y cuando me quedé solo con él por primera vez... Mi tía fue al doctor, yo me estaba bañando y entonces, él entró al baño y... —En sus ojos pude ver reflejado la forma en que visualizaba sus recuerdos—. Él me violó. Me pegó y me violó sin importarle que estaba sangrando y por mucho que grité, nadie me ayudó... Él terminó y luego se fue. Creo que después de eso, nada me duele realmente.

Me sentí atrapado por un sentimiento extraño tras haber escuchado su anécdota. Recordé mi propio dolor y eso me hizo sentir una extraña conexión con la pelirroja.

Wendy lucía tranquila, completamente seria, pero no me miraba.

— ¿Cuántos años tenías? —mi voz sonó seria y escalofriante, más de lo normal.

— Nueve, creo. Es raro, ¿no? Que después de eso me haya convertido en alguien que no puede vivir sin sexo y que cambia su cuerpo por dinero… Soy una zorra asquerosa, eso dicen todos —mi mano se movió, sosteniendo la suya que estaba apoyada sobre su muslo, eso hizo que me mirara con ojos tristes, unos en los que me ví reflejado en más de un sentido.

Una punzada desagradable arremetió en mi cabeza.

— ¿Raro? No lo creo… De hecho, te entiendo —sus ojos se abrieron absortos, volviéndose cristalinos y pronto se inundaron de lágrimas amargas.

Y aunque las palabras no salieron de mi boca, ella comprendió lo que había querido transmitirle en ese momento de brevedad: que ella y yo éramos iguales.

Atraído por las lágrimas inundando sus ojos, acaricié su mejilla, colocando un mechón de su cabello detrás de su oreja. 

Qué curioso… ¿Quién diría que unos ojos que albergan tanto odio también podrían reflejar tanto dolor? ¿Tanta tristeza?

Cambié de opinión, no iba a matarla.

Teníamos un pasado similar y eso nos hacía tener algo en común, algo que nos hacía quienes éramos. Me sentí identificado con ella y todo sentimiento de sospecha o duda hacia Winter repentinamente desapareció.

En un principio, mi intención era usarla para mi propio beneficio, hacerla alguien cercana para controlarla y entrenarla apropiadamente para que muriera por mí, pero las cosas acababan de cambiar.

Quizás, sólo quizás, si demostraba ser competente, la haría un miembro de mi familia y no sólo un juguete más.

Ella era como yo: En el pasado, fuimos la presa y ahora, nos convertimos en los depredadores.

Entendimos que así es mucho más divertido.