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Capítulo 3. Principio del 2022

Ella no podía decirle a nadie de su embarazo.

Tampoco podía callarse. Era una mezcla de sentimientos.

Ya era Navidad. No encontró mejor regalo para sus amigos y familia, que contarle su alegría.

Hubo brindis y vítores. Hubo alegría. El amor que sentía por su pichoncito ya iba creciéndose .

Lo dijo en la oficina antes de que se formara su bebé. Por supuesto, nadie entendía los ultrasonidos. Es algo que no falla.

De pronto, olvidó quien lo sabía y quien no.

Decidió dedicarse más a cuidar su cuerpo. Encontró multivitaminas de internet. Eran dos grandes envases que le servirías para las siguientes 34 semanas y más.

Llegó el esperado 2022. Había estado posponiendo el nacimiento de su bebé para este año, luego de una pandemia, unas olimpiadas en su ciudad y unos cuantos años de matrimonio.

Llegó el viaje esperado. Estarían 5 días y 6 noches en Okinawa. Como tenía boletos de avión desde antes de saber de su embarazo, se fue sin avisarle a su médico.

Tomó las medidas pertinentes y partió con su esposo. Aunque era invierno se fueron a la playa. Tomaron un vuelo desde Narita hasta Naha.

En un autobús se dirigieron al primer hotel en la avenida internacional. Era un hotel auspiciado por Asahi beer. Recibieron muchos regalos. Ese día fue muy especial, se tomaron fotos en kimonos de Okinawa. El kimono de ella era rojo con detalles blancos, azules y verdes. En su cabeza se colocó una flor. Él, sin embargo, usó un kimono dorado.

El segundo día se fueron a un hotel desde podían ver el monorail desde la habitación. Se quedaron todo el día disfrutando de la piscina y las clases de cocina de las instalaciones.

Al día siguiente fueron a un templo a pedir por la salud de su bebé.

Antes de salir hicieron el amor con mucha pasión. La felicidad los convertía en unos amantes febriles. Había ternura y desesperación en cada movimiento. La pasión los hacía olvidar que eran dos y se fundían en uno solo. Sus movimientos rítmicos los hacían llegar a un clímax adictivo.

Así continuaron su viaje, fundiendo sus cuerpos y alimentando el espíritu en diferentes locaciones: acuarios, museos y restaurantes.

A pesar de que era invierno, la temperatura no era muy baja en Okinawa. Con un fino suéter se pasaba el día. Las últimas noches las pasaron en su hostal favorito, en la isla del amor: Kourijima. Desde lo alto de una colina se asomaba el pequeño hostal rodeado de pequeños arbustos y plantas frutales. Contaba con pocas habitaciones, cada una con jacuzzi. Si te sentabas en el jacuzzi podías ver el mar. Era una se sensación de placer, paz y gozo casi incomparable.

La habitación constaba de un sofá, televisor, dos camas, refrigerador y una terraza con una mesa. Era muy sencilla. El toque tropical venía del uso de colores cálidos en las cortinas, además de poder ver el mar desde los ventanales. Las paredes blancas te invitaban a descansar sin pensar demasiado.

Era su cuarta vez usando el mismo hostal. El detalle que causaba la mejor intimidad y que hacía a este hotel único era la lejanía de los demás sitios turísticos. No era de fácil acceso. Se hacía necesario alquilar un auto. Eso hacían siempre ellos.

A pesar de tener mucho trabajo y de los años de relación. Llegar a este hotel los hacía sentirse tan relajados que olvidaban que ya conocían sus cuerpos de memoria y se deslizaban a la cama o al sofá o a dónde pudieran para reconocerse y rendirse a la lujuria.

Al regresar a su hogar siempre recordaban sus noches en Kourijima, sus amaneceres frente al mar, azul esmeralda de Okinawa.

Esta vez regresaron más que felices porque podrían saber del estado de su pequeño bebé.

Ella, estaba muy inquieta. Las dos semanas sin revisión hubieran sido eternas de no ser por el viaje.

Su clínica estaba a unos minutos en un pequeño tren eléctrico. Era tan diminuto como un autobús, pero tenía dos entradas y corría sobre rieles.

Llegó a su cita, en el momento exacto. Entra a su consulta y sus oraciones comenzaron a ser dichas en una imperceptible voz. Abrió los ojos cuando la cámara intravaginal ya estaba instalada dentro de su cuerpo. El doctor buscó y sólo le dijo que había malas noticias.

De pronto, la chica que había disfrutado de su viaje, la esposa que había gozado de un inmenso placer, la madre que había comprado el primer regalo a su bebé en Okinawa sintió un vuelco en su pecho.

Su médico le explicó que era muy común sufrir un aborto espontáneo pero ella no conocía a muchas personas que hubiesen sufrido esa amarga experiencia.

Regresó en el diminuto tren a su diminuta casa en su diminuto triste mundo. Estuvo todo el camino enumerando las razones para tratar de seguir en pie. Solo quería salir gritando y correr muy lejos.

Tuvo que enfrentar primero a su madre y decirle. Esta comenzó a llorar sin consuelo. Su esposo también estaba triste, muy triste.

Tuvo que trabajar ese día, fingir felicidad y soportar comentarios poco coherentes de sus compañeros. En todo ese caos estaba además la decisión que debía tomar: esperar a que salieran los restos de lo que aún no se podría llamar feto o sacárselo en la clínica.