Pariz, tras salir de su casa, subió un cigarrillo. El aire, impregnado de una sensación de dolor, parecía disiparse a su alrededor e interior. Las calles, repletas de basura y hierba crecida por meses sin cortar, eran testigos de la cruda imagen de una chica que, aunque anhelaba vivir, poco a poco se quitaba la vida.
El cielo, antes azul, se oscurecía lentamente, como si el entorno compartiera el mismo a pesar de que Pariz llevaba dentro. La oscuridad envolvía todo lo visible, sumergiéndola en un momento de desconexión total. Sin sentir nada más que el humo dañino que inhalaba, sus pasos se movían automáticamente por la calle.
Tras unos minutos, el cigarrillo llegó a su fin, y como si alguien hubiera apagado un interruptor temporal, el mundo volvió a ser lo que era: basura esparcida, miradas de desdén y preocupación de los transeúntes. Sin embargo, nadie se atrevía a acercarse, a ofrecerle ayuda. Aquella imagen de sufrimiento era algo tan común en esa colonia que se había vuelto casi natural.
Al llegar a un puente que dividía su realidad, Pariz lo observará. Era un puente antiguo, de piedra, cuyos bloques habían sido colocados uno a uno con el único propósito de cruzar la corriente cristalina del río sin malestar. Al cruzar, la diferencia era palpable: las calles estaban limpias, el césped verde y bien recortado llenaba el aire con un aroma fresco y envolvente, y el sonido de los autos reemplazaba el susurro del viento y los pájaros que solían escuchar del otro lado. Aunque el ambiente se sentía más seguro, también era más opresivo.
Tras caminar varios minutos, Pariz llegó a la escuela My Fly. Al verla, la nostalgia la inundó. Esta institución había sido parte de su vida desde que tenía 14 años. La escuela era imponente, a abarcar desde la primaria hasta el colegio, con sus paredes en un elegante azul rey y blanco, rodeada de árboles y áreas recreativas. Pero antes de que pudiera perderse en los recuerdos, la campana de entrada la sacó de su ensueño. Aún no estaba dentro.
Corrió con todas sus fuerzas, su peinado, que su madre había cuidado con tanto esmero, se deshizo en cuestión de segundos. Atravesó la puerta principal y recorrió los pasillos llenos de cubículos vacíos, hasta llegar al salón justo antes de que el nuevo profesor cerrara la puerta.
El joven maestro, Michael, de apenas 22 años, la miró con firmeza. Vestía impecablemente con un traje negro, zapatos bien lustrados y una camisa blanca cubierta por un chaleco negro. Su aspecto era pulcro y agradable, pero su mirada pesaba como un fardo de concreto. Era imposible mirarlo a los ojos.
—El primer día, y ya llegas tarde —dijo con un tono decepcionado.
Pariz bajó la cabeza, sintiendo la vergüenza.
—Perdón, no volverá a pasar —murmuró con un hilo de voz.
—Toma asiento. No quiero que esto se repita —le indicó con firmeza.
Al girarse hacia el salón, Pariz notó las decoraciones en las paredes: carteles de trabajos anteriores y fotos de grupos antiguos con el profesor al frente. Vio a sus nuevos compañeros, rostros desconocidos... excepto uno. Sentado al fondo, estaba su amigo Johan, alto, de cabello negro y ojos color verde miel. Él la saludó levantando la mano.
—¡Hola, Pariz! Te guardé un lugar —le dijo con una sonrisa amistosa.
Pariz suena de vuelta, aliviada de ver una cara familiar.
—Gracias, Johan, eres un sol —respondió mientras tomaba asiento a su lado.
—Llegas tarde el primer día, ¡qué puntual! —se burló Johan en tono jocoso.
—No empiezas... solo me quedó dormida, no es para tanto —dijo, tratando de sonar molesta, aunque en el fondo se divertía.
—¡Claro, claro! Seguro estabas dándole unos besos a JJ antes de venir —bromeó Johan, soltando una carcajada.
—¡Cállate! Ya sabes que no es así —se defendió Pariz, sonrojada.
—Relájate, solo es una broma —rió él.
Pariz dejó escapar una pequeña risa.
—No te preocupes, no me molesto tan fácil. Somos amigos, ¿no? —respondió con una sonrisa.
Justo en ese momento, unos pasos apresurados se oyeron en dirección al aula. Al llegar a la puerta, tocaron suavemente y el profesor Michael fue a abrir. Entró una chica rubia, con el uniforme de la escuela y un suéter negro con una estampilla que decía "Star Moon" en el centro.
La chica, cabizbaja y avergonzada, habló en voz baja.
—Perdón por llegar tarde. No volverá a suceder —dijo con timidez.
—Toma asiento y comenzamos la clase —respondió el profesor con tono tranquilo.
Johan, siempre dispuesto a bromear, se inclinó hacia Pariz y susurró al oído.
—Mira, hasta hay competencia para llegar tarde —rió.
—¡Jaja! Ella me ganó por poco —respondió Pariz, divertida.
La nueva chica observó el asiento vacío al lado de París y, sin mirarla directamente a los ojos, le preguntó tímidamente:
—¿Puedo sentarme aquí?
—Claro, siéntate —dijo Pariz, con una sonrisa cortante pero amable.
La chica se acomodó en su asiento, y la clase dio inicio.
capitulo 2 En My Fly a terminado