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VEINTE

Una vez superado el hermoso estallido de emociones en el ala oncológica y las impresiones del personal de guardia, Olivia Landcastle decidió ausentarse por unos minutos para ir en la búsqueda de algunos bizcochos que ofrecía la cafetería del hospital y celebrar con dulzura el regreso de la señora Fisher y el heroísmo de Lux. Aquel evento le había devuelto la luz al temible túnel que ella y sus amigos recorrían.

Antes de llegar a su destino, decidió adentrarse en los sanitarios más cercanos, pues, no tenía pensado ir a la cafetería, un lugar bastante concurrido y donde abundaban los chicos guapos, con el maquillaje destrozado por culpa de las lágrimas. A donde quiera que fuera, llevaba consigo los consejos de su madre: ‹‹Siempre debes estar arreglada, nunca se sabe cuándo aparecerá el amor de tu vida››, y en aquel hospital, cupido hacía de las suyas con cada chico que Olivia se topaba; sólo bastaba una mirada para desear ponerle las manos encima. No necesitaba al demonio de la lujuria para caer en sus deseos más carnales.

—Eres todo un caso, Olivia Landcastle —le dijo a su reflejo, mientras deslizaba la punta del lápiz alrededor de su ojo.

Las luces titilaron, y un gruñido se hizo escuchar desde el interior de una de las cabinas para excusados.

—¿Hola?

Con la guardia en alto, Olivia se acercó a la última cabina de su mano izquierda, llamando una vez más. El chirrido de un rasguño contra el metal taladró sus oídos.

—Olivia —siseó la voz al otro lado de la puerta. Arrastraba las letras, dejando una estela de amenaza.

Lo más sensato era huir y olvidar, pero algo en su interior la impulsó a sostener el lápiz delineador de forma amenazante y abrir la cabina de una patada. Estaba cansada de gritar, de huir y dejar que alguien más se encargara de sus problemas, debía ponerse los pantalones y resolver sus dificultades ella misma.

Un suspiro de alivio se escurrió por sus labios. No había nadie al otro lado. Se dio la vuelta y apoyó las manos sobre el mesón que sostenía la línea de lavabos para calmar sus nervios. Miró su reflejo y, al instante, pensó que se estaba volviendo loca, ya que éste le sonreía de una forma bastante tenebrosa.

Alzó la mano, y el reflejo la imitó sin dejar de sonreír. Curiosa, Olivia extendió la mano hacia la superficie reflectante, pero retrocedió con violencia al sentir una textura áspera e irregular. El reflejo aún mantenía su palma contra el espejo.

—¡Olivia! —gritó su reflejo, adoptando una apariencia mucho más aterradora. Las cuencas de sus ojos vacías, la piel agrietada y deshaciéndose como una bola de barro seca, y los dientes se desprendieron hasta dejar al descubierto una sonrisa incompleta.

La joven cayó al piso por la impresión, mientras que una sección del espejo se abría como una flor para darle cavidad a la criatura de las sombras, la cual se arrastraba y siseaba el nombre de su víctima.

Olivia intentó gritar por ayuda, sin embargo, la garganta se le contrajo, dificultándole la respiración y el habla. Su cuerpo se tornó rígido y pesado, como si se tratara de un enorme monolito de concreto que se hundía en las profundidades del océano. Por más que lo intentara, era incapaz de moverse.

—¡Olivia! —bramó aquella versión fantasmagórica de su persona, arrastrándose por el lustroso piso al igual que una araña. Su rostro se retorcía, y lo mismo sucedía con sus extremidades, que ahora presentaban grotescos tumultos del tamaño de una naranja—. ¡Olivia!

La criatura abrió la boca, dejando al descubierto un túnel infinito repleto de colmillos y secreciones verdes que despedían un olor nauseabundo. Estaba a pocos centímetros de ella, a un aliento de tocarle el rostro con la dentadura…

Se escuchó un chasquido, y la criatura estalló en una horripilante nube de cenizas, dejando tras de sí el eco de sus chillidos. Y casi al instante, los gritos de Olivia se abrieron paso, al mismo tiempo que su espalda se estrellaba contra una de las puertas. Todo el horror reprimido se liberaba sin control.

—Ya pasó —la tranquilizó Lux, arrodillándose junto a la chica con el látigo en mano—. No volverá molestarte, te lo prometo.

La mortal cubrió su rostro y permitió que el llanto la consumiera, mientras que los brazos de la otra chica la reconfortaban y le brindaban esa sensación de protección que hace mucho no sentía.

Lux miró los restos de la criatura, preguntándose por qué un demonio émulo acosaría a Olivia. Generalmente, eran enviados para entregar un mensaje o atormentar a los mortales que mantenían una deuda con algún demonio mayor; eran simples mensajeros. En uno de sus cientos de paseos por el Seol, había leído el expediente de la joven, y en ningún lugar figuraba un pacto con demonios, por otro lado, estaba segura de que ninguno de sus hermanos era responsable de aquel acto, ya que debían atender asuntos de mayor importancia, no obstante, contaba con un repertorio de siete sospechosos que no dudaría en interrogar.

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En cuanto bajó del autobús, el calor del estado de California lo atosigó al instante. Led Starcrash podía sentir como la tez de sus brazos comenzaba a dorarse, y lamentó no haber empacado un bloqueador solar en su mochila.

Aquel día, el Rancho La Brea no parecía recibir muchos visitantes, cosa que le parecía bien si de improvisto llegaba a presentarse un disturbio demoniaco.

Ajustó su mochila y, caminando bajo el inclemente sol, no pudo dejar de pensar en la lluvia de noticias que invadían las redes sociales con respecto a los sucesos de la noche anterior; había sido un completo desastre, y los internautas no paraban de comentar y usar las palabras ‹‹demonios›› y ‹‹alienígenas››. Desde que El Pentágono publicó aquellos videos de posibles avistamientos de ovnis, los fanáticos religiosos no dudaron en aparecer y usar la situación para difundir su punto de vista: demonios, la llegada del fin del mundo. Y, como era de esperarse, el público no tardó en convertir en tendencia a ambos bandos, ya sea con teorías conspirativas o simples bromas que se volvían virales… Incluso tildaron a Vicky y al desastre eléctrico provocado por Rakso como un acto efectuado por alienígenas, y que su nave nodriza aguardaba cerca de la órbita del planeta. Era una locura, pero parecía mover a las masas.

Una enorme plaza se abrió ante él, y al final de ésta, entre dos pequeñas lomas de un exuberante verde primaveral, se alzaba el museo George C. Page, donde el brutalismo y el modernismo orgánico se fundían en uno sólo para hacer frente a las arenas bituminosas que componían el suelo de la parcela. En la parte superior, se podía apreciar una pantalla de friso coronando al edificio, con algunos bajorrelieves que representaban a los mamíferos de la época prehistórica.

Frente a las puertas de cristal, Led divisó a los Ottman repartir volantes a las transeúntes; aun desde la extensa distancia que los separaba, pudo distinguir la preocupación que enmascaraba el rostro de aquellos padres. De un salto, se ocultó tras un árbol y supuso que la familia había pensado igual que él.

A Vicky le fascinaba visitar el Rancho La Brea, debido a que ese lugar le brindaba la oportunidad de sentirse como una paleontóloga profesional. La brisa sopló, y uno de los volantes voló hasta sus manos, al ver la fotografía de su pequeña hermana, recordó los cientos de carteles que impregnaban las paradas de autobuses y los ventanales de algunas tiendas. Katherine e Ignacio estaban desesperados por recuperar a su hija, y Led no podía ser capaz de imaginarse el sufrimiento por el que estaban pasando. No era justo que Vicky fuera una habilidad, y no era justo que Vicky debiera ser absorbida.

—¡Vicky! —llamaba Katherine, con el fajo de volantes apretados contra su pecho y la voz fracturada. A su lado, Ignacio sostenía una enorme pila de papeles entre sus manos y, valiéndose de su destreza, conseguía consolar a su esposa y mantener la fuerza necesaria para no ceder ante el llanto; debía ser fuerte por los dos. El corazón de Led menguó—. ¡Vicky!

Led apartó la mirada y, con el cuidado de un felino, se escabulló sin que notaran su presencia. Con grandes zancadas, recorrió el perímetro de la apestosa laguna de alquitrán hasta dar con un grupo de frondosos árboles, donde una niña desamparada de piel rosa miraba las pútridas burbujas estallar en la superficie del líquido. Su mirada era triste, y Led entendía el motivo.

—De todas las personas que habitan este mundo, tenías que ser tu quien acompañara a Rakso —dijo la niña, balanceando sus delgadas piernas desde la altura que le brindaba la rama de un árbol—. No voy a volver a esa prisión.

—¿Qué tal si bajas y hablamos? —sugirió Led, empleando la voz de un cariñoso hermano mayor—. Sólo seremos tu y yo, como en los viejos tiempos.

La niña pareció pensarlo y, luego de mirar en todas las direcciones y comprobar la veracidad de aquellas palabras, bajó de un saltito y se posicionó a pocos pasos del mestizo.

Led dejó caer los hombros y sonrió satisfecho.

—¿Cómo es que alguien tan maravilloso como tú termina relacionándose con ese demonio?

—Es una larga historia —Despacio, Led se acuclilló y miró a Vicky como a ella le gustaba que lo hicieran cuando se trataba de una conversación delicada: como a un adulto—. Estoy aquí porque necesito de tu ayuda. Rakso no puede lastimarme, pero cuando despierte, estoy seguro de que querrá arrancarme la cabeza y clavarla en una pica.

Los ojos de Vicky se abrieron como dos enormes platos. La curiosidad martilleaba su cabeza.

—¿Qué le hiciste?

Sin ejecutar movimientos bruscos, Led abrió uno de los bolsillos de su mochila y extrajo el medallón de ónix. La pequeña retrocedió temerosa, pero él la tranquilizó al prometerle que no la absorbería.

—Se lo arranqué del pecho y luego… Lo dejé inconsciente de un sólo golpe.

—Eso fue valiente —dijo la niña sin molestarse en ocultar la sorpresa—, y estúpido… Muy estúpido.

—Bastante estúpido —corroboró—, pero no puedo permitir que Rakso te absorba. Eres mi hermanita, y lo volvería a hacer otra vez sin pensarlo.

—¿Aun me quieres? —Los ojos de Vicky vibraron—. ¿Me quieres a pesar de lo que soy?

—Sigues siendo mi hermanita, Vicky, y sigues siendo la divertida hija de los Ottman.

—¡Led! —soltó ella, rodeando el cuello de su hermano con ambos bracitos y hundiendo el rostro para echarse a llorar—. Lamento lo que te hice… No fue mi intención. Estaba…

—Lo sé, lo sé —Led le devolvió el abrazó y acarició su cabello rosa pálido para tranquilizarla—. Estabas asustada, lo entiendo. El miedo nos hace cometer errores, y eso está bien —El mestizo la sujetó de los hombros y la apartó unos centímetros para mirarla a los ojos—. ¿Sabes por qué está bien? —inquirió. La niña negó con la cabeza, sorbiendo su nariz y limpiando las lágrimas con el dorso de sus manos—. Porque es de humanos. Tu relación con el reino de las tinieblas no importa. Eres humana, Vicky Ottman, y una de las mejores personas que conozco en este mundo.

—¿Crees que papi y mami me quieran así?

—Estoy seguro de que sí. Conozco a los Ottman y su amor por ti no cambiará en lo absoluto.

—Mami me vio anoche… El miedo en sus ojos me dejó en claro que… —Dejó las palabras en el aire, era demasiado para ella—. ¿Mami está bien?

La memoria de Led retrocedió hasta aquella noche. Katherine, junto a otros clientes, había presenciado la verdadera identidad de Vicky, lo que era preocupante, ya que demostraba que los mortales eran capaces de ver a través de la niebla de Lux, la encargada de otorgarle un sentido lógico a los fenómenos paranormales. ¿Acaso le había sucedido algo malo al demonio de la lujuria?

—Ella está bien, y está muy preocupada por ti —dijo, olvidándose de Lux y centrándose en la situación actual. La niña alzó la mirada, incrédula—. Te está buscando, Vicky… Ambos. Hace unos minutos los vi frente al museo repartiendo esto —Le entregó el volante con su fotografía y la palabra ‹‹extraviada›› brillando en lo alto de la hoja—. ¿Ves? No les importa tu aspecto, te aman por toda la felicidad que les has obsequiado, te aman porque eres su hija y eso hacen los padres: amar a sus hijos de forma incondicional.

—Mis padres me aman… —comprendió. Su voz era una mezcla de alegría y melancolía. Limpió sus lágrimas y miró a Led agradecida. El silencio se instauró, dándole a Vicky el tiempo suficiente para ordenar sus pensamientos y formular la pregunta que la llevaba molestando desde la noche anterior—. ¿Por qué andas con Rakso?

—Hice un pacto con él —declaró sin más—. Si lo ayudo a recuperar sus habilidades, él salvará un fragmento de mi alma que está prisionero en el Seol.

—Eres un quebrantado —advirtió la niña con horror.

Led asintió y decidió contarle toda la historia sin omitir detalles: desde su fractura del alma, hasta el momento en que se apoderó del medallón. Ya no tenía sentido ocultarle secretos, Vicky manejaba una gran cantidad de información sobre el reino de las tinieblas, así que nada de lo que dijera podría perjudicarle de forma negativa.

—Lo siento mucho, Led… No lo sabía —Su mano descansó sobre el pecho de Led, donde latía su corazón—. ¡Quiero ayudarte!

Aquello le cayó como un balde de agua fría.

—¿Qué? —inquirió—. ¿E-estás segura?

—Eso hacen los hermanos, ¿no? Ayudarse… Pero —Su mirada volvió a ensombrecerse—, también quiero volver con mis padres…

—Ve con ellos —la alentó Led—. Si de verdad quieres ayudarme, hablaré con Rakso y le pediré que te deje libre una vez terminado el trato.

—Sería otro pacto… ¿Qué le ofrecerías a cambio?

—Ya me las arreglaré, pero primero estás tú —dijo, desanudándole las maltratadas coletas para peinar y trenzar su cabello—. Y si Rakso no quiere aceptar el trato, me aseguraré de que no vaya por ti, ¿de acuerdo?

Ella aceptó y enseguida se dispuso a sacudir su ropa para regresar al lado de sus padres lo más presentable posible. Al menos, evitaría un regaño por la ropa sucia.

—¿Crees que deba llevarles algo? Tal vez unas flores… A mami le gustan las flores…

—¡Los encontré! —bramó Rakso, iracundo, al posarse sobre la rama de un árbol. Sus cuernos llameaban y las venas le brotaban por toda la piel—. Esta vez no escaparás, mocosa.

Y sin previo aviso, arrojó una centella contra la pequeña, pero ésta la desvió con el poder de su mente y dio un salto para apartarse, tanto de Rakso como de Led.

—¡Eres un mentiroso! —le chilló a Led con lágrimas de rabia—. Lo guiaste hasta mí.

—¡Vicky, no! ¡Te equivocas! Yo…

La pequeña, que levitaba en medio del apestoso lago, estiró su brazo y Led salió despedido contra el tronco de un árbol. La fuerza fue tan potente, que el joven escupió gotitas escarlatas por la boca.

—No voy a volver a esa prisión.

Sin inmutarse, alzó una enorme esfera de brea y la arrojó contra el demonio, que la esquivó por poco, sin embargo, el árbol en el que se hallaba encaramado no corrió con mejor suerte. Rakso cayó al suelo, flexionando las rodillas para amortiguar el impacto. Sin tomar un momento para incorporarse, arrojó una segunda centella, la cual chamuscó algunos de los cabellos sueltos de la niña.

Vicky alzó una pantalla de brea, y en cuanto ésta se vino abajo, Rakso soltó una palabrota al descubrir que la niña huía y le llevaba un buen trecho de ventaja.

—Esta vez no escaparás —escupió, desplegando sus alas para iniciar la persecución.

—¡Rakso! —gritó Led al incorporarse, pero ya era tarde para detenerlo, el demonio se había marchado. El joven tosió y se dispuso a ir tras ellos a la velocidad que le permitían sus piernas—. ¡Rakso!

Por otro lado, los ojos de Rakso brillaron como dos faros escarlatas, provocando que las nubes de tormenta se aglomeraran y despidieran algunos relámpagos contra la habilidad. Vicky los esquivaba con gran vivacidad, siendo afectados los senderos y los árboles que se elevaban hacia el cielo.

La laguna quedó atrás, y la espesura de los árboles emprendió a dominar el entorno. La luz del sol se filtraba como una diáfana cortina entre el follaje, otorgándole una pequeña aura de misticismo al ambiente.

—¡Blizzt, ahora!

El demonio de la envidia apareció sobre la rama de un árbol y, al apuntar sus manos contra el suelo, cientos de torreones de hielo se levantaron por todos lados, modificando la ruta de escape de la niña.

Un chillido brotó de los labios de Vicky, ya que una de las gélidas agujas había rasgado la piel de su brazo. La sangre manaba.

Led había llegado al área boscosa del parque y, tras un rápido respiro, retomó la carrera, siguiendo los gritos de Vicky, Rakso y el rugido de la destrucción. Le parecía extraño que, con aquel escándalo, las personas no se vieran atraídas.

—¡Led está aquí! —le indicó el príncipe de la ira a su hermana—. ¡Ya sabes que hacer!

—Entendido —corroboró Blizzt, sin dejar de erigir nuevas paredes hielo al ritmo de los relámpagos.

—¡Vicky! —llamaba Led sin éxito. La melodía de la destrucción estaba por todos lados, lo que provocaba el inconveniente de guiarse a través de ella. Maldijo a Rakso por lo bajo y cerró los ojos para sentir las energías espirituales y ubicar a su hermana, pero el escándalo, ligado a su desespero, le imposibilitaban la tarea—. ¡Rayos!

Corrió un par de metros a la deriva, y al llegar a una bifurcación, Vicky emergió de entre los arbustos que se hallaban entre ambos caminos… La pequeña volaba directo hacia él.

—¡Es tu oportunidad! ¡Absórbela! —bramó Rakso desde la copa de un árbol.

Era como si el mundo corriera en cámara lenta y él se convirtiera en una sólida estatua de piedra. Vicky volando hacia él, Rakso ordenándole algo impensable, Blizzt juzgándolo desde las alturas y Spencer —¿de dónde rayos había salido ese muchacho?— junto a él incitándolo a seguir las órdenes del demonio de la ira.

Las voces del pasado rebotaron dentro de su cabeza, y con ellas, un desfile de imágenes que atesoraba con gran cariño en los bancos de su memoria. Risas, abrazos, promesas…

‹‹Hola, me llamo Vicky››, la voz de la pequeña resonó en su cabeza. Pertenecía al día en que los Ottman presentaron a Vicky a los Starcrash, dando a conocer que la adopción había sido todo un éxito. Una niña enérgica, alegre y sin rastros de timidez, así la había descrito Led cuando la vio por primera vez.

—¡Led! —Era la primera vez que escuchaba al hijo de Leviatán alzar la voz—. Debes absorberla. ¡Sabes que es lo correcto! Si no lo haces, estarás faltando a tu pacto…

‹‹¿Quieres ser mi hermano? —Otro recuerdo, esta vez provenía de su primera vez como niñero. Los Ottman le habían encargado el cuidado de Vicky un sábado por la tarde, así que decidió llevarla a la enorme rueda de la fortuna que se alzaba en uno de los muelles del centro de Seattle. Aun recordaba su mirada decidida y sus mejillas encendidas como el hierro sometido a altas temperaturas—. Siempre quise tener uno y tu… Eres una persona maravillosa, Led››

—¿Acaso piensas traicionarme, mestizo? —La voz de Rakso se alzaba con ira—. ¿Piensas dejar que el fuego de Babilonia te consuma por salvar a una habilidad?

‹‹Eres mi hermanita, Vicky, ¿o ya se te olvidó? Siempre voy a preocuparme y a cuidar de ti››. Una promesa del pasado que debía mantener por siempre.

—Piensa en tu madre, en tus amigos —Esta vez fue Blizzt quien habló. Fría, calculadora y directa en el clavo—. Piensa en ti, mestizo.

‹‹No es una fresita, es mi hermano››. Ese día, unos brabucones del distrito no paraban de burlarse de Led, mientras llevaba a Vicky a tomar un helado. Lo acosaban con terribles insultos y algunos empujones. La niña les había arrojado su helado y, con los brazos extendidos a cada lado, se interpuso entre ellos y Led.

¿Qué hacer?, esa era la pregunta decisiva.

Absorber a Vicky significaba romper su promesa y traicionar su confianza, pero no hacerlo lo llevaría a una muerte segura. Pensó en su madre, en Olivia y Axel, y se preguntó cómo tomarían su muerte… Miró el medallón, y era la primera vez que deparaba en los garabatos que palpitaban en su centro: ‹‹ira›

Levantó la mirada, y Vicky se encontraba a pocos metros de él.

—¡Led!

—¡Mestizo!

Las promesas eran lo único que le quedaba a Led, y romperlas sería despojarse de lo último de sus creencias, de su código de vida, de una parte muy importante de su humanidad.

—¿Qué harás, mestizo? —apremió la voz de Blizzt dentro su cabeza.

La mirada de Vicky…

Led apretó los puños, las lágrimas se derramaban como cascadas.

—Perdóname, hermanita —estiró el brazo al frente y susurró—. Ira.

Y Vicky estalló en una colosal espiral de humo rosa que se vio absorbida al instante. La calma volvió, y el tercer cristal del medallón brilló con furor gracias a la poderosa alma que yacía encerrada en su interior. Dejó caer los brazos, la mirada gacha, oculta por las sombras.

—No te sientas mal, Led —La mano de Spencer reposaba sobre su hombro en señal de apoyo—. Hiciste lo correcto.

Rakso se acercó hasta él, intentó decirle algo, pero Led le estampó el medallón en el pecho y corrió lejos. El demonio quiso seguirlo, pero una gruesa pared de hielo se interpuso en su camino de forma amenazante.

—Déjalo —dijo Blizzt, llevaba los brazos cruzados sobre el pecho—. Necesita estar solo.

—¿Por qué tanto alboroto? —quiso saber Spencer, limpiando los cristales de sus gafas con la manga de su camisa.

Las voces de los Ottman llegaron desde el lago como un lejano eco, el nombre de la pequeña era pronunciado con dolor. Katherine no resistió más y cayó de rodillas al suelo, llorando sin control y con Ignacio envolviéndola entre sus brazos. Spencer los miró y entendió la situación; su corazón se hizo añicos, pues, sabía lo que era perder a un miembro de la familia. 

—Creo que cometimos un error —dijo Rakso con genuino arrepentimiento.

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A pesar de las barreras vegetales, el ruido del tránsito conseguía colarse entre el follaje y unirse al llanto de Led. ¿Quién diría que aquel solitario anfiteatro sería un buen lugar para soltar la tristeza? Los últimos sucesos del día lastimaban el corazón del joven sin piedad. Absorber a su hermanita significaba tres cosas: uno, despojarla de su libertad; dos, arrebatarle a los Ottman su preciada hija; tres, escupir sobre sus creencias.

Había decidido poner su vida antes que la de Vicky y los sentimientos de su familia. Mas que el miedo por el fuego de Babilonia, era por su deseo de elegirse a sí mismo sin importar nada más. ‹‹Al diablo los demás››, había pensado en ese momento, un acto egoísta, inducido por el demonio de la envidia para sus fines personales. Se sentía despreciable.

Alguien tomó asiento a su lado y dejó una larga barra de chocolate sobre su regazo.

—Dicen que el chocolate anima a cualquiera —Led miró a Rakso con desprecio—. Sé que me odias, y tal vez lo merezca, pero quiero que sepas que hiciste lo correcto.

—¿Y quieres enmendar las cosas con un chocolate?

Rakso suspiró, cansado, culpable.

—Sólo quería animarte.

Led le dio la espalda.

—Mira, aun nos falta una habilidad antes del enfrentamiento final. Nos necesitamos.

—No quiero seguir con esto —sentenció con voz hueca, lo que era mucho peor—. Prefiero que el fuego de Babilonia me consuma antes de volver a ayudarte.

—Estás siendo egoísta.

—¡Soy un demonio, eso es lo que hacemos!

Rakso se mordió la lengua. Quería llamarle hipócrita y reprocharle que sólo estaba molesto con él porque la habilidad resultó ser alguien a quien conocía, ya que en ningún momento lloró o intercedió por el bienestar de Fleur o Nardo. Descarado, falso, traidor… esas eran las palabras que deseaba vociferarle al mestizo, pero sería echarle leña al fuego y no podía darse ese lujo, sin embargo, una parte de él lo entendía.

—Te prometo algo —dijo de pronto el demonio, poniéndose de pie y obligando a Led a que lo viera directo a los ojos—. Cuando todo esto termine, liberaré a Vicky y a los demás. Será una promesa, nada de pactos, nada de trampas.

El joven lo miró atónito, sin dejar de buscar una señal que le confirmara lo contrario. El príncipe de la ira parecía arrepentido de sus acciones y, para la sorpresa del mestizo, de verdad quería redimirse ante él. Pero, ¿por qué? Rakso podía dejar que el fuego de Babilonia lo consumiera y buscarse a otro mestizo que hiciera su trabajo.

—Hablas enserio —afirmó en un bajo susurro.

Rakso asintió.

—¿Por qué? —quiso saber, escrutando aquellos ojos que parecían dos trozos de hermosos rubíes.

El demonio apretó los labios, incómodo.

—Porque… Porque me caes bien.

La mirada de Led se suavizó. En silencio, cogió el presente entre sus dedos y lo abrió antes de partirlo a la mitad.

—Si de verdad los liberarás —Le ofreció la mitad de la barra de chocolate al demonio—, entonces terminemos con esto.

El demonio asintió y aceptó la ofrenda de paz.

—Bien, pero antes, debemos hacer una parada —Led pareció confundido, así que Rakso le dio unos golpecitos a su cabeza para que recordara—. Tienes una exposición a la que asistir.

—¡Lo había olvidado por completo! —El mestizo llevó las manos a la cabeza, frustrado ante el poco tiempo que disponía para llegar a Seattle—. Será imposible que lleguemos a tiempo.

—Déjamelo a mí —Ahora que poseía tres de sus habilidades, sentía la seguridad necesaria para tomar el camino rápido.

Y sin más que decir, Rakso cogió la mano del mestizo y, al atraerlo hacia él, una ardiente columna de fuego los envolvió con violencia, evaporando los ruidos de la ciudad y el suelo bajo sus pies.