El cubo
Ya había pasado un mes desde que se decretó aquella cuarentena que hizo de la gente una cárcel total.
Javier que era un tipo obsesionado, y ansioso, no podía permanecer tanto tiempo en aquel recinto. Días antes, su médico de cabecera le había dado unos medicamentos para calmar aquellos ataques que hacían de su mente una desesperación total.
Casi toda la medicación era inútil. Solo lograban relajar los músculos, y cercenar con horas de sueño sus días. Ocurrió el milagro entre los juegos guardados en su placad, cuando fue por una prenda de vestir, y el cubo estaba allí. Llenos de colores disparejos lo miró fijamente sin quitar de él sus pupilas. Hay tiempo para dedicarle. Lo tomó, mientras lo analizaba en su figura de cubo, cuadrado. No recuerda muy bien como llego a él. Solo que lo tiene en sus manos. Tal vez estaba cuando compró la casa hace años, y los anteriores dueños lo olvidaron, o solo era una baratija más que podría haber terminado en el basurero.
Fue hasta su comedor donde lo dejo depositado en la mesa. Luego se dirigió a la cocina a prepararse un café.
Al regresar el humo tímido de aquel se esparcía, y empañaba la visualización entre él, y el cubo. Al terminar de beber, recogió aquel elemento, y el juego empezó, con el primer giro hacia la derecha. Retomó el sentido hacia la izquierda. Frunció el ceño, pensando, donde manipular. Verificó los puntos esenciales en los colores. El rojo era el indicado para completar. Fue girando hasta dar con la primera carilla. Eso entusiasmó aquel hombre ansioso de la vida.
Continuó con su trabajo. No se percató de la hora, y la tarde se hizo noche. Se decía en sus adentros, un poco más, ya casi lo tengo. Era hora de cenar, sin embargo dejo pasar el evento. No le interesaba, el solo quería lograr completar la segunda carilla. No fue, cuando se hicieron las 3:00 horas de la mañana que con un movimiento majestuoso completo el segundo tramo. Era hora de descansar le decía su cuerpo, aunque su mente estaba ilusionada con la fama del éxito, ante ese aparato movible.
Era la mañana, y su furia era incontrolable, no podía pasar aquel nivel tres. Y en un momento arrojo el cubo hacia la pared con violencia. Luego pateo la mesa, sintiendo el dolor en su tibia de la pierna por el golpe. Caminó maldiciendo, y regreso a tomar aquella figura que se burlaba de él. No puedes, le decía. No puedes ganar.
Prosiguió, y con esmero completo la tercera parte. Eso hizo que su rostro sonriera, y riera al mismo tiempo. ¡Puedo!, ¡claro que puedo!
La cuarta etapa fue un laberinto, se sentía un inútil, y no podía dar resolución. El día concluyó, sin otra tarea que tratar de pasar el nivel cuatro. No comía, no bebía, no se bañaba, y apenas existía, sino para ese aparato mágico de colores. Él, se imaginaba dentro de ese castillo de misterios donde cada punto era necesario para poder lograr salir. Muchas puertas, y cada una llevando a otra, y otra.
Eran tres días sin poder dar conclusión a la etapa cuatro. Hasta que en su iluminada manera de pensar dio con el clavo justo, era un cuadrado pequeño que debía girar a la izquierda. Listo solo quedaban dos tramos más, y estaría libre de su confinamiento. Este era fácil de resolver giro por un lado determinado, y cada vez veía como los colores iban completándose. El quinto punto totalmente fácil, era tres giros a la derecha, y listo. Esto dejó cavilando a Javier por su simpleza. No prestó atención, pues determino que era gracias a su habilidad. Sexto, y terminaría la odisea. Solo quedaba el blanco, que significa nada. Un elemento neutro. Con apuro, y velocidad mental, finiquitó, cuatro filas completas, y solo quedaba, una última.
El siguiente ataque le generó, el júbilo. Estaba por salir de ese encierro fantástico. Una vez más hasta dar con uno solo cuadrado. Uno solo. Cuadrado blanco en la punta. Era el final, y él lo sabía. Comenzó a dar vueltas, alrededor de aquel cubo. Estuvo horas queriendo ver cómo resolver el enigma, y nada daba resultado. ¿Algo estaba mal?
Entonces retomo la tarea. Una, y otra vez. Solo era un cuadrado en una cara, ¿qué ocurre? La inseguridad le jugo en contra, y deshizo todo el lado seis, para ir al cinco. En el cinco era el problema. Ya estaba muy cansado, pero debía terminar lo que empezó. No estaba en sus cabales. Estaba extraviado en el quinto elemento. Entonces descendió al cuarto, y luego al tres, estaba enfadado, y sin remedio del dos, fue el uno. Observó a todos los alrededores, hasta que no tenía otra opción que comenzar con todo el desgaste físico, y mental que requería ello. Estaba atrapado, y se arrodillo en el suelo de esa prisión. Y el cubo se burlaba de él, mientras la cuarentena terminaba para todos, menos para él.
Serie de televisión
Pensaban que era un sueño, una ficción. Una de muchas circunstancias venidas de la imaginación, ¡pero no!, se equivocaron.
Analía, y Sergio, recién casados compraron el departamento de dos ambientes del pasaje Oporto, barrio de Versalles, allá en el oeste de la capital. La casa se adquirió por medio de una subasta judicial. Los primeros días de convivencia fueron normales. Era un periodo de adaptación, sobre todo cuando se supo que la cuarentena por la pandemia era una realidad, y el tiempo que era un elástico que se estiraba perdiendo la noción. -
La noche del episodio, ella estaba sentada en el sofá, mirando una serie por la televisión, y él preparaba una tarta de jamón y queso en la cocina.
- ¿Querida que te sirvo para beber? – Sergio tenía una botella de cerveza abierta, pero ante las dudas, prefería disipar por lo que su esposa quisiera –
- Solo tráeme un poco de agua – le responde concentrada en aquella serie de acción.
–
El horno estaba en su punto justo como para calentar la comida. Sergio abre la tapa de la cocina cuidadosamente, e introduce el molde con aceite y la tarta. Fuego medio para una cocción justa, y medida. Toma dos vasos. Coloca agua en uno, y el otro cerveza, y se dirige hasta donde su mujer. Ambos juntos comparten el momento, mientras la comida se prepara.
- ¿De qué trata la serie? – pregunta Sergio – ¿parece sobre una enfermedad?
- ¡Lo es! – no te podría decir exactamente, aunque es sobre una enfermedad que ataca a la población. –
- Mira, como una masacre. Todo el mundo va, y viene desesperados. – expresa con asombro. -
- ¡Claro! Aparentemente, un virus se escapa de un laboratorio, y comienza la infección en un pueblo de África en Somalia. Y llega desde allí hasta Europa – cita ella. -
- Siempre los países más pobres, son los desdichados – confiesa Sergio en su alma de justiciero – ¿y lo gringos ya salvaron al planeta?
- ¡Shh! Mira, y no interrumpas. – responde con enojo Analía. -
Ambos absortos permanecían estimulados por aquella caja visual en una serie que parecía tan real, y misteriosa. Sin percatarse de lo sucedido, Sergio siente el olor a quemado. ¡La tarta!, y sale corriendo hasta la cocina. Por casualidad no se quemó. Abrió rápidamente la tapa del horno. Y tomo una franela mojada para no quemarse la mano, mientras agarra el molde, que coloca sobre las hornallas. Abrió las gavetas, y tomó dos platos.
- ¿Amor llevo los platos con la tarta? – pregunta Sergio -
- ¡Trae todo aquí vida! - le comenta –
Este se quedó pensativo. Su mujer estaba insumida en esa serie. Tenía la mirada pegada al televisor como si fuera una hipnosis. Al llevar la comida, previamente puso una mesita ratona para poner los platos con los cubiertos, y los vasos. Cortó cuidadosamente una porción para ella, y una para él. El fetiche del alimento se gestaba, y su mujer apenas probaba bocado.
- ¿No comerás amor? – pregunta con un bolo alimenticio en su boca masticando de forma grosera. -
Ella no respondía. Y era extraño. Sergio experimentaba en su mujer una parálisis mental. Y solo habían pasado minutos desde que ella contestó.
- ¿Amor pregunte, sino comerás? – vuelve a preguntar ya con enojo Sergio –
El examinó a su mujer. Su rostro, sus ojos, las mejillas, sus labios, nada parecía generar movimiento, como si estuviera conversando a una estatua. Esto le produjo un susto.
- ¿Vida que te ocurre? – coloca su mano sobre el brazo de ella, moviendo lentamente su carne. Examino su piel cuyas venas estaban pronunciadas como si los músculos de su cuerpo estuvieran contraídos. –
Analía movió apenas el cuerpo, en un desplazamiento cauteloso de su cuello, mudó su mirada hacia él, y luego al televisor. Un interlocutor con traje color negro. Corbata, camisa rosa, saco de vestir, pantalón pinzado estilo italiano, y zapatos de cuerina, conversaba a la cámara.
- Vean el desastre, y no dejen que los pierdan. No pierdan la conciencia.
Los ojos de aquel hombre se trasladaron a los de Sergio. No dejen que los pierdan, el hombre le comenta a una pareja en la ficción. Una lluvia de colores desdibujaba el paisaje donde estas tres personas platicaban.
En la mesa la comida se enfriaba, y la cerveza perdía el gas de su efervescencia. En aquel vaso, las imágenes de un matrimonio.
En la televisión del otro lado, no se pierdan era el mensaje. Termina de conversar aquel hombre que desaparece de la escena al platicarle, a una pareja sentada frente al televisor que observa la pantalla. El hombre parecía ser un agente que visitaba la casa de ellos.
Eran cuatro personas, dos en la realidad, y dos en la ficción. Se miraron fijamente, y estudiando la pareja de la televisión hablaban entre ellos.
- ¿Mira esa serie de televisión vida? – comenta el hombre de ficción
- Sí, es una mujer, y un hombre frente la caja de imágenes – le expresa ella. -
- ¿De qué tratara aquellos capítulos? –
- ¿Están queriendo cenar parece no? - dice él. –
- Es muy aburrido, ¿se parece a nosotros no? – se ríe ella –
- ¡Sí!, o tal vez tienen que permanecer en cuarentena –
- ¡Como nosotros! – menciona –
- ¡Deben estar en la misma situación de la cual estamos con el virus! Nos sé qué haremos no podemos salir, y ya pasado un año, y lo único que nos queda es vernos la cara. Es ver esta serie de una pareja.
Del otro lado, un parpadeo de los ojos de ambos, lo trae nuevamente en sí.
- ¿Mira esa pareja que miran la pantalla? – le comenta Sergio
- ¡Es una serie interesante! Por lo que parece están confinados -
- Como nosotros – supuso -
- Ellos están hace un buen tiempo – anuncia ella –
- Y nosotros también. – responde -
- Y ellos tendrán los mismas inquietudes, pensamientos -
- Y los mismos miedos –
- A perder algo preciado.
- ¿Perder el conocimiento de la realidad?
- ¿O la fantasía?
- Quizás nosotros también ya la perdimos, y a lo mejor no nos dimos cuenta de ello.
El vidrio de la caja de imágenes confeccionaba situaciones tan parecidas que hasta suponía una invención quimérica, irreal. Será un sueño se decían, y no lo era. No. Era un programa de televisión que exponía en su magnífica sintonía a dos personas. Un hombre, y una mujer. ¿O cuatro?
Del otro lado se sentía el entusiasmo, y una calma perpetua. Observarse los unos a los otros. Era tan cierto, que no podía percibirse de que fueran dos actores fingiendo una relación. Y las mismas palabras verificadas en cierto sentido componían el mismo sentimiento. No era un engaño. No era un teatro. Sergio y Analía, permanecían frente a la pantalla.
- Sigamos viendo la serie que parece interesante – se miran ambos -
- Sigamos - comentan del otro lado de la pantalla -
Sin nada que exponer continuaron su recreo. El virus se expandía por todo el mundo, como también las apariencias que denotaban una irrealidad.
La pregunta principal era, y será la siguiente. ¿Qué es real? ¿Y qué no lo es en este mundo? Puede que estemos en una actuación de la vida. Y todo lo que se nos presente, no sea más que una historia de esas que se cuentan en la selva de la sociedad. Espectadores somos, y seremos.
En la ficción y la realidad. Somos ambas cosas a la vez. Somos eso. La pandemia un día se irá, como los miles de usuarios que asisten a la televisión, y se ven asimismo perdiendo el sentido, y con ello el alma, que al final de cuentas, es lo único que nos diferencia de ser parte de un programa, ¿O no?.
La mancha en la pared
Creció tanto que no podíamos saber cómo escapar cuando ya era tarde ante esa cosa. Esa humedad, que nunca debimos tocar -
La casa tenía dos habitaciones, una sala central, cocina, y baño. Nadia, y Cintia, dos estudiantes universitarias la alquilaron. Pagando gastos a medias costearían una vivienda, y les quedaría resto para lo correspondiente a sus estudios, a pesar de ambas trabajar en rubros laborales diferentes.
El dueño era un extranjero polaco que apenas hablaba el castellano – español, pero llegaron a un acuerdo con una renta accesible.
Pasaron tres meses desde su ingreso en la morada, por su móvil, Nadia le comenta a Cintia lo que el gobierno estaba por decidir con relación a la cuarentena. Se había expandido un virus desconocido desde el otro lado del oriente, y nadie a ciencia cierta sabía su origen, aunque se idearon conjeturas en base a las siguientes hipótesis. Que venía de un animal, un roedor como lo fue la peste, cuando era por las pulgas las responsables de tal desastre en Europa. Luego que podría ser producto de un laboratorio. Se escapó por alguna grieta y acá está visitando a los seres humanos. Otros hablan de conspiraciones, guerras internas. Guerras químicas. Entre países del primer orden.
La cuestión es que se tomaron las medidas paliativas determinadas a fin de no producirse un caos completo en el mundo.
Cintia llega a su casa con sus libros, sabiendo sobre el asunto. Nadia bastante precavida, realizó las compras respectivas. No se podía salir de la morada, sea quien sea, hasta determinar las causas.
- ¿Te parece que esto puede llegar agravarse? – le pregunta Cintia preocupada por todos los hechos. –
¡Puede que sí! Leí en las noticias que ya se suman una cantidad considerable de muertos. Y desaparecidos.
- ¿Deben haberse escapado de sus casas por el pánico? – opina pensando con la mirada
- Quizás, el miedo es muy asertivo en relación hacia donde quiere apuntar su cuchilla. – comenta Nadia. -
- Es muy filosófico, esa metáfora – aclara Cintia -
- Muy real, también – le responde su amiga –
- Tenemos todo para unos días. Acuérdate que solo puedes salir con un permiso para realizar alguna actividad.
- Si, lo escuche en las noticias. estará toda desierta la ciudad.
- Posiblemente. – responde – ¿ahora te diste cuenta de esa mancha en la pared? – le comenta Nadia al percatarse de ello. Un manchón en el living.
- No. ¿Parece un hongo verde no? – pregunta Cintia. -
- No te puedo creer en la situación que estamos, y para colmo ¿tenemos humedad en la casa? – comenta enfadada Nadia.
- No prestes atención, cuando esto termine, lo arreglaremos. Tal vez sea un caño interno averiado, o una marca que se produjo en la pared que se puede lijar.
- Tengo papel de lija, podría probar – piensa Nadia
- Todo tuyo el trabajo. Prefiero aguardar, a ver si por ignorancia pasa a mayores el problema.
Por la tarde Nadia colocó en el suelo unos papeles de diarios para polvillo cerca de la pared donde la mancha se había producido. Con una silla, su subió en ella, y finamente comenzó el trabajo de lijar la pared cuidadosamente. Con un tiempo considerable el verdor ya no estaba en ella, todo el suelo estaba salpicado por el efecto de la polvareda. Observó detenidamente con una sonrisa por una labor bien hecha. Le comentó a su amiga, jactándose de que no precisaban de alguien para solucionar aquel defecto.
Acto seguido limpio todo el espacio, pero advirtió que algo no estaba bien. Las salpicaduras, estaban por todo el suelo, y parte de la pared. Como si se hubiera reproducido de inmediato y en tiempo record. Lijó parte del suelo borrando cada una de las manchas como podía. Era como si fuera una goma sobre el tinte de una hoja secante.
- Te dije que no hicieras nada – la reprime Cintia cruzada de brazos lamentándose por el desperfecto –
- Guardá silenció – responde su amiga. – lo dejaré así, y veremos. – alguna marcas había desaparecido quedando solo los contornos –
A la noche cenaron algo liviano. Unas verduras al horno, y de tomar cerveza. El sueño pronto se hizo presente, y fueron a descansar en sus respectivas habitaciones. El goteo de la canilla en la cocina a media noche, hizo que Cintia despertase para ir a cerrar completamente el grifo. A oscuras caminaba sin poder visualizar nada alrededor. Estando descalza sintió en la planta de sus pies un gélido, y húmedo líquido. Como si el suelo estuviese pasado por agua, aunque el efecto del sueño, y el despertar no le permitían tomarse el tiempo para verificar lo que podría ser. Al cruzar la sala central, hasta la cocina, apretó el interruptor de luz de la misma, y fue hasta el lavatorio donde giró la perilla del grifo. El tintineo de las gotas concluyó de manera satisfactoria. Se dio media vuelta, y pudo ver entre la luz de aquella habitación, y la penumbra de la sala el manchón de verdor expandido en todo el suelo, hasta cruzar la línea divisoria entre una sala y otra.
- ¡Nadia!. ¡Nadia! Vení ¡urgente!
Su amiga se despertó a los saltos de la cama, se incorporó de ella, y cuando se quiso poner de pie resbaló al suelo. Un golpe certero en su cien, hizo que ella se sintiera aturdida. Cintia preguntando si estaba bien, dio un paso extenso desde la cocina hasta la habitación de ella velozmente ante el ruido del golpe que se había dado su amiga. Llega a la alcoba a oscuras. -
- ¿Estás bien? – le pregunta Cintia
- Si – apenas responde. – ¿Qué ocurre?
Cintia enciende el interruptor de su habitación, y ambas se paralizan ante lo que sus ojos veían. Todo el suelo verde de esos hongos. Esa mancha extraña. Nadia tantea visualmente su cuerpo, y el verdor de su piel estaba por todas partes. Al girar la vista a Cintia examina sus pies, tobillos, piernas. Completamente cubierta de esa masa. Lo mismo ocurre con ella, en su cabeza, manos, y parte de su cuerpo.
- ¿Qué es esto? – pregunta con susto Nadia –
- No sé, hay que lavarse para sacarlo. ¿Viste? ¡Toda la casa está cubierta de esto!
En efecto, la mancha se había expandido de tal manera que el verde de aquella sala había cubierto el suelo, y las paredes, pronto legaría a las mesas, sillas y demás objetos de la casa.
Ambas se lavaron minuciosamente, pero al contrario de desaparecer, parecía cada vez extenderse más, y más.
Nadia tomó su móvil para llamar a emergencias, sin embargo el aparato no aparecía, había desaparecido, como otros objetos de la casa.
Cintia optó por el mismo plan, al tomar su celular apretó los botones correspondientes. Hizo el llamado del cual fue atendido por una contestadora que tomaba las denuncias. Luego llamo a un familiar, y le comentó del hecho, hasta que se cortó la comunicación, de aquel aparato. Caían gotas de una humedad notoria que hizo que se averiara el celular.
Nadia ante la desesperación se apoya contra la pared. Todos los sectores están cubiertos de esos hongos extraños con forma de musgo.
- ¡Cintia, ayúdame, estoy pegada a la pared! ¡Ayúdame! – Nadia estaba experimentado en horror mismo de como todo su cuerpo de color piel mudaba como si fuera un reptil. Y aquella contaminación la poseía entre sus garras comiendo muy lentamente su ser en aquella trampera. El espanto hizo que sus nervios explotaran en llantos intentando escapar, sin embargo era inútil. Era una goma espesa, como un pegamento, y paulatinamente fue formando parte de la mancha misteriosa.
Su amiga estaba petrificada al ver lo que sus ojos no podían comprender. Esa cosa las había acechado desde una simple marca. Y percibió que estaba estancada contra el piso, que en pausas la absorbía. Comenzó a gritar, en cuanto su amiga ya era parte de aquel molde con todo su cuerpo fusionado con el paredón. Grito, y grito con todas sus ansias, y deseos llenos de pavor, y el terror desde aquella escena insólita. Estaba siendo manipulada por el hongo maldito. Excepcionalmente pudo moverse, aunque fue en vano. Ya era tarde, como si fueran arenas movedizas en una sorprendente capacidad de succión que se tragó en un bocado a Cintia.
Con una leve circulación hizo suyo en potestad de todo lo que en su desplazamiento se cruzase. Hasta llegar a las afueras de la calle.
El servicio de emergencia llego a la hora de lo sucedido. Venían preparados con trajes especiales propios de la cuarentena. De ante mano, forzaron la puerta de la casa al visualizar aquellas marcas en las inmediaciones de la vereda. Pronto llego un familiar de Cintia, al cual le solicitaron que se retirara. Que ellos se encargarían.
Se decretó el cierre del establecimiento, y una investigación minuciosa. Las siluetas de dos chicas pueden hacen la diferencia en aquel Hall Central con sus líneas bien marcadas.
La cuarentena continúa, otras personas han desaparecido, y el virus se aloja en las paredes, y en muchos lugares más. No distingue de seres vivos, y no vivos. No distingue de lo natural, o artificial. Una nueva hipótesis planteaba que no era de este mundo, sino del otro lado del espacio. Otra idea más para alimentar a la tribu urbana. Se expresa entre la comunidad de expertos que suele permanecer fijo en lugares, y que se desplaza al percibir tacto, y una vez que entra en movimiento es imparable, arrasando con todo a su alrededor, por lo que se solicitó a la sociedad que si llegaran a ver algo parecido se alejasen.
Paras las chicas, y muchos otros curiosos era tarde.