"La muerte es una quimera: porque mientras yo existo, no existe la muerte; y cuando existe la muerte, ya no existo yo."
Epicuro de Samos
—¡Termina el auto de una vez Daniel! —Le dijo Nicolás furioso—Hace más de una semana que ya debería de estar listo.
—Lo siento, es que...
—Es que, es que—le imitó—. Es que nada. Ya no hay excusas, termínalo hoy o mañana no regreses—dejó la llave inglesa en el suelo y se pasó un trapo para limpiarse la grasa de las manos—. Estoy harto de escuchar tus excusas, vives de fiesta, vienes borracho por la mañana, y a veces ni vienes—Se peinó la desprolija barba rubia y continuó-. Recuerda que antes de venir aquí eras simplemente un niño que dormía en la calle, sin saber si al otro día comerías.
—Lo se señor, y lo lamento—Daniel bajó la vista y continuó con su trabajo.
—No quiero ser duro contigo Daniel...-Dijo mientras quitaba la rueda de una camioneta. A pesar de tener cuarenta años, su musculatura era voluminosa. Se corrió la gorra negra de motoquero (con un estampado de una calavera con alas) hacia atrás y observó debajo de la camioneta una pérdida de aceite. Mientras alumbraba con una linterna continuó—Eres un buen chico, pero estás yendo por el mal camino. Controla tus amistades niño, o te llevarán a la perdición—Se quitó la sucia campera, dejando al descubierto sus brazos completamente tatuados, al igual que su torso y ajustó algunas tuercas. Daniel continuó con su trabajo sin decir nada, porque sabía que lo que le dijo era la pura verdad y no existían fundamentos para excusarse, no esa vez.
En aquel pueblo la vida era mucho más tranquila que en Terranova, con calles de tierra y casas con grandes jardines, hasta algunos poseían grandes terrenos en los que cultivaban frutas tales como la frambuesa, moras, grosellas negras, cerezas y otros tipos más.
La mañana se consumió tan rápido como un cigarro en boca de un fumador, el sol comenzó a bajar y ya era la hora de cerrar el viejo taller.
—Nicolas buenas tardes—Le dijo un hombre gordo de espesa barba al ingresar al taller.
—Rick buenas tardes—le saludó desde la fosa, mientras terminaba de arreglar un chévrolet.
—¿Ya está listo mi auto? —le preguntó con sus manos en los bolsillos de jean hechos a medida.
—Lo siento—respondió enseguida—. Aún no, pero quédate tranquilo, Daniel se está encargando y dándole los últimos toques. Cuando termine te lo llevará a tu casa—Daniel lo observó molesto pero no dijo nada.
—¿Y cuándo crees que será eso? —le preguntó irritado. La sonrisa de su rostro se borró y su frente se frunció—Debería de estar listo desde el martes pasado Nicolás, tú me lo prometiste y te pagué anticipadamente.
—Lo sé, lo sé—dijo y salió de la fosa. Lo observó con sus ojos celestes cristalinos y tiró una herramienta sobre la mesa—. Pero prometo que hoy antes de las diez lo tienes en la puerta de tu casa.
—¿Antes de las diez? ���preguntó Daniel confundido—Pero mi horario termina en una hora—bajó la vista y su voz comenzó a titiritar—. Y te-tengo as-untos pendien-tes...
—¡No te irás hasta terminar el auto maldición!—Le retó como si fuese su propio hijo—. Responsabilidad Daniel, es una palabra que debes aprender.
—De ser así, lo esperaré con ansias—Dijo el hombre regordete y se marchó caminando lentamente.
—¿Por qué me haces esto? —le preguntó Daniel.
—Es la primera vez en meses que te pido que te quedes después de hora, no seas un llorón y cumple con tu trabajo—le dijo serio—. Le dijiste que iba a estar terminado para la semana pasada, y no has hecho más que holgazanear, ahora termina con el maldito trabajo.
—Pero Nicolas...—intentó no explicarle el por qué, pero sabe muy bien que si no le paga el dinero que debe a los vendedores de marihuana del pueblo lo castigarán con una fuerte golpiza, como ya lo hicieron reiteradas veces.
—¿Qué Daniel?—le preguntó molesto—Dame una maldita razón para que te deje ir y acabe con tu trabajo que prometiste terminar.
Daniel se quedó en silencio y reconsideró la repuesta. Era cierto, le había prometido que podría con el trabajo y estaba en falta.
—Lo haré...—dijo con inseguridad.
—¿Qué has dicho?
—¡Lo haré maldición!—le dijo un poco molesto. Nicolas sonrió y le revoleó un trapo sucio.
—¡Eso quería escuchar!—exclamó riendo—Respeto—le dijo y lo señaló—. Es lo que te ganarás si haces las cosas bien, y créeme hijo, en este pueblo el respeto es lo más importante.
Respeto es lo que estoy por perder si no pago lo que debo—pensó.
La camioneta que Nicolas estaba reparando ya estaba lista. Se secó la frente y se acercó hacia su empleado. Le alcanzó las llaves del taller y le indicó que cualquier problema lo llame. Se dirigió a su pequeña oficina, llena de chatarras y tomó las llaves de su más preciado tesoro. Una motocicleta Harley Davidson Forty-Eight color negra. Encendió el motor y el mismo rugió como un león. Se colocó su campera de cuero del mismo color que la moto, encendió un cigarro negro y como buen motoquero del pueblo se marchó sin colocarse el casco, dejando que su cabello de corte mediano y rapado en los costados baile con el viento.
La tierra del camino volaba por los aires al ser cruzada por las anchas gomas de la motocicleta. Nicolás ya había recorrido, sobre esa motocicleta, los largos caminos que llevaban a los próximos pueblos, y también recorrió la ciudad de Ginovia de punta a punta.
Condujo hasta el pequeño centro del pueblo, y se detuvo en un rústico bar con un cartel al frente "Bar Negro". Estacionó junto a las decenas de motocicletas e ingresó saludando a los motoqueros que vigilaban la entrada mientras fumaban sin parar.
El bar estaba inundado de todo tipo de humo, unas cuantas mesas de billar, una rocola antigua que pasaba música country, algunas mesas deterioradas y la barra con lo único que jamás faltaría en el bar, bebidas. Nicolas se acercó a una de las mesas de billar y se encontró con su grupo de amigos o compañeros de ruta, motoqueros como él.
—Llegó el mecánico—dijo un hombre gordo y cabello tan extenso como su panza.
—Imagino que me han esperado—dijo Nicolas y sonrió. Le alcanzaron un palo y se armó la mesa para comenzar la partida.
Al pasar una hora intentó llamar a Daniel para saber si ya había terminado, pero notó que había olvidado su celular en el taller. Avisó a su banda que regresaría pronto y, luego de colocarse su campera, se subió en la moto y aceleró con ferocidad. El camino fue sellado por las anchas gomas de la motocicleta hasta llegar a la puerta del taller que, se encontraba a medio cerrar, cosa que le pareció extraño. Se bajó de la motocicleta y tomó una larga llave inglesa de la baulera de la moto.
Al acercarse oyó extrañas voces, y golpes, puños o patadas, no podía distinguirlo.
Al ingresar lo vio a Daniel en el suelo siendo atacado por tres hombres de unos treinta años, y otro que yacía parado a un costado riendo.
—¿Quiénes son ustedes?—le preguntó mientras sujetaba la llave inglesa con su mano derecha.
—Bórrate de aquí si no quieres que te rompamos la cara—le dijo el flacucho que, al parecer, era el líder de la banda.
—Eso mismo les digo a ustedes—dijo y avanzó hacia los tres que golpeaban a su empleado—. Si no se largan ahora, se irán con huesos rotos de aquí.
—¿Eres idiota?—le preguntó el flacucho y se acercó sin temer—¿O acaso no sabes contar?—señaló a sus hombres y lo observó riendo—Tú eres uno y nosotros...
Antes de que termine de indicarle el número cuatro con los dedos, se los partió de un fuerte golpe con la llave, y luego otro en el cuello fue suficiente para que caiga en el suelo sin poder respirar.
—Movimiento equivocado maldito imbécil—le dijo uno de los hombres. Era corpulento, con una remera tan ajustada que parecía que no se la podría quitar jamás. Se acercó frenético a los saltos y le lanzó un golpe con su mano derecha. Nicolas lo esquivó y lo golpeó en la rodilla izquierda, haciendo que caiga inclinado. Otro golpe en su oreja derecha fue suficiente para que caiga al suelo convulsionando.
—Pagarás por esto—le dijo otro de los cuatro. Junto con el compañero restante tomaron un cuchillo y se acercaron con más cautela—. Es tu última advertencia—le dijo—. Retírate y haremos como que no ha pasado nada aquí.
—¿Qué no ha pasado nada?—le preguntó, su rostro fue transformándose y mientras se quitaba la campera y la dejaba caer en el suelo continuó—Ingresaron a mi taller...—mientras se acercaba a ellos arrastraba la llave por la pared—Y no solo golpearon a Daniel, sino que han destrozado parte de mi lugar de trabajo...—se frenó y observó con furia—Ya están metidos hasta el cuello y la mierda les sale por los oídos. No hay forma de retroceder...
Los hombres desesperados lo atacaron al mismo tiempo, uno logró cortarle con el filo de la hoja su brazo izquierdo, pero a cambio de eso recibió un golpe de llave en medio del mentón, cayó al instante. El otro lo atacó una y otra vez, pero Nicolas esquivó todas las puñaladas. Lo golpeó en el estómago y éste se inclinó y de un golpe directo en la nariz lo hizo caer de espaldas al suelo. Antes de incorporarse le apoyó la punta de su propio cuchillo en el pecho.
—Lárguense de aquí tú y tus compañeros antes de que me arrepienta...—El hombre corrió junto con los que pudieron hacerlo. Y al resto los arrastró Nicolas hacia el costado de la calle.
—¿Te encuentras bien?—le preguntó a Daniel.
—No debiste hacer eso...—le dijo mientras escupía sangre.
—Creo que deberías agradecerme—le respondió molesto.
—¿No lo entiendes?—le dijo y tosió con dolor mientras se sujetaba las costillas—Son de la banda de "El Ángel Blanco". Volverán y quemarán todo el lugar. Y si nos encuentran aquí, nos matarán...