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CAPITULO VIGÉSIMO SEXTO: LA GRAN GALA DE MI AMIGO TIM

1

La noche era bellísima. Esperando fuera de mi observatorio al cochero, contratado por mi amigo Tim, a que fuera a buscarme. Decidí ver una vez más las estrellas y eran bellísimas e incluso esplendorosas aquella noche. El cochero llegó cerca de las siete de la noche, me vio y dijo

- Usted debe ser el señor Rumble, se ve muy bien para vivir en este lugar

- Si, lo sé- le contesté con una sonrisa amistosa

Y en realidad esa noche me veía mejor que bien. Vestía un frac muy elegante, pantalones negros junto con una camisa muy arreglada de un color blanco resplandeciente con un moño del mismo color que mi camisa, una flor blanca en mi solapa hacia juego con mi atuendo y el sombrero de chimenea que poseía me daba un tono muy noble aunque no lo fuera. Mi ojo ya no se encontraba hinchado. Me encontraba en un mejor estado físico aunque aun se podía notar un color morado en los alrededores de mi rostro.

Subí al coche y el conductor, con un solo movimiento de sus riendas, inicio el trayecto. Paseé, por la elegante ciudad de Londres, mirando todo el esplendor de la noche. Muy dentro de mí me preguntaba si realmente estaba haciendo lo correcto; pero tuve que aceptar, de una vez por todas, que era hora de madurar. Ya era un hombre, me decía a mí mismo, debía dejar las fantasías infantiles y los proyectos sin sentido que tienen los pequeños; pero la belleza de la noche en aquellas calles con lámparas de gas me cautivaban por algún motivo.

2

Cuando llegué a la mansión de Tim, pude observar todo el esplendor que ese lugar poseía durante su gala. Los arboles de su casa tenían decoraciones luminosas cuyo color era muy blanco, la entrada de su casa poseía una curiosa iluminación que iba en línea recta hasta la puerta de entrada. Todo parecía mágico y bello, al igual que las estrellas que iluminaban el firmamento de aquella noche. Los carruajes se encontraban en línea recta y todos los invitados bajaban de ellos yendo al interior de esa hermosa mansión.

Al bajar del carruaje me dirigí hacia la puerta observando aquellas las luces que iluminaban todo el césped de una manera especial. El mayordomo de Tim, Steve, me saludó y, cuando entre a la mansión, dijo de forma elegante y educada

- El señor Jonathan Rumble, hijo del doctor William Rumble

Tim, quien se encontraba cerca de la puerta de entrada, me recibió con un abrazo seguido de una sonrisa de satisfacción

- ¡John! qué bueno que viniste- me saludó mientras me abrazaba

- Dije que vendría – le devolví el saludo respondiendo a su abrazo- soy un hombre de palabra

- Eso me gusta, necesito que vengas conmigo, debo presentarte a otros miembros de la alta sociedad Inglesa- me ofreció Tim con la misma energía juvenil que lo caracterizaba, dando una pequeña risa negué con la cabeza diciéndole

- Gracias pero quiero tomar algo antes, ¿hay copas de champagne por aquí?

- Y caviar de Beluga mi buen amigo- rió Tim retirándose a recibir las demás visitas

Antes de retirarse, le pidió a su mayordomo que me trajera algo. Quise acompañarlo; pero por algún motivo que me era desconocido me detuve a esperarlo delante de las escaleras.

3

Debí estar allí parado un minuto aunque, en lo personal, me pareció más de una hora. Steve me dio una copa, en bandeja de plata, y luego se retiró. La empecé a beber cuando me di vuelta y la vi, mejor dicho, todos la vieron.

Bajando por las escaleras con un guante de seda dorado sosteniéndose sobre la baranda, dejaba ver sus hombros; pero con un velo negro cubriéndolos. Su corsé se encontraba adornado con duras líneas en forma de nubes doradas y largas rayas negras. Un collar de perlas, hecho de oro, también adornaba su cuello, su falda, del mismo color, era alta y larga; pero también muy ancha. En la mano derecha tenía un brazalete de perlas blanco, su cabello rubio dorado se encontraba tomado de una forma tan elegante que solo dos mechones delanteros caían sobre sus hombros. Su flequillo sobresalía, resaltando sus ojos azules y su cabeza se encontraba coronada por una hermosa tiara hecha de perlas del mismo color que tenía una Zafiro en el centro. Aquellos labios, pintados de rojo, tenían un brillo parecido al de un diamante en bruto.

- ¿Piensas quedarte allí parado viéndome toda la noche con ese trago en la mano o piensas invitarme a bailar?- me dijo con una voz muy femenina y bastante suave

- ¿Quien… quien eres?- pregunté anonadado por la belleza de aquella mujer

- Ya sabes quién soy- me respondió ella sonriéndome con ternura

Todos la miraban y, quizás, la admiraban. Tanto hombres como mujeres se hacían la misma pregunta ¿Quién era esa mujer que resplandecía de tal forma? No lo sabían y no los culpo, yo tampoco lo supe en un primer momento; pero cuando ella me tomó de la mano pude sentir la dureza y firmeza de su tacto reconociéndola en el acto y maravillándome ante su presencia al saber quién era…

Era Linnet de Grumsier; pero al llevar ese hermoso vestido parecía otra persona. Pude ver en aquel preciso momento de toda nuestra aventura a Linnet siendo lo mas femenina posible y he de decir que aun a día de hoy suspiro al recordarla de esa forma.

4

Quería resistirme; pero no podía… en realidad… no lo deseaba. Ella me tomó de la mano y me llevó a donde se encontraba la pista de baile, la cual era de una soberbia belleza: las paredes amarillas con los ventanales enormes que mostraban las estrellas. El suelo decorado con baldosas de color gris y negro junto a la orquesta que tocaba bellas melodías, todo aquello en dicha gala era mágico.

Ella era mágica.

Nos pusimos en el salón de baile. Todos se preguntaban quien era esa muchacha de tal belleza, ¿Acaso era una invitada de gran categoría?, ¿Una duquesa o condesa?, ¿Un miembro de la nobleza? ¿Una princesa extranjera? ¿Una reina?, no lo sabían; pero no me importaba porque quería bailar con ella pero aun tenia recuerdos de su ataque. Quise separarme, sin embargo su agarre era demasiado fuerte y cálido a la vez. Intenté decirle que nuestra amistad había terminado, que no deseaba estar a su lado una vez más, que tenía miedo de ella, sin embargo, sentía que al hablar solo diría mentiras que ni yo mismo me las creería.

- Linnet yo…- intenté decir; pero ella me puso su dedo índice en mis labios y susurró "Shhh"

- Déjame hablar primero, por favor- me pidió con una expresión que mostraba su dolor interno junto a su arrepentimiento- quiero decirte que lo siento mucho John. Actué como un animal anoche y te hice más daño del que muchos enemigos podrían hacernos. No tengo excusas para mi comportamiento; pero quiero decirte que, sin importar lo que pase, aun te quiero mucho y no pienso dejar que tires tus sueños a la basura por culpa de mi estúpido accionar. Sé que querías salvar a esos chicos, no fue tu culpa lo ocurrido. Cometí un error imperdonable e incluso detestable hasta para mi propia gente; pero igual quiero decirte que aun soy tu amiga, te quiero mucho y lo lamento, prometo no volverte a atacar de esa manera nunca más, sin importar lo que pase

Me dio un tierno abrazo de disculpas y comenzamos a bailar, pude sentir una lágrima suave, como la seda, bajar por mi mejilla. La abrasé aceptando sus disculpas mientras bailábamos.

- Creo que sé como disculparme adecuadamente- susurró Linnet esbozando una dulce sonrisa

Con esas palabras dio comienzo el baile más bello que hubiese visto o bailado en mi vida.

5

Los músicos tenían varios acordes para tocar esa noche; pero había uno puesto casi de última hora. Era una canción muy desconocida, sin embargo el director de la orquesta igual decidió tocarla porque debía creer que era algún tema excéntrico del gusto de Tim. Demás estaba decir que la canción era de gran belleza.

Comenzaron a tocarla y Linnet bailó en compas de la misma. La seguía en su danza; pero no podía comprender sus movimientos. La música era bella, una dulce melodía que no solo inspiraría a más de un artista sino que obligaba a los danzantes a seguir su ritmo, quizás por eso fue que mis piernas no se entorpecieron. Bailábamos al ritmo de una música casi angelical. Ella me guiaba pero, por momentos, no necesitaba acompañarla por que el baile se daba con naturalidad. Al ver sus ojos comprendí que ella había puesto las notas. Su mirada me atrapaba, ella sonrió de forma tierna y susurró con una voz dulce e incluso, por primera vez, llena de una feminidad que me dejaba sorprendido.

- Mira a tu alrededor

Le hice caso descubriendo que los bailarines se habían ido, también los músicos. Inclusive el salón de baile ya no estaba. Nos encontrábamos en la inmensidad del espacio. Eran cientos de estrellas resplandecientes junto las llamadas galaxias. Bailábamos sobre un suelo hecho por las mismas orbitas del espacio.

Era perfecto. Los movimientos junto a la música y los planetas nos acompañaban bailando a ese mismo armonioso ritmo. El sol era el centro y todas las galaxias eran el techo con la luz de las estrellas como iluminación.

- ¿Te gusta?- me preguntó con curiosidad manteniéndose muy calmada

- ¡Es soberbio!- exclamé- ¡tanta belleza! Nunca pensé… es como si todos siguieran un mismo ritmo… no sé como describir esto Linnet… no lo sé

- La danza de las estrellas- me contestó ella usando un tono amoroso, incluso reía con inocencia al decirlo- la verdadera perfección en toda su gloria

Algunas estrellas fugases pasaban en donde podrían estar las paredes. Las constelaciones también se veían como una gran decoración que, de ser un edificio, competirían con la capilla Sixtina. El baile continuaba y siempre nos movíamos alrededor del sol, a veces más cerca y otras veces más lejos. Todo el paisaje cambiaba; pero podía ver una luz dorada, en donde podría estar el techo, iluminándolo todo y rodeando con sus rayos aquel hermoso lugar, dicho resplandor dorado emitía una calidez tan grande que me obligaba a sentirme emocionado al punto de que las lágrimas surcaban por mis mejillas. Continuamos dicho baile hasta que la canción terminó y aquel dorado nos envolvió por completo.