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Life and Death #3: Después del amanecer

El final que vivirá por siempre «Beau no quería que nadie saliera herido. ¿Cómo iba a evitar que algo como eso fuera posible? ¿Es que había alguna posibilidad de que le pudieran enseñar con la suficiente rapidez para que se convirtiera en un peligro para cualquier miembro de los Vulturis? ¿O estaba condenado a ser un completo inútil para ver como su familia moría frente a sus ojos?» Crepúsculo dio rienda suelta a la peligrosa relación de Beau y Edward. Noche Eterna unió sus lazos más que nunca. Y ahora, en el último capítulo de la trilogía, las dudas sobre lo que ahora es Beau empuja a una confrontación con los Vulturis que cambiará sus vida por siempre.

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52 Chs

IRRESISTIBLE

Había demasiadas cosas en las que pensar.

¿De dónde iba a sacar tiempo para estar a solas con Allen y preguntarle sobre su relación con Alice? Además, ¿por qué Alice quería que se encontrara con Silas en Elfame?

Si lo que Alice le había pedido que hiciera no tenía nada que ver con librarse de los Vulturis, ¿qué podía hacer Silas para ayudarlos con este problema?

¿Y cómo le iban a explicar las cosas a la familia de Tanya el día de mañana? ¿Qué iban a hacer si reaccionaban como Irina? ¿Y qué sucedería si al final todo derivaba en una batalla?

Beau no quería que ninguno saliera herido. ¿Cómo iba a evitar que algo como eso fuera posible? ¿Es que había alguna posibilidad de que le pudieran enseñar con la suficiente rapidez para que se convirtiera en un peligro para cualquier miembro de los Vulturis? ¿O estaba condenado a ser un completo inútil para ver como su familia moría frente a sus ojos?

Necesitaba tantas respuestas…aunque no parecía encontrar la ocasión para formular las preguntas.

Le insistió a Edward para que pudieran irse a la cabaña en lo que pensaba mejor las cosas, y dejar que los lobos se divirtieran un poco a su manera. Algunos de ellos estaban cómodos en su forma de lobo en ese momento y otros solo querían pasar el rato frente a la fogata que Adão había encendido. Julie había preferido quedarse en casa junto a Silas, cosa que se le hizo rara a Beau, pues ella siempre había preferido lidiar con el estrés estando en su forma lobuna ya que se sentía preparada para luchar. Algo que se le hizo buena idea a Beau, por lo que deseó sentir lo mismo, poderse notar preparado mientras corría por los bosques, montando guardia.

Amun y los otros vampiros egipcios fueron harina de otro costal. A pesar de que los dos miembros más jóvenes de su clan, Benjamin y Tia, quedaron convencidos por la explicación que Carine les dio horas antes de que todos esos lobos aparecieran, Amun rehusó lo sucedido y ordenó a su clan que se marchara.

Benjamin, un vampiro extrañamente jovial que parecía apenas mayor que un niño y tan seguro de sí mismo como despreocupado, persuadió a Amun de que se quedara con unas cuantas amenazas sutiles de disolver su alianza. El cabecilla del clan no se marchó, pero le exigía a Carine una buena explicación de todo y no permitió que ningún miembro de su clan se quedara en la sala, y por ende, se encerraron en la oficina de Carine.

Una vez que llegaron a la cabaña, Beau se sintió libre de poder respirar el aire de aquella casita, sintiéndose como en sus primeros días de vampiro, los dos fueron hacia la habitación de la entrada para que Beau pudiera hacerle sus preguntas a Edward. Al menos aquellas que podía hacer, ya que uno de los problemas más difíciles para Beau era cómo seguir ocultándole cosas, incluso con la ventaja de poder esconder sus pensamientos.

Edward permaneció de pie dándole la espalda, con la mirada fija en el fuego.

—Es extraño —murmuró Beau—. Físicamente siento que podría demoler un tanque. Mentalmente estoy…agotado.

Edward se giró con toda la calma del mundo. Pasando a lado de Beau hasta sentarse junto a él. Tomó su mano, frotando sus dedos contra la palma del chico. El tacto de su piel reconfortaba un poco a Beau. Todo de él reconfortaba a Beau, y agradecía que él fuera la única cosa que lo mantenía cuerdo.

—¿Qué tal un baño?

Beau solo tuvo ocasión de registrar la feroz expresión de su rostro antes de que sus labios se aplastaran contra los suyos y sus brazos se enredaran alrededor de Beau como vigas de acero. Pronto dejó de hacer eso para comenzar a desabrochar los botones de la camisa del chico.

Beau se apartó de Edward al ver la intensidad de sus movimientos agitados.

—Recuerdo como desnudarme solo —le sonrió.

—Pero yo lo hago mucho mejor —dijo Edward con sus labios sobre los de Beau.

Edward se detuvo un poco. Casi dándose cuenta de que Beau quería hablar y no otra cosa. Como si después de todo el desastre en Elfame, al fin pudieran pasar un tiempo a solas.

—Beau, yo quisiera disculparme contigo —dijo Edward con la mirada gacha. Beau frunció el ceño con curiosidad—. He tenido la mala costumbre de subestimarte. Cada obstáculo que has enfrentado…

Alzó la mirada, con una sonrisa en su rostro.

—…Creí que no lo librarías. Pero lo hiciste —volvió a tomar la mano de Beau con dulzura, sin dejar de mirarlo a los ojos—. Por ti tenemos qué luchar: una familia.

—No te escaparás de mí tan fácil.

Se besaron, y en vez de dirigirse hacia la cama. Edward empujó a su novio hacia la ducha por los bucles de sus pantalones. La sorpresa se marcó en la cara de Beau, pero le siguió fácilmente.

—Tu camisa está cubierta de lodo —explicó Edward.

Los ojos de Beau parpadearon hacia la camisa de Edward, que se había vuelto traslucida por la humedad del lodo.

—La tuya también —murmuró Beau al mismo tiempo que sonreía ligeramente.

Edward sonrió, presionando la curva de su boca contra la de Beau.

—Excelente punto.

Hizo un pequeño movimiento con sus manos y agua caliente comenzó a salir de la ducha, empapándolos a ambos. Edward podía ver las tenues curvas de la musculatura que se marcaban bajo la piel de su novio; todo eso abajo del material delgado y empapado de la camisa de Beau.

Puntos plateados de luz y agua brillante en el pequeño espacio entre ellos. Edward puso sus manos sobre Beau, quitando la camisa de su cuerpo por sobre su cabeza. Chorros de agua brillaban en le superficie del pecho desnudo de Beau, trazando a lo largo de los surcos de sus músculos.

Edward atrajo a Beau más cerca de él y lo besó mientras desataba los botones de su propia camisa con su mano libre. Beau sintió las fuertes manos de Edward en su espalda, la delgada y completamente mojada camisa casi sin ser barrera y, sin embargo, siendo demasiado una barrera. Beau bajó la cabeza y pasó su boca por la línea mojada del cuello de Edward hasta su hombro desnudo.

Edward se estremeci�� y cubrió a Beau contra la pared de cristal. El chico estaba teniendo problemas para deshacerse de su camisa.

Beau atrapó su boca, tragando el gemido de Edward. El beso fue profundo y urgente, sus bocas se deslizaban juntos, tan hambrientas como sus manos mojadas.

El chico no pudo volver a pensar en sus preguntas en el resto de la noche. Le llevó poco tiempo captar la razón de ese estado de ánimo e incluso menos sentirse exactamente de la misma manera.

Había estado planeando que iba a necesitar años para poder aprender a controlar la pasión física arrolladora que sentía por Edward. Y después siglos para disfrutarlo, pero si ahora sólo les quedaba menos de un mes para estar juntos…Bueno, él no veía cómo soportar un fin como ése. Por el momento, no podía hacer otra cosa salvo comportarse de modo egoísta. Todo lo que Beau quería era amarle cuanto fuera capaz en el tiempo limitado que se les había concedido.

A Beau le resultó muy duro apartarse de él cuando Eleanor fue a buscarlos para poder arreglar unos asuntos, pero tenían que hacer su trabajo, un trabajo que sería más difícil que todas las búsquedas juntas emprendidas por el resto de la familia. Tan pronto como Beau se permitió pensar en lo que se avecinaba, se puso en una tensión total. Sentía como se le estuvieran estirando los nervios en un potro de tortura para dejarlos cada vez más finos.

—Desearía que hubiera alguna manera de conseguir la información que necesitamos de Eleazar antes de que les hablemos de tu asunto —masculló Edward mientras se vestían de forma apresurada en aquel armario enorme que era un recordatorio más de Alice en un momento poco apropiado—. Solo por si acaso.

—Pero él no podría comprender la pregunta para contestarla —admitió Beau—. ¿Crees que nos dejarán que nos expliquemos?

—No lo sé.

No podían malgastar ni un solo minuto más. Estaban las respuestas que Beau necesitaba conseguir y no tenía la certeza de cuánto tiempo podrían estar solos Edward y ��l. Si todo iba bien con la familia de Tanya, con un poco de suerte, estarían acompañados por un largo periodo.

***

Dos cosas la despertaron definitivamente: el resplandor del amanecer y una corriente repentina de silencio. Se había terminado el escándalo de los hombres lobo y había dormido toda la noche. Pero aun antes de sentir la rigidez y el dolor esperados, Julie sintió algo mucho más irresistible.

Hambre.

La luz entraba por las ventanas enormes de la casa de los Cullen e iluminaba el piso de la habitación. Miró hacia un lado y vio que al final del salón estaba Silas afilando una de sus dagas azules. A su costado había todo un arsenal de armas bien cuidadas y al parecer en orden; eran más de diez cuchillos y dagas con la palabra "Dawson" grabada en cada uno. Solo faltaba que incluso la piedra con la que los afilaba tuviera su nombre escrito. No podría imaginarse a Silas sin ese arsenal acompañándolo a cualquier lugar que pisase.

Giró y esta vez se enfocó en lo que hab��a afuera. Los hombres lobo que había preferido dormir en su forma lobuna simplemente ya no estaban. Solo quedaba restos de la fogata que habían encendido, pero incluso las fritangas y latas de cerveza que consiguieron, habían desaparecido. La chica se preguntó si Carine u otro de los vampiros habían decidido limpiar por aburrimiento, por lo que alcanzó a ver antes de que se metieran a la oficina de la doctora Cullen, se habían quedado congelados, petrificados, como si no hubiera nada mejor que hacer. Claro que Beau parecía ser el único de los Cullen que no podía permitirse algo como eso.

Beau estuvo charlando con Allen hasta pasada la media noche; después de eso, Julie quedó perdida de sueño y no supo más, con Silas recargado en sus pies. Ella tenía la duda de si, como él era una estrige, no dormía a comparación de Corrius o cualquier otro de los seres mágicos, que por cierto… tampoco estaban. ¿Acaso todos se habían ido? Era una buena opción, pero incluso Julie esperaba que se quedaran y que los ayudaran con el problema ese de los Vulturis. Así que, por el momento, la inexplicable y gigantesca manada de hombres lobos, al igual que las hadas, que se unieron en aquella riña en el reino de Elfame, parecían haberse esfumado.

Punzadas agudas perforaban su estómago, que rugía desesperadamente por comida. Echó un vistazo por el recinto y vio que Leah, Seth y ese chico Valter —que Julie ahora se preguntaba por qué seguía él aquí— aún dormían; sin embargo, Beau apareció, acostándose con la espalda contra la pared, mirando tristemente a un lugar indeterminado en medio del salón.

—¿Estás bien? —le preguntó Jules. Hasta su mandíbula estaba rígida. Beau se volvió lentamente hacia ella. Tenía la vista perdida, hasta que salió bruscamente de sus pensamientos y la miró.

—¿Bien? Sí, supongo que sí. Estamos vivos y creo que eso es lo único que importa —respondió con una carga de amargura en la voz.

Julie se giró para observar a Silas, que seguía entretenido con esas dagas, incluso colocó una contra luz, apreciando la perfección del filo, admirando como la luz se movía con fineza sobre él.

—A veces me pregunto…—murmuró Beau.

—¿Qué cosa?

—Si es importante estar vivo. Si no sería mucho más fácil estar muerto.

—Vamos. No creo que pienses eso de verdad ni por un segundo.

Mientras emitía esa deprimente opinión, bajó la vista y, ante la respuesta de Julie, levantó bruscamente la mirada. Entonces sonrió y se sintió mejor.

—Tienes razón. Solo estaba tratando de sonar tan patético como tú —comentó. Casi se había convencido de que era cierto. Que morirse no sería la solución más fácil.

Beau señaló distraídamente a Silas.

—¿Qué diablos hace él?

—Al parecer le gusta que su hermosa colección de juguetitos azules esté a la perfección para la próxima vez que tenga que asesinar a alguien, o mejor dicho, para asesinar a una figura humanoide que lance fuego por los ojos. Eso creo.

—¿«Para la próxima vez que tenga que asesinar a alguien»? La verdad es que preferiría que nuestros problemas se limitaran a una simple disputa sobre si el limón es una verdura o una fruta.

Julie cerró los ojos durante un segundo y apoyó la cabeza contra la almohada.

—Hey, esos problemas realmente ya no te conciernen… estás muerto ¿no es cierto? Y hasta donde sé, la sangre es tu único alimento. A menos que tu estrige interior cambie tu dieta a algo un poco más asqueroso. Pero oye, la incógnita del limón no será problema para ti.

—Sí. Claro —repuso Beau con una sonrisa sarcástica—. Recuérdame no contratarte como mi maldito nutriólogo en el futuro próximo.

Ambos rieron y luego volvió la quietud.

Silas giro hacia Julie, la cual estaba observando, con el ceño ligeramente fruncido, el movimiento de las nubes a través del cristal que tenía en frente.

—Sé lo que estás pensando —dijo Silas—. Desayuno.

—No tenemos tiempo —dijo Edward, entrando a la sala sin siquiera hacer ruido. Beau se puso de pie y le dio un beso rápido en los labios—. Tendremos visitas y necesitamos prepararnos.

El par de vampiros, por supuesto, se habían cambiado ya la ropa por una nueva que brillaba de lo limpio que estaba. La pareja estaba impecable, mientras que Julie aún tenía puesto el vestido ya maltratado, y Silas con su uniforme de guerrero, seguía en perfecto estado, pero tenía manchas, cenizas y sangre. Nada fuera de lo normal.

Silas le dirigió una mirada reprobatoria.

—No hemos trabajado juntos por tanto tiempo, Edward Cullen, pero una cosa que ya deben ir aprendiendo acerca de mí es que tomo muy en serio mis comidas.

Edward miró a Julie, quien se encogió de hombros.

—De hecho, yo igual tengo hambre.

—¿Lo ven? —dijo Silas con obviedad en el asunto—. Además, esas visitas van a querer hablar con ustedes, no con nosotros, así que ahora mismo puedo llevar a Julie conmigo a un restaurante y comer a gusto. No se preocupen, volveremos tan pronto quedemos llenos.

—Si es tan importante…—comenzó a decir Beau.

—Eres una estrige mitad vampiro, yo una estrige mita hada, así que sí, es importante. Vamos a comer tres veces al día. El desayuno será una de esas tres veces, de hecho, el desayuno será primordial, debido a que es la comida más importante del día.

—Sonaste como mi papá —dijo Julie.

Beau miró a su amiga.

—Papá solía decirle a la manada que muchas de las misiones de nuestros ancestros habían fallado debido a una baja de azúcar —dijo con voz inexpresiva.

—¡Pues tu padre sí que es un hombre listo! —exclamó Silas. Julie le dio una sonrisa de disculpa a los Cullen, la cual Edward no correspondió.

—Bien —dijo Edward—. ¿Adónde sugieren ir a comer? Porque aquí no hay comida.

La sugerencia de la chica lobo, por suerte (para ella), involucraba al restaurante más recurrido en Forks, mismo que le trajo recuerdos a Beau del día de su gradación. Se sentaron al aire libre sobre una cubierta, mirando una pequeña parada de taxis que esperaba a que al menos una mosca se parara por ahí. El día estaba nublado, así que no habría problema para los Cullen. Julie engulló tres crepas y estaba considerando ordenar una cuarta. Silas disfrutó de un expresso, un platillo de huevo cuyo nombre era el que sonaba más extraño de todos los del menú, y Leah, quien había decidido sentarse en otra mesa, pidió tres órdenes de hamburguesas que incluían papas fritas y una soda —por orden. Seguro que cuando llegaran a la casa de los Cullen mataría a Seth por haberse quedado con Valter en lugar de haber ido con ella.

—Charlie me trajo aquí el día de mi graduación, fue horrible, el lugar estaba repleto de gente, como si todos hubiéramos quedado de venir aquí —dijo Beau a nadie en especial.

—Me gusta este lugar —dijo Silas—. Es mucho más agradable que los comedores en Elfame. —Se preparó con un visible esfuerzo, a girar hacia Beau y trató de hacerle conversación—. Esta es la primera vez en siglos que salgó de ese reino de locos. Nada era divertido en ese lugar. ¿No lo crees?

Julie tuvo que girar su rostro para mirar los taxis por un momento, sentía que la conversación no tendría un buen giro en cuanto Beau hablara. Edward rió con sus pensamientos.

Beau dudó.

—La verdad es que te veías muy divertido cono todo este asunto del secuestro, llevarnos con el rey para que me dejara en ese calabozo, donde por cierto, casi mato a todos esos reos; para luego llevarme a un armario de ropa gigantesco y me revelaras tus intenciones «totalmente buenas».

Hubo un silencio incómodo.

—Fuera de eso, sí, obvio todo en ese lugar era muy…loco.

—¿Qué tanto discutieron con Carine? —dijo Julie cambiando de tema.

—Tuvimos que hablar con Amun y convencerlo de que estaba haciendo lo correcto al ayudarnos —respondió Edward.

—¿Quién es Amun?

Edward suspiró.

—Mientras que nosotros fuimos a México, Carine y Earnest se fueron a Londres para hablar con un viejo amigo suyo de Egipto. Sin embargo, desde que aceptó venir, fue más a la fuerza que porque realmente quisiera; la llegada de los hombres lobo lo puso de malas y tuvimos que explicarle todo, incluso…—alzó su mano para señalar a Silas— él tuvo que ayudarnos con su don para poder darle una nueva perspectiva.

Julie le devolvió la mirada a Silas, quien sonrió al sentirse responsable de que Amun terminara por aceptar.

—Ese tal Benjamin, es muy diferente a Amun —intervino Beau—. Me agrada. Si no fuera por él, creo que se habrían regresado de inmediato a Egipto.

—Ni siquiera hubieran venido —dijo Edward—. Por él, Amun aceptó en acompañar a Carine.

—Pero ¿cuál es el fin? —Preguntó Julie—. ¿Para qué quieren que se quede? Y hasta donde me dijeron, hoy van a llegar visitas. ¿Cómo por?

—Necesitamos que los Vulturis nos crean, por ende, debe haber testigos que demuestren que Beau no fue producto de la combinación de la sangre de un hada y la ponzoña de un vampiro. Y Eleazar es el más indicado para respondernos ciertas incógnitas.

—¿Ha estado él en Italia hace poco o algo parecido? ¿Qué podría saber? —preguntó Beau.

—Eleazar conoce todo lo referente a los Vulturis. Se me había olvidado que tú no lo sabías. Él formó parte de ellos.

Beau siseó de forma involuntaria y Julie bufó sin entender qué tenía eso de relevante.

—¿Qué…? —le preguntó Beau con la voz llena de exigencia, imaginándose al hermoso hombre de pelo negro, que vio en una foto de la familia de Tanya, envuelto en una capa larga, de color ceniciento.

El rostro de Edward tenía ahora un aspecto más apacible e incluso sonrió un poquito.

—Eleazar es una persona muy buena. No era del todo feliz con los Vulturis, pero respetaba la ley y la necesidad de defenderla. Sentía que estaba trabajando por el bien común y no lamenta nada del tiempo que pasó con ellos, pero cuando se encontró con Carmen, halló su lugar en el mundo. Son gente muy parecida, ambos son muy compasivos para ser vampiros —Edward sonrió de nuevo—. Se encontraron con Tanya y sus hermanos y nunca miraron hacia atrás. Tenían madera para este nuevo estilo de vida. Si no se hubieran encontrado nunca con Tanya, me imagino que habrían descubierto algún día por ellos mismos una manera de vivir sin sangre humana.

Las imágenes desentonaban en la mente de Beau, no había forma de que pudiera casarlas, ¿un soldado de los Vulturis compasivo?

Edward le echó una mirada a Julie y respondió a su pregunta silenciosa.

—No, él no era uno de sus guerreros, hablando en sentido estricto. Pero tiene un don que encontraban conveniente.

—¿Y cuál era? —preguntó Julie.

—Él tenía un instinto especial para captar los dones de los demás, las capacidades extraordinarias que disfrutan algunos vampiros —le contestó Edward—. Sabía darle a Sulpicia una idea general de lo que cada vampiro concreto era capaz de hacer sólo con estar en sus proximidades. Esto era muy conveniente cuando los Vulturis entraban en combate, si alguien en el clan que se les enfrentaba tenía alguna habilidad que pudiera causarles algún problema. Pero claro, algo así era poco habitual, debía tratarse de una capacidad realmente sobresaliente para que supusiera un inconveniente para los Vulturis, ni siquiera durante un momento. Más a menudo, el aviso le servía a Sulpicia para salvar a aquellos enemigos que pudieran serle de utilidad. Hasta un cierto punto, el don de Eleazar funciona incluso con humanos. Ha de concentrarse mucho en ese caso, claro, porque la habilidad latente en un mortal es más confusa.

»Sulpicia le hacia probar a la gente que quería que se les uniera para ver si tenían algún potencial. Por eso sintió mucho su marcha.

—¿Le dejaron marchar? —le preguntó Beau—. ¿Así porque sí?

La sonrisa de Edward era ahora más sombría y algo torcida.

—Se supone que los Vulturis no son los villanos, como ahora lo parecen. Son los cimientos de nuestra civilización y de la paz. Cada miembro de la guardia escoge servirles, y se trata de algo muy prestigioso. Todos se sienten orgullosos de estar allí, y no se les puede forzar a ello.

Beau miró al suelo con mala cara.

—En teoría sólo les parecen malvados y abyectos a los criminales, Beau.

—Nosotros no somos criminales.

Julie asintió, de acuerdo con la afirmación de su amigo.

—Ellos no lo saben.

—¿Crees de verdad que podemos hacer que se detengan el tiempo necesario para que nos escuchen?

Edward vaciló justo lo mínimo y después de encogió de hombros.

—Si encontramos suficientes amigos que nos apoyen, tal vez.

Julie seguía confundida. El rey Oberón había retrocedido cuando Allen mostró la marca que tato Beau como Silas tenían y que por lo tanto los hacía inmunes a cualquier veredicto. Incluyendo al de los Vulturis…Ya no era necesario más testigos, cuando tenían esa cosa a su favor. ¿O no?

—Los Vulturis son unos corruptos, no les va a importar si Beau tiene la marca de protección de un brujo —dijo Edward respondiendo nuevamente a los pensamientos de Julie.

—Estuve en shock toda la noche tratando de entender cómo nunca me di cuenta de que Allen era un brujo que ni siquiera le pregunté cómo rayos llegó esa marca a mi brazo —dijo Beau mirando a la nada.

—Sencillo —comenzó Silas—. Solo necesitaba un poco de tu ser, como tejido muscular, piel muerta, tu ponzoña o incluso alguno de tus cabellos.

El chico se rió al recordar lo sucedido en el mercado.

—Ahora entiendo por qué insistía tanto en que le diera un poco de mi cabello.

—¿Cuándo pasó eso? —preguntó Edward— ¿Y por qué nunca me lo dijiste?

—Mientras te distraía en el mercado negro —dijo Silas—. Era la única forma de que ellos dos tuvieran un poco de…ya sabes, intimidad.

—Así que eras tú —dijo Edward.

—Lamento mucho que te hayas embarrado en lodo.

Julie y Silas comenzaron a reír, incluso Leah, que seguía comiendo.

Y, repentinamente, Beau percibió la importancia de lo que tenían que hacer ese día.

—No creo que Tanya tarde mucho más —comentó Edward—. Tenemos que irnos ya para estar preparados.

—¿No pueden recibirlo Carine y los otros? —sugirió Julie.

—No realmente —dijo Edward—, Carine, Earnest y el clan de Amun se fueron a buscar a sus amigos, Eleanor y Royal también se fueron por su parte, con ayuda de Erictho y Pamphile…

—¿Y Allen? —preguntó Silas.

—Se llevó a la mujer que encontramos moribunda —respondió Beau.

—Así que solo somos nosotros —siguió Edward—. Por eso debemos prepararnos.

Pero ¿cómo se iban a preparar? Pagaron la cuenta y salieron volando de allí hasta que por fin rompieron a correr y Silas, Julie y Leah los siguieron de modo inmediato. Organizaron las cosas una y otra vez, las pensaron y las volvieron a pensar. ¿Dejarían a Beau y a Silas a la vista o los esconderían al principio? Y Julie y su manada ¿deberían estar en la habitación o fuera? Julie habría de ordenarle a su manada y a Valter que permanecieran cerca sin dejarse ver. ¿Haría ella lo mismo?

Al final, Silas, Julie —de nuevo en su forma humana— y Beau, esperaron en el comedor, situado al otro lado de la esquina a la que daba la puerta principal, sentados ante la gran mesa de madera pulida. Julie se alejó un poco de ellos dos, quería espacio por si tenía que entrar en fase con rapidez.

Beau intentó evocar a Tanya, Kate, Kenneth, Carmen y Eleazar en su mente. Sus rostros aparecían opacos en su memoria escasamente iluminados. Solo sabía que eran hermosos, tres rubios y dos morenos.

No podía rememorar si había algún rastro de amabilidad en sus ojos por el modo en que miraban en aquella foto.

Edward se reclinó inmóvil contra la pared donde estaba la ventana trasera, mirando con fijeza hacia la puerta principal, aunque no parecía que estuviera viéndola.

Silas se acomodó en la silla, tratando se tener al menos la mano de Julie cerca, pero sin mostrarle nada realmente. No tenía ninguna imagen para lo que sentía en esos momentos.

—¿Y qué pasará si no les agrado? —susurró Silas y todos los ojos se dirigieron a él—. Digo, Beau es como familia para ellos, pero podrían rechazar ayudarles por mi culpa.

—Claro que les…—comenzó a decir Julie, pero simplemente se quedó allí porque no supo qué agregar.

—Ellos no comprenden su existencia, la tuya o la de Beau, porque jamás se han encontrado con nada parecido a ustedes —explicó Edward, sin querer mentirles con promesas que podían no hacerse realidad—. El problema está en hacérselo entender.

Beau suspiró, y en su mente relampaguearon imágenes de todos ellos en un súbito y rápidos pase. Vampiros, hadas, licántropos, brujos, humanos. Solo ellos dos no encajaban en ningún sitio.

Antes de que pudieran argumentar algo más, escucharon el sonido que habían estado esperando: el de un motor que reducía la velocidad en la autovía el de las cubiertas de las ruedas moviéndose del asfalto a la tierra.

Edward salió disparado hacia la esquina para esperarlos en la puerta, Beau tenía tantas ganas de esconderse para que los Denali no sintieran miedo cuando Edward les contara todo lo acontecido. Los tres: Silas, Julie y Beau se quedaron mirando el uno al otro a través de la mesa, con la desesperación pintada en las caras. Las estriges se colocaron unas gafas de sol, por si Edward los dejaba pasar en ese momento.

—¡Edward! —exclamó una voz masculina con entusiasmo.

—Hola, Kenneth. Tanya, Kate, Eleazar, Carmen.

Los cuatro murmuraron saludos.

—Carine nos dijo que necesitaba hablar con nosotros de forma urgente —comentó una voz femenina, Tanya; y Beau percibió que todos permanecían en el exterior de la casa. Edward estaba en la entrada, bloqueándoles el paso, sin parecer sospechoso—. ¿Cuál es el problema? ¿Alguna disputa con los licántropos?

Julie puso los ojos en blanco.

—No —replicó Edward—. Aunque nuestra tregua con los quileutes parece haber terminado.

Una mujer se echó a reír entre dientes.

—¿Vas a invitarnos a entrar o no? —preguntó Tanya y después continuó hablando sin esperar respuesta—. ¿Dónde está Carine?

—Ha tenido que salir.

Se hizo un corto silencio.

—¿Qué es lo que está pasando, Edward? —inquirió Tanya con voz exigente.

—Si me concedieras el beneficio de la duda durante unos cuantos minutos —respondió él—. Tengo algo difícil que explicar, y necesito que mantengan una actitud abierta hasta que puedan entenderlo.

—¿Carine está bien? —preguntó una voz masculina con ansiedad. Eleazar.

—Ninguno de nosotros se encuentra bien, Eleazar —le informó Edward y después palmeó el hombro del vampiro—. Pero al menos físicamente, sí, se encuentra bien.

—¿Físicamente? —preguntó Tanya de repente—. ¿Qué quieres decir?

—Que toda mi familia corre un peligro muy grave, pero antes de que me explique, les pido que me prometan que lo escucharán todo antes de reaccionar. Les suplico que oigan toda la historia primero.

Su petición se encontró con un silencio más largo, tenso, a lo largo del cual Julie y Beau se miraron el uno al otro sin palabras. Sus labios rojizos palidecieron.

—Estamos escuchando —dijo Tanya al fin—. Lo escucharemos todo antes de juzgar nada.

—Gracias, Tanya —repuso Edward con fervor—. No les habríamos implicado en esto de haber tenido otra posibilidad.

Edward se puso en marcha y Beau percibió cinco pares de pasos cruzando la entrada.

Alguien olisqueó.

—Ya sabía que esos licántropos tenían que estar en el asunto —masculló Tanya.

—Sí, y están de nuestro lado. Otra vez.

El recuerdo de lo sucedido silenció a Tanya.

—¿Dónde está tu Beau? —inquirió otra de las voces femeninas—. ¿Cómo se encuentra?

—Se nos unirá pronto. Y él está bien, gracias. Se ha incorporado a la inmortalidad con una sorprendente finura.

—Cuéntanos en qué consiste el peligro, Edward —solicitó Tanya en voz baja—. Todos te escucharemos y estaremos de tu lado, donde pertenecemos.

Edward inhaló un gran trago de aire.

—Primero quiero que lo vean por ustedes mismos. Presten atención… en la otra habitación ¿Qué oyen?

Se hizo un nuevo silencio y después algo se puso en movimiento.

—Sólo escuchen, por favor —insistió Edward.

—Un hombre lobo, supongo. Puedo oír su corazón —repuso Tanya.

—¿Qué más? —preguntó Edward.

Se hizo una pausa.

—¿Qué es ese sonido como de repiqueteo? —preguntó Kenneth—. ¿Es… alguna clase de pájaro?

—No, pero recuerden que lo han oído. Ahora, ¿qué huelen? Además del licántropo.

—¿Hay hadas ahí dentro? —susurró Eleazar.

—No —Tanya expresó su desacuerdo—. No es un hada, pero… es más cercano a lo humano que el resto de los olores que hay por aquí. ¿Qué es eso, Edward? No creo que haya olido nada igual en toda mi vida.

—Seguro que no, Tanya. Por favor, por favor, recuerden que esto es algo por completo nuevo para ustedes. Aparten sus ideas preconcebidas.

—Te prometimos que te escucharíamos, Edward.

—Muy bien, entonces ¿Beau? ¿Silas? ¿Pueden venir, por favor?

Beau sintió las piernas extrañamente dormidas, pero sabía que esa sensación sólo estaba en su cabeza. Se forzó a no refrenarse, a no moverse con lentitud cuando se puso en pie y caminó los pocos pasos que había hasta la esquina. El calor del cuerpo de Julie flameó muy cerca de Beau mientras lo seguía.

Dio un paso más hacia la habitación grande y entonces se detuvo, incapaz de caminar más. Silas inhaló en profundidad y después ambos se fueron retirando las gafas lentamente a la espera de ser rechazados.

Beau pensó que se había preparado para su reacción, para las acusaciones, los gritos, para la inmovilidad del estrés agudo.

Tanya saltó hacia atrás cuatro pasos, con sus rizos del color de las fresas temblorosos, como un humano que se enfrentara a una serpiente venenosa. Kate y Kenneth también recorrieron a saltos hacia atrás todo el camino hacia la puerta principal y éste último tanteó a ciegas para ver dónde tenía la pared a sus espaldas. De entre sus dientes apretados brotó un siseo mezcla de sorpresa y miedo. Eleazar se agazapó delante de Carmen en una postura defensiva.

—Oh, por favor —escucharon quejarse a Julie para sus adentros.

Edward puso el brazo alrededor de Beau.

—Prometieron escuchar —les recordó.

—¡Hay algunas cosas que no deben escucharse! —exclamó Tanya—. ¿Cómo has podido, Edward? ¿Es que no sabes lo que esto significa?

—Tenemos que salir de aquí —replicó Kate con ansiedad, con la mano en el pomo de la puerta.

—Edward… —Eleazar parecía encontrarse más allá de las palabras.

—Esperen —dijo Edward, con la voz endurecida ahora—. Recuerden lo que oyeron, lo que olieron. Ellos no son lo que creen.

—No hay excepciones a esa regla, Edward —replicó Kenneth con brusquedad.

—Kenneth —replicó Edward con dureza—, ¡has oído el sonido de su corazón! Al menos el de él —señaló a Silas—. Para y piensa en lo que eso significa.

—¿El latido de su corazón? —susurró Carmen, mirando por encima del hombro de Eleazar.

—No son como las otras estriges —respondió Edward, dirigiendo su atención a la expresión menos hostil de Carmen—. Ellos si razonan y les prometo que no van a perder la razón.

Los cinco vampiros se le quedaron mirando como si estuviera hablando en un idioma ininteligible para todos ellos.

—Escúchenme —la voz de Edward se moduló ahora hacia su aterciopelado tono de persuasión—. Ellos son únicos en su especie. Beau jamás probó la sangre de un hada y Silas ni siquiera está muerto, su corazón sigue latiendo.

La cabeza de Tanya temblaba, aunque era un movimiento casi imperceptible. Ella no parecía ser consciente.

—Edward, no puedes esperar de nosotros que… —comenzó Eleazar a hablar.

—Pues dame otra explicación que te encaje, Eleazar. Incluso Kenneth, puedes tocarme y saber que no miento. Porque así es.

—¿Cómo ha sucedido esto? —preguntó Kate, casi sin aliento.

—No lo sabemos, Beau estuvo a punto de morir —le contestó Edward—. Yo mismo le inyecté mi ponzoña para traerlo de vuelta. No hubo otra cosa, absolutamente nada más que mi ponzoña. Los Vulturis casi lo matan cuando tuve que intervenir y convertirlo en alguien como nosotros. Solo que no esperábamos que algo como esto sucediera.

—Nunca había oído hablar de una cosa así —replicó Eleazar. Tenía todavía los hombros rígidos y una expresión fría en el semblante.

—Las relaciones íntimas entre vampiros y humanos no son frecuentes —contestó Edward, ahora con algo de humor negro en su tono—. Y que existan humanos que hayan sobrevivido a este tipo de citas, menos aún. ¿No están de acuerdo, primos?

Tanto Tanya como Kate le miraron con cara de pocos amigos. Kenneth seguía inexpresivo.

—Fíjate bien ahora, Eleazar. Seguro que puedes apreciar las características de una estrige.

Pero fue Kenneth el que respondió a las palabras de Edward. Dio un paso para salir de detrás de los vampiros, ignorando su advertencia a medias y caminó con cautela hasta permanecer justo delante de Beau y Silas. Alzó la mirada con ligereza, observando cuidadosamente el rostro de ambos chicos.

—¿Te importaría que yo mismo te lo cuente? —le preguntó Silas a Kenneth. Todavía estaba demasiado tenso para poder hablar en voz más alta que un simple susurro—. Tengo un don para explicar las cosas.

Kenneth sonrió un poco.

—¿Un don?

—Sí —respondió con aquella voz lóbrega. Toda la familia de Tanya se estremeció ante el sonido de su voz, salvo Kenneth—. Pero puedo mostrarte más cosas de las que puedo contar.

Colocó su mano en la mejilla de Kenneth. El vampiro se envaró como si le hubieran aplicado una corriente eléctrica. Kate estuvo a su lado en un instante, con las manos en sus hombros como si fuera a apartarlo con brusquedad.

—Espera —pidió Kenneth casi sin aliento, con sus ojos que no pestañeaban fijos en Silas. Su mano la colocó sobre la muñeca del hada, quien en seguida supo que trataba de saber si era verdad lo que veía.

Silas le «mostró» a Kenneth su explicación durante un buen rato. El rostro de Edward permaneció atento mientras observaba, y Beau hubiera deseado tanto poder oír lo que él escuchaba… Julie cambió el peso de un pie a otro con impaciencia a sus espaldas y Beau supo que también habría querido lo mismo.

—¿Qué le está enseñando Silas? —gruñó entre dientes.

—Lo mismo que a nosotros —murmuró Edward.

Pasó otro minuto y Silas dejó caer la mano del rostro de Kenneth y sonrió con alegría al asombrado vampiro.

—Realmente son diferentes, ¿no es así? —comentó Kenneth casi sin aliento, moviendo sus grandes ojos de color topacio al rostro de Edward—, ¡qué don tan vivo! ¡Y en un hada! Esto sólo podía venir de un vampiro igual de bien dotado, pero cómo…

—¿Crees lo que te ha contado? —preguntó Edward, con una expresión llena de intensidad.

—Sin ninguna duda, mi don nunca falla —replicó Kenneth con sencillez. El rostro de Kate estaba rígido de la angustia.

—¡Kenneth!

Él le tomó las manos con las suyas y se las apretó.

—Aunque parezca imposible, Edward no nos ha dicho más que la verdad. Eleazar, deja que el hada te lo muestre.

Carmen empujó a Eleazar hacia Beau y luego asintió a Silas.

—Enséñaselo, por favor.

Silas sonrió de oreja a oreja, de alegría por la aceptación de Carmen, y tocó a Eleazar en la frente con un toque ligero.

—¡Ay, mierda! —escupió él, y saltó hacia atrás.

—¿Qué es lo que te ha hecho? —inquirió Tanya al tiempo que se acercaba, embargada por la preocupación. Kate también se deslizó hacia delante.

—Sólo está intentando mostrarte su lado de la historia —le dijo Kenneth con voz tranquilizadora.

Silas frunció el ceño con impaciencia.

—Ven, mira, por favor —le ordenó a Eleazar. Le extendió la mano y después dejó unos cuantos centímetros entre sus dedos y su rostro, esperando.

Eleazar le echó una ojeada suspicaz y después clavó sus ojos en Carmen buscando su ayuda. Ella asintió para darle ánimos. El vampiro inhaló un gran trago de aire y después se acercó hacia Silas hasta que su frente tocó la mano otra vez. Él se estremeció cuando el proceso comenzó pero se quedó quieto en esta ocasión, con los ojos cerrados, concentrado.

—Ahh —suspiró cuando sus ojos se reabrieron unos cuantos minutos más tarde—. Ya veo.

Silas le sonrió. Él vaciló, y después le devolvió una sonrisa desganada en respuesta.

—¿Eleazar? —preguntó Tanya.

—Es todo cierto, Tanya. No son como las otras estriges, son mejores, una mejor versión. Ven. Míralo por ti misma.

En silencio, Tanya acudió a su vez para colocarse delante de Silas con ademán precavido y después Kate, ambas mostrando sorpresa cuando les llegó la primera imagen al contacto de Silas; pero luego, en cuanto terminó, parecieron del todo convencidas, igual que Kenneth y Eleazar, Carmen confiaba en él, pero de todas formas quiso experimentar lo mismo que los demás.

Beau dirigió una mirada al rostro tranquilo de Edward, preguntándome si podía ser tan fácil. Sus ojos dorados lucían claros, sin sombras. No había engaño en esto, entonces.

—Gracias por escucharnos —dijo con voz serena.

—Pero aún existe el grave peligro del que nos hablaste —le dijo Tanya a su vez—, ya veo que no procede directamente de ustedes dos, pero entonces ha de proceder de los Vulturis. ¿Cómo han llegado a saber de ustedes? ¿Cuándo vendrán?

A Beau no le sorprendió su rápida comprensión de las cosas. Después de todo, ¿de dónde podría venir una amenaza a una familia tan fuerte como la suya? Sólo de los Vulturis.

—El día en que nosotros vimos a Irina en las montañas —le explicó Edward—, le estábamos contando nuestras sospechas a Julie —señaló a la chica.

Kate siseó, entrecerrando los ojos hasta convertirlos en rendijas.

—¿Ha sido Irina quien ha hecho esto? ¿A ustedes? ¿A Carine? ¿Irina?

—No —susurró Tanya—. Ha debido de ser otra…

—Alice la vio acudiendo a ellos —comentó Edward. Beau se preguntó si los demás notaron la forma en que se encogió ligeramente cuando mencionó el nombre de Alice.

—Pero ¿cómo ha podido hacer eso? —Preguntó Eleazar sin dirigirse a nadie en concreto.

—Imagínate que hubieras visto a Beau sólo a distancia, y que no te hubieras esperado a oír nuestra explicación.

Los ojos de Tanya se entrecerraron.

—No importa lo que ella haya pensado… Ustedes son nuestra familia.

—Ya no hay nada que podamos hacer respecto a la decisión de Irina. Es demasiado tarde. Alice nos ha dado más de un mes de plazo, ahora solo son solo semanas.

Tanto Kenneth como Kate inclinaron la cabeza hacia un lado, y esta última frunció el ceño.

—¿Tanto tiempo? —preguntó Eleazar.

—Vienen todos juntos y eso requiere una cierta preparación previa.

Eleazar soltó un jadeo.

—¿La guardia completa?

—No sólo la guardia —replicó Edward, con las mandíbulas apretadas—. También Sulpicia, Athenodora, Marco… incluso su prisionera, Mele.

La sorpresa relampagueó en los ojos de todos los vampiros.

—Imposible —repuso Eleazar sin podérselo creer.

—Justo lo que yo dije cuando me enteré —comentó Edward.

El vampiro puso muy mala cara y cuando habló lo que surgió fue casi un rugido.

—Pero eso no tiene sentido alguno. ¿Por qué se iban a poner ellos mismos en peligro?

—No tiene ningún sentido desde ese punto de vista. Alice dijo que se trataba de algo más que un simple castigo por lo que creían que habíamos hecho. Ella pensó que tú podrías ayudarnos.

—¿Más que un castigo? Pero ¿qué otra cosa puede ser?

Eleazar comenzó a caminar de un lado para otro, dirigiéndose primero hacia la puerta y luego hacia atrás como si estuviera solo en la habitación, con las cejas fruncidas mientras miraba hacia el suelo.

—¿Dónde están los demás, Edward? ¿Carine, Alice y los otros? —preguntó Tanya.

La vacilación de Edward apenas fue perceptible y respondió sólo a parte de la pregunta.

—Salieron de caza y luego se fueron buscando a amigos capaces y dispuestos a ayudarnos.

Kenneth se inclinó hacia él, adelantando las manos en su dirección.

—Edward, no importa cuántos amigos consigas reunir, no podemos ayudarte a ganar. Sólo podemos morir contigo. Debes saber eso. Claro, quizás nosotros cuatro nos lo merecemos después de lo que Irina ha hecho, y después de cómo les fallamos en el pasado… y esta vez también por el bien de Beau.

Edward sacudió la cabeza con rapidez.

—No les vamos a pedir que luchen y mueran con nosotros, Kenneth. Ya sabes que Carine jamás solicitaría una cosa así.

—Entonces, ¿cuál es la naturaleza de su petición, Edward?

—Simplemente estamos buscando testigos. Si les podemos detener, aunque sea por un momento, si dejan que nos expliquemos… —tocó la mejilla de Silas y Tanya agarró su mano y la mantuvo apretada contra su piel—. Es difícil dudar de nuestra historia cuando la ves por ti mismo.

Tanya asintió con lentitud.

—¿Tú crees que su pasado les importará mucho?

—Sólo en la medida en que amenace su futuro. El sentido de mantener la restricción estaba en protegernos de quedar expuestos y del bienestar de cada una de las especies del mundo sobrenatural debido a la «violencia» de las estriges.

—Yo no soy peligroso en absoluto —intervino Beau—. Ni siquiera Silas. Esas estriges de las que nos han contado son muy distintas a nosotros.

Tanya y Kenneth intercambiaron una mirada rápida.

—Si Irina no hubiera venido tan pronto —musitó Edward—, nos podríamos haber evitado todo esto. Beau lleva cuerdo más del tiempo estimado para una estrige. Silas incluso lleva años así.

—Bueno, eso es algo que lograremos atestiguar sin ninguna duda —replicó Carmen en tono decidido—. Podemos prometer que los hemos visto conservar la cordura por nosotros mismos. ¿Cómo iban a ignorar los Vulturis una evidencia como ésa?

Eleazar masculló entre dientes.

—¿Cómo, en verdad? —pero no alzó la mirada y continuó paseándose como si no estuviera prestando atención en absoluto.

—Sí, les serviremos de testigos —admitió Tanya—. Al menos eso sí. Y consideraremos qué otras cosas hacer.

—Tanya —protestó Edward, escuchando algo más en sus pensamientos de lo que había en sus palabras—, no esperamos que luchen con nosotros.

—Si los Vulturis no se detienen lo suficiente para escuchar nuestra declaración, no nos vamos a quedar de brazos cruzados —insistió Tanya—. Aunque claro, yo sólo puedo hablar por mí misma.

Kate resopló.

—¿Realmente dudas tanto de mí, hermana?

Tanya le dirigió una gran sonrisa.

—Lo decía por Kenneth.

El vampiro frunció el ceño.

—Eso me ofende, chica.

—Después de todo, es una misión suicida.

Kate le devolvió otra sonrisa y después se encogió de hombros con indiferencia.

—Yo también estaré.

—Y yo haré todo lo que pueda para proteger a mi familia —acordó también Carmen, sonriéndole incluso a Silas.

Durante un momento Beau pensó que lo que estaban intentando quizá podía funcionar. Tal vez Silas lograra lo imposible: ganarse a sus enemigos como se había ganado a los amigos de los Cullen.

Y entonces, Beau recordó que Alice los había dejado y su esperanza se desvaneció tan deprisa como había aparecido.