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Capítulo 6 – Entrenamiento (Parte I)

Editor: Nyoi-Bo Studio

En el patio trasero del Castillo se erigía una sola casa rural, que estaba cubierta con tablas de madera y tenía dos ventanas. Al frente de la casa, había un estanque con una circunferencia de casi nueve yardas y media, y estaba lleno de agua de río, haciéndolo no solo resistente al fuego, sino que también lo volvía un lugar versátil. Apilados en el suelo, estaban varios lingotes de hierro, que pertenecían a un herrero y fueron colocados ahí por Carter.

Roland había elegido esta ubicación para la casa debido a su proximidad a un pozo, pero era aún muy rudimentaria para ser un laboratorio. Negó con la cabeza, dándose cuenta de que construir el laboratorio perfecto de la noche a la mañana, no era posible. Necesitaría a Barov para conseguir los recursos, antes de construir un taller oficial.

—¿Cómo estás? ¿Dormiste bien?

Roland se giró y le preguntó a Anna, que parecía confundida.

La bruja parada frente a él y la bruja que había visto el día anterior eran dos personas completamente diferentes. Luego de un baño completo, sus largos cabellos del color de la paja caían sobre sus hombros como un manto y brillaban suavemente. Su piel destellaba vitalidad y una ligera capa de pecas sobre su nariz le añadía una juvenil apariencia a su rostro. Su cuerpo seguía siendo tan delgado que parecía que el viento la podría derribar, pero tenía las mejillas más rosadas y los moretones y marcas en su cuello se habían desvanecido. Roland sospechó que los poderes mágicos no sólo daba a las brujas extraordinarias habilidades, sino que les mejoraba la salud. El ritmo de recuperación de Anna era mucho más rápido que el de una persona promedio.

—Después de haber pasado tantas dificultades, se te debería permitir descansar por unos días, pero nuestro tiempo es limitado, así que te lo compensaré después.

Roland caminó alrededor de la chica.

—¿Te queda bien el vestido?

Anna vestía ropas cuidadosamente seleccionadas por él para satisfacer sus impúdicos gustos. Las ropas protectoras que usaban los trabajadores de hierro eran muy gruesas y no le quedaban bien a ella, mientras que las elegantes y finas túnicas que varios hechiceros vestían le restringían movilidad y pronto serían convertidas en cenizas. En cuanto a los vestidos de damiselas, ¿existía alguna vestimenta mejor que esa?

Aún a pesar de que este mundo no tenía prendas modernas para damas, no era un problema, ya que las ropas que había eran similares a aquellas de generaciones anteriores. Por lo tanto, Roland tomó algunas ropas de Tyre y las adaptó para el tamaño de Anna: recortó las faldas y las mangas, plegó el collarín, y agregó un lazo, creando así el nuevo uniforme para brujas.

Esto estaba acompañado por un sombrero de bruja, hecho a medida; botas negras, confeccionadas; y una capa hasta la rodilla, hecha también a medida. Y Roland se encontró a sí mismo mirando a un personaje que solo había visto en películas.

—Su Alteza…¿Qué puedo hacer por usted? —preguntó Anna.

Anna realmente no podía seguir el ritmo a las ideas de este hombre, y sintió que estaba perdiendo el juicio. Mientras era arrastrada afuera del calabozo con una bolsa por la cabeza, creía que ya pronto sería liberada de su maldita vida. Sin embargo, luego de sacarse la bolsa, Anna se encontró no en la horca ni la guillotina, sino en una habitación magnífica. Entonces, un montón de gente comenzó a entrar y a desvestirla, y bañarla desde las axilas hasta los dedos, dejando todo impecable.

Luego, venía la ropa, y Anna no esperaba que alguien la ayudara a vestirse. Tampoco supo jamás que las ropas que encajaban perfectamente con el cuerpo y no producían ningún tipo de fricción podían ser tan cómodas.

Finalmente, un anciano barbudo entró a la habitación, y luego de ordenar a todos los demás que salgan, puso un contrato en frente a ella. En ese momento, Anna se dio cuenta que el hombre que dijo en el calabozo que quería contratarla, era realmente el príncipe Roland, de este reino, y que no estaba bromeando. El contrato claramente establecía que, si ella trabajaba para el príncipe, recibiría una paga de un real de oro cada mes.

Anna sabía cuánto valía un real de oro. La paga de su padre como minero estaba determinada por la cantidad de oro que encontraba, pero incluso en sus mejores días sólo lograba recibir un real de plata. Cien reales de plata equivalían a un real de oro, y eso todavía dependía de la pureza de los reales de plata.

Con tal paga, ¿era su trabajo dormir con el príncipe? Anna había escuchado a las criadas murmurando esto mientras la bañaban, pero ella no creía que valía semejante precio. Su sangre estaba manchada por el Diablo, así que cualquiera que sabía quién era ella, la evitaba a toda costa. Incluso si la curiosidad del príncipe era tal que no le temiera al Diablo, no necesitaba pagarle.

Sin embargo, nadie entró a su habitación esa noche, y se durmió pacíficamente. Era la cama más suave que Anna había probado, así que se acostó e inmediatamente se durmió. Cuando se despertó al día siguiente, ya era mediodía, y el almuerzo estaba siendo servido en su cuarto, consistía en pan, queso y filete. Ella había estado lista para morir, pero luego de probar tan lujosa comida, Anna no pudo hacer otra cosa que empezar a llorar.

Las salsas y especias explotaban en su boca con un fuerte y picante sabor mezclado con uno dulce, atacando sus papilas gustativas… De pronto, sintió como si el mundo fuese un poquito más brillante.

Anna sintió que, si comía esa comida cada día, hasta tendría más coraje para luchar contra los demonios que atacaban su cuerpo.

Parada en el jardín que no se parecía en nada a su celda, Anna se decidió en secreto: dado que el príncipe la necesitaba, sea para vestir ropas extrañas, o incluso para usar los poderes del Diablo, ella estaba dispuesta a intentarlo. Así que, repitió su pregunta, pero esta vez sin dudar.

—Su Alteza, ¿qué puedo hacer usted?

—Ahora mismo, quisiera que aprendas a controlar tu propia fuerza. Practica una y otra vez, hasta que puedas emitir y retraer tus llamas libremente.

 —Quiere decir, el Diablo….

 —No, no, señorita Anna —le interrumpió Roland—. Este es su poder.

La bruja parpadeó con sus hermosos ojos azules.

—La mayoría de las personas en el mundo tienen la idea equivocada de que el poder de las brujas pertenece al Diablo y que es increíblemente malvado, pero están equivocados.

Roland se agachó hasta estar a la altura de los ojos de ella.

—Pero usted ya sabía eso, ¿no?

Roland recordó la risita de Anna en el calabozo. ¿Podría una persona que sienta que es malvada reírse con tanta burla de sí misma?

—No usé mis poderes para no lastimar a nadie más —murmuró ella—, excepto a ese saqueador.

—La defensa propia no es un pecado, e hiciste lo correcto. La gente te teme porque no te entiende, y ellos sólo saben que el entrenamiento lleva al poder, pero no saben cómo convertirse en bruja. El poder desconocido es siempre atemorizante.

—Usted no tiene miedo —dijo Anna.

—Porque yo sé que tu poder te pertenece a ti —Roland rió—. Pero si ese saqueador tenía semejante fuerza, tampoco podría estar tan calmadamente parado en frente a él.

—Bueno, empecemos —dijo.