La sorpresa de Helena al ver a su padre esperándola fuera de la terminal fue inmensurable. Un hombre alto, de figura robusta, avanzó hacia ella y la envolvió en un abrazo cálido y fuerte, su risa resonaba mientras la miraba, cuyo estilo de ropa, peinado e incluso maquillaje había cambiado notablemente. Le sonreía con una mezcla de asombro y alegría, fascinado por la transformación de su niña, ahora una mujer hecha y derecha con historias nuevas tejidas en su semblante.
—Papá, le había dicho a mamá que yo llegaría por mi cuenta. No necesitabas venir hasta la ciudad.
—Mientras me sirva la rojiza, vendré a buscarte todas las veces que haga falta. Estoy muy contento de verte, hija mía. ¡Mírate, cómo has cambiado!—respondió su padre con una sonrisa radiante, depositando un beso afectuoso en su mejilla. Acto seguido, tomó con cuidado las maletas moradas, para acomodarlas en la batea de su camioneta roja, la cual mostraba señales evidentes de su larga vida de servicio.
—Parece que necesitas una nueva camioneta, ¿o preferirías un coche? —dijo, un tanto presuntuosa, mientras se ajustaba el cinturón de seguridad.
—Vaya, vaya, así que ya tienes hasta para comprarme un auto nuevo. Pero, sabes, esta vieja camioneta me ha sacado de apuros más veces de las que puedo contar, y la verdad no tengo intención de deshacerme de ella hasta que realmente ya no pueda moverse ni un poco—expresó su padre, arrancando el vehículo y poniéndolo en camino.
—Mi madre me dijo que casi te estrellas porque te quedaste sin frenos la otra noche. Seguir con esta camioneta solo va a terminar en un accidente, viejo.
—Con lo que me mandaste pude arreglarla completamente, hasta le compré llantas nuevas. Ya está como nueva, no te preocupes, eso no va a volver a suceder.
—Ese dinero no era para eso, papá. Puede que tengas la suerte de un gato con sus nueve vidas, pero no quiero ni pensar en que mamá pueda salir lastimada por subirse a la camioneta.
—Sobre tu mamá, no tienes de qué preocuparte. Ella ya ha decidido no subirse más conmigo en la camioneta. Así que, de esa manera, ella está segura—dijo con la mirada al frente.
—Y oye, mamá me contó que no piensas asistir a la reunión del 31.
—No, yo no creo en esas cosas. Son puras mentiras. Ya estuve investigando. Hablan de querer implantarnos chips en el cerebro para controlarnos, de planes para eliminar a los enfermos y a los ancianos. Como la población mundial ya supera los 12 mil millones de habitantes, ciertas élites buscan deshacerse de quienes consideran prescindibles. Pero esto no es algo reciente, Helena. Según dicen, ha estado ocurriendo durante los últimos 20 años. Y no creo que sea justo que sigan con su jueguito de ser los árbitros del destino humano. Ya llegó el momento de poner un alto a tales manipulaciones—anuncio este firmemente, manteniendo sus manos en el volante y con su mirada enfocada en la carretera.
—¿Pero qué dices, papá?
—La gente ha cambiado mucho, ya no somos los de antes.
—Ya te he dicho que dejes de escuchar a esos amigos tuyos amantes de las teorías conspirativas—replicó ella, cruzándose de brazos y observando la estela de polvo que dejaban atrás.
—Yo solo busco la verdad, esa que muchos prefieren ignorar. Ya lo entenderás, hija—respondió él.
—¿Y qué esperan hacer? ¿Una revolución, una guerra? Porque con estas ideas, un día, si Dios no lo quiere, vas a terminar mal. Estas son guerras que no se pueden ganar, papá.
—Son precisamente esas, las batallas que merecen ser luchadas, hija mía.
—Ahora entiendo por qué mamá está tan preocupada... —Hizo una pausa al notar que su padre había tomado un camino diferente al habitual— ¿A dónde estamos yendo? ¿Esta es una ruta nueva?
—¿No tienes curiosidad por ver cómo está quedando tu casa?
—Ah, es verdad, pedi que la construyeran cerca de la salida del campo.—El padre de Helena tomó un desvío detrás de un estadio de fútbol que se encontraba en construcción. A través de las altas vallas y pequeñas aberturas, podían observarse personas accediendo al complejo deportivo.
—Parece que están en plena remodelación.
—Así es, ya falta poco para que terminen.
—¿Habrá algún evento? Hay muchas personas llegando—Helena frunció el ceño, escudriñando la multitud en busca de rostros conocidos.
—No, es por el hijo de Rodolf. Llegó al pueblo hace un mes por su lesión y sus seguidores vienen de todas partes para verlo. ¿Sabes de quién habló, verdad? —su padre sugirió, dándole un leve golpe en el brazo para llamar su atención.
—No—negó con firmeza, sintiendo un nudo en el estómago.
—¿El chico que juega en las ligas de Aurodimant? ¿El niño futbolista que te solía gustar? ¿Recuerdas su nombre?
—¿Un niño futbolista que me gustaba? No tengo idea de quién estás hablando. —respondió, apartando la mirada de la ventana y entreteniéndose con un llavero en forma de estrella que se balanceaba en el retrovisor del auto.
—Ah, sí, JV, así le dicen. Pero, ¿cuál es su nombre real?—preguntó su padre, perdido en sus propios pensamientos.
—No lo sé, y la verdad no me interesa.
—Helena, ese chico ha alcanzado grandes logros. Ha cumplido sus sueños, al igual que tú, hija.
—Él siempre anhelaba eso, destacarse en el mundo. Disfrutaba de ser admirado por otros. Era un arrogante, y parece que sigue siendo igual—sus palabras fueron seguidas de un silencio, mientras seguía jugueteando con el llavero.
—¿Ves que sabes de quién hablo?—Soltó una risita, observando a su hija con complicidad.
—Papá, ese tonto está en todas las pantallas del mundo. Claro que sé de quién rayos me hablas.
—Eh, pero no hay necesidad de ser tan dura. ¿Te hizo algo?
—No, papá, es solo que me molesta que la gente diga que yo estaba enamorada de él cuando nunca fue así.—Una evidente irritación se veía con solo mirar su rostro.
—¿De verdad nunca fue así?—preguntó su padre, levantando las cejas con curiosidad.
—¡No! Por favor, dejemos de hablar de él. Mejor cuéntame más sobre tus teorías conspirativas.
—¿Verdad que sí?—los ojos del señor se resplandecieron después de escuchar las palabras de su hija.
Ella asintió con su rostro.
Y mientras continuaba la conversación sobre la élite y la manipulación de los medios, por otro lado, a través de la ventana, miraba a un hombre rodeado por un grupo de personas con camisetas del mismo equipo. No podía verlo claramente, pero sabía que era su antiguo compañero de escuela, su rival en el fútbol, Jensen Villenzo.
El presente y el pasado revelaban una chispa de curiosidad y nostalgia que la invadió al verlo, recordando los días de competencia en el campo de juego.