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Capítulo 26

Ana condujo hasta el hospital al que Marceline me había dicho por mensaje que habían llevado a su hermano, la noche era fría, aun así el suéter que usaba era suficiente para mi, en este momento solo podía pensar en el bienestar de Darío.

—Escúchame bien Alexis —dijo mi hermana antes de llegar al hospital—, no tardaré mucho en hacer lo que tengo que hacer, no te daré mucho tiempo ahí dentro, así que en cuanto esté aquí te llamo y sales para irnos, ¿entendiste?

Estaba a punto de reprochar, pero Ana fue mas rápida.

—No, si mis padres se enteran que salimos por la madrugada nos mataran a las dos, no me voy a arriesgar —me amenazó.

Ana estaba siendo una total ridícula, estaba a punto de ser madre y seguía temiéndoles a nuestros padres, ¿que podrían hacerle a ella si nos atrapaban?, ¿no prestarle el auto en lo que le quedaba de vacaciones para hacer las compras de la casa? Al final de cuentas era todo lo que hacía mi hermana desde que llegó.

—No seas dramática Ana, la única que tendrá consecuencias reales si nos descubren soy yo, relajate —le dije haciendo ademán de abrir la puerta.

—Te lo advierto, si cuando llegue a recogerte te niegas a venir conmigo le diré a mis padres que escapaste en su auto y que yo vine a por ti en taxi —mis ojos solo podían ver a la perra traicionera en la que se había convertido mi hermana.

—Lo que digas —me di por vencida negándome a pelear con Ana.

Bajé del auto después de que mi hermana quitara los seguros de las puertas y caminé lo mas rápido que pude dentro del hospital.

Los hospitales no eran mi lugar favorito, el olor estéril de los pasillos me daba asco y las personas siempre estaban tristes o preocupadas, la luz blanca contrastaba a la perfección con las paredes beige y blancas de todo el espacio que me rodeaba.

—¿Alexis? —la voz de Marceline me hizo notar su presencia y la de su madre.

La señora Caruso hablaba por teléfono con una cara de preocupación muy evidente, parecía concentrada y no me vio llegar, solo abracé a Marceline quien se encontraba sentada junto a ella.

—Creí que no vendrías, es muy tarde —habló mi amiga sorbiendo mocos.

—Tenía que venir, Ana no es muy buena cómplice, pero me ayudó a llegar hasta aquí, ¿como está Darío?

Marceline hizo una mueca de dolor y luego contestó:

—Lo están operando, dijeron que perdió mucha sangre pero que es joven y saludable, creen que se recuperara rápido.

Era un alivio escuchar eso, a final de cuentas Darío parecer estar mas saludable que cualquier chico de mi clase o incluso la escuela completa a la que iba.

—Le dispararon en el hombro cuando iba saliendo de la estación de policías, hay una cámara fuera de la estación, esperamos que se pueda identificar al agresor, mi padre esta resolviendo eso ahora mismo —continuó diciendo mi amiga.

—¿Crees que esto tiene algo que ver con el asesinato de Kathe? —casi susurré para que nadie nos pudiera escuchar.

—No lo sé, mis padres no me han querido dar más detalles del atentado a Darío, se mantienen tan callados como pueden.

Era normal que los padres no quisieran involucrar a Marceline en todo lo ocurrido a Darío, después de todo ellos creían que su hija no tenía nada que ver y no sabía nada sobre investigación policial y delitos que atentaban contra la vida humana.

—¿Por qué traes una maceta? —me miró intrigada al fin dándose cuenta de mi regalo para Darío.

—Se la robé a la vecina, las florearías no están abiertas a esta hora —me justifiqué como si fuese lo mas lógico del mundo.

La mirada triste de Marceline cambió por un segundo, la había hecho sonreír con mi chiste tonto, al menos podía servirle de entretenimiento ya que no podía hacer otra cosa.

—Alexis, gracias por venir —la madre de mi amiga había terminado de hablar por teléfono y ahora notaba que estaba ahí—. Es muy tarde, no debiste tomarte la molestia.

Esta señora parecía la encarnación de la amabilidad, aún cuando estaba preocupada por su hijo también se preocupaba por mi, pensaba en todos y parecía no querer enfocarse en sus sentimientos de madre ahora mismo.

—No se preocupe por eso, mi hermana me trajo —dije con una sonrisa amable—, en un rato vendrá por mi, solo quería asegurarme de que Marcela y Darío se encuentren fuero de peligro.

Saqué el mejor vocabulario que tenía almacenado en el cerebro, tenía que quedar bien con mi suegrita y hacerla sentir bien en momentos tan difíciles como este, aun cuando ella no sabía que era mi suegrita.

—¿Ana está aquí?, creí que estaba trabajando fuera, en la ciudad —la madre de Darío estaba sorprendida por la presencia de mi hermane en el pueblo—, me encantaría verla, el momento no es el mas adecuado, pero aun así me da curiosidad ver como ha crecido la pequeña Ana.

—Si, le diré que entre para que la salude —acababa de encontrar la excusa perfecta para quedarme un poco mas.

De repente el teléfono de Marceline comenzó a sonar, discretamente contestó para después alejarse a paso ligero por el pasillo por el que había llegado.

—Eso sería encantador, ¿y tus padres, como se encuentran? —la señora Caruso me cuestionó, creo que solo quería mantenerse hablando para no pensar en lo que le había sucedido a Darío.

—Muy bien, gracias por pre.... —no pude terminar de hablar debido a que el teléfono de la señora Caruso comenzó a sonar, debía de estar ocupándose de todo lo ocurrido junto con su esposo.

—Lo siento, Alexis, tengo que contestar esta llamada —se disculpó la señora Caruso contestando su teléfono, yo solo asentí y sonreí.

Algo me decía que este era el momento de averiguar mas sobre lo sucedido. Me levanté de donde había estado sentada y caminé cerca de la señora Caruso haciendo como si contestara una llamada.

—Hola, mamá —dije sacando a relucir mis dotes de actriz—, esta en quirófano, quiero esperar un poco mas con Marcela para ver como sale de la operación su hermano.

Tremenda mentirosa estaba hecha.

La madre de Marceline me miro de reojo y siguió hablando por teléfono, al parecer había creído que de verdad estaba hablando por teléfono y no necesitaría alejarse de mi ya que no le estaba prestando atención.

—Solo asegura te de que nadie toque sin guantes al bendito oso de felpa, es claro que eso es una amenaza, un oso con una cabeza de muñeca en una mano y una nota en la otra, no creo que sea un presente de bienvenida —murmuró la madre de mi amiga—. Que sean cuidadosos, puede haber rastros de ADN en cualquier parte de esa cosa.

—Si mamá no te preocupes —volví a hablar en voz alta solo para seguir con mi farsa.

—No, él todavía no sale, pero dijeron los médicos que estaría bien, es fuerte como un roble —las palabras de la señora Caruso me hicieron un nudo en la garganta, esto debía de ser algo muy duro para una madre y un padre.

—Te llamo después, adiós mamá —terminé con la supuesta llamada y con mi actuación, ahora sabía que un oso de felpa estaba relacionado con el ataque a Darío, estaba segura de que cuando Darío se pusiera mejor nos diría de que oso de felpa hablaba su madre, claro, si no despertaba preocupado por la seguridad de su hermana y mia.

Volví a sentarme en las pequeñas bancas en las que había estado mi amiga, por suerte en ese momento vi entrar a Marceline con Román siguiéndola de cerca, la señora Caruso seguía al teléfono, me daba tiempo de contarle a Román y Marceline lo que había escuchado.

—Hola, Román —lo saludé cuando los dos se sentaron junto a mi.

—Alexis, creí que no vendrías hasta aquí a esta hora.

—Lo mismo puedo decir de ti, creí que no vendrías hasta mañana —mi comentario parecía haberlo incomodado, aun así recuperó la compostura demasiado rápido, era momento de contarles sobre lo que descubrí antes de que la señora Caruso regresara—, pero es bueno que todos estemos aquí, acabo de escuchar algo que no tiene ningún sentido.

La cara de confusión en Marceline comenzaba a ser pan de cada día, aun así no me acostumbraba a verla con esa expresión en el rostro, por lo general era el tipo de chica que no se sorprendía con facilidad.

—Escuché a tu madre hablar de un oso de felpa que sostenía una cabeza de muñeca y una nota, le estaba advirtiendo a alguien por teléfono sobre no contaminar al dichoso oso, probablemente todo fue una advertencia para nosotras.

—¿Que decía la nota? —cuestionó Román.

—Tenemos que esperar a que Darío salga de quirófano y reaccione, probablemente el sepa que decía la nota —alegué esperando que de verdad recordara algo.

—Encontraron el oso junto a Darío cuando le dispararon —Marceline ató cabos—, arreglaron todo para que fuera una clara amenaza, si no ¿por qué ponerle una nota al oso?

—La única persona que nos amenazaría es el asesino de Kathe —dije pasando saliva, estábamos muy jodidos, esta era la segunda amenaza y podía adivinar que la tercera vez no podríamos verla de lejos.

De repente algo llamó mi atención desde mi periferia, justo donde estaba la madre de mi amiga hablando por teléfono, era mi hermana.

Ana estaba hablando con la señora Caruso, las dos parecían ex compañeras de secundaria encontrándose después de mucho tiempo, sonreían y se abrazaban, ¿desde cuando mi suegrita era intima amiga de mi hermana?

—¿Quien es ella? —preguntó Román al darse cuenta de como las veíamos Marceline y yo.

—Mi hermana —respondí temiendo lo peor—, y estoy segura que querrá llevarme en cuanto me vea.

—Ven, vamos a hacer que no te lleve tan rápido —dijo Marceline de repente tomándome de la mano y jalándome para que me pusiera de pie.

No sabía que era lo que mi amiga iba a hacer, pero confiaba en ella y su gran cerebro de niña genio.

—Hola, tu debes de ser Ana, la hermana de Alexis —habló Marceline tímidamente, yo mejor que nadie sabía que desde hace un tiempo había dejado de ser tímida y había comenzado a ser un ser de hielo, esto era una actuación muy evidente de su parte, al menos para mi lo era

—Hola, y tu eres Marcela ¿no es así? —le preguntó mi hermana estirando su mano para saludar a mi amiga, quien luciendo lo mas frágil que le era posible tomó su mano.

—Si —musitó Marceline.

—¿Ya nos tenemos que ir? —pregunté interrumpiendo la presentación de manera descortés.

—Si, nuestros padres deben de estar preocupados por las dos —recalcó mi hermana dándome una cara de pocos amigos.

—¿No se puede quedar un poco mas?, solo hasta que Darío salga de quirófano —Marceline debía de empezar a hacer audiciones para papeles en la pantalla grande, ella tenía talento para mentir.

—Ya es muy tarde, no hay quien la lleve de regreso, y mis padres... —mi hermana fue interrumpida por la suegrita preferida demostrando que era un ser de luz.

—Si el problema es quien llevará a Alexis a casa nosotros nos podemos ocupar de llevarla a casa en cuanto mi hijo salga del quirófano.

—No, no queremos provocarle esa clase de molestia ahora mismo, imagino que usted quiere estar con su hijo y mi hermana solo complicaría todo —lo ultimo fue mencionado con odio por Ana.

—Yo también puedo llevarla a casa —intervino Román.

—¿Ves Ana?, dejame quedar a acompañar a mi amiga, ella me necesita ahora, Román puede llevarme a casa después —le supliqué.

Mi hermana se veía acorralada por tanta gente prestándose a llevarme a mi hogar sana y salva, ahora solo quedaba que mi hermana sintiera la presión y me dejara quedarme un poco mas.

—Esta bien —cedió por fin—, puedes quedarte, yo le avisaré a nuestros padres.

Lo ultimo que dijo Ana era para aparentar, para nada le avisaría a mis padres, mas bien se encargaría de tratar de encubrirme en caso de que mis padres despertaran y no me encontraran, esperaba que así fuera.

—Cualquier cosa que necesites me llamas —dijo mi hermana.

Ana me tomó de la mano presionándola mas de lo normal, se notaba que estaba molesta por la jugarreta que le acababa de aplicar.

—Si, no te tienes que preocupar por mi, el hospital es seguro, no saldré de aquí sin la compañía de alguien de confianza —le garanticé con tono dulce y tranquilo.

Después de todas las despedidas entre mi hermana y la señora Caruso finalmente se fue mi compañera de padres.

Volvimos a sentarnos en esas incomodas bancas de plástico, ahora en compañía de la madre de Marceline, el tiempo pasaba muy lento y no había noticias de Darío, el hospital estaba tranquilo, no había gente gritando o sangrando, porque si, en mi mente la sala de espera era eso, sangre, dolor y lágrimas.

Un mensaje me distrajo por un segundo, era de un número desconocido y decía:

"Soy Ana, cambié de número, si necesitas algo llámame".

No tenía ni idea porque mi hermana había cambiado su número, era raro que lo hubiese cambiado, llevaba toda la vida con ese número de teléfono y creía que le era inconveniente que este cambiara súbitamente, Ana se estaba volviendo loca y no tenía ni idea de por qué.

Para alivio de todos en la sala de espera un medico salió del quirófano, por la manera en la que caminaba se notaba que estaba cansado, aun conservaba su traje azul y llevaba con él una tabla que sostenía hojas con información probablemente de Darío.

—¿Ustedes son los familiares de Darío Caruso? —fue lo primero que dijo el medico.

—Yo soy su madre —dijo la señora Caruso levantándose de un salto de la silla.

—Todo salió bien, le tuvimos que poner dos unidades de sangre, pero después de eso se estabilizó y ahora mismo esta despertando de la anestesia, en un momento lo pasaremos a su habitación.

Las palabras del doctor me tranquilizaron y por fin el nudo en mi garganta comenzaba a desaparecer.

—Muchas gracias, Doctor —sollozó la madre de Darío, por fin dejando ver una lágrima.

Como el medico prometió, Darío fue llevado a su habitación 20 minutos después y al fin pude verlo, se veía desorientado y mas feliz de lo que había imaginado que estaría.

—¿Donde esta papá? —preguntó Darío en un murmuro que parecía pertenecer a un borracho.

—Esta arreglando algunos asuntos, ya le avisé que estas despierto, vendrá dentro de poco —la señora Caruso habló suavemente mientras acariciaba la cabeza de Darío con cariño.

—Adivino, esta moviendo a sus contactos —balbuceó Darío muy sonriente—. Si esta haciendo eso, dile que no lo haga, no creo que ellos puedan identificar al imbécil que me disparo.

—Cariño, debes de estar muy cansado, ¿por qué no duermes un poco? —propuso la madre de Marceline aun con su voz tranquilizadora.

—Ya he dormido mucho, si duermo mas podrían darme por muerto —dijo Darío riéndose como loco.

La señora Caruso no pudo decirle nada mas ya que su teléfono volvió a sonar, rápidamente salió de la habitación y solo quedamos Marceline, Román y yo ahí dentro con un Darío muy drogado.

—¿Podemos hablar un segundo? —le preguntó Román a Marceline de repente.

Marceline asintió y caminó a la puerta detrás de Román.

Darío y yo estábamos solos, en otras circunstancias no me abría sentido como en ese momento, pequeña e inservible.

—Hola —habló Darío con una voz seductora y una sonrisa de lado—, ¿puedo preguntar por que llevas una maceta con flores?

Negué con la cabeza e intenté mirar a otro lado ignorando la maceta que había estado cargando por todo el hospital hasta ahora. Aun y cuando Darío se veía feliz sabía que estaba herido, alguien había tratado de matarlo, todo gracias a los locos planes de encontrar a un asesino que su hermana y su nueva novia habían hecho.

No podía verlo así, en una cama de hospital con una herida de bala. Aun tenía sangre en una mejilla y su cabello estaba amarrado de forma descuidada, él no debió salir herido, ¿que habría hecho si el hubiera muerto?

De repente una lágrima fugitiva surcó mi mejilla tan rápido que no pude detenerla.

—Alexis, preciosa, no llores —dijo Darío tratando de levantarse—, estoy bien.

—No te levantes, quedate donde estas —lo detuve en cuanto lo vi tratando de mover sus piernas para bajarlas de la cama.

—Esta bien, pero no llores —negoció conmigo quedándose quieto en la cama.

Me acerqué lentamente a él.

—¿Me dirás de donde sacaste esa maceta y por qué? —preguntó de nuevo.

—La tomé prestada del jardín de mi vecina, quería traerte flores, pero la florería estaba cerrada —le contesté tímidamente, sabía que a Darío no le gustaban las actividades ilegales.

Una carcajada ronca salió del pecho de Darío, ¿le parecía gracioso que haya robado una maceta?, una herida de bala podía transformar en un chico malo a mi señor justicia, o eso es lo que aparentaba por su reacción.

—No tenías que traerme nada, tu presencia es todo lo que necesito ahora —dijo Darío entre risas.

Las lágrimas seguían rodando solitarias por mis mejillas, no emitía ni un sonido, pero eso no me impedía llorar, aún seguía pensando en lo cerca que estuvo Darío de la muerte, la bala había dado en su brazo izquierdo, si se hubiera recorrido un poco mas a la derecha le hubiera dado en el corazón, así de cerca.

Hacía poco que conocía a Darío, pero solo pensar en no volver a verlo me hacía querer llorar hasta que no quedaran lágrimas en mi cuerpo para derramar.

—Preciosa, no llores, estoy aquí, ven y abraza me —Darío abrió los brazos todo lo que pudo para que yo fuese hasta él.

Dejé las flores en la primera mesa que vi y corrí a los brazos de Darío, y de la manera mas cuidadosa le rodee el cuello con mis brazos.

—Si hubieses muerto no te lo habría perdonado nunca —susurré sorbiendo mocos.

—Te prometo no morir, aun hay cosas que quiero saber de ti —como si se pudiese prometer ese tipo de cosas, aun así agradecí que me lo dijese, así estaría segura de que no iría por ahí arriesgándose a morir.

—Estaba tan asustada de que tu también te fueras, no podría soportar que alguien mas se fuera.

—No lo haré, encontraremos al asesino y nadie mas tendrá que dejar este mundo gracias a ese loco —prometió Darío mientras yo aflojaba el agarre de su cuello para verlo de cerca.

Aunque se veía pálido y cansado seguía viendose igual de guapo que siempre, había pequeñas gotas de sangre del lado izquierdo de su cara y su pelo estaba revuelto ya que lo veías de cerca.

—Aunque nos conocimos hace poco, siento como si te conociera desde hace mucho tiempo, es raro —dije sin pensarlo.

Darío no dijo nada más, sus labios chocaron contra los mios primero, despacio su mano derecha recorrió mi cintura y mis manos fueron a sus mejillas, poco a poco la temperatura fue subiendo así como la agresividad en nuestro beso, parecía que nos íbamos a devorar el uno al otro.

Su brazo derecho envolvió mi cintura por completo, de repente el estaba haciendo fuerza para subirme a la cama con él, pero antes de que hiciésemos otro movimiento la puerta se abrió de golpe, por instinto me alejé de Darío, su brazo seguía en mi cintura y parecía no querer dejarme ir.

Sabía perfectamente quien, o mas bien quienes, estaban en la puerta.

Este era el mejor momento para que la tierra decidiera tragarme, pero no lo haría, este mundo es una perra sucia y traicionera.