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La trampa del amor enfermizo()

Tras una fachada de dulzura se esconde una mente retorcida por los celos y la obsesión. Un amor enfermizo florece en medio de la locura y el crimen. Cuando las máscaras caen, la verdadera naturaleza sale a la luz. El destino siniestro de dos almas atormentadas que encuentran consuelo en los brazos del horror.

Andre_TellAP · Horror
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4 Chs

La presa de las sombras

El sol se ocultaba tras el horizonte, sumiendo a la ciudad en la fría oscuridad de la noche. Una lúgubre luna llena iluminaba débilmente las solitarias y amplias calles, proyectando sombras inquietantes.

En las afueras, una vieja casona abandonada parecía cobrar vida con el crepúsculo. El viento aullaba entre sus paredes agrietadas. En su interior, el silencio era sepulcral, interrumpido sólo por el crujir de la madera podrida.

De pronto, de entre las sombras surgió la figura de una joven, Akari. Corría aterrorizada, resuelta en escapar de aquella trampa mortal. Su respiración entrecortada y el frenético latido de su corazón eran los únicos sonidos audibles.

Tras ella, unos pasos pesados se acercaban implacablemente desde la oscuridad. Akari sentía aquella siniestra presencia pisándole los talones. En su huida, vislumbró al fondo del pasillo un viejo armario. Sin dudarlo, se introdujo en él conteniendo la respiración, esperando pasar desapercibida.

La enorme silueta se detuvo frente al armario. Akari observaba aterrada por las rendijas cómo aquel ser abría lentamente la puerta con una fuerza sobrehumana.

—Por favor...se lo ruego ¡déjeme ir! —imploraba Akari acorralada.

—Tus súplicas son música para mis oídos, perra —siseó aquél ente demoníaco—. ¡Voy a destriparte!

De improviso, un dolor lacerante le atravesó el abdomen cuando la afilada hoja se hundió profundamente. Akari soltó un alarido desgarrador. El puñal entraba y salía una y otra vez, desgarrando las entrañas, destrozando órganos vitales en un frenesí sanguinario.

No contento, el asesino retorció brutalmente el arma dentro de la herida, causando una explosiva hemorragia. Akari se sacudía en espasmos agónicos, tosía sangre mientras se desangraba por dentro.

Con una fuerza sobrehumana, el killer levantó a la moribunda joven y la estampó contra el sucio piso de madera podrida. El crujido de huesos rotos resonó por el pasillo. Akari ya no podía ni chillar, el dolor le nublaba los sentidos.

El psicópata descargó ferozmente puntapiés sobre el frágil cuerpo, fracturando costillas, cara y extremidades en un arranque de ira ciega. Solo se detuvo cuando los débiles quejidos de su víctima se apagaron.

Jadeante, el asesino observó extasiado su obra maestra. Akari yacía irreconocible en un enorme charco carmesí, su masa sanguinolenta de carne y huesos maltrechos en grotescas posiciones antinaturales.

El asesino se relamió los dedos enguantados empapados en el vital líquido de su víctima. Con parsimonia, procedió a fotografiar desde distintos ángulos el cadáver mutilado.

Cuando las sirenas de la policía resonaron acercándose, el killer se esfumó entre las sombras, dejando tras de sí una escena sacada de la más horrenda pesadilla.