ʚ El tiempo y su relatividad ɞ
Fue divertido presenciar el comportamiento de Nicolás las siguientes semanas. Él pasó, aproximadamente, de dos a tres semanas sin sospechar que su encapuchado misterioro era, en efecto, su compañero de clases.
Durante ese tiempo se quedó lamentándose en los recreos, sintiendo la poca comodidad entre sus compañeros y dudando de lo que le enseñaban algunos maestros. Parecía sumamente tiránico el desear encargarse de toda la educación al escuchar fechas incorrectas, detalles contradictorios y no ver un buen desempeño en el colegio. Exterminar la plaga de ignorancia que presenciaba cada día, a excepción de la clase de física elemental, el profesor parecía ser otro con la idea de desterrar al resto y enseñarle a los alumnos a su modo.
Sin embargo, y retomando al encapuchado, cierto día se dio cuenta de lo equivocado que estaba con respecto a su personalidad. En su primer encuentro, lo vio tímido y sumiso; pero solo el tiempo se encargó de enseñarle su verdadera naturaleza.
—¿No te duele?
—Se siente bien rico —respondió risueño—. Una vez que te acostumbras, es lo mejor que te puede pasar.
—Estás loco —exclamó Dylan con notoria desaprobación—. ¡¿Cómo vas a sentir rico cortarte?!
—¡Si no lo probás, ¿cómo te vas a poner hablar?! —Una estruendosa carcajada se escapó de su boca—. No sabes nada.
—¡Decíme cómo te puede gustar esto!
Nicolás apartó la mirada en cuanto vio las marcas. Dylan lo observaba furioso, sin poder comprender la causa de risa en el contrario. El solo ver las cicatrices en sus brazos, costras y la más reciente abriéndose, le revolvió el estómago.
Fue esa, la primera vez que Nicolás conocía a un suicida. Probablemente, no lo era, pero fue ese el nuevo apodo que recibió el encapuchado a partir de ese día.
Nicolás pasó la siguiente semana sintiéndose incómodo. De cierta forma, se alegraba porque aquellos que lo molestaban se concentraron en la nueva atracción de la pieza. Cada día mientras dibujaba una nueva flor o un pájaro en la parte de atrás de sus cuadernos, escuchaba las risas del encapuchado en cuanto lo llamaban con su nuevo apodo.
Empezaron a ser nubes, hojas de árboles o sus iniciales con las de James, cuando las carcajadas pasaron a ser insultos a todos aquel que desease meterse con él. Nicolás lograba abandonar todo espacio del colegio cuando admiraba sus iniciales. De cierta forma, lo motivaban a continuar con normalidad.
—Es bonito.
La tímida voz, no era falsa. Nicolás se sobresaltó en cuanto la escuchó, como si fuese la de un fantasma. Al volverse, se encontró con la confusión del encapuchado, ni siquiera se enteró en qué momento se había acercado a ver. Lo único que Nicolás hizo fue mirar la hoja de su cuaderno, donde tenía en proceso un pequeño boceto de un árbol.
—Si te mantienes tan distante, la gente comenzará a creer que vas a matarlos a todos con una metralleta —comentó seguro, bajando la mirada a las manos de Nicolás—. Oye, si llegas a tener planeado hacerlo, no me vayas a matar a mí, ¿dale?
—¿Cómo te llamas?
En ese lapso de tiempo, Nicolás sintió que pasó una eternidad para saber su nombre. Viendo cuadro por cuadro, hasta que los labios del encapuchado enunciaran una sola palabra.
—Luis.
Al escuchar su nombre dejó que su mente continuase con sus pensamientos normales. Un chico popular y con tantas personas a su alrededor no le causaba confianza. Nicolás preferiría no volver a llamar la atención por el resto de su año escolar.
—¿El suicida te causó problemas? —Dylan llegó poco después, causando la reacción que Nicolás intentaba evitar—. Vos, no tengas miedo de mí; más bien, sos la pesadilla viviente de todos.
—No pensaba, ni estaba en mis planes, asesinarlos con una metralleta —suspiró—. Si era lo que tenías en mente.
—Bueno, pa' saber.
—¿Sucede algo? —Preguntó, al ver por el rabillo de su ojo a Dylan, aún de pie cerca suyo.
—No, nada, que está lindo tu dibujo.
—Justo eso te pensaba comentar —anunció la chica frente a él, con una singular piel manchada, era vitiligio—. ¿No me querés hacer uno?
Nicolás se sorprendió ante la revelación: podía hacer amigos en base a los dibujos. Por amabilidad aceptó, solo para poner en practica su hipótesis. De funcionar, tendría un pequeño grupo de amigos y sería mucho más fácil pasar el tiempo en el colegio.
Fue una suerte que tanto Dylan como la chica pidieron algo sumamente sencillo. En ese momento, se dio cuenta que Dylan conquistaría a una chica con el dibujo que pidió, ya que fue un corazón con ciertas características e iniciales lo que pidió.
Ese día en la clase de arte, la maestra les pidió a sus alumnos que recrearan una obra famosa que les gustase. Nicolás optó por los lirios acuáticos de Monet. Los dibujó con lápiz carbón y se lo presentó a la maestra quien negó rotundamente con la cabeza.
—Pinta tu dibujo —Exigió, cruzándose de brazos.
—¿Es obligatorio?
—Nicolás, si lo dejas así es sumamente deprimente —contestó, revisando nuevamente el dibujo—. No tiene color, ni gracia o sentimientos. Es como si un depresivo lo hubiese hecho y tú no lo eres, ¿o sí?
—No, maestra. —Tomó devuelta el dibujo—. Ya regreso.
Debía darle color a algo en su dibujo o la profesora no lo dejaría en paz. Le gustaba tal y como estaba. No quería darle tanto color con el temor de arruinarlo y tener que rehacerlo. Suspiró con pesadez en lo que tomaba sus colores más suaves: Rosado, amarillo y lila.
Pintó los lirios porque fue lo único que sabía que podría pintar sin sentir que se arruinaría; de hacerlo, podría borrarlo con facilidad y escoger algo más para pintar. Su mente se nubló en cuanto pensó en James, en su último encuentro y en su imagen sonriendo.
—¡Nicolás, qué hermoso! —Exclamó la maestra, embelesada—. ¡Ahora sí tiene vida propia!
Nicolás apreció por un momento su trabajo, antes de que su profesora lo tomase para siempre. Los lirios pintados daban un brillo al dibujo, como si todo el color, la luz y "la vida" crecieran de ellos.
—Lo dejaré así.
—De acuerdo, esta vez te lo acepto porque tiene un concepto muy hermoso. ¿En qué pensabas cuando lo hiciste?
Nicolás, no respondió a la pregunta. Su primer motivo fue el hecho de que la clase concluyese; pero el segundo y más importante, fue porque no estaba seguro de qué estaba pensando. Todo lo que podía recordar, era que se trataba de James.
[. . .]
En la clase de español los forzaron a hacer equipos para trabajar en el libro de texto, en exposiciones y dinámicas. Nicolás se encontró solo en cuanto las sillas a su alrededor desaparecieron para formarse en las esquinas. Estuvo a punto de decirle a la maestra, cuando Luis lo atrajo hacia él.
—Trabaja conmigo, Nico.
—¿Seguro?
—Yo debería ser quien pregunte, gringo —soltó entre risas.
—Qué forma tan madura de pedírmelo.
Luis no habló durante la clase, limitándose solo a copiar todas las respuestas que escribía Nicolás. Parecía abuso, pero él estaba mejor haciendo el trabajo solo. Fueron los primeros en terminar
La siguiente clase fue una hora libre, ya que el maestro de inglés no llegó. En ese momento, Nicolás siguió dibujando detrás de su cuaderno. Estaba tan perdido en los trazos cuando un zumbido lo despertó de su trance. Luis le estaba hablando.
—No te escuché, perdón.
—Te estaba diciendo que me gusta tu árbol —rió por lo bajo—. ¿Por qué siempre dibujas en las horas libres? Nunca hablas con otros, te la pasas callado y solo trazando. Eres bien raro.
—Supongo —balbuceó.
—¿Me harás un dibujo?
—Honestamente, no soy tan bueno.
—A mí me gustan —admitió, torciendo la cabeza para ver desde otra perspectiva, el dibujo—. ¿Entonces?
—¿Qué quieres? —Preguntó un poco más animado.
Ese mismo día en su casa, frente a su escritorio, se puso a dibujar. Estaba en calzoneta con un pequeño ventilador dándole en el abdomen desnudo.
—¿Qué haces? —Paul preguntó desde su cama.
—Estoy dibujando para mis nuevos amigos.
—¿Qué haces?
—Te dije que estoy dibujando, para unos amigos.
—¿Qué haces?
—¡Paul, te estoy diciendo que estoy dibujando!
—Es imposible que tengas amigos a estas alturas. No ha pasado ni el mes.
—Bueno, déjame creer que hice uno.
Nicolás vivía en una pequeña casa alquilada frente a un cerro. Le encantaba el ambiente limpio que podía contemplar y las mañanas frías. James, vivía lejos de su barrio, en una residencial de las más seguras. Siendo hijo de un poderoso hombre de negocios, el padre de James no dejaría que se juntase con un pobre como Nicolás. Cada vez que Nicolás pensaba en su amigo, también recordaba su sonrisa; sin embargo, había algo nuevo de lo que sentía curiosidad.
—Paul —llamó a su hermano—. Eres muy viejo, así que, debes saber algo.
—¡No estoy viejo! —Se abanicó con una hoja. Se acarició el rostro, limpiándose el sudor—. Aún soy joven. ¡¿Qué quieres?!
—Es que una persona, muy importante para mí, me dijo que tenía que preguntarme algo cuando yo estuviese en la universidad, sería algo que cambiaría todo entre nosotros y...
—¡Oh God, se te van a declarar! —Interrumpió rápidamente.
—¡¿Qué?!
—Dude, es obvio. —Hizo una mueca—. Si es una amistad y te dicen eso es que se te van a declarar. Solo tú no lo sabías, virgen mugroso.
—¡Oye, que yo sepa no tienes pareja!
—¡Cállate! Al menos ya he besado, no como tú.
Nicolás se volteó cuando su hermano empezó a quejarse como de costumbre. Siguió dibujando mientras pensaba en lo que había dicho Paul. James, siempre había sido un chico bastante abierto, liberal y deseoso por explorar nuevas vivencias; pero era imposible creer que estuviese enamorado de él cuando mantenía una linda relación con su chica de los sueños.
En efecto, James era incapaz de declarar sus sentimientos a un chico, cuando claramente, era heterosexual. Nicolás se echó para atrás en su asiento, meditando mejor la respuesta de su hermano. Recordó su conversación donde James declaró que era su tesoro; junto con ello, la teoría formulada donde podrían verse nuevamente después de fallecer.
«James, está enamorado de mí».