El gran salón comedor se extendía frente a ellos, un espacio vasto lleno de largas mesas y bancos, repleto de miembros de la manada de Damien. Mientras Annie caminaba a su lado, sosteniendo la pequeña mano de Ryan, podía sentir el peso de las miradas de la multitud presionando sobre ella. El murmullo inicialmente tranquilo de la conversación se había reducido a susurros callados, y Annie no necesitaba escuchar atentamente para atrapar las miradas hostiles que la seguían a cada paso.
—¿Es ella?
—¿Esa es la compañera de Damien? ¿La que desapareció?
—¿Por qué está aquí ahora?
Los susurros, teñidos de curiosidad y juicio, puyaban los nervios de Annie. Sus hombros se tensionaron, pero mantuvo su mirada hacia adelante.
Luego, mientras continuaban adentrándose en el salón, algo cambió. Los susurros se suavizaron, y pronto, un tipo diferente de murmullo llenó el espacio —admiración.
—Mirenlo... Es igual a Damien.
—¡Es adorable!
—Es la viva imagen de su padre.
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