Al día siguiente, la habitación contigua a la de Pepe fue abierta para que Rosina trabajara en ella. Se suponía que era la cámara y oficina de la Reina reservada para la pareja de Pepe.
—No quiero estar aquí —murmuró Rosina para sí misma. Observó el lugar. Estaba pintado de blanco junto con los muebles. Sus cejas se contrajeron por el brillo dentro de la habitación, pero eso no la molestaba demasiado.
Lo que preocupaba a Rosina era que dormiría y trabajar en esa habitación. Sentía que estaba robando el lugar de alguien aunque solo era una sustituta por el momento.
—¡Ah, qué carajo! —exclamó Rosina y se dejó caer en la cama. Su cuerpo se hundió por la suavidad del colchón.— Al menos esta cama es cómoda.
—¿Te gusta? —se oyó la voz de Pepe. Él estaba parado en la puerta que conectaba con su habitación.
—¡Ah! —Rosina lo miró con los ojos bien abiertos. Se había olvidado de que la habitación de una pareja siempre tiene una puerta de conexión para coger.
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