Rosina suspiró profundamente mientras se dirigía a su habitación en el primer piso. Aunque odiaba ese lugar, era lo único que la reconfortaba en ese momento.
—¿Ah, qué estoy haciendo? —Rosina susurró antes de deslizarse al suelo. Se abrazó a sí misma y colocó su cabeza sobre sus rodillas. No sabía qué hacer.
—¡Ah, esta cosa de la pareja me está alejando de mi objetivo original! —Rosina exclamó con odio. Se levantó y se dio unas palmaditas en las mejillas.
—Despierta ya. No hay necesidad de convertirse en una perra débil —Rosina se consoló a sí misma antes de tocar el colgante de su collar. Extrajo sangre y planeó continuar sus planes cuando alguien llamó a la puerta.
—¿Quién es? —Rosina preguntó y abrió la puerta para ver a Cirino sonriéndole—. ¿Hola, hay algo mal? —preguntó, ocultando su dedo ensangrentado.
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