—¿Qué... qué eres...? —Ismael sintió que su lengua se retraía hacia su garganta, tragando y escuchándolo en su oído. Bajo esos resplandecientes y profundos rubíes, un sudor frío brotó en su espalda. Y aún así, sus dedos que sostenían los de Aries permanecieron quietos para que ella pudiera respirar.
—¿Qué... soy yo? —susurró Abel, estudiando el horror que reinaba en el rostro del tercer príncipe. Dio pasos en el mismo lugar, enfrentando al hombre, mirándolo desde arriba.
—¿Por qué... —inclinó la cabeza hacia un lado, la indiferencia dominando su rostro— ... querrías saberlo?
Abel había estado observando todo este circo desplegarse en este imperio justo ante sus ojos. Desde el emperador, el príncipe heredero, los otros príncipes y princesas, y los nobles, hasta los campesinos, ciudadanos comunes, y no tan comunes. Y no podía decir si este tercer príncipe era desafortunado o lo contrario.
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