—Fuera… fuera de mi vista —repitió sin pestañear, ni una sola vez—. No quiero verte.
Abel negó con la cabeza, reprimiéndose apenas para no infligirle ni un rasguño. En lo profundo de su corazón roto y podrido, deseaba que ella escuchara. Solo esta vez. Esperaba que le hiciera caso y se fuera porque si no lo hacía, él no sería más amable con ella.
—Me gustas —confesó con su voz amenazante—. Hasta cierto punto, haré una excepción y dejaré que te vayas con vida. No des por sentada mi clemencia, querida. Tiene sus límites.
Retiró lentamente la punta de sus alas de su cuello. Sus párpados se cerraron, tragando la tensión frustrante en su garganta. Sus hombros rígidos entonces se relajaron mientras aflojaba su puño, aceptando lo que ya había aceptado incluso antes de que todo llegara a este punto.
Como mencioné, ya lo había anticipado.
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