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Capítulo 2: El príncipe de la nieve

El sol del atardecer se filtra a través de las cortinas entreabiertas, pintando la habitación con tonos dorados y naranjas. Sin embargo, para mí, cada rayo de luz parece llevar consigo la sombra de la tortura que me lleva persiguiendo una semana. Y es que lo primero que me dijo Hobbes cuando me vio después de volviera de la comida fue que dejara al chico en paz, como si me hubiera leído la mente.

Lo he intentado, de verdad que sí. Llevo toda la semana tirándome a cualquier tío del Sector Quinto y haciéndome pajas a escondidas, como si fuera crío. ¿Lo peor todo? Es que no importaba quien fuera ni cómo, yo solo podía ver a Rhys.

Rhys, con su sonrisa distantes y sus ojos centelleantes que parecen penetrar en lo más profundo de mi ser. Tanto como me gustaría hacérselo. Es como si una fuerza irrefrenable me atrayera hacia él, incluso cuando sé que no debo dejarme llevar por esos sentimientos. Porque Rhys es lo único que no debo querer, y es todo lo que deseo.

Cierro los ojos con fuerza, tratando de bloquear las imágenes que no puedo dejar de imaginar, y suspiro cada vez más desesperado. ¿Por qué él? ¿Por qué me atrae tanto? ¿Y por qué no lo puedo tener? Bueno, esa última es fácil de responder, están empezando a quedarse sin candidatos para ser mis guardaespaldas y Hobbes está cansado de tener que andar rebuscando hasta debajo de las piedras. Sin embargo, siento que él me provoca a cada oportunidad que tiene y eso está poniendo a prueba mi autocontrol como nunca antes, o quizás sea yo quien lo provoca, porque si él es quien toma la iniciativa... No sería lo mismo, ¿no?

Frustrado, me levanto de la silla y me acerco a la mesita del sofá para servirme una copa. Necesito distraerme, pero una distracción de verdad, no otro de esos polvos mediocres con los desesperados del Sector Quinto que han oído quién sabe qué sobre mí. Justo entonces, alguien llama a la puerta.

—Adelante —indico, vaciando el contenido del vaso de un trago. La puerta se abre y, al otro lado, veo a Shawn. Sí, él podría valer y está claro que si ha venido después de la acalorada conversación que tuvimos ayer, es por y para eso.

—¿No te ha dicho nadie que es malo empezar a beber tan pronto? —pregunta, esbozando una sonrisa. Detrás de él, Rhys me dedica una mirada de reojo mientras cierra la puerta del despacho y trago saliva—. El chaval está bueno, no te lo niego, pero ¿no crees que exageras?

—No recuerdo haber pedido tu opinión, Shawn —puntualizo, frunciendo el ceño, y él sonríe.

—¿Sabes? Quizás que tú no puedes aprovecho para probarlo yo, pero no te preocupes, te avisaré si merece la pena —dice, provocándome, y me acerco a él. 

—No hables así de él, Shawn, ni te atrevas a entrarme por ahí —lo advierto, resistiéndome a agarrarlo del cuello, pero su sonrisa se ensancha.

—Nunca se me ocurriría, señor —responde él, buscando provocarme. Y vaya si funciona. Lo cojo del cuello y él exhala con anticipación, pero no se separa ni lo más mínimo. No lo aguanto más.

—Ponte de rodillas —ordeno y él se agacha.

—Sí, señor —dice, esbozando una sonrisa. ¿Qué es lo que pretende? ¿Alimentar mi fantasía?

Shawn desabrocha mi cinturón y el pantalón, dejando que caiga por su propio peso, acaricia mi pene por encima del bóxer y luego me lo quita, mientras levanta la cabeza para hacer contacto visual conmigo. Sin embargo, todo lo que yo veo es a Rhys. Sus intensos ojos azules, sus rizos castaños y toda su impasibidad convertida en puro deseo. ¡Oh, por favor!

—Chúpamela, Shawn —digo, esforzándome por mantener una actitud fría y distante.

Él no se hace de rogar y recorre mi polla con su lengua antes de metérsela en la boca, consiguiendo sacarme un gemido que intentaba contener. Agarro su pelo, acompañando los movimientos de su cabeza con ligeros tirones que a él parecen encantarle, y cuando vuelve a levantar la mirada, es Rhys al que veo de rodillas frente a mí y un escalofrío me recorre toda la espalda. Cómo me gustaría que fuera él de verdad.

—Vamos, Axel, córrete para mí —susurra Shawn, subiendo y bajando su mano por mi polla y lamiéndome la punta—. Por mucho que lo desees, nadie va a hacértelo mejor que yo.

Succiona la cabeza de mi pene, envolviéndola con la lengua, y cuando vuelve a metérselo en la boca, ya no soy capaz de aguantarlo más y me corro. Shawn se traga mi semen, pero parte se le cae por la comisura de la boca y esa imagen de él me pone cachondísimo. 

—¿Tienes un pañuelo? —pregunta, esbozando una sonrisa que pretende parecer inocente.

—Levántate, aún no he acabado contigo —orderno, cogiendo mi ropa del suelo para vestirme. Sin embargo, no llego a abrocharme el cinturón.

Cojo en un cajón de mi escritorio una caja de pañuelos y un condón y los dejo sobre la mesa. Shawn se acerca a mí, se limpia la boca con un pañuelo y sonríe de nuevo, antes de inclinarse para besarme el cuello, buscando provocarme. Un gemido grave se me escapa cuando acaricia mi entrepierna con su mano, pero no me dejo dominar por él.

—Desnúdate y espérame en el sofá —digo, separándome de él. Tengo la sensación de que estoy haciendo justo lo que él quiere, pero no me siento menos por ello. De hecho, me alegro de que los dos queramos lo mismo.

Observo cómo Shawn se desviste y él me sonríe con picardía, girando sobre sí mismo para mostrarme su cuerpo. Se deja caer en el sofá, enseñándome su pene erecto, y pone las manos tras su cabeza.

—Tu chico no sabe lo que se está perdiendo, porque estoy seguro de que te lo pediría de ser así —añade, guiñándome un ojo—. No me quiero ni imaginar cómo serás con él con lo cachondo que te pone, me daría demasiada envidia.

—¿Envidia? —pregunto, sacando un bote de lubricante del mismo cajón de la mesa. Me acerco a Shawn, con el bote y el condón en la mano y los dejo sobre la mesita de café.

—Sí, envidia, el sexo contigo es increíble, pero sé que no lo das todo, nunca se lo das a nadie —dice, incorporándose para ponerse a mi altura.

—Conozco a la perfección todas tus fantasías y deseos y te doy justo lo que necesitas para ello —respondo, tirando de su hombro para darle la vuelta—. Ponte de rodillas para mí, Shawn.

Él obedece, yo echo un poco de lubricante en dos de mis dedos y empiezo a masajear la entrada de su culo con la suficiente brusquedad como para que le guste. Shawn es así, le gusta que sean duros con él. Meto mis dos dedos sin darle mucho más tiempo para acostumbrarse, tampoco es como si le hiciera falta, y él gime contra el cojín. Es exagerado, pero sé que es una reacción sincera y eso me pone a mil.

Muevo mis dedos en su interior y cuando creo que ya está lo bastante dilatado, me pongo el condón y echo otro poco más de lubricante directamente en su culo. Shawn gime una vez más, excitado por el contraste de temperatura, y me regala otro grito ahogado cuando mi polla empieza a entrar en su culo. No me lleva mucho meterla entera y me muevo despacio mientras busco la postura cómoda para los dos, luego lo agarro del pelo y tiro de él hacia mí mientras lo penetro de la misma forma brusca que sé que le gusta.

Se le escapa otro gemido, mucho más alto que los anteriores, y le tapo la boca con la mano sin dejar de follármelo sin piedad. Lo más excitante de todo, es que yo siga con la ropa puesta y solo me haya bajado el pantalón hasta las rodillas, mientras que él está completamente desnudo y a mí merced. Juego con sus pezones, dándole potentes estocadas, y él gime sin parar, lleva la mano a su polla y empieza a masturbarse al ritmo de mis movimientos.

—Eso es, Shawn, tócate para mí, enséñame cuánto lo disfrutas —digo, metiéndole dos dedos en la boca, y él gime otra vez.

Se corre en el sofá, pero yo aún no he terminado y sus gemidos se vuelven descontrolados, desesperados incluso. Siento el escalofrío recorrerme la espalda, excitado tanto por la situación como por los gritos de Shawn, y me corro dentro de su culo con un último gemido por parte de los dos.

Él tarda unos cinco minutos en recuperar el aliento, y la compostura, y enseguida se levanta para vestirse, pero un chorro de mi semen cae por su pierna. Me acerco a coger un par de pañuelos y lo limpio desde la pierna hasta su culo, provocando que le dé un escalofrío.

—Como me sigas tocando así voy a querer otra ronda —me advierte, esbozando una sonrisa que pretende parecer inocente.