Elsa apartó la mirada de él, con una expresión incierta. Sentía su intensa añoranza y obsesión por ella, un amor que era evidente pero restringido por su miedo al compromiso, causándole dolor. Quería creerle y confiar en que cumpliría sus promesas. Pero no podía deshacerse de la sensación de que él aún estaba dudando y que no se comprometía completamente a su relación.
Elsa anhelaba un juramento, una promesa de un lazo duradero, pero su reluctancia destrozaba sus esperanzas. Su afecto parecía transitorio, sujeto a cambiar si alguien mejor aparecía.
Elsa estaba confundida sobre si seguir viéndolo o no. El pensamiento de alejarse de él le dolía aún más el corazón. Cruzó sus brazos y se giró a un lado, mostrando su desafío.
—Elsa, mírame —Samuel agarró sus hombros y la hizo enfrentarse a él. El ceño fruncido en su cara traicionaba su irritación—. Nunca pienses que vas a dejarme y encontrar a alguien más. Mataré a cada hombre con quien salgas. Nadie, nadie más que yo puede tocarte.