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La espina maldita (español)

A veces la cura puede ser peor que la enfermedad. Cuando Ainelen decide unirse a La Legión, jamás pensó que eso terminaría metiéndola en un lío mayor que estar obligada a casarse de joven. Su vida, despojada de libertad y de la posibilidad de elegir un futuro, se transforma en una hazaña por mantenerse existiendo junto a un grupo de chicos.

signfer_crow · Fantasy
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78 Chs

Cap. 68 Desaparece

Amatori se movió con agilidad hacia la izquierda, luego hizo una voltereta adelante que fue exagerada. Eso lo hizo impactar de hombro contra uno de los tantos relieves que tenía la capilla principal. Sintió dolor, pero era solo un rasguño.

—¡El desgraciado va hacia abajo, tengan cuidado! —gritó uno de los guardias, el cual apenas corría más atrás junto a su compañero y los sacerdotes.

«¿Por qué no pudimos matarlos?», pensó Amatori, mientras descendía la escalera en espiral en aquellas paredes de mármol blanquecino y adornos de oro. Estaba bastante decepcionado de sí mismo. «Maldita sea, maldita sea. Ludier se enojará conmigo si le cuento esto. No, conociéndola, es probable que me coloque su daga en el cuello y me advierta una última vez».

Por ahora debía concentrarse en la misión y no enredarse con situaciones pasadas. Leanir vendría junto a sus hombres a por él, y de paso buscarían a Ela Pohel, el máximo regente de la Iglesia de Uolaris. Su despacho debía estar al fondo de la habitación.

«Si vienen más desde abajo, quedaré acorralado. Vaya lío en el que me he metido por ser misericordioso».

Rezando porque no fuera de esa manera, Amatori se encontró en el nivel principal a las fuerzas de la Guardia combatiendo contra Leanir y el equipo. Bien, las cosas iban por buen camino. Se apresuró y saltó de las escaleras, ignorando los pocos peldaños que le faltaban por descender y sintiendo una corriente en sus pies al aterrizar con brusquedad. El suelo de baldosas estaba tan suave que casi cae de trasero al resbalarse.

Amatori junto a Leanir y los soldados que había tomado totalizaban seis personas. Por otro lado, el número de enemigos era de una docena y aumentando.

El joven bajito corrió en paralelo al conflicto, viendo a Leanir y Aukan resistir en la línea frontal de una escuadra que luchaba en equipo. Desde el centro, Frov emergió con su sable diamantina y lo balanceó para conectar hojas con un guardia. El acero fue rápidamente cristalizado, obligando al hombre a soltar la empuñadura para no volverse un pedazo de vidrio inerte. Con su enemigo desarmado, Frov le asestó un golpe en el cuello para dormirlo en el acto.

—Al menos no fui el único —murmuró Amatori, sarcásticamente.

—¿De qué estás riéndote?

—Nada, Frov.

—¡Es Ela Pohel! —gritó Palleh, quien se alejaba para tomar una posición adecuada que le permitiera disparar flechas.

El señalado era un hombre alto y robusto de calva oscurecida por el escaso diámetro de cabello, corriendo en túnicas hacia la entrada junto a una comitiva de cuatro guardias que no pertenecían a La Legión. Escapaba por el pasillo en el extremo derecho.

—¡Amatori, ve por él! —ordenó Leanir.

—¡Estoy en ello! —Amatori evadió la espada de un hombre cercano, se barrió en el suelo resbaloso y saltó los bancos que estaban dispuestos para los fieles. Dejó atrás el altar ceremonial con el hexágono de diamantes que colgaba desde el techo, entonces cerró las distancias con los fugitivos, cerca de la entrada principal.

El máximo líder religioso se volvió hacia el muchacho con ojos del terror, reluciendo unos dientes que se hacían demasiado blancos en alguien de piel morena, casi negra. Sus guardias se detuvieron para evitar la captura, desenfundando de sus cinturas espadas de corto alcance. Grueso error.

«No puedo matarlo. A él sí que lo necesitamos vivo». Amatori extendió el largo de su espada, cortando a través del pecho a dos de los cuatro oponentes. Sus cuerpos mutilados cayeron al suelo sin derramar una gota de sangre, producto de la cristalización de las heridas.

—¡Gran señor, debe correr!, ¡Ofreceremos nuestras vidas para darle el tiempo necesario! —exclamó uno de los guardias restantes. Amatori podía asegurar que temblaba de miedo.

Tener una diamantina era como un éxtasis: te sentías a veces omnipotente. Querías cortar, cortar y seguir cortando. Parecía que la hoja te susurraba al oído para que la usaras, para deleitarla con el sabor de la sangre y cualquier cosa dotada de vida. Qué sentimiento tan escalofriante.

No era como que el chico estaba feliz de hacer esto, era simplemente lo necesario. Tuvo meses para mentalizarse en lo que significaba la guerra y tomar vidas, aunque eso no quitaba la sensación de que en algún momento le harían pagar por los crímenes que estaba realizando.

En ese momento sucedió.

Ela Pohel cruzó a trompicones la gran puerta de madera, que en realidad eran dos, parte de una misma entrada. Sin embargo, hubo un resplandor de un azul chillón, tan luminoso y estruendoso que hizo que el suelo temblara. Los gritos se multiplicaron por doquier. ¿Qué estaba sucediendo?

Amatori se obligó a abrir los ojos. Dolían por la intensidad de la luz de afuera.

Ela Pohel se había quedado paralizado a unos metros, tras salir de la iglesia.

Dos puertas que nadie había notado, en los extremos derecho e izquierdo, se abrieron de golpe. Alguien las pateó. Por acto reflejo, el joven con boca de gato retrocedió al percibir que la atmósfera se retorcía.

Los vitrales de la iglesia estallaron en sucesión, permitiendo ver más allá de los límites de la arquitectura de la capilla. La energía fluyendo en azul envolvía el lugar no solo más allá de la entrada, sino que recorría la parte posterior de la catedral y los demás flancos. Parecía que estaban completamente encerrados.

—¡¿Qué es lo que hacen?!, ¡¿no ven que aún no he escapado?! —chilló Pohel.

Las múltiples figuras avanzaron al interior de la iglesia y se detuvieron. Una voz femenina se escuchó.

—Zei Yamai y yo estuvimos de acuerdo en que la prioridad era sellar el lugar.

—¡Estúpida!, ¡Sabes bien quien soy y lo importante que es mi presencia para Alcardia, no pueden...!

—Obispo —interrumpió una voz diferente, la de un hombre—. Estamos bajo ataque. Sino desplegamos la barrera, no tardarán en invadir la iglesia. Sabe bien que lo que se conserva aquí es incluso más importante que usted mismo.

Mientras seguían la conversación, Amatori se replegó hasta volver junto a Leanir y el equipo. Al quedarse a la espera junto a ellos, en su cabeza no dejó de dar vueltas un pensamiento.

«Esas voces se me hacen familiares».

Era una sensación muy desagradable, terrorífica. A Amatori le evocaba desesperación, recuerdos de tiempos negros. Sobre todo, la mujer, cuya voz era la tragedia misma.

—¡Capitana! —llamó de pronto una monja, con voz llorosa, viniendo desde el nivel del subsuelo—. ¡Los intrusos se han colado en la cámara!

—¿Lo ve? —dijo con confianza la mujer, cuya silueta por un instante se hizo clara. Destacaba por su excéntrico cabello rubio, el cual jamás Amatori había visto en otro alcardiano—. Déjenos esto a nosotros, que hoy puede ser un día glorioso para nuestra nación.

******

Ainelen observaba a Ludier trabajar concentradamente en abrir la puerta sellada con piezas de diamante azul. A espaldas de la mujer, el equipo miraba con rostros preocupados hacia el techo del agujero. El ruido se mantenía, incesante, como diciéndoles que tendrían que acostumbrarse a él.

—No tiene caso. Leilei, ¿puedes hacerlo? —preguntó Ludier, declinando en girar las perillas que parecían generar una combinación específica. El mairense se acercó al oír su nombre, preparando su espada de larga empuñadura y guarda con forma de alas.

—Que el espíritu de mis antepasados me de la fuerza; que el honor de Gah infunda mi alma; que la fuerza de Elm encienda su llama en mis músculos; que el tiempo de Tork me sea eterno; que la sabiduría de Ur aclare mi mente; que la tenacidad de Imn...

—¡No te pongas a rezar ahora, Leilei, estamos hasta el cuello! —rezongó Gelly.

Leilei bufó. Lejos de enojarse, movió la cabeza con una sonrisa dibujada en sus labios.

—Estos alcardianos... el apuro no lleva a nada bueno.

—A mí me encantaría echarme una siesta, pero no creo que nuestros amigos los legionarios lo permitan —añadió Wunder.

—Tienen razón. No hay tiempo que perder.

Tras la petición de Ludier, el espadachín de piel azulada gruñó, entonces, sus brazos anchos y musculosos elevaron la diamantina sobre su cuerpo. Si una de esas ya cortaba como cuchillo recién afilado en manos de alguien debilucho, no te imaginabas cómo sería con un hombre que parecía una montaña con patas.

La espada brilló en azul refulgente, iluminando el espacio bañado en sombras. A continuación, el mandoble bajó letal a través de la rústica puerta. Ainelen tuvo que taparse los oídos para no quedar sorda. La maniobra fue más difícil de lo que esperaban, pues Leilei deslizaba la hoja a baja velocidad. Las chispas saltaban por montones.

Solo después de que la puerta tuvo tres grandes perforaciones, el hombre empujó de una patada y mandó a volar lejos el triángulo que cortó en el metal.

Los soldados avanzaron uno detrás de otro, pasando a la siguiente habitación. Esta vez se trataba de una cámara alargada, dotada de unos quince metros de ancho y cinco de alto. Al final de esta, dos escaleras subían desde dos extremos hasta reunirse en la parte alta sobre una plataforma. Ahí había otro acceso, aunque sin una puerta que lo bloqueara. Luces azules iluminaban tenuemente el lugar, incrustaciones de diamante azul cercanas el techo y en algunas secciones del suelo.

Ainelen estaba tan concentrada en correr, que jamás se dio cuenta de que lo que descansaba en ambos flancos laterales no eran rocas ni bultos cualquiera. Cuando por fin dobló la cabeza, percibió unas siluetas humanoides desproporcionadas, entonces un par de puntos azules brillaron.

—¡Ludier! —gritó por instinto, olvidándose de las formalidades. La comandante se volvió hacia ella solo para confirmar por sí misma la situación en la que se hallaban.

El suelo tembló cuando las criaturas bípedas caminaron hacia el grupo. Por el peso y el aspecto rígido de sus cuerpos, claramente no eran humanos, ni siquiera animales.

—¡Hacia las escaleras, rápido! —ordenó Ludier.

Ainelen empuñó con fuerza su bastón curativo. El trayecto hacia la cima no era corto, y era todavía muy temprano para que su respiración ya se desordenara. El sudor le empapó el rostro, el calor corporal la agobiaba.

Los seres de aspecto mecánico se dividían en tres a cada lado. De los seis, dos se movieron directo hacia las entradas, dejándolos sin posibilidad de escape.

—No queda de otra. —Maki, uno de los cuatro espadachines, desenfundó su sable-diamantina. Uno por uno le siguieron los demás.

—Los golems deben tener alguna debilidad cerca de su pecho —indicó Ludier, poniendo una flecha en su arco. Por lo que se sabía, los arqueros podían generarlas a partir de mera energía, pero economizaban con flechas ordinarias, las cuales igualmente podían infundirse de magia, potenciando su dureza y penetración.

—¿Golems? —Ainelen jamás había oído de ellos.

El equipo se organizó en vanguardia y retaguardia. Los primeros irían por el enemigo que bloqueaba el acceso a la siguiente cámara, mientras que los segundos ganarían tiempo.

El avance de los seres era lento y torpe. Tal vez no sería tan difícil. Con diamantinas podías hacer lo que quisieras.

«Podemos hacerlo», se mentalizó Ainelen, frunciendo el ceño. En el momento en que pensó eso, las criaturas se detuvieron.

Hubo un nuevo resplandor en los golems, esta vez en sus manos. A cada uno le creció una hoja afilada de azul refulgente, imitando a una espada.

—Grandioso —dijo alguien.

Un enemigo del flanco derecho entonces corrió hacia ellos. No, no fue que corrió, sino que caminó a mayor velocidad. El tema era que cuando una enorme bestia de roca o metal, según correspondiera con los golems, se movía con zancadas así de grandes, parecía que estabas ante el humano más veloz del mundo.

El equipo rápidamente se vio obligado a dividirse. Ainelen saltó junto a Ludier y otros soldados hacia adelante. Junto a ellas fueron los tres bastiones, Linlei, Lowie y Derua, mientras que en la retaguardia se quedó Mumet, el único arquero, sumado a todos los espadachines, Leilei, Maki, Wunder y Gelly. Zarvoc, el otro curandero, también había ido con ellos.

Perseguidos por tres de los cuatro golems que se mostraron dispuestos a atacar, Ludier se detuvo y disparó una flecha cargada de energía hacia el centro del pecho de un enemigo. El golem rugió como adolorido, sin embargo, aun cuando el objeto se hundió hasta la mitad, no afectó demasiado su andar.

«¿No se suponía que debió perforarlo por completo?», pensó Ainelen, escaneando atenta sus alrededores. Retrocedió para ser cubierta por los bastiones, quienes esperaban listos con sus escudos activados. «Una diamantina tiene el poder de cristalizar la materia y cortarla como el papel. ¿Es posible que los golems estén hechos de un material anti-magia?».

Sonaba como una posibilidad aterradora.

El equipo de distracción comenzó su batalla atacando a espaldas del enemigo. Leilei y Maki se acercaron peligrosamente a los pies de uno de los seres, barriendo con su espada hasta conectar un mandoble. Sus ojos se abrieron de la sorpresa al notar que las hojas apenas cortaban.

—¡Atrás, Maki! —gritó Leilei. El mairense retrocedió con la gracia de su genética, cosa que no fue así con su compañero.

Maki esquivó por los pelos el enorme filo del golem al que había atacado. Gritó, eufórico. Fue ese el momento en que nadie se dio cuenta de que el único golem que en un principio habían logrado alejar de Ainelen y los demás, el cual había quedado a sus espaldas, cerró las distancias con una aparición fantasmal.

Su espada cayó mortal en diagonal, cortando al soldado de hombro a cintura. Ainelen vio las luces escapar del cuerpo como el humo al apagar una vela.

—¡No, hijo de puta! —Leilei, enfurecido, contraatacó al asesino con su espada lista para subirla en un golpe ascendente.

—¡Leilei, no! —Mumet disparó una flecha cargada, clavándosela en pleno rostro a su objetivo. A pesar de lo anterior, la espada del golem no cambio su trayectoria y para sorpresa de todos, Leilei la evadió con reflejos sobrenaturales, quedando a las espaldas. Desde atrás, con una estocada brutal, logró que su arma atravesara por completo el tronco. Los ojos azules estallaron, el golem cayó de bruces.

Sacando a Ainelen de su atento observar, Ludier se volvió hacia ella con una frialdad impresionante. Sus emociones parecían residir en otro mundo.

—Vamos a subir. Distraeremos al guardián. Ven.

Con lo atontada que se encontraba, la muchacha apenas fue capaz de moverse. Escuchó a sus espaldas que el resto también las seguía.

«El largo de la hoja del guardián es suficiente para atacar a ambos lados de la escalera. Será difícil».

Dos bastiones las protegieron del golem vigilante, el cual se irguió, atento. Linlei y Derua presionaron, cubriéndose del primer golpe enemigo. La hoja del guardián cayó implacable, desplegando chispas contra el escudo de Linlei, quien se fue de espaldas por la potencia.

Con la atención ahora volcada en Derua, el enemigo deslizó la hoja de su espada horizontalmente, encontrando la resistencia de una nueva diamantina.

—Date prisa —ordenó Ludier, subiendo los primeros escalones del lado izquierdo. Ainelen apenas le seguía el ritmo, con su corazón latiendo a tumbos en su pecho.

La curandera levantó sus pies con la mayor precisión, implorando no tropezarse. Supremo Uolaris, Derua yacía despatarrado en el suelo junto a Linlei, ¡y el guardián ahora iba a por ellas!

«¡No puede ser!, ¡Va a destruir la escalera!», pensó, desesperada al ver que el gigante apuntaba con su espada hacia donde subían.

—¡Ludier!

—¡Date prisa!

—¡No lo lograremos a tiempo!

La comandante ni se limitó a contestarle. Cerca del final de la escalera, llegó con un hábil salto a la plataforma y se volvió a ver a Ainelen. Esta última ya veía con el rabillo del ojo una mancha azul deslizarse desde el flanco derecho. Sus miedos se confirmaron cuando la estructura tembló, haciendo que tropezara.

—¡Ainelen, salta!

La joven vaciló. A poco de llegar, se lanzó hacia la mujer de trenza mientras sentía que un aire frío le removía la cabellera desde atrás.

Ainelen fue agarrada de la muñeca por Ludier, quien de un tirón la dejó sobre la cima. Cayendo duramente sobre la roca y llevándose heridas menores, la chica vio cómo las escaleras se derrumbaron hechas trizas.

Todavía quedaban las de la derecha.

¿Por qué el rostro de la comandante de pronto se había llenado de emoción, y no de la positiva, precisamente?

—¡Lowie, no subas!

Presintiendo lo que Ludier intentaba advertir, Ainelen se puso de pie de un salto y se aferró al pasamanos para observar lo que sucedía ahí abajo.

El otro bastión corría escaleras arriba a buena velocidad, pero recién empezaba, y la atención del guardián estaba lejos de los otros dos bastiones.

Ainelen puso sus dos manos alrededor de su boca, preparándose para gritar a todo pulmón.

—¡Salta!

No fue bueno. La espada enemiga rompió en los peldaños delante del hombre, colapsando por completo el acceso al nivel. Entre los escombros, el polvo y el ruido, fue imposible saber cuál era el estado de Lowie, sin embargo, de algo Ainelen podía estar segura:

Nadie podría seguirlas. Por lo menos no hasta que derrotaran a los golems y buscaran una manera alternativa de subir, en calma. Por mientras, la aventura tendría como protagonistas únicamente a Ainelen y Ludier.