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La Estatua de Piedra de Tortuga, mientras se burlaba del Rey Serpiente, pensó en sus propias penas y, como un niño, lloró a mares.
El Rey Serpiente estaba tan frustrado que sentía como si se ahogara con su propia sangre.
—Esto no es algo que debas saber. Si quieres seguir cultivando, si quieres compañeros, entonces síguenos. De lo contrario... —dijo el Rey Serpiente, sus ojos, del tamaño de granos de judía mungo, mirando amenazadoramente a la Estatua de Piedra de Tortuga.
Comparado con ser montado todo el día y ser convertido en barro, tal vez seguir a este autoproclamado Rey Serpiente y a la jovencita bien comportada no era tan malo.
—Está bien, iré con ustedes —dijo la Estatua de Piedra de Tortuga—. ¡Pero tengo una condición!
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