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O Parte XXXVII: Batalla entre las nubes (1)

Entre hachas y sangre, comenzó la batalla.

Los Apus habían poseído a dos feroces animales, que con sus bendiciones eran aún mas peligrosos, dos pumas con musculatura exagerada y dientes extremadamente filudos.

Vilca fue quien reaccionó mas rápido y atrajo la atención de los dos Apus con un potente rugido.

—¡Hoog! —

Esto hizo que los soldados que alzaban sus lanzas o espadas suspiraran de alivio. La fuerte presión de las bestias sobre ellos era abrumadora.

Rápidamente se dieron indicaciones para restringir a las bestias, grupos de siete u ocho soldados blandían sus largas lanzas para apuñalar o amenazar, sin embargo, las bestias con la bendición de los Apus rompían las lanzas y saltaban para dispersar a los soldados.

Los hermanos Taiga daban indicaciones rápido para mantener el ritmo de las bestias, mientras que el auqui utilizaba su hacha y su escudo para llamar la atención de las bestias.

El campamento sufrió mucho durante la batalla, varias de las carpas directamente colapsaron por el peso de las bestias y otras tenían marcas de garras.

El pánico inicial se disipó y los soldados cargaban contra las bestias con mucha mas confianza y atrevimiento, lo cual dio comienzo al fulgor de la batalla en donde con un rápido movimiento el Auqui logró dañar de muerte a una de las bestias.

La sangre corría por la herida de la vestía y su vista empañada por la sangre de los soldados no le permitía maniobrar como el quería, no fue hasta que ya no tubo fuerzas que cayó por el asedio de los soldados y dio su último aliento.

Ante la muerte de su hermano animal, el puma enloqueció rugiendo en furia.

Pero los soldados eran acérrimos y mantuvieron lo que más que pudieron su posición y siguieron asediando a la bestia enloquecida.

Fue entonces que uno de los hermanos Taiga, Pilca, propuso lanzar antorchas hacia la bestia para que esta se queme. La táctica funcionó y la bestia enloquecida se cocinó viva al no poder moverse para apagar el fuego.

Al final de la batalla, los soldados se reunieron y reportaron sus heridas. El cadáver de la bestia ya calcinada fue recogido, al igual que la otra bestia para su posterior consumo.

Según los reportes hubo 90 muertos y más de 100 heridos, reduciendo significativamente el ejercito Inca.

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