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Pluma

Tito observó a la joven mujer frente a él, llevaba un abrigo de piel verdoso desgastado, los pies envueltos en piel de bestias hasta las rodillas, el cabello largo y trenzado, como era costumbre en este Vicus, siendo ella mas alta que él por unos escasos centímetros, mientras un colgante de oro con la imagen de una pirámide en el centro resaltaba desde la distancia. 

—Soy Tito, mi señora —dijo desconcertado, por alguna extraña razón sintió algo peligroso en la mujer. 

—Soy Vita —respondió con la voz apenas audible —, y no soy tu señora, soy un servus del Dux. 

Ambos permanecieron en un silencio incómodo, los miembros de la caravana mercantil observaron desde el campamento aquella extraña interacción.

—¿Pediste ir conmigo? —Tito recordó el motivo que lo tenia tan confundido —. Creía que necesitaban permiso del Dux para viajar entre asentamientos. 

—Lo tengo —Vita señaló el collar —. ¿Realmente puedo ir con ustedes? no tengo nada que darles a cambio. 

Tito observó el collar, era el mismo que usaban los Ductor, pero este era mas pequeño e irradiaba una presencia digna. Los escalofríos le recorrieron la columna vertebral al sentirse observado, mientras mas se concentraba en aquel objeto podía sentir una figura difusa mirándolo a través del medallón. 

—Será un placer para nosotros que nos acompañes —dijo Tito —. Nos marcharemos mañana al amanecer, si aun estas interesada en venir con nosotros, puedo ofrecerte un lugar.

—Y... ¿el precio? —dijo Vita dubitativa —. No tengo forma de pagar por los alimentos.

—Eres mi invitada, una persona mas no es un problema —Tito vio a la mujer fruncir el ceño, no comprendía porque les pedía que la llevaran si no tenia nada para dar a cambio, y ahora estaba intentando convencerla de que no se preocupara por ello —. Si te molesta viajar gratis, puedes ayudarnos de otra forma. ¿Sabes cocinar?

Vita bajó la mirada negando con la cabeza.

—¿Tienes algún oficio? —cuestionó Tito con resignación.

Vita volvió a negar con la cabeza. 

Ambos permanecieron en un silencio incómodo.

—Te estás olvidando de mi —susurró la bufanda con molestia —. Puedo hacer muchas cosas.

La bufanda envolvió el cuerpo de Vita, extendió la mano derecha donde se formó una pluma lechosa y cristalina de unos cinco centímetros de largo y dos de ancho. 

—¿Crees que esto sirva? —susurró Vita, intentando cuestionar a la bufanda pero Tito agarró la pluma pensando que hablaba con él. 

—Esto es... —miró la pluma desde todos los ángulos y contra luz —, una lágrima. 

Tito asintió satisfecho, el valor variaba dependiendo el rango del arbitrium, incluso si fuera el mas bajo podría cambiarlo por unas 10 monedas de oro, mas que suficiente para alimentarla por un año. 

—¿Es suficiente? —Vita descubrió como Tito guardó la pluma en un bolsillo en el interior del abrigo. 

—Si, una vez que lleguemos al Acus preguntaré a mis superiores el precio real, pero al menos vale unas 10 monedas de oro, lo suficiente para un año. 

Vita dejó salir un suspiro de alivio al escuchar esas palabras.

—Regresaré al amanecer. ¿Dónde debería buscarte?. 

—Te esperaré aquí —respondió Tito inclinando la cabeza. 

La mujer dio media vuelta regresando al asentamiento, mientras él permaneció en silencio al darse cuenta de lo que acababa de pasar.

—Puede usar arbitrium —susurró Tito tragando saliva —. ¿Por que acepté llevarla? 

En el campamento de los comerciantes, nueve de ellos estaban reunidos en una carpa mirando la pluma en el centro de la mesa.

Los arbitrium eran temidos por su fuerza, pero el que fueran fácilmente reconocidos le daba a la gente cierto alivio, ya que todo lo que uno debía hacer para no tener problemas con ellos era no cruzarse en su camino.

—Dices que la mujer creó esta pluma —cuestionó Aligal tan asustado como confundido.

—Si, ¿acaso no lo vieron? —dijo Tito al resto de los miembros, habían estado observando su charla con Vita. 

—Estaba demasiado lejos —respondió Talet.

—No les presté mucha atención —dijo Birgan. 

—Eso no es importante ahora —dijo Cazir —. Necesitamos preguntar a los Motus como es posible que una persona normal usé el arbitrium.

—Claro, también podríamos preguntarles donde ocultan sus riquezas —dijo Aligal con sarcasmo, nunca le había caído bien Cazir. 

—En eso tienes razón —dijo Ludmila —. El viaje de regreso al Acus llevará al menos unos dos meses, siempre y cuando no nos quedemos en algún asentamiento, podríamos preguntarle como lo hizo mientras viaja con nosotros.

—¡No! —exclamó Tito con preocupación —. El medallón que lleva le permite al Dux Maggies ver todo lo que hace, pude sentirla cuando estaba hablando con ella, si descubre que intentamos obtener sus secretos...

La carpa permaneció en un ambiente tenso mientras la pluma parecía refractar la luz de las velas.

—Entonces ¿por que aceptaste que venga con nosotros? nos has puesto en peligro —reprochó Aligal.

—No pude decirle que no —respondió Tito inclinando la cabeza —. Ella ni siquiera parece saber el valor de una lágrima.

—Genial, ahora tenemos alguien capaz de usar arbitrium de forma inconsciente, y bajo la vigilancia del Dux —dijo Aligal mucho mas molesto al escuchar esa escusa lamentable. 

—Suficiente —Cazir dio un leve golpe en la mesa de madera —. Lo hecho, hecho está. Ahora debemos hacer todo lo posible por mantenernos a salvo, nada de embriagarse —dijo señalando a Birgan —. Nada de coqueteos —señaló a Talet, Gaus y Batis —. Nada de comentarios sarcásticos —dijo en un tono molesto señalando a Aligal, Ludmila, y Persi, quien había permanecido en silencio desde el inicio de la reunión. 

—¿Yo que hice? —preguntó Persi —. Él que nos metió en este problema es Tito.

—Tito, te encargarás de todas sus necesidades y mantenerla feliz, ¿lo entiendes?

—Haré todo lo posible —respondió Tito resignado. 

—¡No! —Cazir lo señaló furioso —. Harás todo lo que te pida, si ella quiere que la limpies con tu lengua, ¡lo harás!, no saldrá un maldito no de tu boca mientras ella viaje con nosotros. Nos metiste en esté problema, y vas a resolverlo. 

El grupo de comerciantes abandonó la carpa con los ánimos bajos, mientras Tito observó aquella pequeña pluma deslumbrante que ahora se sentía como una cadena coaccionando sus decisiones.