Recuerdo que todo empezó mucho antes de graduarme. Antes de ser la burla del salón, tenía amigas, Antonella, Vanessa, mis dos compañeras de habitación y Emma Rosie.
Aun cuando Emma no era parte del equipo de atletismo, ella nunca dejó de vernos y darnos ánimos en los entrenamientos. Era lo que más me gustaba de Emma, sabía cómo ser amiga. Siempre pensé que ella tenía un don para hablar, su forma de actuar y acciones llamaban la atención. De hecho, fue así como se volvió popular.
Todos querían ser su amiga, pero aún así. Ella solo nos quería a nosotras.
— ¿De verdad no hay nadie que te guste?" — preguntó Emma a Antonella.
— No, nadie — respondió enseguida — el entrenador dice que si nos concentramos podremos obtener una beca.
— A la universidad nacional, podríamos irnos a la capital — agregó emocionada Vanessa — Kaia, tu padre vive ahí, ¿no? podríamos vivir juntas.
— Si, pero sería mejor si pudiéramos vivir en un mismo departamento.
Era un tema divertido, nos gustaba hablar de nuestro futuro como graduadas en la capital.
— Bueno siempre que puedan visitarme en mi departamento en Lima — agregó Emma, como siempre sorprendiéndonos con sus grandezas — también podría llevarlas a la casa de playa de mi familia. Es más, vamos para navidad.
Durante el primer año, nuestra amistad fue normal. Emma visitaba el campo de atletismo de vez en cuando, proclamándose y mostrándose orgullosa como nuestra entrenadora personal. Era una broma típica entre nosotras que escaló con sus amigos.
Sentados en las bancas, ella usaba ese tiempo para coquetear con el chico que gustaba, Oliver Drake. Por varias semanas intentó acercarse y coquetear. Sin embargo, en algún momento, esos ánimos desaparecieron, hasta que lo único que se escuchaba era al entrenador.
Aún recuerdo esa semana, los días pasaron muy rápidos. Ella se escapaba cada vez que intentábamos hablar y el entrenador nos anunció como candidatas a capitana del equipo.
Muchas emociones y poco tiempo. Sin embargo, cuando volví al internado el domingo por la tarde, mis dos compañeras de habitación, se convirtieron en las compañeras de Emma.
Quise buscarlas, pero ninguna me respondió. Estaba molesta, con ellas y conmigo, ¿porque no me hablaban? ¿Hice algo malo?. Por eso, decidí sorprenderlas.
Con una bolsa de las galletas favoritas de Emma, me detuve en la puerta de su habitación. A Punto de llamarlas, una conversación me detuvo.
— No quiere que sea parte del equipo — dijo Emma. En un tono triste — se burló de mí cuando le dije que quería correr.
— Aún no puedo creerlo — dijo Vanessa — pero tiene un poco de sentido. Kaia es competitiva, siempre va diciendo que debemos levantarnos.
— Pero eso es porque no quiere que nos rindamos — intervino Antonella. Fue como una voz de esperanza para mi, hasta que siguió — pero si. Desde que ganó la última competencia su ego creció.
— Pero no solo es eso — agregó Emma. Llamando mi atención, al punto que acerqué mi oreja a la puerta — Cuando le dije que me gusta Oliver, ella no deja de coquetear con él.
Después de eso, empezaron a susurrar cosas que apenas pude escuchar. Pero que cobraron sentido, cuando me arrastraron durante el entrenamiento, detrás de unas bodegas.
— Eso no se le hace a una amiga.
— A mi ni siquiera me gusta él — respondí, casi desesperada — Chicas, ya les dije que lo único que quiero es tener esa beca para la capital y luego correr en las olimpiadas. Y ahora, lo único que hago es seguir todos los tontos consejos del entrenador, solo porque quiero ser la capitana de atletismo.
Era la verdad. En ese entonces estaba comprometida con el equipo y la universidad. Nunca tuve un interés romántico en algún chico, en especial en Oliver que tenía un aura de egocentrismo.
— Entonces — sollozo Emma, mientras era consolada por Vanessa — rechazalo.
— Bien — repliqué enseguida — Emma, quiero que sepas que nunca me podría enamorar de él.
La vi calmarse y alzar su rostro a mi. Fue impactante, ese rostro normalmente alegre, estaba sonrojado, con lágrimas bajando por sus mejillas y un ceño fruncido.
— ¿Enserio? — me pregunto — ¿Puedo confiar en ti de nuevo?
Yo asentí.
— Bien — susurro Emma — compra unos dulces.
— ¿Qué? ¿A esta hora? el kiosko debe estar cerrado.
Ella asintió.
Y así fue como, sin darme cuenta, entré a un ciclo de burlas como mandada. Mi inocencia me hizo pensar que solo duraría una semana, pero en realidad fueron por meses
— Yo pedí un croissant de jamón con queso, no una hamburguesa — dijo Vanessa al ver su pan.
— La señora ya no tenía — dije — ¿Y Emma?
— Con oliver, se volvieron novios
— ¿Enserio? Que bien. ¿Por qué no me avisaron?
Ambas me voltearon a mi, con una expresión en sus ojos que hasta el día de hoy me haría sentir un frío incómodo en todo el cuerpo. Como me hubiera metido en un tema que no se me permitía.
— Oigan — dije esa vez, rompiendo con el silencio — ¿Están listas para la carrera?
Ellas no me respondieron. Dejándome, nuevamente, como una decoración de la habitación y su mandadera. Sin embargo, mi inocencia no me dejó caer en depresión. Usaba esos mandados para correr, mejorando mi récord de 100 metros planos de 14.56 segundos a 11.1 segundos en dos semanas.
Pero, días más tarde, algo pasó que cambió mi puesto como mandadera. El día en el que Oliver me buscó fuera del entrenamiento y me llevó hacia dónde sería en un futuro, mi peor lugar. Detrás de las bodegas.
— Solo será media hora. En el grupo de arte quien lleve las mejores fotos o pinturas ganara y solo puedo pensar en tus ojos como una nube de estrellas.
Aún recuerdo la incómoda mirada que me daba, como su mano se acercaba peligrosamente a mi cabello y mis manos, empujándolo contra el césped mojado por los aspersores, antes de correr. Esperaba que esto quedara como una escena en blanco dentro de mi vida y la de él, como un secreto que Oliver no iba a decir.
Estaba muy equivocada.
Después de eso. Emma me veía con cierto asco, ya no me sentía su amiga, ya no me sentía yo misma y solo mi abuela me ayudaba con la agonía que temía por confesar.
Aunque nunca le dije lo que me pasaba, ella siempre me regocijaba en sus abrazos y llevaba a los costados mi flequillo, todo mientras me decía:
"Has crecido mucho".
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Era un miércoles por la tarde, segundos antes de que el silbato resuene, en la carrera para decidir a la nueva capitana. Había practicado día y noche, usando los pedidos de Emma como una carrera y completado varias carreras ficticias por la falda del cerro del colegio y en casa.
Era más rápida que Vanessa y Antonella. Segura de ganarles, cuando atravesó mis oídos.
— ¿Oliver quiere ver tus ojos? — escuché de Antonella.
Un secreto que pensé que había desaparecido, golpearon mis sentidos y me desconcentro. A punto de caer, Antonella lo evito y ella, cambió en mi lugar.
En ningún momento la empuje, pero me detuve a verla. Como ella ocultaba su risa, mientras Vanessa se convertía en la capitana. Esa noche, mientras celebraban la graduación de la capitana. Yo fui empujada contra unos casilleros de la bodega.
— Basta ya. Kaia, eres patética — soltó Vanessa con tanto asco en su tono y expresión — solo porque tu mamá se vende a los profesores, no significa que tu sigas sus pasos con Oliver. Será mejor que a partir de ahora solo corras, campesina.
Ni siquiera pude hablar, tenía un nudo en la garganta, apretando con fuerza y raspando entre lágrimas.
— ¿vas a llorar? — escuche, era la voz de Emma. Tenía una gran sonrisa — ¿Aún cuando empujaste a Antonella y le provocaste una lesión en la rodilla?
Justo después, Antonella apareció con un yeso en la pierna. Como hija de doctores, todos creyeron cuando dijo que la caída en la carrera provocó una leve contractura.
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— Kaia, te tendré que sacarte del equipo. Reglas de la escuela y, bueno
— entrenador, no fue mi culpa — dije. Un poco desesperada, pero a la vez. Resignada.
— Kaia. Todos te vimos — Afirmó, con tanta seguridad que me asustó.
Desde ese momento, el entrenador cada vez que me miraba solo saludaba y se iba, nunca se detuvo a escuchar lo que quería decir.
Pero bueno, ¿quién me iba a escuchar? En esos dos primeros días, mi flequillo largo pasó a ser un cerquillo por el "juego" de la peluquería que mis antiguas amigas usaban y mi uniforme de atletismo se cubrió de pintura por Oliver. Mientras que los demás "compañeros", voltearon la mirada.
Yo dejé de existir.
Corrí tantas veces por la montaña del colegio esperando olvidarme de todo. Tratando de escapar de esa presión, del miedo a decir la verdad a mi madre y ser doblemente hostigada. Solo quería morir.
— Kaia, Las acciones que hagan los demás no son tu culpa — me dijo mi abuela, cuando regresé de correr por la montaña.
— ¿Qué?
— Desde ahora, lo que otros piensen de ti, no te importa — anunció con tanta fuerza que me sorprendió — cómo actúan, no te interesa. Solo debes seguir adelante, solo debes seguir corriendo hasta estar en el lugar correcto. Porque tú no tienes la culpa de esto.