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Capítulo 39: Felicidad

Axel

 

 

 

 

Tal como acordamos, nos encontrábamos en Lucio's celebrando la buena noticia que habíamos recibido. Brindando con una excelente selección de vino el éxito que gozábamos, aunque la verdadera razón por la que Isaías nos había invitado a cenar era por otro motivo.

Fue una de las pocas veces en las que lo vimos beber demasiado y animarse a un punto en el que hasta su humor mejoró; con unos tragos de más, Isaías era muy ocurrente.

Nos alegró ver a Verónica tan risueña con la versión ebria de su novio, quien después de la deliciosa cena, nos reveló que en una semana fundaba su propio bufete de abogados en sociedad con dos colegas que lo ayudaron con la inversión.

Gonzaga & asociados era el nombre del bufete, el cual, ya antes de su fundación, contaba con una excelente cartera de clientes gracias a los contactos que hizo en la inauguración de nuestra galería.

Por eso, alegó que su éxito se debía a nuestra influencia, y que todo era posible gracias a nosotros y la manera en que lo involucramos en nuestro proyecto. Nos alegró verlo feliz y emocionado.

Isaías formaba parte de nuestro equipo y fue un placer apreciar la felicidad que nos atribuía.

—¡Salud por todas las buenas noticias! —exclamó Verónica emocionada.

—¡Salud! —exclamé —, también por nuestra amistad y el amor que nos hace apreciar y valorar más estos momentos… Porque estoy seguro de que si estuviésemos solos, no sería igual de gratificante.

—Así mismo es —dijo Isaías—, no imagino que fuese de mí si no me hubiese enamorado de esta hermosa muchacha —abrazó a Verónica, a lo cual ella correspondió besando su mejilla con ternura—. Todo empezó el primer día que los visité, y desde ese momento, he experimentado puras cosas buenas.

—Llegaste en un buen momento —aseguró Verónica enternecida.

Miranda y yo cruzamos miradas y asentimos, pues entendíamos perfectamente lo que quería decir.

♦♦♦

Con el transcurso del tiempo, rechacé la donación de la señorita Bracamonte, quien, en efecto, era bastante atractiva como Mariana había mencionado, y me impuso la única condición de tener una velada romántica con ella para hacer su donativo; tuvimos la suerte de no necesitar ese dinero.

Verónica, para entonces, trabajaba en una escultura junto a Miranda en honor al Puente de Arcediano de Guadalajara. Mientras que yo había pintado tres obras a petición de mis socios y con los que esperaba obtener una buena remuneración.

Las cosas iban mejor de lo que imaginaba, y esperábamos una respuesta del señor García respecto a la oferta que le habíamos hecho para la adquisición de dos de mis pinturas, una escultura de Miranda y otra de Verónica, obras que fueron valoradas por un experto que él mismo contrató.

El monto que debía pagar el señor García por nuestras obras era de noventa y tres mil dólares, un precio bastante alto y que nosotros no pensamos ponerle.

Este se mostró pensativo y nos pidió una semana para tomar una decisión por la compra, pues si bien era millonario, la suma a pagar era muy alta, aun cuando habíamos visto obras valoradas en millones de dólares.

El señor García nos dio respuesta después de quince días de haber acordado el monto a pagar por nuestras obras, cuya forma de pago la hizo mediante un cheque.

Cuando vi el monto escrito en aquel papel, sentí que se me iba a salir el corazón. Era la mayor suma de dinero que habíamos recibido en nuestras vidas. Verónica obtuvo quince mil dólares por su escultura, Miranda treinta y tres mil debido a las dimensiones de su obra, y yo los cuarenta y cinco mil restantes.

¿Éramos ricos? No, ni un poco, pero era una suma de dinero a nuestra disposición que podíamos gastar de la manera en que se nos antojase, si así lo hubiésemos decidido, pues opté por adquirir una póliza de seguro para la galería, un auto cero kilómetro y mandar el resto de mis ganancias a mis padres, con quienes me había comportado de la peor forma al olvidarme de ellos por un tiempo considerable.

Estaba en mi oficina cuando papá me hizo una llamada telefónica. Pensaba que me había equivocado, e incluso me dijo en tono de broma que dejase de traficar droga.

Yo, a pesar de que me reí con su chiste, me sentí mal por no haberme comunicado con ellos durante tanto tiempo, incluso me disculpé con él y mamá por haber sido un mal hijo, aunque alegaron que, si no los había llamado, era porque estaba ocupado; siempre tan compresivos.

—He sido un mal hijo y un mal agradecido, papá —le dije con voz temblorosa—, olvidé sus cumpleaños, sus aniversarios de casados, llamarlos cada semana, me he olvidado por completo de ustedes y no se lo merecían.

—Tranquilo, hijo, no te preocupes… Nosotros tampoco intentamos llamarte —replicó con la intención de hacerme sentir menos culpable.

—Es que soy yo quien los tenía que llamar, papá… Todo este tiempo he estado en muchos problemas, y puede que al principio no los quisiese preocupar, pero debí ser más considerado.

—Dime una cosa, hijo. ¿Cómo te está yendo? —preguntó.

—Increíblemente, papá, son los mejores años de mi vida —respondí.

—Entonces eres un hijo demasiado considerado.

—No te entiendo.

—Axel, mi muchacho, si no nos llamaste en tu peor momento, consciente o inconscientemente, es porque tu consideración era no preocuparnos… Eso te hace un hijo maravilloso.

—Lo dices para no hacerme sentir culpable, papá, pero desde ahora en adelante, esté bien o mal, les juro que les hablaré más seguido… Los amo con todo mi corazón.

—Y nosotros a ti, hijo… Ya le paso el teléfono a tu mamá para que hables con ella.

Esperé unos segundos en los que aproveché para limpiar mis lágrimas, justo en el instante en que Miranda entró a mi oficina, a quien le hice una seña para que supiese que hablaba por teléfono.

—¡Mamá! ¿Cómo has estado? Perdóname por ser tan desconsiderado, lamento no haberme comunicado con ustedes en tanto tiempo.

Miranda esbozó una sonrisa cuando entendió la razón de mis lágrimas.

—¡Axel, cariño! —exclamó mamá, mucho más efusiva y emocionada que papá—, todo este tiempo he estado pensando en ti, pero esperando con paciencia a que nos volvieses a llamar.

—Lo siento mucho, mamá, sé que no es excusa... es solo que enfrenté demasiados problemas, y recién ahora, cuando por fin me he reencontrado con la paz, es que he tenido en consideración hablarles.

—No te preocupes, a veces la vida nos golpea tan violentamente que olvidamos lo que realmente importa… Lo bueno es que estás bien y te está yendo de maravillas, aunque no tuviste que mandarnos tanto dinero, no nos hace falta y ahora no sabemos qué hacer con ello.

—Gracias por comprender. Y, ¿cómo no les iba a mandar dinero? Después de todo lo que hicieron por mí para que viniese a Ciudad Esperanza, y aun así jamás podré saldar la deuda que tengo con ustedes, por el simple hecho de que les debo mi vida… Te amo, mamá.

—Yo te amo más… Ya veremos qué se le ocurre a tu papá con ese dinero, capaz y tenga en consideración comprarse un mejor auto y mande a cambiar el enrejado de la casa que ya no me gusta.

—El dinero es para ustedes, hagan lo que en tiempos anteriores no se podía permitir —hice una pausa—. Bueno, me tengo que ir, pero prometo que los llamaré más seguido y los visitaré cuando considere darme unas buenas vacaciones, o mejor aún, vengan a Ciudad Esperanza.

—Ya veremos qué dice tu papá, sabes que no le gusta viajar mucho, y a mí tampoco siendo honesta.

—Está bien, adiós… Te amo.

—Y yo a ti, cariño, cuídate mucho.

Al colgar la llamada, Miranda me dio un cálido y reconfortante abrazo, y vaya que lo necesitaba, pues hacía un buen tiempo que había olvidado a mis padres, a diferencia de ella que, tras nuestra separación, recurrió a ellos como medida de apoyo.

—Me da gusto que te hayas comunicado con tus padres —dijo luego de darme un beso en la mejilla.

—He sido un pésimo hijo, los olvidé por completo —musité avergonzado.

—No digas eso, lo que nos tocó vivir influye bastante en ello… Yo recuerdo que en los primeros años de nuestra relación, hablabas con ellos. Así que fueron los problemas los que te hicieron perder el contacto.

—Gracias por ser tan comprensiva. Eres, sin duda alguna, la mejor persona que he conocido y mi razón de ser. Te amo —dije—. Por cierto, también tengo en consideración hacer una donación al asilo, ayudar económicamente a la señora Aura y visitar a la familia del señor Rodríguez. Viendo mi vida en retrospectiva, me doy cuenta de que he olvidado a mucha gente.

De repente, tocaron a la puerta de mi oficina y al autorizar que entrasen, nos encontramos con una Verónica temblorosa por el frío que estaba haciendo en la ciudad.

—No quería salir, pero estaba aburrida. Ya programé las publicaciones de esta semana en nuestras redes sociales, respondí a los comentarios de algunos usuarios y estuve presente en una conferencia virtual con unos artistas gringos. No entendí una mierda —dijo con voz socarrona.

—No sé qué haríamos sin ti, Verónica… Pero, ¿una videoconferencia de Estados Unidos? —preguntó Miranda.

—Sí, la tonta de Mariana pensó que yo era bilingüe como ella —respondió.

—¿Saben? No sería mala idea contratar de nuevo a Mariana para que quede a cargo de la galería. Hizo una excelente labor durante nuestra ausencia —sugerí.

—Pues no es una mala idea… Así tendríamos más tiempo para nosotros y la realización de nuestras obras, de hecho, hace poco estuve hablando con la señora Jiménez para decirle que contratemos a dos personas que atiendan la librería —comentó Miranda.

—Perfecto, entonces mañana mismo llamaré a Mariana para ofrecerle el empleo —dije.

—Cambiando de tema —intervino Verónica—. Cuando llegué a la galería, noté que había un tipo extraño al otro lado de la calle. Se quedó mirando hacia acá durante un buen rato, de hecho, creo que sigue en el mismo lugar.

Miranda y yo nos asombramos con las palabras de Verónica, aunque recuperamos la calma al recordar nuestra red de vigilancia.

—Podría ser un turista —dije.

—No creo —replicó Verónica de inmediato.

—Puede ser un ladrón. Alguien que estudia la zona para dar un golpe por la noche y robarse nuestras obras —dijo Miranda, un tanto preocupada.

—Posiblemente. Pero, de igual manera, en unos días aseguraré la galería. Además, puedo solicitar al servicio de seguridad que intensifiquen la vigilancia nocturna —dije para tranquilizarla.

—Deberías ver quién es ese tipo, pídele a un vigilante que te acompañe. Así puedes preguntarle con disimulo que tanto mira para acá —sugirió Verónica.

—Buena idea —dije—, espérenme aquí.

A Miranda no le pareció tan buena la idea, pero de igual manera, iba en compañía de uno de los vigilantes de la galería. Tal como Verónica dijo, había un sujeto barbudo y de larga cabellera, muy delgado y con ropa sucia, que me hizo llegar a la conclusión de que era un indigente.

De igual manera, salí con el vigilante y caminé en dirección de aquel sujeto, quien, al verme, no mostró reacción alguna. Gran parte de su rostro estaba sucio y cubierto de una abundante barba y largos mechones de cabello. Emanaba un fuerte y desagradable olor a transpiración. En ningún momento se movió de su lugar, y siempre mantuvo su vista fija en la galería.

—Este tipo tiene la torre de control estropeada —comentó el vigilante, en referencia a algún problema mental.

—Tal parece que sí —dije, mientras hacía señas frente al sujeto, que ni siquiera parpadeaba.

—Lo más seguro es que le pase como a Don Quijote y se esté imaginando criaturas alrededor de la galería —alegó con sorna.

—Tal vez… Lo mejor será que le compremos algo de comer y lo dejemos tranquilo, seguro que se va en cualquier momento.

Así que le pedí el favor al vigilante de que le comprase en una panadería cercana un sándwich de jamón y queso, un jugo y alguna chuchería. Incluso le metí un poco de dinero en efectivo dentro del bolsillo de su camisa.

Yo volví a la galería para explicarles a Miranda y a Verónica que era un indigente con problemas mentales, lo cual no las persuadió de su preocupación, pero sí les calmó un poco.