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Capítulo 34: Expectativas

Axel

 

 

 

 

Después de nuestro reencuentro, Miranda decidió pasar la noche conmigo en mi apartamento, donde no pudo evitar el asombro al notar lo cerca que quedaba y lo lujoso que era.

—¿Hace cuánto que eres millonario? —preguntó cuando entramos a la sala de estar.

—No soy millonario, solo tuve suerte con algunas obras y supe administrar mis ingresos —respondí.

—¡Vaya! Seguro que ganas miles de dólares —comentó.

—¿Dólares? —pregunté confundido, pues nunca había recibido pagos en divisas americanas.

—Sí, dólares… Cuando subastaron La última sonata, el cheque lo recibí en dólares.

—¡Sabía que fuiste tú quien pintó La última sonata! —exclamé emocionado.

—Nunca te lo dije por vergüenza, aunque intuí que tanto por el estilo de pintura y mi nombre artístico, lo sabrías —reveló.

—Bueno, lo pensé más que todo por el nombre artístico… Por cierto, ¿qué te gustaría cenar?

Esa noche, preparamos unos bistecs de res encebollados con arroz y ensalada rusa. Una cena pesada que nos dejó sin ganas de nada, por lo que cerramos nuestro reencuentro en mi sala de estar, hablando de nuestras vidas en solitario hasta que Miranda se quedó dormida en el sofá.

♦♦♦

Días después, mientras daba los últimos detalles a una pintura surrealista, siguiendo el estilo de Giorgio de Chirico, Miranda tocó a la puerta de mi taller. Yo le pedí que entrase y ella se mostró asombrada con todo lo que tenía en la habitación.

—¡Impresionante! —dijo con asombro.

—Gracias, hay una habitación de sobra aquí al lado, si gustas puedes instalar allí tu taller… Supongo que quieres retomar tus labores como escultora —sugerí.

—La verdad, vine a hablarte de nuestro sueño, ¿recuerdas? Queríamos fundar nuestra propia galería. Aunque la idea de tener mi propio taller me agrada.

—Queremos fundar nuestra galería de arte, no hablemos en tiempo pasado. Respecto al taller, puedes equipar a tu gusto la habitación de al lado. De hecho, me gustaría mandar a hacer una puerta para que ambas habitaciones se conecten.

—Me parece genial, muchas gracias. Y sobre los gastos que impliquen la instalación de mi taller, no te preocupes, yo me haré cargo —comentó.

—Como usted diga, mi estimada.

—Uy, qué elocuente —replicó con sorna.

—Solo por instantes.

—Prefiero el apasionado.

Se me acercó y me dio un beso que al principio se tornó tierno, pero, con el paso de unos segundos y el tacto entre nuestras lenguas, muy apasionado.

—Espera…, espera —dije.

—¿Qué? —replicó ella con picardía.

—Recuérdame contratar los servicios de un albañil para que inicie la instalación de la puerta.

—¿Se te olvida de aquí a más tarde?

—Posiblemente, después de hacerte el amor, termine en modo zombi.

Miranda dejó escapar una risa y me miró a los ojos. Su mirada siempre me atrapaba.

—Baboso, ni que fuese yo una sexy modelo de esas que aparecen en la revista Playboy—dijo.

—Esas no son de mi gusto, son puro plástico y silicona… me gustan las mujeres reales y auténticas. Mejor dicho, me gustas tú, y solo tú.

—¡Vaya! Pero qué bellas palabras —dijo con un dejo de asombro. Sus mejillas se ruborizaron—. Solo por eso te daré un merecido premio.

Estuvo mirándome fijamente antes de relamer sus labios. Entonces, con lentitud, descendió besando mi cuello, mi pecho y mi abdomen, hasta quedar de cara a mi entrepierna. El corazón se me aceleró y dejé escapar una risa traviesa cuando comprendí lo que estaba por hacer.

Jamás había llevado a cabo dicha práctica durante nuestros primeros años de relación, por eso me puse nervioso cuando desabrochó el botón de mis bermudas.

♦♦♦

Más tarde ese día, busqué en internet los servicios de un albañil local; me sorprendió saber que en el edificio vivía uno, el señor Ulises Molina. Luego, me comuniqué con Verónica para preguntarle sobre su regreso, a lo que respondió que a principios de abril estaría de vuelta, pues se estaba sincerando con sus padres respecto a su relación con Freddy.

Con el paso de los días, Miranda y yo comenzamos a hacer nuestras diligencias. Compramos todo lo necesario para que empezase a equipar la habitación contigua a mi taller. Eso nos llevó toda la mañana. Incluso fuimos a una ferretería para comprar dos latas de pintura gris, su color favorito.

Por la tarde, pasamos por el Espacio de canela para merendar y presentarle a Diego, quien para mi asombro ya se había topado con Miranda de casualidad. Ahí, ella entendió por qué me hice adicto a los roles y el chocolate caliente; los catalogó como los mejores de todo el país.

Con la llegada de otro día, Miranda se quedó pintando el que sería su taller de arte, mientras que yo bajé al piso nueve para ir al departamento del señor Molina. Le solicité sus servicios para la instalación de una puerta que conectase a ambos talleres. Él me dijo que era un trabajo sencillo, ya que solo necesitaba hacer la abertura y darle forma con un marco que contrastase con el diseño de las habitaciones.

Incluso subió a mi apartamento esa misma tarde para tomar las medidas y anotar lo que debíamos comprar al día siguiente en la ferretería. El señor Molina garantizó que no me costaría mucho dinero su servicio, alegando que donde más tendría gastos era en la compra de materiales.

Tal como habíamos acordado, el señor Molina y yo nos reencontramos en la recepción al día siguiente para ir a la ferretería. Fue él quien se encargó de escoger la mejor calidad en materiales y artículos que iba a necesitar para su trabajo. No tardamos ni una hora haciendo la diligencia, por lo que después de invitarle el desayuno en casa, bajó a su departamento en busca de sus herramientas.

Miranda tuvo que parar su labor de pintura para que el señor Molina trabajase en la instalación de la puerta, lo cual le llevó el resto de ese día y parte de la mañana siguiente. Debo decir que hizo un trabajo increíble, aunque tuvimos que pagar un servicio especial de limpieza para que sacasen todo el escombro y aspirasen el polvo que seguía sintiéndose en el ambiente.

Lo bueno fue que nuestros talleres se conectaban, y la idea de empezar a compartir ideas durante la realización de nuestras obras nos tenía emocionados.

Por la noche, cuando ya el servicio de limpieza terminó sus labores, acordamos ir a cenar en el restaurante francés que una vez Freddy me recomendó. Sin embargo, después de ducharnos y hacer el amor, optamos por pedir una pizza a domicilio, lo cual resultó una mejor idea, pues la improvisada cena nos permitió compartir ideas respecto a la galería de arte que queríamos fundar.

—Estaba pensando en comprar un local espacioso, ni muy grande ni muy pequeño, lo suficiente como para ambientarlo y convertirlo en una galería —comentó Miranda.

—Tendríamos que buscar en internet, de seguro encontraremos uno en una zona estratégica… Por otra parte, me gustaría también invertir en una librería, algo modesta, que mantenga las puertas de la galería abiertas en horario laboral de lunes a sábado. Así nuestras obras tendrían más visibilidad —sugerí.

—Eso me gusta, así cabe la oportunidad de generar empleo.

—Para ser solo un proyecto, esto es un mundo lleno de posibilidades. Creo que nos llevará años de esfuerzo mantener a flote nuestro sueño, pero a tu lado, será el más grande placer.

—Salud por eso —dijo, levantando su vaso con gaseosa—, por cierto, ¿cómo se llamará nuestra galería?

—No he pensado en eso, pero algo se me ocurrirá —respondí, después de dar un mordisco a una porción de pizza.

Ella terminó de comer su porción de pizza y se mostró pensativa. Mientras que yo, conforme saboreaba la combinación de salsa y queso, recordé a una persona a quien le debía mucho a pesar de no estar en nuestro plano terrenal.

—Creo que debo hablarte del señor Rodríguez —dije.

—¿Ese quién es? —replicó ella con aires de curiosidad.

—El señor Rodríguez fue alguien que me dio la oportunidad de seguir adelante cuando creí que lo había perdido todo.

—¿En serio? —preguntó asombrada.

—Sí —musité con un dejo de tristeza al recordarlo—, era un señor gruñón, solía regañarme seguido por lo despistado que estaba tras nuestra separación.

—¿Dijiste que fue alguien? —preguntó, haciendo énfasis en la palabra fue.

A esa pregunta apenas pude asentir, aunque después de respirar profundo dos veces, le hablé del señor Rodríguez y su influencia en mi vida.

—¡Vaya! Sí que fue un gran señor —dijo Miranda con admiración.

—Sí —musité, no se me ocurrió nada más que decir.

—El tiempo vuela y uno jamás olvida a la gente que se nos va... Yo sigo pensando a diario en papá y lo mucho que me hace falta, pero eso no me impide seguir adelante y aceptar que, simplemente, no hay nada que pueda hacer para sentirme mejor con esa ausencia.

—Eso es deprimente… Aunque, a fin de cuentas, la vida tiene bastantes momentos así… Supongo que no todo puede ser color de rosa.

—Detesto el color rosa —dijo con sorna —, a lo mejor por eso se me hace sencillo el don de la aceptación.

Esbocé una sonrisa y me mantuve pensativo mientras daba el último bocado a mi porción de pizza; estaba lleno.

—¿Qué te parece... Galería de Arte Contemporáneo Leonardo Rodríguez? —pregunté.

Miranda esbozó una sonrisa y asintió.

—Me encanta —dijo—. Es un merecido homenaje para alguien que marcó tu vida de buena manera.

A fin de cuentas, no pudimos terminar de comernos la pizza y la guardamos para otro día. Limpiamos lo que ensuciamos y luego nos fuimos a la cama, emocionados por la manera en que estaban surgiendo las cosas sin planificarlas demasiado.

Con el paso de dos días, encontré en la página web de una inmobiliaria la venta de un local en excelentes condiciones y a un precio que consideré aceptable, y más por las opciones de pago que nos ofrecían. Así que, una vez que me comuniqué con el propietario, pactamos un encuentro para recorrer el lugar y llegar a un acuerdo.

El local estaba ubicado en el este de Ciudad Esperanza, muy cerca del Instituto Nacional de Bellas Artes, lo cual nos resultó beneficioso y estratégico. Con tan solo echar un vistazo a las instalaciones del lugar, pude visualizar lo que sería nuestra galería, mismo que contaba en sus alrededores con un amplio estacionamiento.

No hicieron falta más reuniones para llegar a un acuerdo, porque esa misma mañana lo hicimos, aprovechando que el plan de pago consistía en un inicial del cuarenta por ciento y el resto del monto, fraccionado en seis cuotas trimestrales.

De igual manera, si tuvimos que esperar una semana para que redactasen los documentos de compra y venta, los cuales firmamos, tan pronto nos entregaron las llaves del local. El pago del monto inicial lo hicimos esa misma tarde, del cual se hizo cargo Miranda, pues en nuestro acuerdo personal, yo me encargaría de pagar el resto de las cuotas.

—Tenemos trabajo que hacer —le dije a Miranda mientras admirábamos nuestro local.

Miranda me tomó de la mano y la apretó con fuerza, como si estuviese asegurándose de que, en nuestro viaje por la vida desde ese instante, no estaba dispuesta a soltarme.

—El sueño ya es una realidad posible —dijo emocionada.

—Debemos venir por lo menos de lunes a viernes para limpiar, pintar y considerar los espacios de exhibición… También me gustaría contactar a un electricista para que eche un vistazo al circuito eléctrico, y a un fontanero para que revise la tubería de los baños.

—Me parece estupendo, y podemos consultar en Amazon los precios de todo lo que necesitaremos.

—Perfecto, eso podemos averiguarlo esta misma noche.

Di un beso en su mejilla y rodeé sus hombros con mi brazo, a lo que ella reaccionó con un cálido abrazo en el que recostó su cabeza sobre mi pecho. Estuvimos así durante varios minutos mientras seguíamos admirando nuestro local, emocionados por la posibilidad de cumplir el sueño que en años anteriores compartimos.

♦♦♦

Nos llevó poco más de dos semanas limpiar de lleno el local.

El depósito estaba lleno de ratas y cucarachas, por lo que nos vimos en la situación de llamar al control de plagas. Los electricistas se hicieron cargo de revisar todo el circuito eléctrico y el fontanero de las tuberías. Este nos reveló que la suciedad en el baño era tremenda y que requeriríamos de productos químicos para una limpieza profunda.

Terminábamos agotados cada día tras culminar nuestras jornadas de limpieza, y por las noches, cuando llegábamos al apartamento, después de ducharnos y cenar, encendíamos la laptop y entrábamos a Amazon para agregar a nuestro carrito todo lo que necesitábamos.

Las ofertas al por mayor nos vinieron de maravillas, y para nuestro asombro, conforme más productos agregábamos al carrito, notábamos que podíamos cubrir la inversión sin recurrir a préstamos.

Era necesario invertir todo nuestro dinero, pero no tendríamos deudas con nadie, lo cual era una ventaja que nos calmaba conforme pasaban los días. Por otra parte, cuando los electricistas y el fontanero terminaron con sus labores, le pedí a uno de ellos que se encargase de iluminar el ambiente, con bombillas potentes y poco consumo de energía.

El trabajo de iluminación nos retrasó la labor de pintura, por lo que nos centramos en nuestras compras en Amazon. En cuanto a la inversión para la librería, y considerando que no teníamos conocimientos respecto al manejo de un negocio como ese, nos vimos en la situación de presentar nuestro proyecto a una inversionista.

Se trataba de la señora Yolanda Jiménez, que se mostró complacida y emocionada con nuestra sociedad; no dudó a la hora de apoyarnos.

Cuando terminaron con la instalación del sistema de alumbrado, por fin pudimos iniciar con la pintura de las paredes. Nos llevó un par de semanas, ya que optamos por dos colores: gris claro y blanco. Entonces, tan solo faltaba que nos llegase nuestro pedido de Amazon, cuyo envío se tardó poco más de un mes, casi junto con la llegada de una Verónica emocionada.

Verónica, que más allá de renovar su apariencia con un nuevo corte de cabello, muy relajada y siguiendo las tendencias de moda de la época, me sorprendió al revelar su noviazgo con Isaías, quien estuvo con ella en Los Olivos conociendo a los Cárdenas.

—Ya sabía yo que entre ustedes, las cosas terminarían en una relación —dije mientras ayudaba a Verónica con su equipaje. La había ido a buscar en la terminal.

—Isaías es un encanto, agradó a mis padres desde el primer momento y me ayudó a revelar lo que me sucedió con Freddy —dijo.

—Sé que es un buen tipo, pero creo que no se dieron tiempo suficiente para conocerse mejor.

—Para eso tenemos toda una vida, ¿no crees? Pero bueno, eso poco importa. ¿Qué me dices de ti, aprovechaste tu soledad? ¿A cuántas llevaste a la cama?

—No me consideres un picaflor, Verónica, tú sabes que no me gustan esas cosas.

—Tan lindo y tan bueno que estás, y nada que aprovechas esa juventud, querido.

—Yo la aprovecho a mi manera —repliqué.

Verónica no tenía idea de mi reconciliación con Miranda. Quería que fuese una sorpresa, pues era la única que sabía los detalles de mi romance con ella.

—Hogar, dulce hogar… Aunque no por mucho tiempo —dijo cuando entramos a la sala de estar.

—¿Qué quieres decir? —pregunté confundido.

—Todo a su debido momento, querido, la paciencia es una virtud de sabios —respondió con voz socarrona.

—¡Axel, cariño! Estoy en el jardín —exclamó Miranda desde la azotea.

Verónica esbozó una sonrisa traviesa y me miró de soslayo, aguantando las ganas de decir algo.

—Bueno, tal parece que te has divertido —dijo finalmente.

—Nunca cambias, Verónica… Mejor subamos, hemos preparado una lasaña de bienvenida —revelé.

Ambos subimos a la azotea para encontrarnos con una Miranda arreglada para la ocasión. Con ese hermoso vestido blanco que llevaba durante nuestro reencuentro y un delantal rosado que la hacía lucir maternal.

Verónica se mostró asombrada cuando se percató de que era ella, incluso se ruborizó y se mantuvo silenciosa hasta que Miranda le preguntó si deseaba queso parmesano adicional en su porción de lasaña.

—Sí, pero solo un poco, gracias —dijo Verónica.

Era el inicio de una tarde preciosa, poco soleada, con una fresca brisa. De igual manera, había instalado un toldo para tener una mejor sombra.

—Axel me ha hablado mucho de ti, Verónica, de lo talentosa y aplicada que eres. Me parece increíble que estés haciendo dos maestrías para complementar tu licenciatura —le dijo Miranda.

—Axel también me ha hablado mucho de ti, y más que un placer, es un honor conocerte —respondió Verónica.

—El placer es todo mío, y espero poder servirte de guía en lo que a la escultura respecta.

—Serás la mejor tutora —interviene—, y permíteme que te robe la atención de Verónica, pero le quiero hacer una pregunta.

—¿Qué pregunta? —replicó Verónica, luego de dar un bocado a su lasaña—, ¡vaya! Es delicioso.

—Gracias, eres muy amable —dijo Miranda.

—Sí, muy delicioso de verdad, más que todo por la salsa bechamel —resalté—, y en cuanto a ti, Verónica, ¿qué quisiste decir hace rato? Conque este no será tu hogar por mucho tiempo.

Verónica se ruborizó con mi pregunta, pero no se inmutó; de hecho, respondió con total seguridad.

—Isaías comprará un departamento en este edificio, así que me mudaré con él y seremos vecinos —dijo emocionada.

—¡Qué bueno! Felicidades —exclamó Miranda.

—¿No están yendo muy rápido en esta relación? —pregunté un tanto inconforme.

—Al principio creí que sí, pero Isaías y yo somos el uno para el otro… Él me quiere, me respeta, me apoya y hace todo lo que puede con tal de hacerme feliz. Ha hecho más que Freddy en el poco tiempo que tenemos conociéndonos. Tengo la certeza de que él es mi hombre ideal.

—¿Freddy? —preguntó Miranda.

—Larga historia, luego te la contamos —respondí—. Bueno, Verónica, voy a respetar tus decisiones, pero sabes que tengo el derecho de aconsejarte y pedirte que reflexiones antes de tomar una decisión tan importante.

—Tú tienes el derecho de impedir que me vaya con él. Yo te debo la vida, pero sé que no harás tal cosa.

Sus palabras me dejaron sin habla. Tal era su confianza en mí que me dejaba tomar esa decisión por ella. Aun así, preferí dejar que viviese a su manera y gozase de la libertad que Miranda y yo estábamos gozando.