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Capítulo 29: Lucha emocional

Axel

 

 

 

 

Freddy y yo caímos al suelo tras mi embestida, y sin dejar que este se levantase y defendiese, lo retuve hasta lograr quedar sobre él, en una posición favorable que me permitió golpearlo en repetidas ocasiones.

No me detuve por el cansancio, ni la sangre, ni mucho menos por lo irreconocible que empezaba a quedar su rostro, aun cuando mis manos me dolían por el impacto de mis puños contra sus dientes; perdió algunos.

No tuve un mínimo de compasión, ni siquiera cuando supe que estaba noqueado, aunque sí me levanté para echar un vistazo hacia Verónica, que yacía tendida sobre el regazo del señor que me acompañaba mientras llamaba este a emergencias.

Verla en ese estado me hizo enfurecer mucho más de lo que estaba, así que empecé a patear a Freddy en la cabeza y sus costillas, esto conforme el señor me pedía a gritos que me detuviese. Sin embargo, no le hice caso, y menos cuando vi una roca grande con la que consideré ponerle fin a su vida; había caído al peor punto de mi humanidad.

Levanté la roca con poco esfuerzo, ya que la ira me brindaba la fuerza que el cansancio me había arrebatado. El agotamiento en mis brazos no me detuvo cuando me acerqué a Freddy.

No titubeé cuando posicioné la roca a la altura de su cabeza, eran bastante claras mis intenciones, pero una voz repentina y aterrada me detuvo.

—¡No, detente! ¡No lo hagas! —exclamó el señor aterrado.

Su grito fue escalofriante, me llegó a la parte consciente de mi razonamiento.

—¡Ya los paramédicos y la policía vienen en camino! —aseguró.

La roca de repente pesó el doble cuando la alejé de la cabeza de Freddy, pero por desgracia, se me resbaló y cayó sobre su brazo izquierdo.

El crujido de su hueso me hizo comprender que había cometido un gran error, por lo que alarmado intenté quitar la roca para toparme con una escena desagradable y sangrienta.

Varios minutos pasaron desde entonces, no sé cuántos exactamente. Verónica seguía desmayada cuando finalmente llegó una ambulancia y dos patrullas. Los paramédicos se centraron en los heridos, y los agentes de la policía en tomar nuestras declaraciones. Por ende, me arrestaron preventivamente por intento de homicidio.

No tuve la oportunidad de agradecerle a ese señor por ayudarme a salvar a Verónica, a quien ya estabilizaban junto a Freddy para llevarlos al hospital. De hecho, no volví a verlo en mi vida.

Tal vez su único propósito era ayudarme en ese suceso que pudo terminar mal si no hubiésemos llegado a tiempo.

Al llegar a la estación de policía, exigí mi derecho a una llamada para contarle todo a Ángela, a quien le pedí que cuidase de Verónica mientras que yo resolvía mi problema con la ley.

Por suerte, no pasé mucho tiempo detenido gracias a las declaraciones de ese señor, quien alegó que todo fue en defensa de Verónica; por eso fui puesto en libertad al día siguiente.

Lo primero que hice al salir de la estación de la policía, fue ir al hospital sin cambiarme de ropa o al menos ducharme; quería saber el estado de Verónica.

En el complejo hospitalario, fui increpado por un par de abogados que me amenazaron con una demanda por haber herido a Freddy, de quien hablaron como si fuese un producto; eran representantes legales del club de fútbol profesional en el que jugaba.

No le di importancia a esos imbéciles.

La verdad es que tenían todas las de perder si me llevaban a juicio, pues Freddy tenía antecedentes penales relacionados con la agresión física que perpetró contra Verónica aquella noche en el callejón. Así que les hice saber que perdían el tiempo con sus amenazas y los mandé a la mierda por defender a alguien que estuvo a punto de matar a quien, se suponía, era el amor de su vida.

Me tomó poco más de diez minutos encontrar la habitación en que Verónica estaba internada, en la sala de emergencias, y donde me encontré con una Ángela afligida y preocupada que me abrazó antes de romper a llorar.

—¿Qué pasó? ¿Cómo está Verónica? —pregunté.

—Hace rato hablé con los doctores y dijeron que posiblemente presente un grave daño cerebral… Harán unos estudios para asegurarse y ver si es necesario o no intervenir con una serie de cirugías —respondió.

—¿Puedo ir a verla? —pregunté preocupado, en el fondo no me sentía capaz de hacerlo.

—No, deben estabilizarla primero —respondió con voz entrecortada.

Las horas que transcurrieron fueron estresantes, no sabíamos nada del estado de Verónica, y cada vez que consultábamos a los doctores, estos alegaban que estaban realizándole estudios para despejar toda clase de dudas.

Fue frustrante enfrentarnos a esa situación, porque de haber insistido a que me acompañase cuando nos encontramos en el Espacio de canela, hubiese evitado toda esa desgracia.

♦♦♦

Casi dos semanas después, en medio de la incertidumbre y los pronósticos poco favorables de los doctores, finalmente pudimos ver a Verónica.

Ángela y yo nos aliviamos cuando volvimos a ver sus ojos, de los cuales empezaron a brotar lágrimas de lo que supusimos era un profundo sentimiento de culpa y vergüenza.

Lo bueno fue que los primeros resultados arrojaron un leve traumatismo craneal, aun con la cantidad de golpes que recibió. El resto de sus heridas eran lesiones y una fractura en su muñeca izquierda. Eso nos alegró en gran medida porque sabíamos que no hacían falta intervenciones quirúrgicas, aunque los horrendos moretones en su rostro y parte de su cuerpo nos hicieron entristecer.

—Me da gusto saber que estás fuera de peligro —le dije a Verónica durante la hora de visitas.

—No le digan nada a mis padres —replicó avergonzada.

—Que no te preocupe eso por ahora, lo importante es que estás bien —le dijo Ángela.

Verónica rompió a llorar, avergonzada por haber dejado que la situación con Freddy se le escapase de las manos.

—Perdóname, Axel —musitó en medio de sollozos.

—No hay nada que perdonar, no te preocupes. Concéntrate en tu recuperación —dije para animarla.

—Es que…, es que…, yo mentí para protegerlo —insistió.

—No te mortifiques con eso —intervino Ángela.

—Sí, todos cometemos errores cuando estamos aterrados —continué.

—Tú raras veces tienes miedo —replicó Verónica.

—Te equivocas… Porque de nosotros tres, soy el más cagón.

Solo así, Verónica esbozó una sonrisa titubeante, y ya eso era un gran avance en otra lucha que debíamos priorizar: la emocional y mental, pues siempre que recordaba lo sucedido con Freddy, se echaba la culpa por haber sido débil y vulnerable.

No era fácil hacerla entrar en razón, e incluso nos vimos en la necesidad de pagar los servicios de un psicólogo, cuya intervención fue esencial en su recuperación.

Los mejores días eran aquellos en los que Verónica se mostraba optimista respecto a su recuperación, en los que alegaba retomar su formación profesional haciendo dos maestrías. Ángela y yo, que nos turnábamos en nuestras visitas cuando teníamos compromisos personales, la alentábamos a diario a luchar para encontrar a la mejor versión de sí misma.

Pero, a pesar de esos días de optimismo, hubo una tarde en la que se le notó muy afectada, cuando supo que, tras varias cirugías plásticas, una reconstrucción de dentadura, la amputación de su brazo izquierdo y una recuperación rápida para lo que representaba su estado, Freddy fuese llevado a la Prisión Federal de Ciudad Esperanza.

No supimos qué fue lo que pasó en realidad, pues no se habían llevado a cabo procesos legales en mi contra, ni nos enteramos de nada respecto al arresto de Freddy, aunque algunas enfermeras alegaron que un grupo de investigadores lo interrogó y confesó que intentó asesinar a Verónica aquella tarde.

Verónica lamentó el destino de Freddy, a quien seguía queriendo por los gratos momentos que vivieron juntos antes de su recaída. Eso me llevó a preguntarle por el momento de declive en su relación, y no se inmutó al revelar el punto exacto en que todo se fue al abismo.

—Freddy y yo planificábamos nuestra boda —reveló—. Estábamos de lo más emocionados, y él cada día me demostraba su amor de una manera especial. Incluso hablamos de la posibilidad de formar una familia… Además, a ambos nos iba bien en nuestras carreras. Yo venía de generar buenos ingresos con dos obras, y a él, un equipo de fútbol francés estaba a punto de ofrecerle un contrato de dos años.

—Tuvo que pasar algo muy grave para que decayese de tal manera —comentó Ángela, quien seguía asombrada con la realidad de Freddy; nunca le habíamos hablado de su problema.

—Todo comenzó con una llamada de sus padres, quienes dejaron de financiar sus lujos y enviarle dinero —reveló Verónica—, pero eso no fue el problema, sino la crueldad de estos al revelarle que tendrían otro hijo y no querían saber nada de él, que ya no lo necesitaban. En otras palabras, lo abandonaron y cortaron lazos con Freddy.

» Eso le causó un severo daño emocional, y ni siquiera nuestra estabilidad económica, y el hecho de que considerábamos casarnos, pudo con el pesar que afrontó. Ya desde entonces, aunque su cambio fue progresivo, todo se vino abajo. Freddy mostró su recaída gritándome, luego empujándome y finalmente dándome una golpiza por pequeñas discusiones que tenían solución si nos sentábamos a hablar con tranquilidad.

—Por eso estabas toda golpeada aquella tarde —dije al recordar nuestro encuentro.

—Sí, y justo esa tarde le había dicho que íbamos a terminar nuestra relación, lo cual no se lo tomó bien y me retuvo con amenazas de muerte que me petrificaron. De no haber sido por ti, Axel, hubiese muerto.

Sentí un escalofrío cuando Verónica dijo esas últimas palabras, mientras que Ángela se mostró asombrada y aterrada. Conocer la otra cara de Freddy hizo que se le erizase la piel.

—Fue suerte, o tal vez casualidad, que nos encontrásemos en el Espacio de canela —dije con una sensación de peso agobiante sobre mi pecho.

—Quiero creer que fue un acto inconsciente de la parte buena de Freddy, quien a lo mejor quiso toparse contigo para que me alejases de él —replicó Verónica.

—Supongo que es mejor preservar esa idea, y también los recuerdos de la versión buena de Freddy… Esperemos que en prisión se regenere y su estancia ahí sea por un periodo corto de tiempo —dije con un dejo de arrepentimiento al recordar la golpiza que le propiné.

—Sé que estás arrepentido de lo que le hiciste, cariño —dijo Ángela—, pero no debió ser fácil asimilar una escena como la que viste, y aunque actuaste por impulso, fue en favor de la vida de Verónica.

—Exacto, y mírame ahora —intervino Verónica con un dejo de emoción. Las sesiones con el psicólogo habían dado buenos resultados—. Ya estoy casi lista para retomar mi vida, aunque los doctores insisten en que necesito reposo y otros exámenes.

Yo las miré agradecido por sus palabras y me tranquilicé un poco; persuadí los recuerdos de aquella tarde fatal.

La lucha emocional fue por parte de todos nosotros. Una batalla interna y personal en la que cada uno tuvo que demostrar una sólida fortaleza mental.

Verónica aceptó sus errores y aprendió de ellos que lo mejor era dejar el pasado atrás y seguir luchando por sus metas.

Ángela comprendió que una primera impresión no muestra la realidad de quién eres, pues Freddy demostró ser un hombre sin consciencia al sucumbir ante la ira.

Mientras que yo, aprendí de la peor manera a valorar la vida de quienes me rodean, pues de no haberme distanciado de Verónica, las cosas hubiesen sido diferentes.