Cuenta la leyenda que hace mucho tiempo, en un lugar muy lejano, dos mares se tocaban en un punto. Sus aguas se unían en caricias sutiles y un romance inaudito. Los dioses marinos, que habían acostumbrado a luchar por delimitar su parte, dejaron de hacerlo. Osya y Beli se convirtieron en amantes, y su amor líquido se mecía y sentía en las olas y en la brisa de sal.
Sin embargo, no todos los dioses lo aprobaban. La diosa Tierra, habituada a las atenciones de Beli bajo sus aguas, dejó de sentir su roce y comenzó a llamarlo con nuevas especies marinas, corales rosados y plantas de colores y formas increíblemente bellas. Aun así, su adorado Beli ya estaba lejos. Pasaba las noches enredado con las olas de Osya y mirando el cielo.
La diosa Tierra, despechada, un día lanzó un rugido furioso y triste, y de las profundidades del agua se erigió un terreno vasto y fértil que se interpuso entre los amantes para siempre.
De las lágrimas de ambos, en ese territorio brotó la vida y se dividió en dos de manera natural. Del lamento de Osya nació Vadhalia, al oeste, que se convertiría en zona mágica salpicada por la esperanza de su corazón agrietado. Del pesar de Beli se alzó el reino humano de Cathalian, al este, mucho más terrenal y
melancólico. A los Hechiceros se les cedió la punta norte; a las brujas, Hijas de Thara, la punta sur. Y, cuando la luna bañó con su luz una pequeña laguna en el pico más cercano a Osya, las Sibilas de la Luna brotaron de siete flores.
Durante mucho tiempo, los linajes vivieron en paz, en una armonía que tardaría en hacerse pedazos.
Pero la historia nos ha enseñado una y otra vez que el poder es capaz de corromper al alma más noble.
Igual que el amor...