Podre no ser tan fuerte como él, pero subir a Santiago no es una tarea difícil, basta con hacerle escalón y ayudarlo un poco para que logre alcanzar la mano de Rubén.
Ahora es mi turno, solo tengo que repetir lo mismo y será suficiente. Tomo un poco de distancia para el primer impulso, salto hacia la pared, doy un segundo salto contra ella y alcanzo mucha más altura que la última vez… sin embargo, durante una fracción de segundo todo se vuelve borroso por un segundo haciéndome perder el ritmo.
El fuerte agarre de Rubén me hace recobrar el sentido, le respondo con uno igual de firme para alcanzar la cima.
—Y habías dicho que tu habilidad no serviría de nada —exclama riéndose estando los tres arriba.
—¿Estas bien? —pregunta Santiago al notar mi desorientación.
—Si… Solo me maree en medio del salto —me recargo un momento en el tambaleante barandal del pasillo para regular mi respiración.
—¿Seguro…? —reitera su pregunta un poco consternado.
—Si… debe ser por el golpe de hace rato… creo que aún estoy un poco aturdido.
—¿Entonces que hacemos aquí parados como idiotas? —pregunta Rubén—, vamos a tu habitación, ahí podremos relajarnos y pasar la noche, estoy seguro que ningún zombi fue, es o será capaz de subir hasta acá.
—A menos que ya estuvieran aquí desde un principio —masculla Santiago con voz temerosa lo que nos pone en guardia a ambos.
En vez de ir directamente a mi habitación revisamos cada una de ellas en nuestro camino, es mejor evitar que nos tomen por sorpresa después.
Todo dormitorio tiene señas de que la entrada fue forzada… a excepción de uno al fondo: el mío.
—Deja vu, ¿No creen? —dice Rubén con una risa nerviosa estando los tres frente a mi puerta cerrada con llave.
—No digas esas cosas… —responde Santiago mordiéndose el labio por miedo.
—Entonces a un lado, la derribare —exclama levantando en alto su maza.
—No, no, silencio… —susurro mientras acerco mi oído a la puerta al escuchar algo desde el interior—, hay alguien dentro… y no creo que los petrificados sepan poner llave desde dentro.
—Eso no quita que puedo tirarla para entrar —contesta levantando de nuevo su maza.
—Nada de romper cosas… puede que sea mi compañero de cuarto —le contesto en voz baja para acto seguido tocar a la puerta— ¿Isaías? Soy yo, Marco ¿Estás ahí?
No hay respuesta, solo pasos aparentemente tímidos acercándose desde dentro. Quizá no está seguro si es buena idea abrirnos… no éramos exactamente buenos amigos como para confiar de manera ciega el uno en el otro en una situación asi.
Volteo a ver a Rubén quien, de nuevo, levanta su maza sugiriendo que tirar la puerta aún es una opción.
—Puede que no sea tu compañero —añade Santiago entre susurros—, podría ser alguien más que está usando el lugar como refugio…
Esa es una posibilidad, pero con solo dos juegos de llaves veo difícil que alguien haya podido entrar sin romper la cerradura…
—No tienes nada que temer si no eres Isaías, no queremos problemas… solo te aviso que abriré con mis llaves en unos momentos… —de nuevo no hay respuesta asi que quito el seguro y abro la puerta lentamente— ¿Hola…?
Me asomo esperando ser recibido por Isaías, algún vecino o incluso por un completo extraño… pero lo que no esperaba era un portazo en la cara, y no uno "normal", sino una embestida con la fuerza de un toro que arranca la puerta con todo y bisagras.
Desde el suelo y tras el shock abro los ojos poco a poco, a mi derecha Santiago se aferra a su martillo con fuerza pero completamente paralizado por el miedo con su mirada clavada en dirección a Rubén, quien a mi izquierda, se encuentra forcejeando con el petrificado.
Me recargo en el barandal en un intento de levantarme, pero es tan inestable que apenas y me sirve de apoyo. Los estragos de todo lo que ha pasado en este par de días me empieza a cobrar factura, todo me duele, especialmente la cabeza y el hombro derecho, pero no puedo distraerme por ello, tengo que ayudar a Rubén.
Tomo mi hacha y me abalanzo hacia el petrificado acertándole un golpe en la espada, no obstante, esta tan ofuscado en arrancarle la cara a Rubén que pasa de mí. Agarro cada extremo de mi arma y, desde detrás de esa cosa, pongo el mango entre sus colmillos y jalo con fuerza para quitárselo de encima como si se tratase de un perro rabioso.
Al ver sus movimientos restringidos, el petrificado intenta zafarse de mi agarre atacándome con sus garras, sin embargo, en un muy temerario movimiento, Rubén suelta su maza y lo toma de las muñecas.
—¡No lo sueltes…! —masculla con dificultad rivalizando con la inmensa fuerza del petrificado.
Forcejeamos hasta encaminarlo hacia el barandal, con el objetivo de hacerlo caer como hicimos en aquella oficina, aunque… como es de esperar, esa cosa se opone y pelea de manera más violenta hasta que termina pateando a Rubén en la entrepierna, haciéndolo doblegarse de dolor. Con solo mi fuerza contra la suya, soy incapaz de contenerlo y se suelta.
En un intento de recuperar el control de la situación levanto mi hacha y apunto hacia su cráneo, sin embargo, como si de un instinto vestigial se tratase, el petrificado levanta sus brazos para protegerse, deteniendo mi golpe y recibiendo todo el daño en el izquierdo. Evito perder el tiempo asombrándome por sus reflejos por lo que doy un paso atrás para dar un segundo golpe, ahora apuntando hacia sus costillas, obteniendo un resultado similar.
Se defiende del golpe y este aterriza en su brazo izquierdo nuevamente, pero con la suerte a mi favor, ya que da justo en su codo, que sumado con el daño previo, causa que su extremidad se rompa y caiga al suelo, haciéndolo rugir de tal manera que pareciera que sufre.
Tal seña de… ¿dolor? me deja pasmado por una milésima de segundo, suficiente para que el petrificado tome la delantera y me embista contra el barandal. Intento protegerme con el mango del hacha para que no me clave sus colmillos en el proceso, sin embargo, estos terminan enterrándose en mi mano izquierda y sin darme un momento para procesar ese dolor me clava las garras de su mano restante en mis costillas.
Con tanto sucediendo a la vez, no me percato de que con ese impacto, el débil barandal termina de ceder llevándose consigo una parte del suelo bajo mis pies. El petrificado ni siquiera se digna a caer conmigo, me suelta en el último momento como si comprendiera la situación.
En el último segundo, logro sostenerme del borde a costa de un dolor infernal en mi hombro derecho que siento que esta por dislocarse. Debajo de mí, escombros y las varillas metálicas del barandal es lo que amortiguarían mi caída, sin mencionar al par de petrificados que se vieron atraídos por el ruido.
—¡Rubén! ¡Ayuda! —suplico al verme acorralado.
Alcanzo a ver como ya se recuperó de aquella patada… pero los gritos de auxilio de Santiago opacan los míos, de alguna manera se ganó la atención de esa cosa, la cual, mientras regenera su brazo se dirige hacia él.
Fue solo un segundo, pero vi claramente como Rubén y yo hicimos contacto visual, en ese instante pude notar la angustia, el pánico y la indecisión en su mirada… para luego correr en dirección de Santiago dejándome de lado.
La pregunta de "¿a quién salvarías si dos personas estuvieran al borde de un precipicio?" suele ser un juego, pero es una sensación… extraña… la de darte cuenta de que no eres la opción a elegir, pero es algo que ya sabía, entre yo y quien es su amigo de verdad la decisión correcta es clara, lo he sabido siempre.
La fuerza de mi agarre se desvanece,… el dolor en mi hombro es cada vez más intenso y las heridas abiertas arden como si estuvieran en llamas…
Con una voluntad férrea que no sé de dónde viene, logro mantenerme sujetado al borde exprimiendo cada gota de fuerza, llegando al extremo de usar mi otro brazo lastimado para intentar subir por mi cuenta, ignorando el desgarrador dolor que me causa.
Cuando siento que estoy por desfallecer, sin haber logrado subir y con mis músculos entrando en fallo siento como alguien me jala hacia arriba con una fuerza inhumana.
En el momento en que me doy cuenta que ya no estoy por caer mis músculos… se apagan, casi en un sentido literal. Jadeo de dolor y agotamiento en el suelo mientras también escucho la respiración pesada de Rubén a mi lado.
La adrenalina del momento empieza a disminuir y en respuesta el dolor escala exponencialmente haciendo que me retuerza y haga mi mejor esfuerzo por no gritar.
◆Nueva habilidad Pasiva Aprendida◆
◆PLUS ULTRA – Vas más allá de tu limites en momentos de vida o muerte pero a un costo◆
Rubén dice algunas cosas a Santiago que no logro comprender y de un momento a otro siento como me levantan del suelo entre los dos, me llevan al interior de mi habitación, dejándome en lo que creo que es mi cama. No logro procesar sus palabras, solo puedo pensar en el dolor tan intenso que nubla mi mente… hasta que… todo se torna negro.
Abro los ojos, veo el techo blanco de mi habitación, el que siempre veía al despertar… ¿Todo fue una pesadilla?
El dolor me devuelve a lo que, por desgracia, es la realidad.
—¿Cómo te sientes? —desde el pie de la cama me habla Rubén intentando disimular su afligida expresión—, mientras dormías te hicimos tomar unos analgésicos… supusimos que era mejor a esperar a que despertaras.
Con dificultad me logro sentar en la cama, en el proceso noto unos vendajes improvisados hechos de ropa rasgada cubriendo mis heridas, sin embargo, ya casi no siento dolor en ellas, más probable debido a la petrificación que a los analgésicos.
—Estoy mejor… solo me duele el hombro… —Rubén evita mirarme a los ojos, probablemente siente culpa… pero prefiero que evadir ese tema— ¿Y Santiago?
—Sigue buscando comida y medicina en otras habitaciones, ya las despejamos, estamos seguros de que no hay más zombis.
—Entiendo…
—Estuviste inconsciente unas horas… —se sienta en la cama de Isaías mirando el suelo. Emana culpabilidad por todos lados y por desgracia pareciera querer hablar de ello.
—El conseguir medicinas será útil en un…
—Perdón… —me interrumpe con una disculpa a lo que no sé cómo responder.
—Los petrificados son fuertes, fue inevitable vernos superados asi —contesto tras unos segundos de silencio.
—No… cuando estabas en el borde, a punto de caer… no te ayude… debí haber hecho eso primero, logre hacer caer a ese zombi, pero tú también estuviste a punto de… —hace una pausa como no queriendo decir en voz alta lo que pudo haber pasado—, lo correcto hubiera sido ayudarte para luego ayudar juntos a Santiago…
—Él hubiera no existe… —respondo con un tono más melancólico del que querría—, en momentos críticos no hay mucho tiempo para pensar.
—Lo sé pero…
—Los tres estamos vivos, es lo que importa.
—Pero es que… —no logra terminar la oración, no hay más cosas que se puedan decir—. Yo… lo siento…
—Solo hay que seguir adelante —respondo fingiendo una sonrisa.
Entiendo plenamente su situación, entre salvar a tu mejor amigo o a un conocido con el que solo solías almorzar, cualquiera sabe la respuesta. Rubén solo lidia con la culpa que cualquiera sentiría en una situación asi, es lo que pasa cuando se elige salvar una vida sobre la de otra persona pero al final ambos sobreviven, aun asi, pensar en ello no nos servirá de nada, las cosas son como son y a mi… en realidad… no me importa.
Tras unos minutos que se sienten como horas Santiago entra en la habitación rompiendo el incomodo silencio entre ambos.
—Supongo que quien se refugió aquí ya había inspeccionado las demás habitaciones, no encontré mucho más… —tras percatarse de mi se acerca con una sonrisa de alivio—, que bueno que despertaste… nos tenías preocupados.
—Ya estoy mejor.
—Eso de hace rato fue… muy intenso, no pensé que una de esas cosas saldría de aquí dentro.
—Probablemente ese petrificado era Isaías.
—Puede que… —Santiago asiente dándome la razón.
—No podemos estar seguros —dice Rubén en un intento innecesario de reconfortarme—, quizá el siga allá afuera y esta persona solo uso la habitación como refugio.
—Si… puede que… —respondo sin ánimo, con mis ojos en el juego de llaves de Isaías en su mesa, pero sin ganas de discutir, después de todo, al igual que con Rubén, él y yo solo éramos conocidos, compartiendo cuarto por mera casualidad.
—En cualquier caso nos ahorró mucho trabajo, aquí hay bastantes cosas que deben provenir de otros cuartos —añade Santiago dejándome ver comida que ciertamente no estaba aquí la última vez que estuve.
Ambos se ponen a llenar las mochilas y la maleta con todo lo que nos podría ser útil, yo vuelvo a recostarme, estoy muy cansado y en este momento solo quiero… no estar despierto.
26 de Julio de 2021
Día 4
Después de lo que creo que son varias horas de sueño me despierto igual o más adolorido, especialmente en el hombro. Creo que el efecto de los analgésicos debió haberse pasado.
Veo mi mano izquierda, la petrificación es visible alrededor de las vendas por lo que ya no tiene caso mantenerlas. A diferencia de otras veces esta se extendió más allá de la herida, incluso creo que las costras en mi hombro y antebrazo lo hicieron más de lo normal en un par de horas. Supongo que la teoría de que la petrificación se acelera entre más "infecciones" recibes era cierta.
Sumado a ello… es ligero, pero siento dolor o incomodidad al moverme, especialmente en la piel y músculos alrededor de las costras.
Me levanto intentando no hacer ruido para tomar un poco de agua. Santiago esta acostado en la cama de Isaías y Rubén esta dormido en el suelo sobre unos tendidos improvisados.
—¿Cómo amaneciste? —pregunta Santiago quien se despertó pese a mi intento de ser sigiloso.
—Mejor… creo, la petrificación se encargó de la mayoría del dolor… pero no es algo realmente reconfortante —respondo mientras me acabo el agua de una botella, por suerte aun nos quedan unas pocas.
—Entiendo… esperemos que no empeore.
Con la luz de la mañana y tras alistar nuestras cosas, emprendimos nuestro viaje de vuelta. Este lugar no es mal refugio, pero la subida tan inaccesible también se puede tornar en nuestra contra, aparte estamos alejados de cualquier fuente de agua.
Al salir de la habitación me percato de que Rubén lleva aún más equipaje del que habíamos preparado.
—¿Acaso esa es…?
—Oh, sí, no te lo comente, vi a "La Mamalona" mientras buscábamos comida en tu cuarto —me empieza a explicar—, se me ocurrió tomarla… aunque como te la había dado quizá debí habértela pedido de vuelta o algo…
—No, no, es tuya, solo había olvidado que estaba aquí —le contesto mientras bajo con cuidado de no forzar más mi hombro.
Tomamos el mismo camino por el cual llegamos, con la diferencia de que esta vez no tuvimos ninguna sorpresa o encuentro desagradable. Finalmente, una vez en nuestro refugio, desempacamos y comemos un poco. El ambiente se mantiene un tanto tenso y silencioso desde que salimos de los dormitorios, supongo que nuestra "aventura" solo nos abrió los ojos con respecto a que este mundo… esta nueva realidad… es dura.
27 de Julio de 2021
Día 5
Una violenta sacudida me despierta súbitamente. Abro los ojos solo para cruzar miradas con Santiago quien está igual de confundido que yo y temblando por el miedo…
No, espera… es el edificio el que está temblando.
—¡Salgamos de aquí! —me grita corriendo con dificultad hacia la salida.
—¡Vamos! —grito yendo detrás de él… hasta percatarme de que nos falta alguien. Volteo hacia su dirección donde se mantiene durmiendo plácidamente—. Tienes que estar bromeando…
Me detengo en seco y corro hacia Rubén, dejo toda educación y delicadeza de lado para sacudirlo con todas mis fuerzas mientras golpeo sus mejillas.
—¡Despierta maldita sea! ¡Es un jodido terremoto!
Sus ojos se abren como platos y con una mirada rápida al lugar cayéndose a pedazos comprende la situación. Se levanta de un salto y empieza a correr jalándome de la muñeca sin decir nada pero con una expresión tan llena de pánico como la mía.
—¡¿Y Santiago!?
—¡Ya está fuera! ¡Tu sigue corriendo!
Las fisuras en las paredes se convierten en enormes grietas que causan que todo se desmorone, las ultimas ventanas medianamente completas revientan, lo que era el segundo piso empieza a caer sobre nosotros a pedazos y detrás de nosotros un agujero en el suelo engulle todo a su paso como si nos estuviera persiguiendo.
Cruzamos la salida sin disminuir la velocidad ni cuestionarnos a donde fue la columna que antes la bloqueaba, continuamos corriendo hasta alcanzar a Santiago, quien intenta recobrar el aliento ya suficientemente lejos.
—¿¡Qué diablos fue eso!? —exclama Rubén abrumado por la situación mientras ninguno puede apartar la mirada de la inmensa nube de polvo que se cierne sobre los restos del edificio y los de los alrededores.
—No tengo idea… —responde Santiago—, no sé qué clase de terremoto solo afecta un área tan pequeña.
Siguiendo su mirada nos damos cuenta de que los salones y oficinas un poco alejados parecen estar completamente intactos.
—El piso a nuestro pies empezó a desaparecer allá adentro, la tierra se tragó la mitad del lugar.
—Como un… ¿Socavón? —pregunta Santiago.
—¿Un qué?
—Un socavón —le explico—, agujeros como el que nos encontramos al lado del edificio donde nos atacaron ayer, este ya no es un lugar seguro.
—Tenemos que entrar por nuestras cosas —responde haciéndome caso omiso.
—¡No! —refuta Santiago—, es demasiado peligroso, si lo que dicen es cierto, un paso en falso y podríamos caer quien sabe cuántos metros, sin mencionar el riesgo de réplica.
—Tampoco podemos quedarnos aquí sin hacer nada, seremos blanco fácil para cualquier petrificado.
—Concuerdo con Marcos, es más peligroso dejar atrás toda la comida que logramos reunir asi como nuestras armas —añade Rubén con más calma—, buscar otro refugio no será tan difícil, pero reunir comida y armas nuevamente es otra historia.
—¡Esperen! —nos suplica cuando ve que ambos nos alejamos—, al menos tomémonos unos minutos, la nube de polvo solo nos dificultara respirar y ver a nuestros alrededores… si regresamos ahí dentro mínimo hay que ser precavidos…
Cruzo miradas con Rubén, quizá si es demasiado temerario adentrarnos sin cuidado y creo que ambos sabemos que Santiago tiene razón.
La siguiente media hora la pasamos escondidos en las cercanías con la esperanza de que el ruido no atraiga petrificados, durante ese tiempo el polvo se asienta y la posibilidad de que se repita algo parecido disminuye lo suficiente para que decidamos ir por nuestras cosas.
—Esto explica el estado de los demás edificios —murmura Santiago una vez que ve como quedo el lugar por dentro—, en realidad creo que explica más que eso… los socavones, los levantamiento de suelo y los terremotos deben ser causados por desplazamientos súbitos de tierra debajo de nosotros… aunque no encuentro explicación científica para algo asi de… catastrófico.
—Magia divina —sugiere Rubén mientras caminamos por el pasillo y rodeamos un agujero de varios metros de profundidad, ante cualquier paso en falso el piso se agrieta de manera terrorífica.
Tomamos todo lo que podemos en el menor tiempo posible, haber postergado el desempacar todo lo que conseguimos ayer parece que fue una buena idea.
—Puede sonar estúpido, pero me encariñe con este lugar.
—Solo pasamos cuatro días aquí dentro y casi nos cae encima —le respondo a Rubén con apatía—, por mi entre más rápido nos alejemos mejor.
—Si, si nos alcanza la noche estando nosotros en un mal lugar los terremotos serán la menor de nuestras preocupaciones —secunda Santiago.
Nos dirigimos al arroyo con el objetivo de reponer agua y mantenernos cerca de él mientras avanzamos, consejo básico de supervivencia.
Avanzamos sin un destino especifico en busca de un lugar que se vea seguro, hasta que después de un par de horas nos asentamos en un pequeño local a las afueras del campus que tiene unas convenientes escaleras hacia la azotea. Como mínimo no hay nada que nos pueda caer encima o petrificados que nos puedan alcanzar.
Dejamos caer nuestras cosas al suelo en cuanto subimos. El susto al despertar, la extensa caminata y todo el estrés nos ha dejado sin energía. Nos limitamos a comer en silencio mientras descansamos… aunque relajarse estando prácticamente a la intemperie, sin rumbo y con el nuevo miedo a los terremotos y socavones… es difícil.
—Vamos chicos, no pongan esas caras —exclama Rubén intentando aligerar el ambiente—, si, las cosas están duras, pero lo importante es que estamos juntos y podremos salir adelante.
Sus palabras, pese a intentar animarnos, no tienen efecto alguno, después de todo lo que ha pasado en estos días solo suenan vacías.
—Concentrémonos en el lado bueno, no necesitamos preocuparnos por comida en varios días —continua ante nuestra falta de respuesta—, lo que ahora necesitamos es encontrar como hacerles frente a los zombis, sugiero que nos concentremos en el tema de las armaduras.
—Creo que hay cosas más importante… —responde Santiago—, además, no es como que haya muchos lugares donde encontrar algo asi.
—Las podemos crear nosotros, solo necesitamos láminas metálicas, con eso y unas pocas herramientas no sería difícil.
—Rubén, no somos herreros ni soldadores —le respondo con cansancio.
—Solo escuchen mi plan —insiste con entusiasmo—, los casilleros del polideportivo municipal son un chiste, estoy seguro que con un poco de esfuerzo podremos arrancar las puertas y doblarlas con facilidad, tienen el tamaño ideal para que con unas cuantas podamos cubrirnos los brazos, pecho, espalda, etc.
—Ese lugar esta lejísimos, ir de las oficinas a los dormitorios nos tomó un día entero a causa de tener que evitar a esas cosas —refuta Santiago—, ¿Cuánto crees que nos tomara llegar hasta el polideportivo atravesando una ciudad infestada?
—Se que no será fácil Tiago… pero si afinamos detalles sé que entre los tres podríamos lograrlo, digo, es mejor a no hacer nada hasta quedarnos sin comida —argumenta… con bastante razón en sus palabras.
—Supongo que tienes un punto… como mínimo necesitamos un plan, no solo ir a la deriva.
—Es todo Marcos, tu si sabes —exclama dándome palmadas en la espalda, feliz de sentirse apoyado—, vamos Tiago, ¿Qué somos? ¿Leones o huevones?
—Sobrevivientes… —musita Santiago.
—No es lo que esperaba, pero si, ¡Somos sobrevivientes!
—No, eso no, miren hacia allá —señala en el horizonte.
—¿Humo…? —pregunto intentando discernir que es aquello.
—Probablemente de una hoguera… ¡Deben ser sobrevivientes! —exclama Santiago con una mezcla de sorpresa y preocupación.
—¿¡En serio!? —pregunta Rubén emocionado— ¡Tenemos que ir hacia allá! ¡Quizá puedan ayudarnos!
—Podrían ayudarnos… o acabar con nosotros —lo interrumpo haciendo que su ánimo baje con mi comentario—, ¿Se acuerdan del hombre petrificado que nos encontramos? No podemos confiar en cualquiera… esta situación no saca lo mejor de la gente.
Ambos se mantienen callados al digerir mis palabras. Comprender que los petrificados no son la única amenaza solo hace que el futuro se vea más desesperanzador.
—Desconfiar de todos a nuestro alrededor solo nos ayudara a cavar nuestra propia tumba —responde Rubén cambiando a una expresión más optimista de nuevo—, gracias a que estamos los tres juntos es que hemos llegado hasta aquí y… no se mucho de historia, pero los humanos logramos tantas cosas solo porque trabajamos en equipo, asi logramos cazar mamuts y construir pirámides.
Puede tener algo de razón… sin embargo, hacen falta más que palabras bonitas para sobrevivir.
—Podrían ser violentos… —añade Santiago en sintonía conmigo.
—Con esa actitud no llegaremos vivos a la siguiente semana —replica Rubén poniéndose de pie y extendiendo su brazo hacia el centro—, ¡Manos al frente hermanos!
Ninguno de los dos entiende que pretende, por lo que solo intercambiamos mirada desconcertados.
—Vamos, solo síganme la corriente —nos pide un poco avergonzado.
—Ok… —dice Santiago no muy convencido.
—Supongo que no tengo de otra… —me uno a ellos sin saber que esperar de sus ocurrencias.
—Cuando en un partido el otro equipo nos aplastaba física y moralmente el entrenador siempre nos obligaba a hacer esto —nos explica mientras nuestras manos se encuentran una sobre otra—, levantábamos nuestros brazos al cielo y gritábamos lo que deseamos, podía ser lo que sea, anotar 100 puntos en el segundo tiempo o incluso jugar en el superbowl.
—Los petrificados son sensibles al ruido… no creo que sea buena idea…
—Está bien, está bien, olviden la parte de gritar, solo díganlo con pasión, deben hacerlo desde el fondo de su corazón —contesta de manera muy cursi—, yo lo hare y si no lo hacen conmigo me sentiré muy traicionado, asi que no me dejen abajo.
—No creo que…
—A la 1, a las 2… ¡y a las 3! —grita ignorando la parte de no hacer mucho ruido mientras alza su mano llevándose las nuestras por delante— ¡¡Acabaremos con cada zombi!!
—¡Vamos a sobrevivir….! —dice Santiago con su voz temblorosa.
—¡Detendremos el apocalipsis! —exclamo dejándome llevar por la situación y su entusiasmo, aunque solo un par de segundos después me avergüenzo por decir algo tan pretencioso.
—¡Eso! —nos vitorea emocionado.
Los tres nos soltamos a reír por alguna razón, toda la situación es completamente surreal, estamos haciendo semejante tontería en medio del fin del mundo.
—Esto es ridículo —me rio de nosotros mismos.
—Ese es el punto —contesta con una sonrisa—, es tan ridículo que es liberador, es una buena manera de reiniciarse.
Me sorprende ver la manera en que puede sobreponerse a toda esta situación, como logra mantener esperanza en el futuro pese a que todo está en nuestra contra.
Manuel, el dueño de aquella bitácora quizá estaba equivocado, esta situación no necesariamente saca lo peor de las personas, también puede sacar lo mejor… o quizá Rubén siempre ha sido asi y nunca me detuve a intentar conocerlo.
—Eso no soluciona nada con respecto a que aquello podría indicar que estamos cerca de un grupo de sobrevivientes… —a Santiago aún se le ve nervioso mientras mira la columna de humo a lo lejos.
—Nuestros yo de mañana pueden preocuparse por ello, ahora es mejor descansar —creo que esta vez estoy totalmente de acuerdo con Rubén, no quiero angustiarme más con cosas que no podemos cambiar.
Hacemos un pequeño fuego cuando empieza a caer la noche pese al miedo de Santiago de revelar nuestra posición, después de todo, si nosotros nos percatamos de su fogata ellos podrían hacer lo mismo, no obstante, el frio y la oscuridad se encargan de convencerlo más rápido que nosotros.
—Mataría por unos cigarrillos… —Rubén, con su guitarra entre manos, rompe el silencio mientras afina las cuerdas.
—Que asco —replico con aversión exagerada a manera de broma—, yo mataría por una taza de café negro hasta arriba de cafeína.
—Yo por un buen telescopio —añade Santiago ganándose una mirada de confusión por parte de ambos—, nunca había presenciado una noche tan llena de astros como esta.
—Increíble… —respondo quedándome con la boca abierta al ver el hermoso cielo nocturno, un firmamento sin igual que solo había visto en fotos y películas.
—El cielo… ¿Siempre ha sido tan brillante? —pregunta Rubén anonadado.
—Tras unos cuatro meses sin humanidad y sin contaminación lumínica o ambiental este es la verdadera noche que siempre se ha posado sobre nosotros.
—Que poético… —le responde mientras empieza a tocar las cuerdas de la guitarra creando tonos muy armoniosos.
Los tres continuamos admirando el cielo estrellado con la suave melodía Rubén de fondo. No decimos palabra alguna, pero no en un silencio incomodo, sino en uno de paz… algo que, creo, no haber podido apreciar en mucho tiempo.