Korell es uno de esos fenómenos frecuentes en la historia: la república cuyo gobernante tiene todos los atributos del monarca absoluto, menos el nombre. Ejercía, por tanto, el despotismo acostumbrado, no restringido siquiera por las dos influencias moderadoras de las monarquías legítimas: el «honor» real y la etiqueta cortesana.
Materialmente, su prosperidad era escasa. Los días del imperio galáctico habían terminado, con nada más que silenciosos monumentos y estructuras derruidas para testificar su pasado esplendor. Los días de la Fundación aún no habían llegado y según la orgullosa determinación de su gobernante, el
comodoro Asper Argo, con sus estrictas regulaciones del comercio y la estricta prohibición de los misioneros, nunca llegarían.
El mismo puerto espacial era decrépito y estaba en decadencia, y la tripulación del Estrella Lejana lo sabía. Los hangares medio desmoronados creaban una atmósfera especial, y Jaim Twer se entretenía haciendo un solitario.
Hober Mallow dijo pensativamente:
Aquí hay buen material de comercio. Miraba tranquilamente por la portilla. Hasta el momento, poco más se podía decir acerca de Korell. El viaje había transcurrido sin novedad. El escuadrón de naves korellianas que había
sido enviado para interceptar a la Estrella Lejana fue diminuto, compuesto de reliquias de antiguas glorias, cascos abollados de otros tiempos. Habían mantenido la distancia temerosamente, y seguían manteniéndola, y, desde hacía una semana, las peticiones de Mallow para tener una entrevista con el gobierno local habían quedado sin respuesta.
Mallow repitió:
Buen comercio. Este territorio podría decirse que es virgen.
Jaim Twer alzó la mirada con impaciencia, y arrojó las cartas a un lado.
¿Qué diablos se propone hacer, Mallow? La tripulación protesta, los oficiales están preocupados, y yo me
pregunto
¿Se pregunta? ¿Qué es lo que se pregunta?
Me extraña esta situación. Y usted.
¿Qué estamos haciendo?
Esperar.
El viejo comerciante soltó un juramento y enrojeció. Gruñó:
Está obrando a ciegas, Mallow. Hay un guardia alrededor del campo y naves en el cielo. ¿Y si estuvieran preparándose para destruirnos?
Han tenido una semana para hacerlo.
Quizá estén esperando refuerzos.
Los ojos de Twer eran penetrantes y duros.
Mallow se sentó bruscamente.
Sí, ya he pensado en eso. Verá, es algo que nos plantea un difícil problema. Primero, hemos llegado aquí sin dificultades. Sin embargo, esto puede no significar nada, pues sólo tres naves de más de trescientas desaparecieron el año pasado. El porcentaje es reducido. Pero esto también puede significar que el número de sus naves equipadas con energía atómica es pequeño, y que no se atreven a exponerlas sin necesidad hasta que ese número aumente.
»Pero, por otro lado, podría significar que carecen totalmente de energía atómica. O quizá la tengan y la mantengan oculta, por miedo a que
sepamos algo. Después de todo, una cosa es hacer el pirata esporádicamente contra naves mercantes ligeramente armadas y otra muy distinta tantear con un enviado acreditado de la Fundación, cuando el mero hecho de su presencia puede significar que la Fundación abriga sospechas.
»Combine estas dos cosas
Espere, Mallow, espere. Twer alzó las manos. Está a punto de ahogarme con su charla. ¿Adónde quiere usted ir a parar? No me importa lo que haga entretanto.
Tiene que importarle, o no entenderá nada, Twer. Los dos estamos esperando. No saben lo que hago aquí y
yo no sé lo que tienen aquí. Pero estoy en desventaja, porque yo soy uno y ellos son un mundo entero, quizá con energía atómica. No puedo permitirme el lujo de ceder. Claro que es peligroso. Claro que pueden tener un agujero en la tierra destinado a nosotros. Pero ya lo sabíamos desde el principio. ¿Qué otra cosa podemos hacer?
No ¿Quién diablos es ahora? Mallow alzó la mirada pacientemente,
y conectó el receptor. La visiplaca reflejó el feo rostro del sargento de guardia.
Hable, sargento. El sargento dijo:
Perdone, señor. Los hombres han dado entrada a un misionero de la
Fundación.
¿Un qué? El rostro de Mallow se puso lívido.
Un misionero, señor. Necesita hospitalización, señor
Habrá más de uno que necesite eso, sargento, después de esa faena. Ordene a los hombres que ocupen sus puestos de batalla.
La sala de la tripulación estaba casi vacía. Cinco minutos después de la orden, incluso los hombres que no estaban de servicio se hallaban en sus puestos. La velocidad era la gran virtud en las regiones anárquicas del espacio
interestelar de la Periferia, y rapidez, por encima de todo, era lo que debía tener la tripulación de un maestro comerciante.
Mallow entró lentamente, y miró al misionero de arriba abajo. Luego su mirada se volvió al teniente Tinter, que desvió incómodamente la suya, y al sargento de guardia, Demen, cuyo rostro inmutable y estólida figura flanqueaba al otro.
El maestro comerciante se volvió a
Twer e hizo una pausa, pensativamente.
Bueno, Twer, que los oficiales se reúnan aquí, excepto los coordinadores y trazadores de trayectorias. Los hombres deben estar en sus puestos hasta nueva orden.
Hubo una laguna de cinco minutos, durante los cuales Mallow abrió las puertas de los lavabos de una patada, miró detrás de la barra, corrió las cortinas que cubrían las gruesas ventanillas. Durante medio minuto salió de la habitación, y cuando regresó silbaba abstraídamente.
Los hombres entraron. Twer les siguió, y cerró la puerta silenciosamente.
Mallow dijo, con calma:
Primero, ¿quién ha dejado entrar a este hombre sin mi permiso?
El sargento de guardia dio un paso adelante. Todos los ojos se desviaron.
Perdón, señor. No ha sido una persona sola. Ha sido una especie de
consentimiento mutuo. Era uno de nosotros, podríamos decir, y esos extranjeros
Mallow le cortó en seco:
Simpatizo con sus sentimientos, sargento, y los entiendo. Estos hombres,
¿estaban bajo su mando?
Sí, señor.
Cuando esto termine, serán confinados a celdas individuales durante una semana. Usted quedará relevado de todo deber de supervisión durante un período similar. ¿Comprendido?
El rostro del sargento nunca cambiaba, pero hubo una pequeña crispación en sus hombros. Dijo, secamente:
Sí, señor.
Puede irse. Ocupe su puesto de batalla.
La puerta se cerró tras él y hubo un murmullo.
Twer intervino:
¿Por qué ese castigo, Mallow? Sabe que estos korellianos matan a los misioneros que capturan.
Cualquier acción que contravenga mis órdenes es mala en sí misma sin importar las otras razones que puedan haber en su favor. Nadie debía salir o entrar en la nave sin permiso.
El teniente Tinter murmuró con rebeldía:
Siete días sin acción. No se puede
mantener la disciplina de esta forma.
Mallow dijo fríamente:
Puedo. La disciplina no tiene ningún mérito en circunstancias ideales. Yo la tendré frente a la muerte, o será inútil. ¿Dónde está el misionero? Tráigalo aquí, a mi presencia.
El comerciante se sentó, mientras una figura vestida de color escarlata era cuidadosamente empujada hacia adelante.
¿Cómo se llama usted, reverendo?
¿Eh? La figura vestida de escarlata se volvió hacia Mallow, como si todo el cuerpo se tratara de una unidad. Sus ojos estaban desmesuradamente abiertos y tenía una magulladura en la sien. No había hablado y, según Mallow
había observado, tampoco se había movido durante el intervalo precedente.
¿Cuál es su nombre, reverendo?
El misionero se animó de pronto con una vida febril. Sus brazos se abrieron, como si quisiera abrazar a alguien.
Hijo mío, hijos míos. Que siempre os protejan los brazos del Espíritu Galáctico.
Twer dio un paso adelante, con los ojos húmedos, y la voz ronca:
Este hombre está enfermo. Que alguien lo lleve a la cama. Ordene que lo lleven a la cama, Mallow, y que lo reconozcan. Está gravemente herido.
El gran brazo de Mallow lo hizo retroceder.
No interfiera, Twer, o haré que lo saquen de la habitación. ¿Su nombre, reverendo?
Las manos del misionero se unieron en repentina súplica:
Ya que son ustedes hombres cultos, sálvenme de los paganos. Las palabras se mezclaron desordenadamente. Sálvenme de estos brutos que me prenderán por la fuerza y afligirán al Espíritu Galáctico con sus crímenes. Soy Jord Parma, de los mundos anacreontianos. Educado en la Fundación; la misma Fundación, hijos míos. Soy sacerdote del Espíritu educado en todos los misterios, y he venido donde la voz interior me reclamaba.
Balbuceaba. He sufrido en manos de los infieles. Como hijos del Espíritu, y en nombre de ese Espíritu, protéjanme de ellos.
Una voz estalló sobre sus cabezas, cuando la caja de alarma y emergencia clamoreó metálicamente:
¡Unidades enemigas a la vista!
¡Solicitamos órdenes!
Todos los ojos se dirigieron mecánicamente hacia el altavoz.
Mallow juró violentamente. Giró el interruptor y chilló:
¡Mantengan la vigilancia! ¡Eso es todo! Y lo desconectó.
Se abrió paso hacia las gruesas cortinas que se separaron en un gesto
suyo y miró sombríamente hacia el exterior.
¡Unidades enemigas! Varios miles de ellas en las personas de los miembros individuales de una turba korelliana. El creciente murmullo envolvía el puerto espacial de un extremo a otro, y a la fría y dura luz de los reflectores de magnesio las primeras filas se acercaban.
¡Tinter! El comerciante no se volvió, pero su nuca estaba roja. Haga funcionar el altavoz exterior y averigüe qué es lo que quieren. Pregúnteles si entre ellos hay algún representante de la ley. No haga promesas ni amenazas, o le mataré.
Tinter dio media vuelta y salió.
Mallow sintió una ruda mano sobre el hombro y se la sacudió de un golpe. Era Twer. Su voz sonó como un silbido airado junto a su oído:
Mallow, tiene que conservar a este hombre entre nosotros. De otra forma no hay modo de mantener la decencia y el honor. Es de la Fundación y, al fin y al cabo, es un sacerdote. Esos salvajes de ahí afuera ¿Me oye?
Le oigo, Twer. La voz de Mallow era incisiva. He de hacer otras cosas antes que cuidar misioneros. Haré, señor, lo que me plazca, y, por Seldon y toda la Galaxia, si trata de detenerme, le romperé la crisma. No se ponga en mi camino, Twer, o será lo último que haga
en la vida.
Se volvió y dio unos pasos.
¡Usted! ¡Reverendo Parma! ¿Sabía usted que, por convención, ningún misionero de la Fundación puede entrar en el territorio korelliano?
El misionero estaba temblando.
No puedo ir más que donde me conduce el Espíritu, hijo mío. Si los que están en tinieblas rehúsan la luz, ¿no es éste el signo más claro de que la necesitan?
Esto no tiene nada que ver, reverendo. Usted está aquí contra la ley de Korell y de la Fundación. No puedo protegerle legalmente.
El misionero volvió a levantar las
manos. Su anterior azoramiento había desaparecido. Se oía el ronco clamor del sistema exterior de comunicaciones en acción, y el débil y ondulante graznido de la colérica horda como respuesta. El sonido dio a sus ojos una mirada salvaje.
¿Lo oye? ¿Por qué me habla de leyes a mí, de unas leyes hechas por los hombres? Hay leyes superiores. ¿No fue el Espíritu Galáctico quien dijo: «No permanecerás ocioso mientras hieren a tu compañero»? ¿Y no ha dicho: «Tal como trates al humilde e indefenso, así serás tratado»?
»¿No tienen armas? ¿No tienen una nave? Y detrás de ustedes, ¿no está la Fundación? Y por encima y alrededor de
todo, ¿no está el Espíritu que gobierna el universo? Hizo una pausa para recobrar el aliento.
Y entonces la gran voz exterior de la Estrella Lejana cesó y el teniente Tinter regresó, con aspecto preocupado.
¡Hable! dijo Mallow, concisamente.
Señor, reclaman la persona de Jord
Parma.
¿Si no?
Hay varias amenazas, señor. Es difícil aclararlas. Son tantos, y parecen completamente locos. Hay alguien que dice gobernar el distrito y tener poderes policiales, pero evidentemente no es dueño de sí mismo.
Dueño o no Mallow se encogió de hombros, es la ley. Dígales que si este gobernador, policía, o lo que sea, se acerca solo a la nave, tendrá al reverendo Jord Parma.
Se apresuró a tomar una pistola entre las manos y añadió:
No sé lo que es la insubordinación. Nunca he tenido que enfrentarme a ella. Pero si aquí hay alguien que cree poder enseñarme lo que es, estaré encantado de enseñarle mi antídoto.
El arma osciló lentamente, y apuntó a Twer. Con un esfuerzo, el rostro del viejo comerciante se desarrugó y abrió los puños y los dejó caer. Su respiración era un ronco sonido sibilante.
Tinter salió, y al cabo de cinco minutos una figura insignificante se destacó de la multitud. Se aproximó lenta y dubitativamente, dominado con toda claridad por el miedo y la aprensión. Por dos veces retrocedió, y por dos veces las evidentes amenazas del monstruo de muchas cabezas le apremiaron a seguir adelante.
Muy bien. Mallow hizo un ademán con la pistola atómica, que continuaba desenfundada. Grum y Upshur, llévenlo afuera.
El misionero dio un grito. Levantó los brazos y los dedos rígidos aparecieron entre las mangas cuando éstas dejaron ver los delgados y venosos brazos. Hubo un
momentáneo y diminuto destello que apareció y desapareció como un suspiro. Mallow parpadeó y repitió el ademán, airadamente.
La voz del misionero se dejó oír mientras se debatía en los brazos que lo aprisionaban.
¡Malditos sean los traidores que abandonan a su compañero al mal y la muerte! ¡Que ensordezcan los oídos que están sordos a los ruegos del desvalido!
¡Que se vuelvan ciegos los ojos que son ciegos a la inocencia! ¡Que se oscurezca para siempre el alma que se asocia con la oscuridad!
Twer se tapó fuertemente los oídos con las manos.
Mallow soltó la pistola.
Retírense dijo, serenamente; todos a sus puestos respectivos. Mantengan la vigilancia hasta seis horas después de que la multitud se haya dispersado. Puestos dobles durante las cuarenta y ocho horas siguientes. Entonces volveré a darles instrucciones. Twer, venga conmigo.
Se hallaban solos en las habitaciones particulares de Mallow. Mallow indicó una silla y Twer se sentó. Su voluminosa figura parecía encogida.
Mallow le miró, sardónicamente.
Twer dijo, estoy decepcionado. Sus tres años en la política parecen haberle hecho olvidar las
costumbres comerciales. Recuerde, yo puedo ser un demócrata cuando vuelva a la Fundación, pero ninguna tiranía me parece excesiva cuando se trata de gobernar mi nave de la forma que quiero. Hasta ahora nunca he tenido que abrir fuego contra mis hombres, y ahora tampoco hubiera tenido que hacerlo, si usted no se hubiera pasado de la raya.
»Twer, su posición aquí no es oficial, está aquí por invitación mía, y yo le atenderé con toda cortesía en privado. Sin embargo, de ahora en adelante, en presencia de mis oficiales u hombres, yo soy señor, y no Mallow. Y cuando dé una orden, saltará usted para cumplirla con más rapidez que un recluta de tercera
clase, o le haré encerrar en el nivel inferior con mayor rapidez aún.
¿Entendido?
El jefe del partido tragó saliva. Dijo, de mala gana:
Le presento mis disculpas.
¡Aceptadas! ¡Démonos la mano! Los fláccidos dedos de Twer
desaparecieron en la enorme palma de
Mallow. Twer dijo:
Mis motivos eran buenos. Es difícil enviar a un hombre al linchamiento. Ese gobernador de rodillas temblorosas, o lo que sea, no puede salvarlo. Es un asesinato.
No puedo evitarlo. Francamente, el incidente olía demasiado mal. ¿Lo ha
notado?
Notar, ¿qué?
Este puerto espacial está hundido en medio de una sección alejada y adormecida. De pronto, un misionero se escapa. ¿De dónde? Llega aquí.
¿Coincidencia? Se reúne una multitud enorme. ¿De dónde procede? La ciudad más cercana, sea de la magnitud que fuere, debe estar por lo menos a ciento cincuenta kilómetros. Pero han llegado en media hora. ¿Cómo?
¿Cómo? repitió Twer.
Bueno, ¿y si hubieran traído al misionero hasta aquí, soltándolo como cebo? Nuestro amigo, el reverendo Parma, estaba considerablemente
turbado. En ningún momento pareció estar en su completo juicio.
Malos tratos murmuró amargamente Twer.
¡Quizá! Y quizá la idea fuera obligarnos a luchar caballerosa y galantemente, por la estúpida defensa del hombre. Estaba aquí contra las leyes de Korell y de la Fundación. Si yo lo hubiera retenido, hubiera sido un acto de guerra contra Korell, y la Fundación no hubiera tenido derecho legal a defendernos.
Esto, esto es muy arriesgado de decir.
El altavoz comenzó a hablar y ahogó la contestación de Mallow.
Señor, se ha recibido un
comunicado oficial.
Remítalo inmediatamente.
El brillante cilindro llegó por la ranura con un chasquido. Mallow lo abrió y extrajo la hoja impregnada de plata que encerraba. La frotó apreciativamente entre el pulgar y el índice y dijo:
Teleporte directo desde la capital. Procede de la estación del propio comodoro.
La leyó de una ojeada y lanzó una breve carcajada.
Así que mi idea era arriesgada,
¿verdad?
Lo lanzó hacia Twer, y añadió:
Media hora después de devolver al misionero, finalmente recibimos una
invitación muy educada para comparecer en presencia del augusto comodoro, después de siete días de espera. Creo que hemos pasado una prueba.