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Un aparatejo especial

Llegó la hora de la escuela, te levantaste y te cambiaste (completamente ordinario sin serlo). Pasaste por los cuartos y como cada día te detuviste en el cuarto tu padre, vacío. Sin nadie.Muerto.

-Hola, ¡Buenos días!

Saludaste a tu padre. Nunca recibiste de vuelta el saludo desde que te convertiste en el hombre de la casa.Solo eras un niño ahí, pero no querías ser el hombre de la casa porque significaba que tu padre ya no lo era.

Que ya no estaba.

Te despediste de tu madre sonriente (que falso) y te fuiste a tu condena.

No eras un mal alumno, pero tampoco el más listo. No significa que no tuvieras la inteligencia suficiente para tener muy altas calificaciones sino que no te interesaba nada en absoluto.

Tu cabeza siempre estaba desvariando de un lado a otro con tus "ideas".

Te imaginabas en los escenarios (la mayoría de las veces. Las demás eran ideas que no profundizabas en ese tiempo),amabas la música y el teatro era tu fascinación. Tristemente no había ninguno en tu pueblo y solo podías darte cuenta de estos shows y de la música por la radio del señor Hiss (el encargado de limpieza escolar).

Era un hombre bastante solitario y algo amargado, pero en el fondo sabías que tenía un corazón enternecido. Que no era un mal sujeto: viejo, cascarrabias y duro; como todos lo ficharon (bueno tal vez un poco).

Cada martes, miércoles y viernes lo ayudabas después de clases para obtener unas cuantas monedas que servían de ayuda para tu pobre madre. Una pequeña acción sincera.

Pero, no. No era exactamente la verdadera razón de querer tanto ayudarlo: era por oír ese cachivache en sus momentos gloriosos.

No podías creer que sinfonías tan majestuosas salieran de ese aparatejo tan extraño y pequeño, pero lo hacían.

Eran tus ojos testigos al mirar con atención su color cereza, tus manos al tocar su composición, pero sobre todo tus oídos que disfrutaban el regocijo más bendito de esa música.

Sí, no había duda que parecía el mejor regalo para ti esto de la radio.

Tu trabajo era barrer todas las aulas completamente. Casi lo hacías perfectamente solo por el detalle de tu aducción de la radio.

Bailabas las canciones y cantabas (en voz baja) un dueto con los artistas que se hallaban al otro lado de la radio. A veces era tan fuerte tu pérdida musical que soñabas despierto, tomabas todo el aire que pudieran soportar tus pulmones y cantabas tan alto como si la persona más cercana se hallará a veinte kilómetros de distancia.

No creías que tu voz era linda, pero importaba para ti Dallas Bedford.

Solo que ese día...Te notó el señor Hiss.

No recuerdas la canción, pero era tan maravillosa que te adentraste esa vez tanto en sus melodías, en sus ritmos, en sus tiempos, en sus letras, en ¡Todo! Y no supiste controlarte.

-Pero...¡¿Qué haces, Dallas?!

Te detuviste con un seco golpe.Estaba muy enojado y deseabas que no te hubiera visto el Señor Hiss, pero ya era tarde.

-Yo... yo... estaba...

-Estabas holgazaneando, ¿Dices que me ayudas? Mira dónde está tu escoba. Está tirada en el rincón.

Te dije que casi.

-Yo... lo siento Señor Hiss

Agachaste la cabeza. Sentías vergüenza.

"Porque ya no me has tragado tierra" te dijiste a ti mismo. Lo sé. Te escuché.

Se te acercó intimidante (aunque fuera un anciano quejumbroso, cojo de un pie [el izquierdo] y que tuviera que sostenerse con un bastón tallado).

Esperaste el golpe, pero nada. En vez de eso te revolvió tu pelo desarreglado con sus manos arrugadas y casi huesudas cariñosamente y te dijo:

-No importa pequeño.

Sonrió. Estabas sorprendido porque nunca sonreía. Tú creías que todo había empezado cuando su esposa murió y se había vuelto un casi ermitaño sin nadie.

-Oye, ¿No has pensado tener un profesor de canto?

- Buen...

-Debo admitir que tu voz no es fea. Es... linda. Tienes talento niño.

-¿En serio?

Sonreíste y esta vez era de verdad.

-Sí, pero ¡Eso no hace que puedas volverte un haragán!

Te dio un golpecito en el pecho con su bastón, pero no te dolió de todos modos. Solo si te advirtió que había vuelto a su carácter antiguo y fuerte.

Tomaste a toda prisa la escoba respondiendo:

-Si, Willburt, ¡Digo! Señor Hiss (una pausa) Mejor inicio

-Si, mejor inicia.

Volvió su mueca de desdeño, pero pudiste notar una pequeña sonrisa oculta atrás de esa coraza.

Terminaste tu trabajo, te despediste del Señor Hiss y te dirigiste a tu casa.

Esa era la parte del día que te daba mas miedo.

Te fuiste cuidadosamente para no ser hallado por tus amigos, los lobos.

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